'Un soldado en cada hijo te dio': Crónica desde la zona del sismo en la Ciudad de México
Texto: Luis Bernal
Fotos: Luis Bernal/Luis Salcedo
'Rómpete, es necesario; eres frágil y noble.
Qué bueno que te duelan otros.
Déjate caer con ellos.
Llora con ellos. Sé humano'
@Elena_Poe
Llegué al punto de reunión en Eugenia y División del norte poco antes de la una de la tarde del 23 de septiembre. Esa mañana casi desperté con la alarma sísmica así que iba algo nervioso. Esperé un poco para registrarme mientras ayudaba a cargar un camión que salía ese mismo día a Morelos con ayuda. Pareciera que aquí sobra, pero dos días después nos daremos cuenta que nunca es suficiente.
No traje mis botas; ayer en Álvaro Obregón no me dejaron ayudar mucho por eso, pero aquí estoy. Le digo esto a uno de los encargados de organizar las brigadas; no le calculo ninguna edad pero pareciera un niño de mirada ya muy cansada; regresa más tarde con unas botas que alguien donó.
Somos muchos los voluntarios que esperamos, y mientras yo comparto lo que puedo por las redes sociales, Maira me contacta porque es necesario que alguien apoye verificando la información de las zonas del desastre; todo lo que escucho o pregunto lo paso con ella y ahora estamos buscando vacunas para el tétanos. No sé qué es lo que hace, pero pasado un tiempo comienzo a recibir llamadas de su gente, algunos tienen pocas pero van en camino, otros solicitan los datos del médico encargado en ese momento para que las reciba. Todo me emociona, nunca nos hemos visto, hace realmente poco somos amigos en Facebook y por ahora hacemos un equipo que intenta, que escarba en otro tipo de escombros para solicitar ayuda. A veces uno piensa que desde un monitor o con un teléfono en la mano no colabora con mucho pero estos días han demostrado que se puede, que todo se puede cuando la información es la correcta.
LA SOLEDAD COMPARTIDA
Llegué hace dos días solo a la Ciudad de México. Apenas hoy lo siento, apenas comienza a golpearme la soledad. La gente llega con su grupo de amigos, en pareja, platican mientras yo espero sentado en una banqueta, ya tengo el equipo necesario para entrar con la brigada. Estoy con la 14; en mi brazo con marcador permanente escribieron mi nombre, mi tipo de sangre y un número de contacto en caso de emergencia. Pienso en eso, en mi familia que está lejos, pero que también son mi razón para estar aquí. Frente a mí un ciclista llega con más víveres y se alcanza a leer en su chaleco, también escrito con marcador: “Un soldado en cada hijo te dio”. Estoy conmovido, aquí todo es ansiedad de ayudar, de moverse, “¿dónde se necesitan mis manos?”; aquí, ahora, habita la camaradería: personas pasan ofreciendo algo para comer, agua, refrescos, dulces; sonríen en señal de apoyo, agradecen con palabras, con gestos.
Es sábado por la noche, o más bien, madrugada del domingo y estoy por cumplir doce horas aquí; nadie se quiere ir, nadie, a pesar de los raspones, los golpes en los brazos o las piernas cansadas está dispuesto a salir. Enfermeros y médicos pasan constantemente a revisarnos, algunos son sacados de ahí casi a la fuerza; yo no puedo perder el tiempo, pienso. Hace un rato escuchamos que había dos personas con vida y nuestra labor es sacar escombro, alentarnos unos a otros, unas a otros, unos a otras.
360 muertos por el sismo del 19 de septiembre van hasta el día de ayer
En medio de una tragedia, la
ayuda nunca sobra
Las brigadas de apoyo en el sismo que azotó la Ciudad de México trabajaron sin casi tomar respiro; pero con orden y con los sentimientos a flor de piel
Los que organizan nos recuerdan, una y otra vez, que hay que descansar, que no nos desgastemos de pie, que seamos pacientes; somos muchos. Nos llaman, la brigada 14 se levanta ansiosa, nos acomodamos los guantes y los lentes, hacemos ejercicios de estiramiento pero aún falta mucho; nos acomodan junto a una pared y nos piden que pasemos a comer. La parrilla de la esquina de Heriberto Farías tiene desde el martes sirviendo alimento las 24 horas, me acerco y tomo un platillo; al final tienen razón, de nada sirven las ganas si la energía no la tienes. Todos estamos llenos de impaciencia, también de miedo (hemos imaginado el escenario, sólo imaginado); queremos ayudar.
Luego de varios filtros, de una pequeña capacitación y de la vacuna por fin estamos listos. Hacemos fila y se escuchan gritos solicitando carpinteros, luego herreros, electricistas, de nuevo carpinteros; nunca me sentí tan inútil como esos minutos en los que solo miraba al cielo o a mis compañeros y compañeras. La brigada se fue dispersando, la fila de mujeres que meten botes avanza con más rapidez, el tiempo igual; en unos instantes ya avanzamos por la calle y vemos pasar restos de muros, electrodomésticos, pedazos de la vida de alguien; somos obreros con un único pago: amor. No hay nada ahí más que gente que ama, pedazos de tierra, personas, edificios, ciudades; todos amamos algo y estamos ahí como muestra de ello. Nadie cuestiona si alguno o alguna se cansa y se va, aplaudimos y damos palmadas al hombro porque sabemos que los límites son necesarios, no estamos para ser otra víctima.
Es sábado por la noche, o más bien, madrugada del domingo y estoy por cumplir no sé cuántas horas aquí.
Llegué frente al derrumbe y a mi lado ahora tengo a un marino, frente a mí a Guerrero; no sé su nombre ni él el mío, somos los que han quedado de la brigada 14. Él me dice Norte y hace rato mientras todo quedó en oscuridad total y nos replegaron, nos comprometimos a no salir de ahí hasta que el cuerpo lo exija; ambos llegamos de otros estados para ayudar y no queremos perder el tiempo. No sé cuántos botes con escombro han pasado por mis brazos pero hay uno que me hace temblar las piernas cuando lo recibo; miro en su interior: algunos juguetes y lo que yo pienso que es sangre (y no quiero pensar, pero pienso, pienso y escucho alguna voz desconocida de un niño o de una niña y en su risa), todo hecho pedazos, todo en segundos. Lo paso y comienzo a llorar, siento que se me caen los brazos, que no puedo sostenerme, pero no es verdad, sigo de pie y no sé cuántos botes más cargo y entrego porque tengo la mirada perdida entre el suelo lleno de tierra. Siento una mano en mi brazo izquierdo y es Guerrero, también llora, somos más, no sé si 15 o 20 los que ya teníamos horas ahí, en ese espacio, nadie se conoce pero comenzamos a abrazarnos aprovechando que el andar del escombro se detiene.
SON ESCOMBROS Y SON PARTES DE UNA VIDA
No creí jamás ver eso: no sólo son escombros, son partes de la vida de alguien, objetos que evocan una rutina, cosas que nos dicen que el calor de un cuerpo las tocó; lo que sacábamos no eran sólo escombros, eran recuerdos y alegrías. Pensaba en mi familia, en mis amigos a mil kilómetros, en mis ex vecinos de la Narvarte, en la gente que he conocido y que quiero de la Ciudad de México, pensaba en todas estas caras cubiertas de tierra y lágrimas que probablemente nunca volvería a ver. Me niego a esa noche olvidar.
Nada une más a una sociedad que sus tragedias y
las de este septiembre no fueron la excepción
Esa madrugada, más tarde, entre incertidumbre y ambulancias fuimos desalojados. Había cierto aire de alegría pues sabíamos que había gente con vida pero también enojo porque queríamos hacer más. Tomé café con otros desconocidos y cuando salimos supe que la última brigada que había entrado era la 54, treinta más después de la nuestra. Caminé con otras personas escuchando historias del 85, la gente en sus coches se detenía para permitirnos el paso y nos daban mensajes de aliento y entre nosotros nos poníamos de acuerdo para el día siguiente. Esperaba el amanecer cuando comenzó a caer la lluvia.
COLABORAR ES SENTIRSE HUMANO
Dormí unas horas en un albergue a algunas calles de allí con gente que lo había perdido todo, con otros que como yo estábamos intentando ayudar. Cuando desperté me enteré que habían rescatado cuatro personas con vida de los escombros en los que había pasado la noche; lloré de nuevo en soledad, me sentí humano otra vez, llamé a mi madre y le dije que la quería, que estaba bien y que aún había personas con vida.
“Abraza a tus amigos de mi parte”, me respondió. Lo estoy haciendo mamá, aunque no nos conocemos nos abrazamos y caminamos juntos. Por la tarde volví con menos miedo, con más fortaleza y me senté en la banqueta a esperar paciente mi turno.
Luis Bernal. Saltillo Coahuila | 1984. Autor del libro de cuentos ‘La casa púrpura’ (Ed. Atemporia, 2013) y la novela ‘Por este cielo jamás dejan de circular aviones’ (Ed. Atemporia, 2017). Sus relatos aparecen en ‘República de los lobos’ (Algaida, 2015), antología de narrativa mexicana publicada en España. Ha colaborado para las publicaciones: Espacio 4, Periódico Vanguardia, Revista Clarimonda, Revista Escooltura, Café + Cigarros, Punkroutine y Erizo. Hincha de Tigres y la música norteña.