¿Qué haría si usted fuera gobernador de Coahuila?
Por: Jesús Peña
Fotos y video: Omar Saucedo
Edición: Nazul Aramayo
Diseño: Édgar de la Garza
La neta… pensé que sería más fácil; o mejor dicho, no creí que fuera tan difícil.
¿Va usted a creer que en Coahuila nadie, o casi nadie, quiere echarse la paleta de ser gobernador?
Así, de ésas.
“¿Que qué haría si fuera el gobernador? Lo primero: renunciar. Son tiempos difíciles y no es mi especialidad la política. No me atrevo, nunca me atreví a tomar un puesto político. La política, digo yo, debe estar en manos de gentes con una gran capacidad, no de lucirse, de hacer que luzca su pueblo, su gente en condiciones ideales de una vida sana, limpia, bonita, progresiva y todo eso es sumamente difícil. Por eso es que en lugar de andar en la política, me dediqué a la tranquilidad y la paz de hacer canciones”, me dijo el compositor de Zaragoza, Humberto “Fito” Galindo, ése el de “La última muñeca”.
Y otro día, ¿qué cree?, en Allende, el coordinador de la Primera Caravana Internacional de Búsqueda de Desaparecidos, Julio Sánchez Pasillas, me soltó: “en primer lugar nunca aceptaría ser gobernador, porque es una responsabilidad enorme. Olvídese nunca voy a soñar con ser gobernador, pero si ése fuera el caso, buscaría a nuestros desaparecidos, reforzaría las búsquedas, apoyaría 100 por ciento a las personas que andan buscando desaparecidos”.
Se trataba de un ejercicio ciudadano en el que gente de todo el estado se cruzara una banda, como la que usa el presidente de México, pero sin águila, serpiente ni nopal (por aquello de que nos fueran a dar bote), y me respondiera: ¿qué haría si fuera gobernador?
Las expresiones rayaron francamente entre lo virulento y lo pintoresco:
“No, yo soy muy culo pa esa cosas”, me espetó un joven y obeso vendedor de melones en la plaza principal de Cuatro Ciénegas, cuando le pedí que se pusiera la banda con los colores de la Enseña Patria.
“¿De a cómo no?, ¿cuánto me va a pagar?”, me preguntó el juez auxiliar del ejido Derramadero y yo nomás me quedé poniendo cara de menso.
“Y a ver, usté dígame qué haría”, me retó un oferente de sandías a la entrada del pueblo de San Buenaventura, “correr a tanto méndigo ratero que hay en el Gobierno”, le respondí, “no, pos te vas a quedar solo”, reviró el señor con hilaridad.
Hasta ese personaje emblemático de Múzquiz que le dicen “El Sheriff” se negó rotunda y tajantemente a portar con orgullo y dignidad la banda verde, blanco y rojo.
“No, amigo. Necesito pedirle autorización al alcalde pa ponerme esa madre”, “¿al alcalde?, ¿por qué?”, lo interrogué, “es que después me regaña”, respondió “El Sheriff”, ja, quesque lo regaña.
Si viera qué odisea recorrer casi mil 900 kilómetros de carreteras en cuatro días, buscando quién carajos se pusiera la dichosa banda.
El recorido de la banda presidencial
Negativas
Por miedo o apatía, muchos coahuilenses rechazaron ponerse la banda presidencial para expresar lass soluciones a los problemas de su comunidad.
Carga simbólica
En otro ejercicio con la silla presidencial y la bandera de México, la gente respondió sin titubear. Hoy, la figura del gobernador pesa más en el ánimo
Mensajes
Los que contestaron no sólo comentaron los problemas de su comunidad, sino que enumeraron las características que debería tener un buen gobernador
Le digo que ya la sueño.
“Me van a echar carrilla. Si salgo en Facebook, no se la van a acabar”, me dijo Rosa Irma Moreno Navarro, una ingeniera de Allende, que demostró ser más ciudadano que muchos, se puso la banda y echó este discurso marítimo, costeño:
“¿Si fuera la gobernadora?, no sería paternalista. Como dicen por ahí: ‘mejor enséñame a pescar, no me des el pescado’ ¿Por qué? Porque te voy a dar el pescado y vas a comer un día, pero si te enseño a pescar vas a comer el resto de tus días”.
Y el que de plano corrió pa tercera fue el padre Pedro Pantoja, asesor de la Casa del Migrante de Saltillo:
“No, no, no, eso no. Discúlpame, pero eso no. ¿Cómo me voy a poner yo una banda? No. Ya sabes que para otras cosas estoy a tus órdenes, pero no, no, no, eso no”, me dijo por celular.
Y que ellos no estaban autorizados para dar eso tipo de espectáculos, de shows, me advirtió un ministro de la Casa de Rescate “Cristo Vive” de Saltillo.
Mire que ya no les vuelvo a comprar burritos.
Ni un burrito más.
“Qué extraño”, pensé y de inmediato me invadió como una suerte de desesperanza, una especie como de frustración, mezclada con tristeza, que si las echas en la licuadora te sale una malteada de impotencia con sabor a indignación y coraje.
Años atrás ya lo habíamos hecho con una silla tipo presidencial, una bandera mexicana, el saco de un traje y a ver, siéntese, póngase el saco y dígame, la bandera nacional a sus espaldas, ¿usted qué haría si fuera alcalde?, y ¿usted qué haría si fuera gobernador?
No hubo problema, todos querían.
Ahora, ¿por qué carajos nadie quiere ponerse la banda?, me preguntaba yo, “por su carga simbólica”, atinó a decir Omarsito, el fotógrafo que me acompañó en esta travesía imposible.
Hasta que en una de ésas paramos frente a una vulka de la carretera vieja a Parras, y cuando por fin creí que estaba salvado, que había encontrado un valiente, el mundo se me vino encima.
“¿Tons qué?, ¿te pones la banda, hijito?”, le propuse al muchacho mecánico como de 15 años, “¿y se picha la coca?”, me preguntó, “te la picho”, le dije, “noooo”, respondió el chamaco y se atacó de la risa, estaba chiveado.
Días después, en la capital, me hallé en un mercado de la colonia Bellavista a don José Luis Alvarado Recio, un vendedor ambulante que resultó tener aspiraciones de manicurista y detective privado:
“¿Yo? Les cortaba las uñas y les limaba las uñas a todos los colaboradores. En segundo lugar buscaba a las personas que tuvieran la suficiente capacidad para desempeñarse en los diferentes cargos. Investigaría su modo de vida, su cabalidad, su honradez y hasta sus propios pensamientos, cómo piensan”.
Y cuando le pregunté por las cualidades que debe tener quien ambicione ser el primer jefe del Estado, don José Luis se tiró una arenga que me sonó como a cátedra darwiniana:
“Creo yo que se necesita una especie muy rara, que ya está extinta o está en vías de extinción: una persona con honradez y principios, servicio, porque es un cargo no para lucrar, sino para trascender a través de ese cargo.
Trascender sirviendo a la gente, al pueblo y que la gente sepa que ese gobernador dejó huella, porque nunca hizo nada ilícito”.
Otra mañana en la Casa de la Cultura de Allende, Coahuila, el pueblo de la masacre, les pedí a unas señoras practicantes de zumba que se midieran la banda y sin pensarla dos veces me mandaron a paseo.
“No, no sea que nos vayan a levantar, a desaparecer, a balear, como están las cosas en este pueblo”, dijeron todas a coro y como riendo sin ganas.
Por fin, la instructora de zumba y maestra de educación artística, Flor María Ramírez Escobedo, se animó:
“Pondría atención a los jóvenes. Nuestro municipio pasó por algunas violencias. Yo me imagino que parte de eso fue que los jóvenes no tienen espacios de recreación, lugares para aprender. Si ustedes se van a internet y ponen ‘Allende, Coahuila’, lo primero que les va a salir ahí es la violencia que hubo. Yo por eso optaría por apoyar la cultura, el arte, porque aquí, desgraciadamente, estamos un poquito escasos de cultura, tanto en danza, artes pláticas, música, teatro”.
“Ta bien, me la pongo, pero si me meten a la cárcel, que lo metan a usté también”, atizó doña Armandina Orozco García, campesina de Estanque de Palomas, un ejido candelillero de Cuatro Ciénegas, “que me metan”, le dije y ni modo “me traen cigarros, raza”, como diría “El Piporro”.
Armandina proclamó que si ella fuera gobernadora, uh, ya desde cuando que hubiera reparado los techos de las casas que se llevó la tromba que cayó en el rancho el sábado 13 de mayo.
La tromba estuvo fea, duró como dos horas.
Ahí el que no sabía rezar se enseñó.
“Ahorita simplemente con estos hechos que estamos padeciendo, no nos ha llegado nada. Ya son 15 días y no nos han dado respuesta de que si nos van a llegar los techos, de que si no. Nos traen con puras mentiras”.
El ejido de Armandina es muy pobre y para colmo la cera de candelilla que producen los campesinos de ésta y otras rancherías de Ciénegas bajó su precio de 80 a 65 pesos, así es que ya sabrá cómo la estarán pasando.
¿Todavía espera algo del próximo gobernador?
No esperaría nada, porque desde que tengo uso de razón, de votar, nunca han hecho caso a las peticiones que nosotros hacemos. Siempre se las lleva el viento.
No me lo va a creer, pero en el pueblo de Lamadrid le di vuelta a la plaza, rogando, suplicando, a la gente se pusiera la desgraciada banda.
Nadie quería y a mí que me llevaba el carajo.
“No, mire, vaya más pallá a ver quién quiere. No, yo no. Es una paleta, mi amigo”, me dijo un señor que descansaba, barriga al viento, en una banca.
Yo escuchaba cómo los paseantes murmuraban a mis espaldas, se burlaban de mí.
En la plaza se formó un circo.
Fue horrible, algo demencial, desquiciante, se lo juro.
Si le digo que Dios es grande.
Más allá me topé con Édgar García, un trabajador de la pala y la cuchara, originario de la colonia Occidental de Frontera, la “Occid Colombia”, dijo, chambeando a las afueras del Auditorio Municipal de Lamadrid.
“¿No, pos qué haría? Ser bien machín. Haga de cuenta que si, un suponer, yo fuera gobernador era pa ayudar a toda mi gente, darles mucho trabajo y que haya mucha bendición para toda la familia”.
¿Y por su gremio de albañiles?
“Ah no, pos ayudarlos mucho, que si yo trajera el mando, apoyar a toda la gente y órale, arrimarles material y también arrimarles feria, pa que avienten tramo porque si no, ai dejan la obra tirada”.
Otra tarde, en una cantina del ejido El Dorado, municipio de General Cepeda, muy cerca de Noria de la Sabina, el pueblo donde las autoridades permitieron la instalación de otro basurero tóxico, Agustín Hernández, un ejidatario, exigía a todo pulmón con la banda puesta:
“Yo quiero que retiren ese mugrero de ai. Que se retire. Que quiten esa mierda. No queremos que echen cagada ya ai. Gobernador, el que se ponga, que vaya a la chingada el basurero. Pa acabar temprano y es toño”.
Y es toño, dijo don Agustín y ni hablar.
Como dicen por ai: “los discursos, como los bikinis, entre más cortos mejor”.
“Ni se acerque amigo, no se acerque porque lo trueno”, me gritó un ranchero la mañana que llegué a la plaza principal de San Buenaventura para preguntar quién era el bueno de ponerse la banda tricolor y aventarse el tiro de ser gobernador por unos minutos, unos minutos.
La amenaza de aquel ranchero me había dejado reteescamado, frío, blanco, cenizo del susto.
Bancas más adelante, la suerte me sonrió con don Juan Daniel Álvarez Peña, nativo, criado y radicado en San Buena:
“¿Si yo fuera gobernador? Primeramente ayudaría al sector campesino, miraría hacia el campo para que volviera a surgir, porque está en la ruina, totalmente acabado. Es una vergüenza cómo se encuentran nuestros compañeros campesinos de San Buenaventura, que hace años fue el granero de Coahuila, porque antes se cosechaban grandes cantidades de trigo. Todos esos campesinos no tienen ni seguridad social, no cuentan con un centro de salud ni tienen comunicaciones”.
Me dijo don Juan Daniel y dijo que aquél que aspirara a ser mandatario de un estado como Coahuila debe poseer cualidades de estadista, ser generoso con el pueblo, porque al pueblo se debe, velar por la seguridad, la salud, la educación la cultura y el deporte.
Mmmmmta fácil, pensé.
Y no sé por qué me acordé de lo que me dijo don Raúl Sánchez, un pensionado del municipio de Nadadores, el mediodía a 40 grados que platicamos en la plaza del pueblo, a la sombra de unos árboles que daban mucha sombra.
“¿Un buen gobernador? Que tuviera acercamiento con la gente. No te quiero poner ejemplos ni decirte que te atasques bailando como Moreira, pero yo digo que te arrimes con la gente y la atiendas”.
Raúl había aceptado ponerse la banda sin llorar, y ya entrados en gastos se lanzó contra el tema de la mala atención médica y la falta medicinas en Nadadores.
Dijo que si él fuera gobernador, haría que hubiera medicamento en el Seguro, más clínicas y más personal.
“Los pensionados batallamos mucho, faltan clínicas, nosotros no tenemos clínicas. La clínica que hay siempre está cerrada y no hay médico, no hay enfermera.
En la noche ni hay urgencias. Se hacen las 8:00 que salen los doctores y ya te quedas a la buena de Dios, te despachan pa San Buena, ‘váyase a San Buenaventura, allá lo atienden’, ‘¿pa qué?’, les digo ‘si aquí tenemos clínica y es una clínica familiar’, no, no quieren”.
Después Raúl dijo algo que se parece a las fábulas de Jean de la Fontaine:
“Las calles están pal perro y habría que darles una manota de gato”.
¿Qué les diría a los electores?
“Que razonen su voto, que se den cuanta de quién nos puede defender, porque así nomás por una camiseta y una cachucha no, no es el tiro”.
De paso por Parras, don Lorenzo de la Rosa Saldaña, un extrabajador de la desaparecida fábrica La Estrella, accedió de buen grado a ponerse la banda, y dijo que si él estuviera en los zapatos del próximo gobernador, buscaría la manera de traer empleo a este municipio para que su gente no tuviera que salir a trabajar fuera.
“Traería otra empresa u otras dos, para que la gente no tuviera que salir a Saltillo o a otras partes a trabajar. Trataría de traer más empresas, no de acabarlas”.
“Ah, pero no me pinté”, dijo a la cámara Norma Sosa Ramírez, desde una casa desvalijada en la colonia Altos de Santa Teresa, de Ciudad Acuña, uno de los sectores más golpeados por el memorable tornado de hace dos años.
Norma es una tabasqueña que trabaja como obrera en una maquila de Acuña.
Hace un año que está acá con su esposo y sus cuatro hijos, viviendo en este cascarón de casa de Infonavit que, según se ve, no resistió el azote de la tormenta del 25 de mayo 2015, tormenta que en esta frontera dejó más de una docena de muertos.
¿Qué haría si fuera gobernadora?
“Yo le daría trabajo a todas las personas y pagaría un poquito más mi rol. Y así como le suben a las cosas, las tiendas y todo, también subiría el sueldo de la gente”.
¿Esperaría algo del nuevo mandatario?
“Que no sea mentiroso, que cumpla, que si promete algo que lo cumpla porque ya luego que están sentados, ya que son gobernadores, ni se acuerdan de la gente”.
De locos.
Así como se lo cuento estuvo el cuento con la desairada, la despreciada, banda.
“No me interesa”, me dijo una maestra rural de una primaria del ejido Derramadero, cuando le pedí que se calara la banda delante de sus alumnos, como un ejemplo de civismo.
“Ay, no, es que andamos bien fachosas, ¿no ve?”, se excusaron unas muchachas de chancla y short que chismorreaban a todo vuelo sentadas en una banca de la plaza principal de Múzquiz, Coahuila.
“No, son los colores del PRI”, se escandalizó una doña apenas y le enseñé la banda.
“A ver, póngasela usté”, me desafió otro señor en Guerrero, “me la pongo”, le dije, “¿pero luego le toca a usted?”
El hombre no dijo ni pío, me lanzó una de esas miradas que matan e hizo un ademán que yo interpreté como “veta mucho a la chingada”.
Para volverse loco, le digo.
Nomás figúrese usted a un desquiciado persiguiendo gente en una plaza de pueblo con una banda presidencial en las manos.
¿Quién se la quiere poner?
Era tan surrealista, tan macondiano.
Justo cuando estaba a punto de claudicar, de tirar la toalla, o mejor dicho la banda, de aventarlo todo por la borda, miré en Guerrero, Coahuila, a Juan Antonio Muñoz, 17 años, que venía por el monte jalando por el lazo a un caballo bayo.
Era tarde-noche y el pueblo estaba quieto y mudo, como cuando había mucha delincuencia que la gente no podía salir ni a dar la vuelta, porque donde quiera se daban de balazos y ya levantaban a uno, ya se llevaban a otro.
“Quitaría los policías y pondría unos nuevos e independientes”, me dijo Juan Antonio.
¿Por qué a los policías?
“Porque son muy malvados, no te dejan andar a gusto”.
Después en Guerrero, alguien me contó de los abusos (detenciones arbitrarias, golpes) que comete la policía en contra de la población.
¿Y qué más harías, Juan?
“Haría nuevas escuelas, universidades, para las personas que quieren terminar sus estudios. Y a los que no saben leer ni escribir les pondría maestros de apoyo”.
En Patrocinio, el pueblo donde fueron encontrados miles de fragmentos de restos humanos, conocí a Sergio Francisco Alvarado Rojas, Pancho, un plebe de ocho años.
Que si se ponía la banda, le pregunté, que sí, dijo de volada y se la puso.
“Si yo gobernara, echaría a todos los delincuentes a la cárcel, para que ya no hicieran más delitos”, dijo Pancho, ah, y que traería agua al ejido porque en este lugar no hay agua, y la pipa tarda, uuuuuf, mucho en venir.
“Mejoraría la cancha, el parque y la capilla”.
Mmmmm plantaría más árboles.
Al rato estábamos en Cuatro Ciénegas, en la casa de Griselda Adame Mejía, la hermana de Rigo, el hombre con alma de niño al que quemaron vivo con ácido.
¿Qué digo?
“Discúlpame, pero eso no. ¿Cómo me voy a poner yo una banda? No”.
Padre Pedro Pantoja, asesor de la Casa del Migrante de Saltillo.
¿Qué haría si fuera usted gobernadora?
No sé…
Decía Griselda entre carcajadas nerviosas.
¿Tal vez haría algo por los discapacitados como Rigo su hermano?
Sí, les daría más atención, apoyo económico, atención médica, porque están indefensos. Algunos no tienen ni familia, no tienen dónde vivir.
Antier hizo 10 meses del atentado de Rigo y las autoridades aún no han hecho justicia.
“Yo pondría más vigilancia con policías en este pueblo. Que hagan rondines. Mi hermano todo el día se la pasaba en la calle, ¿a poco la policía no iba a ver cuando lo atacaban? Nunca se dio cuenta la policía, nunca le llamó la atención a las personas que abusaban de él”, dijo Griselda.
Total que no nos fue tan peor con la mentada banda.
La sufrí, la aborrecí y casi lloré, pero, ah, cómo me divertí, oiga…
¿Y usted que haría si fuera gobernador?