Matlachín, al sonido del tambor y la sonaja

Un repaso histórico de estos danzantes, explica su naturaleza, simbolismo y pasión
Colorido. Las reuniones y danzas de grupos de matlachines, que toman las calles en fechas señaladas; son toda una experiencia visual. Fotos: Vanguardia/Orlando Sifuentes
Con pisadas fuertes y firmes, saltos que los suspenden en el aire por microsegundos; faldillas que con sus cascabeles y carrizos acompañan al sonido del tambor de cuero que retumba en el espacio en círculos, el grupo de matlachines danza en honor al santo patrono de la ciudad, colonia o familia.
 
Es así como la danza de matlachines pone en contacto a la ciudad con parte de su origen tlaxcalteca, a través de esta expresión cultural, folclórica y religiosa que forma parte indiscutible de la identidad de Saltillo, y la cual el pasado 27 de septiembre fue nombrada patrimonio inmaterial e intangible de la ciudad por el Gobierno Municipal.
HISTORIA Y EVOLUCIÓN DEL SINGULAR VESTUARIO
 
Según el historiador Carlos Recio en su origen la danza de los matachines eran danzas guerreras, sin embargo llegan a Saltillo con un fin religioso, precisamente con la llegada de los tlaxcaltecas hacia 1591 prevaleciendo en las fiestas religiosas.
 
Una de las características típicas de esta tradición es el vestuario que sus integrantes portan, y el cual con el paso de los años ha evolucionado, ya sea por la modernización que ha llegado hasta esta expresión religiosa, o simplemente por el poder adquisitivo de cada grupo de danzantes.
 
“Su vestuario se conforma por un tocado que se pone en la cabeza, originalmente era sencillo, como una corona de plumas. Las plumas en la cultura de los aztecas y en todas las zonas norteamericanas eran casi tan ricas como el oro, llevaban todo tipo de colores, desde el quetzal, el color verde, las palomas, todo tipo de aves” señala Recio.
 
Pero es hacia los años setentas existen testimonios fotográficos en donde se ve que el penacho cubre la cabeza y es mucho más largo, agregando también algunos espejos que representan el solo y la luna, imágenes astrales.
Antes los tambores eran de cuero, más rústicos y ahora son como los tambores de los conjuntos”
Carlos Recio Dávila. historiador.
EL HÁBITO SÍ  HACE AL MATLACHÍN
 
Al vestuario también le componían una camisa que tiende a ser de colores vivos, que puede ser amarillo o rosa. Encima de ella llevaban también un chaquetín negro bordado a lentejuelas que se hacía a mano. Después un pantalón y sobre una faldilla larga que tapaba la parte posterior de las piernas. Normalmente esa faldilla de tela oscura o color neutro, estaba adornada con bolitas de estambre o cascabeles con el fin de hacer algo de ruido al bailar.
 
En esa parte adornaban también varitas de caña de carrizo, que con el paso de los años se cambió por popotillo de plástico, a causa de que en los años ochenta comenzó a escasear el carrizo en los arroyos, actualmente se utiliza el popote.
 
Los calcetones gruesos y los huaraches que son otro complemento que no puede faltar, este último con suela de lámina para hacer ruido al danzar. Como instrumento de percusión por supuesto destaca el arco y una especie de huaje.
Pérez Zedillo es un saltillense entregado al vistoso baile religioso.
RITMO Y ARMONÍA
 
Respecto a los instrumentos musicales, el también académico Carlos Recio Dávila, afirma que son el tambor y el violín los que persisten con el paso de los años.
 
“Antes los tambores eran de cuero, más rústicos y ahora son como los tambores de los conjuntos. Si se ha modernizado y todo, el viejo de la danza a veces trae máscaras y antes el uniforme del viejo de la danza eran solamente trapos y una máscara de cuero y ahora usan de plástico y trae una muñeca de trapo. Yo pienso que lo que ha cambiado es eso, el plástico y los huaraches no eran de llanta pero son muy incómodos, de hecho yo he visto que se les rompe de tanto bailar durante el día”, expresa Recio Dávila.

EVOLUCIÓN DEL VESTUARIO

ORIGEN Y DESTINO

 
Originalmente llevaban un tocado sencillo como una corona de plumas. A partir de los setentas se
convierte en un penacho que cubre la cabeza y es más largo
 
Camisa en tonos vivos, que varían entre el rosa, azul, amarillo o rojo
 
Chaquetín negro bordado con lentejuelas y elaborado  a mano.
 
Pantalón en tonos oscuros y encima una faldilla larga en color neutro adornada con bolitas de estambre o cascabeles.
 
Calcetones gruesos, huaraches que eran de suela de llanta de carro y ahora son de suela de lamina para hacer más ruido al danzar.
 
En la faldilla llevaban varitas de caña de carrizo que actualmente fue reemplazado por popotillo de plástico.
Más de 30 años en la danza
 
Luis Alberto Pérez Zedillo es originario de Saltillo y tiene más de treinta años como matachín. A sus años don Luis era integrante de una danza en la colonia Landín, sin embargo con el paso de los años le fue cedido el grupo que actualmente dirige y que está compuesto por 22 integrantes.
 
“Empecé a los seis años con el señor Juan Silva, un señor de Landín, actualmente tengo 46 años. Anteriormente yo era integrante de la danza pero ahorita por razones del señor que la tenía antes me cedió esta danza”.
 
Según comparte don Luis, la danza le ha traído muchas satisfacciones, y es un gusto que guarda con arraigo y devoción desde que era pequeño. Sin embargo, reconoce que hasta por la pasión más grande, debe buscar obtener alguna remuneración económica sobre todo cuando te enfrentas a los altos costos que tienen en el mercado los principales materiales con los que arma de su propia bolsa el vestuario de sus 22 matlachines.
“Este penacho me lo dan en mil 300, para vestir a 22 y lo compro en Monterrey, está compuesta de pluma de maragu, tiene también pluma de pavo. Este penacho va variando el precio, va desde 700 hasta 800, pero son más chiquitos, el de 700 llega aquí pero no esponjan lo mismo. Si los sé hacer pero esta pluma es un poco difícil de conseguir aparte el kilo de pluma anda alrededor de 2 mil 500”.
 
Don Luis comenta que con un kilo de pluma le alcanza apenas para cuatro penachos, sin contar las horas de trabajo y paciencia que se necesitan para La elaboración de uno solo, el cual le toma de cuatro días a una semana.
Objetivo. Vestirse y bailar, y al hacerlo que el sonido cautive.
UNA TRADICIÓN QUE CUESTA
 
Como dueño de su propia danza, además de conseguirles peregrinaciones y festividades a la cual acudir, Don Luis les tiene que costear los trajes.
 
Tan solo en los 22 penachos invirtió 24 mil pesos en puros penachos. En los huaraches gasta de 400 a 500 pesos por la plantilla, por las correas y por la lámina, la tapa.

“La nahuilla se compone; la que yo traigo ahorita es de cascabel con popote tipo carrizo, el adorno, la tela y la pajuela, y abajo en lugar de meterle motitas le meto cascabel para generar ruido, que por lo regular es lo que hacemos nosotros, y por medio del ruido dar gracias a los milagros que nos han favorecido”.

Empecé a los seis años con el señor Juan Silva, un señor de Landín, actualmente tengo 46 años
Luis Alberto Pérez Zedillo, matlachín.

Pese a ello, don Luis Pérez continúa danzando en las calles de la ciudad, disfrutando del bullicio de los espectadores que son testigos de sus pasos e indumentaria en las matlachinadas y festividades patronales, pues son esos aplausos y la sorpresa que causan en los más pequeños al bailar, lo que los llena de energía para continuar poniendo en alto el nombre de Saltillo.