La lucha diaria contra la muerte: Los guerreros que enfrentan la pandemia

Con una voluntad de acero, la doctora Alejandra Moncada lidera el equipo que enfrenta los estragos de la contingencia en la clínica 1 del IMSS, donde todos los días encara a la muerte a causa del virus
La piel de quienes enfrentan la pandemia ya está reseca; se bañan 3 veces al día. Fotos: JESÚS PEÑA/CORTESÍA

Por Jesús Peña

Fotos de Jesús Peña y Cortesía

 

¿Puede bajar esas escaleras, por favor?, no me haga subirlas, estoy cansada”, decía el mensaje que me envío por WhatsApp la doctora, aquella tarde que fui a buscarla al hospital 1 del IMSS para platicar.

Y pensé que tenía razón: nueve meses ya de estar luchando en la primera línea de batalla contra el COVID -19, no eran para menos.

Yo llevaba una hora recargado sobre un muro de piedra afuera del estacionamiento del sanatorio, esperando.

“Voy saliendo del área. Está la regadera ocupada. Yo creo salgo como a las 2:20 p.m.”, me había dicho la doctora.

Más tarde me enteraría que la doctora Alejandra Carolina Moncada López, la neumóloga líder de equipo COVID-19, turno matutino, de este nosocomio, se ducha tres veces al día:

Cuando se levanta, que sale de su casa para ir al trabajo, cuando acaba su turno en el covidario y al regresar a su hogar.

La doctora Moncada me mostró sus antebrazos y dijo que esta rutina la tiene a ella, y a sus compañeros del área COVID, con la piel reseca y bien partida, de estarse bañe y bañe…

“Nuestra piel ya no aguanta la resequedad”.

La doctora llega a casa y se mete a bañar, hasta entonces puede acariciar, abrazar, a su nene y recargarse en el hombro de su esposo ingeniero para descansar del cansancio físico y emocional que día con día le deja esta guerra.

“Mi esposo ha sido mi mayor apoyo, él ha sido mi ancla, mi luz, me ha tenido la paciencia del mundo. Cuando yo siento que ya no puedo más, me recargo en él y él me levanta… Me ha cuidado, me ha apoyado y me ha respaldado al 1000 por ciento… Y le estoy muy agradecida…”, me diría más tarde la neumóloga. 

A las 2:24, la doctora volvió a escribirme “Toy dando informes por teléfono”.

La doctora además de hacer todo lo que hace por los enfermos en el área COVID, da informes a los familiares sobre el estado de los pacientes: cómo van, lo que se les practicó hoy y muchas veces la doctora Moncada ha sido heraldo de la muerte. 

“Salgo en unos minutos, voy a entregar turno”, mensajeó la doctora a las 2 con 32.

Era la hora del cambio de turno en la 1 del IMSS.

Personas vestidas de blanco entrando y saliendo del sanatorio.

Bajé entonces por las escaleras como me había pedido la doctora y me senté en una banca de una como plazoleta con bancas que hay al final de las gradas, rumbo al antiguo departamento de emergencias de la clínica.

Apenas me acomodé en la banca, vi a lo cerca a alguien que me hacía señas con la mano y me llamaba por mi apellido, era la doctora.

Tenía puesto su uniforme guindo hospital y en su rostro las marcas de la fatiga.

“Empezaré diciendo que seguimos con las camas llenas, apenas se vacía una y ya se está ocupando. En Urgencias siempre hay pacientes que están esperando por una cama”, se desahogó la doctora.

Y a mí vinieron las escenas de la multitud de gente, los mares de gente, que había visto la víspera inundando las calles del centro.

Ancianos, embarazadas, mamás con sus niños de carriola, muchachos, de todo, en aquel tsunami humano.  

El mundo volcado en las compras prenavideñas.

“Y estamos viendo que los pacientes que están ingresando ahorita son pacientes jóvenes. Pacientes que se han contagiado no sabemos si en eventos sociales o en su trabajo y son pacientes que vienen con una afección muy severa”, dijo la neumóloga.

Yo que desde que empezó la pandemia creía que el coronavirus era una enfermedad de viejos, hasta que supe de personas, 30–40 años, cercanas a mi familia, que han muerto de COVID-19.

Todas trabajadoras.

Todas productivas.

Y los jóvenes de rumba.

La clínica 1 del IMSS tiene un área exclusiva para recibir a pacientes que tienen COVID.

“Cuando vienen con una neumonía muy fea es necesario intubarlos para conectarlos al ventilador y que el ventilador haga el trabajo del pulmón, en lo que el pulmón se recupera”.

Y cuando me imaginé a mí mismo recostado en una cama de hospital con un tubo de nueve milímetros de ancho y 25 centímetros de largo, metido por la boca hasta la garganta, me dio pavor y estuve al borde de un ataque de histeria. 

“Es un medio de soporte de vida, no es una garantía. La mortalidad de los pacientes que se intuban es del 80 por ciento, pero la mortalidad es del 100 por ciento en los pacientes que no se intuban.

“Como son muchos pacientes batallamos con los ventiladores porque no hay o les faltan piezas, circuitos. Tenemos que ver a quién se lo ponemos, a quién aguantamos tantito, a quién ‘cámbiale la mascarilla’. Sí está complicada la situación”, narró la doctora.

Algunos enfermos logran salvarse, pero son contados, la mayoría acaban falleciendo, dijo la doctora Moncada.

Y cuando dijo que al área COVID la muerte va todos los días a pasar visita, yo sentí que una cosa fría me corrió por la espalda.

Y la gente de paseo en las calles, sin tener nada esencial qué hacer.

NO HAY MEDICAMENTOS

“Aparte, a nivel nacional estamos teniendo un déficit de medicamentos -continuó la doctora-, medicamentos para sedación. Todo paciente intubado, necesita estar profundamente dormido. Como no hay medicamentos a veces están despiertos y eso no está padre ni para ellos ni para nosotros. Es muy incómodo tenerlos despiertos con la sensación del tubo en la garganta, inestables. Y no podemos hacer nada más que aumentar las dosis de los poquitos medicamentos que tenemos, pero esto trae efectos secundarios”. 

No es sólo en el IMSS, - aclaró la doctora Moncada-, también en los sanatorios privados que falta medicamento para sedación y eso hace más difícil, complicada, la vida para los pacientes y el personal que atiende los covidarios.

Al menos de manera virtual, los pacientes pueden comunicarse con sus familiares. JESÚS PEÑA/CORTESÍA

Y todavía la gente que no cree en la existencia del coronavirus. 

Y los familiares que se molestan porque a sus pacientes los tienen aislados.

“Hay que entender que es una enfermedad viral muy contagiosa y no hay visitas”.

Desde hace dos semanas que al covidario se introdujo lo de las videollamadas.

EN CONTACTO VIRTUAL CON SU FAMILIA

Todos los días las trabajadoras sociales del Hospital 1 entran con una tableta, números de celular en mano, y ponen cara a cara en una pantalla a los enfermos de COVID-19 con sus familiares. 

“Eso les permite a los familiares estar en contacto con los pacientes. Entendemos que es mucha la ansiedad, el paciente está solito, aislado, ven al de al lado que está grave, luego ven que pasa el cuerpo de otro que se murió, ven otro que llega, eso les da ansiedad, más el encierro, más el saber que es COVID-19, como que eso los abruma”. 

La morgue del nosocomio, dijo la doctora Moncada, es muy pequeña y a veces no se da abasto.

Se juntan los cadáveres, en su bolsa, esperando a que la carroza los lleve, sin escalas, directo al crematorio.

“No estábamos preparados para una pandemia de esta magnitud ni para ver tantas defunciones…”, dijo la neumóloga.

La imagen que más me quedó de aquella conversación con la doctora Moncada, es la de las bolsas negras, aislantes e impermeables, con los cadáveres COVID dentro, en un pasillo, afuera de covidario, inflándose por efecto de la descomposición de los cuerpos, cuando hace calor.

La doctora me dijo que tanto ella como sus compañeros del covidario ya están cansados, fastidiados, hartos, malhumorados, desesperados de esta guerra, de la rutina.

“Los sacan a un pasillito porque la cama ya hay que dársela a otro, entonces andamos pase y pase todos por el pasillito y ahí está la bolsa…”, contó la doctora con la voz quebradiza.

En una entrevista anterior, la doctora Moncada me había dicho que en su carrera de neumóloga jamás había visto morir a tanta gente.

“Cada paciente que se nos muere es una batalla que perdemos y tenemos que luchar porque no nos afecte, por tratar de no desgastarnos pensando en eso. Es difícil porque sabemos que el que está en esa bolsa era el papá de alguien, era la esposa de alguien, era la abuelita de alguien…”.

-¿Ha llorado?

-Ah sí, claro que he llorado, a veces lloro cuando vengo manejando, a veces lloro cuando voy a mi casa porque no quiero llevarme a la casa todo lo que estamos viviendo aquí. Es muy difícil lidiar con la muerte a diario, lidiar con las familias, los informes telefónicos a diario y llegar a tu casa y poner buena cara, estar como si nada.

-¿A cuántos vio morir hoy en su área doctora?

-En el turno murió uno, pero normalmente son uno o dos, no hay día que no muera alguien… Ya estamos tan acostumbrados a trabajar junto a la muerte…

Y la gente pensando que el COVID-19 es una conspiración, un complot, una invención.  

A los que peor les va, -dijo la doctora-, es a los obesos y a los diabéticos mal controlados.

“Algo que se puede prevenir, como la obesidad, con un buen estilo de vida, o como la diabetes, con buen tratamiento y una dieta… Llegan con glucosas de 600, 700… Algo de muy mal pronóstico, ya sabemos que a ese paciente no le va a ir bien. Eso no nos ayuda, la gente no se está cuidando, no hacen su dieta, no toman su medicamento, la glucosa por las nubes cuando llegan aquí y cuando la glucosa sube, las defensas bajan, son presa de una neumonía severa, nomás por traer el azúcar alto…”.

Sin contar el tabaquismo, la presión alta.

“Seguimos con la obesidad, pacientes muy jóvenes, muy obesos, que batallamos hasta para moverlos, no podemos hacerles tacs porque nuestro equipo no soporta más de 130 kilos y son pacientes de 140–160, que no se les puede hacer el estudio, entonces con pura radiografía”.

Y los antros abiertos y llenos…

Y otra vez la gente abarrotando las banquetas del centro.

-No se puede ni caminar doctora

-No, está lleno…

-¿De eso va a haber consecuencia?

-Más ahora con las compras navideñas. Si sin fiestas la gente hace reuniones, ahora con las fiestas decembrinas esperamos un repunte que no sé dónde los van a poner porque aquí ya no caben…

La doctora me dijo que tanto ella como sus compañeros del covidario ya están cansados, fastidiados, hartos, malhumorados, desesperados de esta guerra, de la rutina…

“El equipo de protección es muy duro, todos los días, póntelo, quítatelo, póntelo, quítatelo. Los goggles nos aprietan, el gorro nos aprieta… Estarlo usando dese abril, ya es diciembre, ¡ya!.

“Hacemos lo que nos toca hacer y lo hacemos con gusto y es un honor estar en la primera línea, luchando, pero la parte que le toca a la sociedad, tristemente, vemos que no lo está cumpliendo”.

Y la gente que no piensa en los camilleros, en los radiólogos, en las de trabajo social, en los intendentes, en las enfermeras, en los enfermeros que se juegan la vida todos los días.

“Piensan en sí mismos y sus familiares son los que están pagando las consecuencias”.

Varios de sus compañeros ya se han contagiado.

“Afortunadamente nadie ha muerto, yo no me he enfermado, gracias a Dios, pero seguimos con el miedo, desde el primer día, de llevarnos el virus a la casa…”.