El valor de las ideas
TEXTO: MARCELINO DUEÑEZ
¿Por qué es tan difícil publicar un libro?, ¿por qué es tan difícil escribir? Mi teoría es que actualmente se menosprecian las ideas, el conocimiento nos avergüenza y son muy pocos los esfuerzos para intentar revertir esto.
Para empezar me presento, soy Marcelino Dueñez Hernández, tengo 31 años, soy el mayor de tres hijos y estudié Ciencias de la Comunicación. Durante 10 años trabajé como periodista en secciones como nota roja, locales, gastronomía, arquitectura, cultura, moda y estilo de vida. He dado clases de Literatura, Redacción, Filosofía y Metodología en preparatoria. Como la mitad de mi generación tengo déficit de atención, dislexia y depresión. Actualmente estoy desempleado y en este punto es donde quiero iniciar.
Tengo aproximadamente tres meses buscando trabajo y a pesar de tener una carrera universitaria y experiencia profesional, no puedo encontrar un empleo adecuado. Me dio tristeza ver que en Torreón ofrecían un puesto como reportero con un sueldo de 3 mil 500 pesos mensuales, mientras en Saltillo el Club Campestre ofrecía una vacante como lavador de carritos de golf con un sueldo de 6 mil 900 pesos.
¿A qué voy con esto? A que en Coahuila no se valoran las ideas, se valora la fuerza laboral y las ideas que contribuyan a su explotación. Tampoco quiero menospreciarlos, mi hermano, a quien quiero muchísimo, es ingeniero y muy bueno. Pero, ¿por qué subestimar el trabajo intelectual, el que busca el crecimiento humano, personal? ¿Por qué las ideas de una persona que estudió la habilidad que ha permitido sobrevivir a la especie humana no son bien pagadas?
Estoy seguro que la mayoría de los que cursaron una licenciatura pueden sentirse identificados, principalmente las carreras de humanidades (Letras, Psicología, Artes, Mercadotecnia), incluso las administrativas.
¿Esto quiere decir que nos estamos deshumanizando? ¿Las carreras que estudian los procesos básicos de la mente humana están condenadas a desaparecer? “¿A dónde vamos a parar?”, inquiriría Marco Antonio Solís.
Es difícil dedicarse a escribir porque la persona que decida seguir este camino tendrá que lidiar con otros 20 mil obstáculos. El maestro Jesús de León siempre nos dice: enciérrate en tu casa, apaga el teléfono, desconecta el módem, aíslate y ponte a trabajar. ¡Claro! Es lo ideal para concentrarnos y sobre todo para una generación tan dispersa como la nuestra.
Pero, ¿cómo puedes hacer esto si te tienes que preocupar por pagar la renta, los servicios, comprar comida? Si no se tiene un respaldo económico es muy difícil poder concentrarte para sacar algo decente de tu cabeza.
La mayoría de quienes se dedican de lleno a la literatura tienen que andar cazando becas para que su trabajo pueda ser bien remunerado y al no ser seleccionado, el trabajo de los creadores se desperdicia, cosa que no pasa en otras profesiones. Por ejemplo: los concursos de artes que ofrecen como único premio la adquisición o publicación de la obra. Es como si yo voy a probar todos los platillos de los restaurantes de Saltillo y les digo que solo le voy a pagar al que más me guste. O que un ingeniero tenga que estar al pendiente de cuándo salen las convocatorias para que le puedan pagar sus proyectos. Situación que sí sufren los arquitectos.
No tengo idea de cómo ocurrió esto. Por soltar algo podría decir que un síntoma se encuentra en las películas de acción ochenteras donde se encumbra a personajes por sus habilidades físicas (“Conan”, “Rambo”, “Terminator”...). Otro punto podrían ser los personajes de series para adolescentes en los que la persona que se dedica a estudiar es el marginado, el ñoño, el teto.
Pareciera que el conocimiento nos da pena. Si estás en una reunión en la que están chismeando, hablando de memes, de los videos de gatitos, no vas a querer empezar una plática sobre la banalidad en el arte contemporáneo. Son temas que solo se discuten en ciertos círculos. La riqueza de poder debatir sobre cualquier tema con gente interesada y cultivada es invaluable; que las ideas salgan, reboten en otras mentes y se enriquezcan.
Me atrevería a decir que el primer gran síntoma en la actualidad se manifiesta en la formación básica al notar el poco valor que se da a la cultura en el plan de estudios.
Durante mi experiencia como maestro me pude dar cuenta que muy pocos alumnos conocían piezas del arte universal como la “Mona Lisa”, el “David”, “Los Girasoles”. Ni hablar de música clásica y mucho menos literatura. Para la mayoría, Vargas Llosa les sonaba como albur. Y si uno de pocos sabía algo de arte, no respondía por vergüenza.
Al llegar a la universidad, muchos no conocen ni lo elemental de las bellas artes y como maestros nos lavamos las manos diciendo que es algo que tuvieron que ver mínimo en secundaria y nos enfocamos en el programa, cumplimos la clase de 45 minutos y se acabó.
¿Con este panorama creen que una familia va a apoyar al hijo que decidió convertirse en escritor?
No soy heterosexual, pero nunca he sufrido discriminación ni nada por el estilo. Lo comento porque sé que hay familias que reaccionan mal; cada vez son menos los que pasan por esto, pero sigue sucediendo. La mayoría piensan que es una vida muy difícil y ningún padre quiere ver que su hijo sufra. Lo relaciono porque siento que los nuevos closets son las carreras de humanidades. Al rato un estudiante va a sufrir pensando cómo les va a decir a sus papás que quiere ser artista: “Mamá, papá, yo sé que no les va a gustar, pero quiero seguir mi corazón y vivir mi vida a mi manera, soltarme el cabello y ser escritor”. ¡Pobres padres! Ahí sí tendrían razón en mandarlos con el cura, chamán o psicólogo a ver si los pueden convencer de cambiar su estilo de vida.
¿Qué hacemos? Para poder ser escritor, tengo que tener lectores; para ser lector tengo que apreciar la literatura; para apreciar la literatura se tiene que valorar la vida y una forma de hacerlo es a través de las bellas artes.
Qué tal si así como hay concursos de matemáticas los hubiera de conocimientos generales de cultura. En esos momentos sí aplican los concursos, porque estás ofreciendo un impulso para que se esfuercen en ampliar su conocimiento, no en ganarse la renta del mes.
Qué tal si empezamos a hablar de Filosofía relacionándola con cosas actuales; decir que el plan que creó el Profesor de la Casa de Papel es un plan utópico y hablar del término. Hablar de las similitudes de Batman con Hades, dios del inframundo. Podríamos relacionar el Mito de la Caverna con “The Room” y hablar de los principios platónicos del amor relacionándolos con “Bajo la Misma Estrella”. Que la gente no consuma cultura clásica no quiere decir que no lo haga; las personas consumen cultura: escuchan música, ven cine, leen.
Pero la desconexión con sus orígenes no nos deja analizar los mensajes que estamos consumiendo. Aquí la tarea es de las personas preparadas, que no digan: “¡Qué oso escuchar a Maluma!”. Lo acepto, soy fan, me entretiene y si bien la cultura nació como eso, como entretenimiento, al desarrollarse se convirtió en una forma lúdica de estimular el conocimiento, de hacernos pensar; es la famosa catarsis, cuando la gente capta el mensaje y se lo apropia sacando conclusiones que lo relacionen con su vida.
Esto es un proceso básico de comunicación provocado por un producto cultural. La persona que dijo: “Cierto, tengo que dejar mi trabajo porque me está convirtiendo en insecto”; el que dijo: “No me importa que me llamen loco”, para demostrar lo mucho que quería a su Dulcinea; el que se dio cuenta de que el silencio cultural de su ciudad es aterrador como el de Luvina.
¿Será que la cultura despierta cabezas y ahorita no es momento para mentes activas? Mi propuesta es, para nosotros que ya estamos grandecitos, si ya sabemos algunos temas de cultura y literatura, vamos rellenando los huecos que falten, para después compartir ese conocimiento, tal vez en un libro.
Hay que convertirnos en promotores culturales pero no para imponer ideas, sino para abrir mentes y sacar nuestras propias conclusiones.
Por otro lado -tal vez me voy a poner muy bíblico, pero no deja de ser una referencia literaria-, se enseña a pescar con una idea y se predica con una acción, si esa acción nació de un proceso intelectual, del razonamiento sobre las diferencias entre echar un anzuelo solo o con carnada, lanzarlo cerca de la orilla o justo en medio. De un procedimiento empírico. El mundo intelectual y el empírico son parte de lo mismo y deben ser valorados de igual manera. Si queremos un mundo en el que las personas trabajen para ganarse la vida y no se la pasen intentando sobrevivir a la explotación, ayudemos a pensar. Valoremos las ideas para crear un campo fértil para la literatura.