El padre Secondo (†), un santo que bajó del cielo a Saltillo

Llegó a Saltillo hace 78 años y cuentan que además de hacer milagros, fundó el asilo El Ropero del Pobre, una semilla que hoy, después de 50 años, sigue dando frutos

Por: Jesús Peña
Fotos: Roberto Armocida
Edición: Kowanin Silva
Diseño: Edgar de la Garza

 
Tanta era la devoción que el padre Secondo ponía a la hora de Consagrar, que se elevaba, flotaba, se levantaba, así, del suelo, suspendido en el aire, como un alma que asciende de la tierra al cielo y regresa.

Éste no sería el único prodigio, maravilla, portento que en su paso, efímero, pero memorable, por esta ciudad, haría el padre Secondo.

Éste y muchos otros milagros obraría en aquel Saltillo insólito de los años cuarenta, cuando la gente, de aquel tiempo, tenía fe y creía en los milagros, en los miagros.

Que era un santo, se decían unos a otros los de la villa, un santo, ni más ni menos, como un veredicto, una sentencia, una resolución unánime e inapelable, irreductible, irrevocable.

El padre Secondo había arribado a Saltillo, al Templo de San Juan Nepomuceno, que en ese tiempo era atendido por sacerdotes de la orden Jesuita, en 1938, no me pregunte de dónde, cómo ni por qué.

Eso solamente Dios y los santos lo saben. 

Lo cierto es que muy poco queda ya de sus memorias, a no ser por un vejo folleto datado el 10 de diciembre de 1950, y firmado por un señor Melchor Lobo Arizpe, en el que se lee que el padre Héctor Secondo nació en Turín, Italia un 15 de diciembre de 1880.

Nacía un santo, un santo como pocos hay en el mundo. Al menos es lo que dicen sus devotos.

El ropero del pobre. Asilo situado a una cuadra de Templo de San Juan Nepomuceno, en las antiguas instalaciones del Colegio Zaragoza.

La gente se había quedado perpleja, atónita, boquiabierta cada vez que miraba al padre Secondo  levitar al momento de elevar la hostia y el cáliz “(....) porque éste es mi cuerpo que será entregado por vosotros (…), porque éste es el cáliz de mi sangre (…)”.

“Se decían muchas cosas de él, algunas gentes contaban que lo veían elevarse, yo no vi nunca nada de eso eh. Pero mucha gente decía que sí, como que se levantaba así del suelo, a mí no me consta”.

Doña Marina Rodríguez de Lobo, 88 lúcidos años, señora finísima, eterna feligrés del Templo de San Juan Nepomuceno, lo conoció bien.

Se decían muchas cosas de él, dice doña Marina.

Y se decía que cuando el padre Secondo era un crío su madre Octavia Bori, lo llevó con San Juan Bosco para que lo bendijera.

Apenas lo vio el santo aquel, lo atrajo hacía sí e imponiéndole las manos sobre la cabeza le dijo esta profecía:

“Quiero decirte algo: tú eres muy buen niño, muy buen muchacho, tienes muy clara inteligencia y tienes mucho fervor místico. Vas a ser sacerdote y vas a ir a un país muy lejano, en América, y harás muchas obras y milagros".

Un milagro. La tarde del 18 de marzo de 1944 el padre Secondo, junto con un séquito de mujeres de la Congregación de Hijas de María, se salvaban de morir aplastados bajo la cúpula de la iglesia de San Juan que, esto no estaba profetizado, se derrumbó con un estruendo que sacudió a las 49 mil 430 almas que, según el INEGI, poblaban entonces la antigua villa.

En abril de 1942...El padre Secondo, junto con un grupo de 12 mujeres, al mando de la señora Rosario García Narro de López, fundaron el “Ropero de Pobre”.

“Yo temí por la vida del padre Secondo y también temí por la vida de la hermana menor de mi papá, la tía Conchita, que era mi tía favorita y yo su sobrino favorito.

“Me alarmé tanto que empecé a llorar y me preguntó, me acuerdo muy bien, la sirvienta, ‘¿qué le pasa?’ y dije ‘oí un ruido muy grande y andan diciendo que se cayó San Juan y ahí estaba el padre Secondo y mi tía Conchita’”.

Jorge Fuentes Aguirre, médico, historiador, experto en asistencia humanística y espiritual de los enfermos y sus familiares, era un chiquillo y estaba en la casa familiar cuando escuchó el estrépito.

Jorge, que era discípulo ferviente del Padre Secondo, se conmovió.   

Una hora después llegó a casa de sus abuelos y lo primera que miró fue a su tía Conchita.   
Que no estuviera triste, lo consoló, que ella estaba viva, que había sido un milagro del Padre Secondo, un milagro.

¿Cómo? La tarde aquella, a las 3:00, las señoras de la Congregación de Hijas de María se hallaban reunidas con el padre Secondo en le nave central, bajo la cúpula de la iglesia, cuando entró una viejecita pidiendo hablar de urgencia con el sacerdote. 

Que su esposo, también un ancianito, se estaba muriendo y quería que el cura fuera a darle la extrema unción.

Secondo interrumpió la junta y citó a las mujeres para otra fecha.

La casa de todos. Además de ser albergue, repartía ropa, alimentos y medicinas, a niños desamparados, madres solteras, campesinos migrantes, obreros y ancianos abandonados.

No bien había caminado una cuadra el clérigo con las señoras y la viejecita, cuando la cúpula se desplomó con sonido seco ¡bom!

“Si hemos estado ahí, nos mata a todas”, contó a Jorge la tía Conchita.

Había sido un milagro del padre Secondo.

Aquel prodigio le quedó tan grabado a Jorge que años después pasaría a la posteridad en su libro “Saltillo Insólito. Cien años de sucesos extraordinarios 1900 – 2000”, con el título de “El Milagro de una Cúpula”.

“Un santo, una persona que merece estar en los altares. Así era el padre Héctor Secondo”, dice Jorge.

Muchas se decían cosas de él como que en cierta ocasión que el padre Secondo daba la comunión a los fieles, se acabaron las hostias del cáliz y entonces ocurrió un hecho extraordinario: el copón volvió a llenarse milagrosamente y el sacerdote siguió impartiendo el sacramento a sus católicos.

El padre Secondo había obrado el milagro de la multiplicación de las hostias.

Y el entonces obispo don Jesús María Echavarría y Aguirre, había corroborado el milagro.

Se cumplía así el vaticinio de San Juan Bosco: “harás milagros”.

De la infancia del padre Secondo en Italia hay poco, se podría decir que nada.

Sólo que fue bautizado en la Parroquia de San Máximo días después de su nacimiento y confirmado en Turín a los siete años.

Es todo.

“Tenemos muy poca información sobre el personaje de su interés. En breve le haremos llegar más datos.  Le pido, por favor, que de ser posible nos envíe una copia del material que usted genere, pues nos ayudaría mucho para completar el expediente del P. Secondo. Muchas gracias.

Saludos”, contestaría por mail Leticia Ruiz, la coordinadora del Archivo Histórico de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, en la Ciudad de México.

Y yo pienso que la vida del padre Secondo es como una película que se hubiera borrado a media película.

Como páginas abruptamente arrancadas de su biografía.

Como un rompecabezas al que le faltaran partes.

Un santo que pasa por la tierra sin dejar rastro.

El padre Secondo fue bendecido de crío por San Juan Bosco, quien profetizó su misión de venir a México y ser hacerdor de milagros.
Yo creo que el padre Secondo se conmovía al verme tan debilucho. Era una cosa que a mi madre le llamaba mucho atención. Le decía yo ‘me tienes que dar esto porque me lo puso de penitencia el padre Secondo’, y se reía mi madre y cumplía la penitencia. Yo creo que el padre tenía la esperanza que yo embarneciera un poquito con esa dieta diaria que tenía que cumplir como penitencia por mis pecados”
Armando Fuentes Aguirre "Catón", cronista

Sería porque el padre Secondo “rara vez hablaba de sí mismo”, leo en el folleto de Melchor Lobo Arizpe, publicado en diciembre de 1950, a propósito del primer aniversario de la muerte del cura italiano.

El padre Secondo murió hace unos 68 años.

Cosas muchas se decían de él, recuerdo que me contó doña Marina Rodríguez de Lobo.

El encuentro venturoso del sacerdote con Don Bosco, le había calado hondo.

Siendo muchacho el padre Secondo se enroló en la Compañía de Jesús.

Se hizo Jesuita.

Entró en el noviciado de Gandia, España, el 20 de noviembre de 1897.

Dos años después, hizo en Veruela, sus primeros votos.

Esta fue la semilla que más tarde germinó en lo que hoy se conoce como Asilo de Ancianos “Ropero del Pobre”

Más tarde vino a México, se cumplía la predicción de San Juan Bosco “vas a ir a un país muy lejano”, y prestó servicio en la Casa de Población de San Simón, durante dos años, y en el colegio que en Puebla tenían los Jesuitas, por cuatro años más.

Enseñó latín, griego, castellano, humanidades, historia, economía  política, entre otros saberes de su vasta cultura.

Hasta que, tras su retorno a Europa, fue ordenado en Hastings, Inglaterra, el 25 de agosto de 1913.     

Se cumplía otra vez el anuncio de Don Bosco, “vas a ser sacerdote”.

Los que le conocieron dicen del padre Secondo que era un señor de unos 60 años, estatura mediana ni muy bajito ni extremadamente elevado, algo corpulento, eso sí, cargado de espaldas, blanco de tez, sonrisa fácil, carirredondo, el cabello encanecido y que caminaba lento, usaba antiparras y tenía una voz tenue, apagada, apenas audible, casi como un murmullo.

Los fieles de aquellos años cuentan que por los daños que le causaron a sus cuerdas vocales los gases tóxicos que aspiró en las trincheras allá, cuando fue capellán militar, con el grado de teniente, en la Primera Guerra Mundial de 1914 a 1918.

Y yo no puedo imaginarme al padre Secondo, un santo milagroso, en una guerra de nada.

El padre Secondo fue a la guerra.

50 años cumplirá este centro el próximo mes de abril. Inició ayudando a todo aquél que neceistaba alimento y cobijo, hoy está enfocado en ser asilo de ancianos.

“Su corazón se inflamó de caridad y patriotismo, y él tan manso y tan amante de la paz, vivió en los campos de batalla”, vuelvo a leer en el folleto de don Melchor Lobo Arizpe.

Las hazañas piadosas del Jesuita Héctor Secondo no fueron mínimas.

El parte de guerra del religioso tendría que decir esto:

Que tuvo el servicio de los trenes del frente a los hospitales.

Que hizo frecuentes expediciones, aún de noche, a veces en trineo, a veces patinando, hasta los puestos avanzados, cuando la temperatura estaba a 18 grados bajo cero y la nieve a tres metros de altura. 

Que buscó los sitios más peligrosos, recorrió las trincheras, auxilió a los moribundos y cargó en hombros a los heridos para llevarlos a lugar seguro en medio de la refriega.

Ésta es del anecdotario de don Melchor Lobo Arizpe:

“Cierta noche viendo a un soldado impío, cargado de familia, llorar por el peligro a que le exponía cierto servicio de guardia, el padre Secondo tomó el fusil y ocupó su lugar. Ello conmovió tanto al militar que prometió, desde entonces, respetar al sacerdote y cambiar de vida”.

80 ancianos son atendidos diariamente en este centro, que se sostiene, de acuerdo a sus encargadas, gracias a la intercesión del padre Secondo desde el cielo.

Por eso no me desconcierta saber que sus condecoraciones, una medalla, de oro, acuñada especialmente para él como testimonio de estimación y gratitud, una medalla de bronce al valor militar, una cruz de guerra francesa con palma, otra Cruz al Mérito de Guerra, hayan ido a parar a los pies de la Virgen de la Consolación en su santuario de Turín, “la misma que escuchó sus primeras oraciones y conoció sus ansias de consagrarse al servicio de Dios y de las almas”, dice don Melchor Lobo Arizpe.

La lista de adjetivos que pintan al padre Secondo es larga: inteligentísimo, manso, piadoso, amable, amigable, compresivo, caritativo, sencillo, culto, paternal, bueno, servicial, platicador, agradable, bromista, simpático, saludador, dulce, cariñoso.

“Como muy tierno, no era de regaños, no era de que todo hacías mal, no era de que todo era pecado, no. Nos íbamos a confesar y decía ‘no hija, pero eso no es pecado, ¿tú no querías hacer eso verdad?’, ‘pues no, pero lo hice’, decía ‘no, no, no pero yo sé que tú no querías hacer nada malo’. Total salíamos de ahí como santas. Todo mundo nos portábamos muy bien, según él. Salíamos de la confesión como muy contentos, liberados completamente”, dice doña Marina Rodríguez de Lobo.

Armando Fuentes Aguirre “Catón”, el cronista de la ciudad, estudiaba el primero o segundo año de primaria en el Colegio Zaragoza, cuando acudía a San Juan Nepomuceno para confesarse con aquel santo varón, que entonces era capellán de esta escuela lasallista.

Armando era a la sazón un chico  esmirriado, flaquito, una hebrita de hilo apenas, y el padre Secondo solía imponerla de penitencia por sus pecados, tomarse una taza de chocolate con dos piezas de pan de azúcar todos los días. 

“Yo creo que el padre Secondo se conmovía al verme tan debilucho.  Era una cosa que a mi madre le llamaba mucho atención.  Le decía yo ‘me tienes que dar esto porque me lo puso de penitencia el padre Secondo’, y se reía mi madre y cumplía la penitencia. Yo creo que el padre tenía la esperanza que yo embarneciera un poquito con esa dieta diaria que tenía que cumplir como penitencia por mis pecados”.

¿Y cuáles eran sus pecados?, pregunto a Fuentes Aguirre pecando de indiscreción, “que desobedecía a mis papás, eso era, que me peleaba con mi hermano, que no había hecho la tarea. Creo que he mejorado bastante en ese aspecto, me he superado considerablemente”, dice.

Por aquella época servían en San Juan otros dos sacerdotes Jesuitas, de apellido Urdanivia, uno, y Quiñones, el otro, este último famoso por su rigor y severidad.

Los fieles, cuenta el cronista Armando Fuetes Aguirre  tenían miedo de confesarse con el padre Quiñones, primero por el rigor de sus interrogatorios; y luego por la severidad de las penitencias que imponía.

“Entonces cuando confesaban juntos era algo cómico ver la fila de  fieles que esperaban confesarse con el padre Secondo abarrotando el templo, mientras frente al padre Quiñones había uno o dos valientes”.

El periodista e historiador Javier Villarreal Lozano, tampoco se resistió a los suaves castigos del padre Secondo.

“No te vayas a reír, era mi confesor, cuando todavía podía yo hablar de mis pecados con alguien, sin que se escandalizara demasiado. Era un hombre muy comprensivo, la otra cara de la moneda del padre Quiñones.

“El padre Quiñones era muy seco, muy estricto y no convenía confesarse con él porque era muy escandaloso. De pronto gritaba ‘¿cuántas veces?’ y se oía en todo el templo”.

Qué diferencia con el padre Secondo, que siempre llevaba en su bolsa dulces y chocolates para repartir entre los chicos que se confesaban con él.

Un día, después que ya hubo amainado la guerra, la gente vio al padre Secondo sirviendo en la Iglesia de la Sagrada Familia, en la Ciudad de México. 

Después el religioso fue al Paso, Texas, para dirigir la Revista Católica.

Luego retorno a la Ciudad de México, donde ocupó varios cargos eclesiásticos.

Más tarde llegó a Saltillo, al Templo de San Juan, que fue de los Jesuitas.

Era el año de 1938 o algo así, ¿quién puede tener certeza sobre  fecha tan incierta?

Su gran carisma, su afabilidad y su sabiduría, atrajo a rebaños de muchachos y muchachas que vinieron de todos los barrios de la villa.

Doña Marina Rodríguez de Lobo, era una aquellas jóvenes.

Tendría unos 14 ó 15 años cuando miró al padre Secondo por primera vez.

“No veníamos forzadas, veníamos porque nos daba gusto venir, porque nos acogían muy bien los padres y siempre tenían algo para nosotros. Por supuesto nos daban algunas clases, en aquel tiempo han de haber sido de catecismo, pero ya para jóvenes. Éramos muy bien recibidos los jóvenes aquí”.

Además de cumplir con sus deberes eclesiásticos, visitar enfermos, auxiliar moribundos, el padre Secondo dictaba conferencias, organizaba estudios, escribía artículos y montaba representaciones teatrales, como aquella de “El juramento del caudillo huronés’, en la que participó, cuando niño, Armando Fuentes Aguirre y que trataba de las misiones Jesuitas entre los pieles rojas del Canadá.

Héctor Laredo, arquitecto, era un niño cuando conoció al Padre Secondo y recuerda que se desprendía de su abrigo para dárselo al necesitado. Foto: Vanguardia

“La tribu huronés o huronesa era de las más guerreras y, sin embargo, los Jesuitas logran convertir al cristianismo a la tribu. De eso trata la obra”.

“Yo aprendí a leer muy temprano, tenía una buena voz y aunque era tímido en el trato con las personas, era muy desenvuelto en presencia de un público. Todavía me sucede eso, carca de 80 años después”.

Pronto el nombre del padre Héctor Secondo se escuchó por todos lados.

Los pobres y desvalidos de la ciudad conocieron su misericordia.

Un cura que visitaba tugurios, socorría a los niños desheredados y se despojaba de sus ropas para darlas a los menesterosos.

A Héctor de Jesús Laredo Ramón, connotado arquitecto de Saltillo, le impartió la Primera Comunión cuando tenía seis años; “Le regalaban un saco o un abrigo y siempre llegaba sin el saco y sin el abrigo, muchas veces hasta sin la camisa, traía la pura sotana, porque ya había regalado, yo digo, que hasta la ropa interior. Andaba sin calcetines porque le daba los calcetines a otra gente”.

-¿Cómo lo recuerda?

-Sinceramente, yo tenía seis años y ya tengo 78. Hay muchas cosas que ya se… Me acuerdo yo creo que más de la pachanga de mi primera comunión, del chocolate…

Foto: Vanguardia
Como muy tierno, no era de regaños, no era de que todo hacías mal, no era de que todo era pecado, no. Nos íbamos a confesar y decía ‘no hija, pero eso no es pecado. Total salíamos de ahí como santas. Todo mundo nos portábamos muy bien, según él. Salíamos de la confesión como muy contentos, liberados completamente”
Marina Rodríguez, feligresa

“Harás muchas obras de caridad”, le había augurado Don Bosco.

En 1942 el padre Secondo, junto con un grupo de 12 mujeres, al mando de la señora Rosario García Narro de López, miembros todas de la Acción Católica de San Juan Nepomuceno, fundaba el “Ropero de Pobre”, una casa, que además de ser albergue, repartía ropa, alimentos y medicinas, a niños desamparados, madres solteras, campesinos migrantes, obreros y ancianos abandonados.

Ésta fue la semilla que más tarde germinó en lo que hoy se conoce como Asilo de Ancianos “Ropero del Pobre”, situado a una cuadra de Templo de San Juan, en las antiguas instalaciones del Colegio Zaragoza, el Asilo “Ropero del Pobre”, que en el mes de abril cumplirá medio siglo.

Marisol Udave Valdés es la subdirectora de este hospicio, desde que su madre María de la Soledad Valdés de Udave falleció en 2014, después de haber ocupado la dirección de esta casa por 40 años.

“El padre Secondo decía que es difícil hablarle de Dios a la gente si no tiene algo en el estómago, si no ha comido. Entonces a través del apoyo material en alimentos, en ropa, en medicina se les habla de Dios a las personas, se les acerca a Dios. El padre Secondo dejó las bases, los cimientos, la semilla para que la obra que él había iniciado siguiera adelante y gracias a Dios todavía sigue”.

Hoy este orfelinato atiende a unos 80 viejos, Paulina Udave Valdés, la directora y hermana de Marisol, dice que ha sido por la intercesión del padre Secondo.

“Le digo ‘échame una manita’. Hay ocasiones en las que se siente uno agobiado por tantas cuestiones que hay que resolver. ‘Tú lo iniciaste, ya estás con nosotros’’”. 

La fama de santidad del padre Secondo se había expandido por toda la villa.

Foto: Vanguardia
“Un santo, una persona que merece estar en los altares. Así era el padre Héctor Secondo”
Jorge, médico e historiador

“Supe por mi mamá, - dice Jorge Fuentes Aguirre -, que el padre Secondo había salvado de la muerte a un niño enfermo de difteria, por aquel tiempo enfermedad mortal. Todas estas cosas se me quedaron muy gravadas”.

Del padre Secondo se contaba que poseía el don de la ubicuidad: esa cualidad de estar presente en todas partes al mismo tiempo.

“En cierta ocasión hizo caminar el carro de doña Rosario García Narro de López, habiéndosele acabado el combustible cuando andaban en las obras del ‘Ropero del Pobre’”, dice Héctor de Jesús Laredo Ramón, en un librito sobre su primera comunión que escribió para sus nietos.

Con el tiempo el padre Secondo fue removido a otra ciudad y sus feligreses no volvieron a verlo.

Se había ido sin despedirse.

“Lo queríamos, sentimos mucho cuando se fue. No nos dijeron, nomás que ya se fue el padre y ya, vino otro”, dice Marina Rodríguez de Lobo.

Un día, el 9 de diciembre de 1949,  llegó a la villa la noticia de que el padre Secondo había muerto en la ciudad de México, cuando fungía como capellán de la Cruz Roja.

¿Le lloraron ustedes?, pregunto a doña Marina Rodríguez de Lobo, “hubo un duelo general. Yo creo que en ese tiempo sí le lloramos”.

En la recámara del arquitecto Héctor Laredo hay una imagen del padre Secondo a blanco y negro, que todo los días lo colma de protección y buenas vibras.

-¿Le reza?

-Sí.

-¿Cómo?, ¿qué le pide?

“Le encargo mi día, le encargo a mis hijos, a mis nietos, a mis yernos, a mis nueras, a todos. Mi trabajo… en fin”.

Quienes hoy son atendidos en este asilo ni se imaginan que hay un ángel que vela por ellos.