Cuando Saltillo pensó que el fin del mundo había llegado

A inicios del siglo pasado el terror invadió la ciudad en forma de una enfermedad devastadora
Ladislao Kusior Carabaza habló a detalle de lo que la ciudad vivió en los inicios de 1900, cuando la atacó una pandemia.

TEXTO Y FOTOS: JESÚS PEÑA

Dicen que a los que se morían los sacaban a las calles, a las puertas de las casas, para que pasara un carretón y se los llevara, amontonados, y sin ataúd, a enterrar a una fosa común del panteón municipal.

Se puede imaginar que octubre de 1918 fue apocalíptico para los saltillenses.

En este mes se destruyó la actividad económica de la ciudad. Bajó la recaudación de impuestos para el municipio.

Se clausuraron los centros de reunión, miles de saltillenses se infectaron, desarrollaron la enfermedad y murieron mil 92.

Los hospitales estaban llenos, de enfermos y cadáveres.

Los vehículos de la comisaría municipal y de las funerarias circulaban por las calles de Saltillo, recogiendo cuerpos. En los panteones de Saltillo se trabajaba de día y de noche para enterrarlos durante el lapso de un mes.

CON RECURSOS LIMITADOS

También los saltillenses vivieron la experiencia de que la medicina de esta época era impotente e ineficaz para controlar esta pandemia, esta enfermedad era completamente diferente a las epidemias de influenza que se habían presentado en años anteriores.

Esto debió haber causado la sensación de que el fin del mundo estaba cerca…

Y que esta pandemia iba a acabar con todos los seres humanos de este planeta.

“¿Eh?”.

Sin embargo, la segunda fase de la pandemia empezó a disminuir hasta su desaparición en noviembre de 1918.

Las páginas de la prensa poco a poco iban dejando espacio para otros asuntos.

Las primeras planas volvieron a ocuparse de la política nacional e internacional, ya que para noviembre terminó la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

FRIALDAD QUE ESTREMECE

Hace una tarde más bien oscura y fría en la cocina de la casa del médico jubilado del IMSS y escritor de “Historia de la Medicina en Saltillo”, Ladislao Kusior Carabaza; y yo estoy temblando.

Por la ventana, que da quizá a un pequeño patio interio acechan nubes negras que presagian tormenta

Justo cuando un relámpago violeta rasga el cielo y el trueno cimbra el comedor, imagino a los vehículos de la comisaría y de las funerarias, recogiendo en carretas a las decenas y decenas de cadáveres que los deudos dejaban a la puerta de sus casas para que los llevaran a enterrar al panteón.

“El cadáver, lo ponías afuera de tu casa, llegaba un carretón y los iban echando”, dice Kusior con una frialdad que estremece.

Esto lo cuenta Pablo Cuéllar en su libro: “Historia de la Ciudad de Saltillo”, y lo desempolva Ladislao Kusior.

Los pacientes morían porque no existía una vacuna contra la influenza, no se realizaban pruebas de diagnóstico, no había unidades de cuidados intensivos, no existían los ventiladores mecánicos ni los antibióticos.

MORIR EN TIEMPOS DE INFLUENZA

Ahora, Ladislao Kusior Carabaza da unas pinceladas, unos brochazos, de lo que fueron las muertes por aquella pandemia y relata el caso de un ciudadano, vendedor de pan, que el 12 de octubre de 1918 fue encontrado muerto por la comisaría frente al Merado Colón, en plena calle, víctima de esta enfermedad, la influenza española.

“La neumonía causada por influencia suele ser tan agresiva que este señor se salió de su casa para vender pan y se murió en la calle, ¿eh?”.

El 16 de octubre de ese mismo año, el ciudadano Pedro Reyes, de origen chino, se presentó ante la comisaría municipal para dar parte del fallecimiento, en una vivienda de la calle de Xicoténcatl, de un señor Fernando Flores, de origen chino, quien tenía ocho días de haber sido atacado por la epidemia reinante. Cuando se sintió un poco aliviado, se levantó, sufrió una recaída y murió.

La autoridad ordenó inhumarlo lo más pronto posible y desinfectar el sitio donde se encontraba el interfecto. A las 8:30 de la noche del 18 de octubre de 1918, se mandó recoger, por insistencia de los vecinos, un cadáver que yacía en la calle de Aldama; el ambiente mórbido y la muerte en vía pública se volvió común

“El que se iba a morir se moría, punto. A los hospitales los llevaban y ahí los revisaban y se daba el caso de que les decían, ‘oiga señor, ¿por qué no se lo lleva a su casa?’, y el señor, ‘no’, le decían ‘se va a morir, aquí no le podemos hacer nada, lléveselo, no le van a dar mucha atención, porque como todo mundo sabe que se va a morir lo van a dejar al último, no lo van a atender bien’”, narra el médico jubilado, Ladislao Kusior

Cualquier semejanza con la realidad que vivimos es mera coincidencia, conste.

 

Los lugareños exigían que se sepultaran prontamente los cadáveres regados por constituir una amenaza para la salud, tomando en cuenta el lugar donde se encontraba.

“Encontraron cadáveres en las calles o en los domicilios…”, dice el médico Ladislao Kusior Carabaza.

Y refiere el hallazgo de un cuerpo el 1 de noviembre, del año de la epidemia, a las 22:30 horas, en las inmediaciones de los cementerios Santiago y San Esteban.

El difunto, quien no tenía huellas de delito, se encontraba sobre una camilla y envuelto en una sábana blanca y limpia.

“Se supone que falleció de influenza, que lo trajeron de un rancho y lo dejaron tirado en medio de los dos panteones como diciendo ‘recójanlo y llévenselo’.

Ellos no lo querían enterrar, lo dejaron pa’ que se los enterraran, tenían miedo, ¿eh? No sé, querían que se lo enterraran o no podían o no sé. El problema era que había gente que no tenía dinero para enterrarlos, costaba enterrarlos”.

LOS TRISTES CASOS DOCUMENTADOS

Las crónicas hablan también de una mujer llamada Tomasa Hernández, presa en la cárcel de mujeres, situada en la calle de Bravo sur 84, que se contagió de influenza, fue trasladada al Hospital Civil. A los 4 días fue dada de alta, recayó y murió.

Aquella pandemia, que se desató entre 1918 y 1919, finales de la Primera Guerra Mundial, mataría, en su segunda fase, la más destructiva, a 50 millones de personas en toda la tierra, 650 mil en Estados Unidos, 436 mil 200 en México, “una cifra impresionante”, dice Kusior, y mil 92 en Saltillo.

En 1918, el año de la epidemia de la influenza española en Saltillo, de acuerdo con el Juzgado Segundo del Registro Civil, enumera el especialista en medicina familiar, se registraron en la ciudad mil 178 nacimientos, contra mil 482 muertes. “O sea, en 1918 hubo más muertes que nacimientos en Saltillo”.

La mitad de los fallecidos a causa de la influenza, apunta el galeno, tenían entre 18 y 34 años.

“En 1918 no se murieron mucho los ancianos, se murieron menos, fueron como respetados. Se murieron los padres, los esposos, los trabajadores, las madres y los hijos mayores de edad, se morían jóvenes y adultos, gente sana…”.

Y comenta, citando a Pablo Cuéllar, el socorrido escritor de Historia de Saltillo, la influenza española de 1918 fue “la más funesta” que hubo en esta capital, después del cólera morbus del siglo 19

Letal. Las epidemias que habían llegado a la ciudad, aunque mortales, duraban pocos meses, nada comparado con lo que está ocurriendo actualmente.

El año que la muerte se enseñoreó en Saltillo

La influenza española diezmó la ciudad y su ánimo, pero renació de sus cenizas

Los lugareños exigían que se sepultaran prontamente los cadáveres regados por constituir una amenaza para la salud, tomando en cuenta el lugar donde se encontraba.

“Encontraron cadáveres en las calles o en los domicilios…”, dice el médico Ladislao Kusior Carabaza.

Y refiere el hallazgo de un cuerpo el 1 de noviembre, del año de la epidemia, a las 22:30 horas, en las inmediaciones de los cementerios Santiago y San Esteban.

El difunto, quien no tenía huellas de delito, se encontraba sobre una camilla y envuelto en una sábana blanca y limpia.

“Se supone que falleció de influenza, que lo trajeron de un rancho y lo dejaron tirado en medio de los dos panteones como diciendo ‘recójanlo y llévenselo’.

Ellos no lo querían enterrar, lo dejaron pa’ que se los enterraran, tenían miedo, ¿eh? No sé, querían que se lo enterraran o no podían o no sé. El problema era que había gente que no tenía dinero para enterrarlos, costaba enterrarlos”.

LOS TRISTES CASOS DOCUMENTADOS

Las crónicas hablan también de una mujer llamada Tomasa Hernández, presa en la cárcel de mujeres, situada en la calle de Bravo sur 84, que se contagió de influenza, fue trasladada al Hospital Civil. A los 4 días fue dada de alta, recayó y murió.

Aquella pandemia, que se desató entre 1918 y 1919, finales de la Primera Guerra Mundial, mataría, en su segunda fase, la más destructiva, a 50 millones de personas en toda la tierra, 650 mil en Estados Unidos, 436 mil 200 en México, “una cifra impresionante”, dice Kusior, y mil 92 en Saltillo.

En 1918, el año de la epidemia de la influenza española en Saltillo, de acuerdo con el Juzgado Segundo del Registro Civil, enumera el especialista en medicina familiar, se registraron en la ciudad mil 178 nacimientos, contra mil 482 muertes. “O sea, en 1918 hubo más muertes que nacimientos en Saltillo”.

La mitad de los fallecidos a causa de la influenza, apunta el galeno, tenían entre 18 y 34 años.

“En 1918 no se murieron mucho los ancianos, se murieron menos, fueron como respetados. Se murieron los padres, los esposos, los trabajadores, las madres y los hijos mayores de edad, se morían jóvenes y adultos, gente sana…”.

Y comenta, citando a Pablo Cuéllar, el socorrido escritor de Historia de Saltillo, la influenza española de 1918 fue “la más funesta” que hubo en esta capital, después del cólera morbus del siglo 19.

Estoy estupefacto. Nunca había sucedido, nunca había habido algo semejante a la actual pandemia”.
Ladislao Kusior Carabaza, médico

 

Las primeras muertes por influenza española en la ciudad ocurrieron el 10 de octubre de 1918, y las últimas el 9 de noviembre del mismo año.

El primer día de la epidemia, 10 de octubre, hubo 16 defunciones y el último, 9 de noviembre, 7. “Fue una época de terror por el número de defunciones”, lee Kusior Carabaza.

Ladislao está sentado frente a una mesa redonda y tiene en sus manos una tableta en la que pincha íconos y repasa notas en la pantalla.

Parece que su dominio de la historia de la medicina en Saltillo es equiparable a su pericia en el mundo de los artilugios, tecnológicos, digitales.

La influenza española había llegado a Saltillo a principios de octubre de 1918 y terminado a principios de noviembre del mismo año, reitera Kusior.

Durante ese mes en Saltillo se vivió un caos.

La Presidencia Municipal hubo de cerrar sus oficinas, debido a los “muchos” gastos que ocasionó la epidemia.

Apenas y la Tesorería tenía para pagar a los empleados de gendarmería y limpieza.

Aquella enfermedad, como la de ahora, provocó la clausura de centros de reunión como escuelas, (las clases se suspendieron durante un mes), hospitales, cines, teatros, clubes, pulquerías, cantinas, lo que resultó en una crisis económica tremenda.

Cualquier parecido con la actualidad es pura casualidad, conste.

“Todavía en noviembre fue un caos económico, a pesar de que la influencia ya había desparecido”, apunta el doctor Ladislao.

A la sazón la autoridad decretó que hoteles, pensiones, colegios y familias, dieran aviso de los enfermos para evitar que circularan libremente.

Recomendó a los que cuidaban enfermos de influenza que usaran tapones de algodón en la nariz y una solución de criolina y ácido fénic para desinfectarse las manos; fumigar las recámaras donde hubiera enfermos de influenza, no acostarse en los lechos de los enfermos, no usar platos, vasos, cubiertos utilizados por los enfermos, no visitar infectados, evitar excesos al organismo, no exponerse a enfriamientos, asear la boca dos veces al día con una solución adecuada y desinfectar la nariz.

“Lo cual no funcionó mucho”, dice el doctor Kusior Carabaza.

Además, el Ayuntamiento prohibió que la gente anduviera en las calles entre las 11:00 de la noche y las 04:00 horas, horas en que se realizaba la limpieza de la ciudad.

EL CÓLERA: OTRA EPIDEMIA DE MIEDO

Entre los años de 1830 y 1850, la mayor parte de los países del mundo fue atacada por una de las epidemias que más víctimas ha cobrado a la humanidad: el cólera morbus.

Y los saltillenses no escaparían a esta infección intestinal, causada por una bacteria que se transmite al hombre a través de la ingesta de agua y alimentos contaminados con este organismo.

Se originó en la India y se diseminó por Europa y América con los pasajeros que viajaban en buques de vapor o ferrocarril, desde aquel país hacia otras latitudes.

El anuncio de la muerte por cólera morbus llegaba con una diarrea abundante y vómito, que podían resultar en una deshidratación y luego en un shock hipovolémico, (desangramiento).

El doctor Ladislao me pide que recuerde la peor diarrea que haya yo tenido en la vida.

Le digo que fue hace unos años, después de haberme empacado una torta de pierna en un puesto callejero. Casi me deshidrato.

“Eso es nada, el cólera es peor. Con el cólera llega a perder un litro por hora, de diarrea, un litro y puede llegar a morir en horas. El cólera no mata por la diarrea, mata por la deshidratación y la pérdida de electrolitos, sodio y potasio. Es una diarrea secretora, secretora quiere decir que anda echando agua, agua, agua, agua. Tienes ascos, vómitos, ya no comes…”.

En la antesala de la muerte el enfermo tenía contracturas musculares, muy dolorosas, que lo hacían gritar.

Me figuro entonces lo que habrán sufrido los enfermos de cólera del Saltillo de 1833, antes de que el mal los borrara del mapa.

“Había pacientes que llegaban a enfermarse un lunes, y el miércoles ya los estaban enterrando”, dice el médico Ladislao.

SE VIVIÓ UNA PESADILLA

El 1833 quedaría marcado en la historia como el año en que cólera morbus, puso de luto a todo el país.

Un episodio que el escritor Pablo Cuéllar, lee Ladislao en su tableta, calificó como de “pesadilla”.

“En una época cuyas condiciones sanitarias eran nulas y los recursos para combatir la enfermedad escasos”.

El cólera morbus había arribado a México en 1833, procedente de Nuevo Orleans y la Habana.

La enfermedad que provino de Nuevo Orleans, entró por el puerto de Tampico en el mes de junio de aquel año y de ahí se esparció por el norte y el resto del país.

Se sabe que el mal apareció en Saltillo el 14 de agosto de 1833 y finalizó el 7 de octubre del mismo año, matando a mil 158 personas.

En ese tiempo, cuenta Kusior, según un censo fechado el 15 de noviembre de 1833, en la ciudad de Saltillo, que entonces se llamaba Leona Vicario, había un total de 24 mil 413 habitantes, 2 médicos, un boticario, 6 cementerios y no había hospitales.

En aquel tiempo se desconocía el origen bacteriano de la enfermedad y no existían las medidas de higiene personal y pública actuales.

La autoridad solo recomendaba la limpieza de calles, edificios y establecimientos.

“Lo cual ayudaba un poco, pero no ayudaba. No se sabía qué causaba el cólera y usaron medidas erróneas para controlarla, hicieron algo que ellos decían que funcionaba, pero no funcionó”, comenta Kusior.

Por ejemplo, se prohibió el consumo de alimentos y licores para evitar problemas digestivos, que favorecieran la aparición de la enfermedad.

Y se mandó a los ciudadanos blanquear con cal el exterior de sus viviendas.

“El Ayuntamiento se hizo responsable de que los enfermos pobres de cólera recibieran los medicamentos, alimentos y otras cosas que necesitaban; daban boletas para ir a las boticas a surtir medicamentos que no le voy a describir porque no servían para nada; y si fallecían, el Ayuntamiento era responsable de edificar cementerios y enterrar a los muertos”.

LO QUE VIVIMOS HOY ES UN MAL INMENSO

Estas han sido, dice el médico familiar Ladislao Kusior Carabaza, las únicas epidemias que han causado un gran desastre económico y social, y que han aterrorizado a la ciudad de Saltillo.

“Porque siempre ha habido enfermedades, por ejemplo, las epidemias de viruela, que llegaban con periodos espaciados, La gente ya estaba acostumbrada a una epidemia de viruela, ya sabía cómo se presentaba y cómo iba a morir”.

El doctor Ladislao Kusior dice que en toda la historia de Saltillo las epidemias llegan, se desarrollan, enferman, matan y desaparecen, pero nunca ha encontrado una epidemia en la vida de la ciudad que dure cuatro, cinco o seis meses, como ésta…

“Esto (el COVID 19) es algo distinto, novedoso.

#Realmente estoy estupefacto. Nunca había sucedido, nunca había habido algo semejante a la actual pandemia, no se puede comparar con algo que haya pasado en Saltillo en años anteriores y realmente no sé qué es lo que va a pasar…”.

- ¿Ahora sí es el fin del mundo?

- No…