Coronavirus nos abre los ojos, ¡Hemos despertado!

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Coronavirus nos abre los ojos, ¡Hemos despertado!

La pandemia ha obligado al aislamiento, lo que nos enseñará a reconocer lo sencillo y simple de la vida: caminar sin imposiciones

Vivimos tiempos aciagos, de pronto, inesperadamente hemos reencontrado nuestra fragilidad humana, las limitaciones y la fugacidad de la existencia, nos hemos topado con la hora de la verdad: al tener ombligo todos somos iguales de frágiles, de enfermizos y humanos, pensemos lo que pensemos, estemos donde estemos, tengamos lo que tengamos y creamos lo que creamos.

¡Qué ironía! Un agente microscópico infeccioso, que se inserta en la frontera entre lo vivo y lo inerte, ha intoxicado la salud de la humanidad, ha trastocado los más poderosos países llegando a destruir certidumbres, perturbar costumbres, economías y el sentido de seguridad de infinidad de personas.

Al mirar hoy el drama de Italia y de España, a su aislamiento ciudadano, al encierro impuesto por las autoridades, me hace pensar (y me solidarizo), en la soledad y el sacrificio que los habitantes de estos dos queridos países están pasando, ellos tan acostumbrados al arte y la cultura, a la gastronomía, al teatro, a la música, a los infinitos museos, al beso y el saludo cotidiano, a la convivencia, a la pasta y la ópera, a  las tapas y la tauromaquia, hoy solo pueden mirar sus plazas vacías, ahora solo pueden recordar el bullicio de antaño que hartaba su geografía y sus hermosas calles y galerías.

La propagación de este microrganismo tiene alarmada a la humanidad, el miedo inmovilizador no solo traspasa las fronteras de los países, sino también, transformado en terror, ha invadido las comunidades y a los mismísimos hogares de millones de personas.

Una tormenta social puede ser perfecta cuando se une la ignorancia con los rumores, pues ahí es donde se cultiva el miedo que luego fácilmente puede mutar en forma de pánico, en una “histeria viral”.

SARAMAGO

En muy poco tiempo hemos descubierto que estábamos caminando como ciegos, sin percatarnos de nuestra frágil existencia. José Saramago en su extraordinaria obra “Ensayo sobre la ceguera” aborda una extraña enfermedad: “Un hombre parado ante un semáforo en rojo se queda ciego súbitamente. Es el primer caso de una «ceguera blanca» que se expande de manera fulminante. Internados en cuarentena o perdidos en la ciudad, los ciegos tendrán que enfrentarse con lo que existe de más primitivo en la naturaleza humana: la voluntad de sobrevivir a cualquier precio”.

Para saberlo: lo que salva de la epidemia de ceguera es, precisamente, una mujer que al no estar ciega ayuda a los que sí lo están; como hoy, ante la calamidad, lo son todas aquellas personas que desinteresadamente y en riesgo de su propia salud ayudan a sus semejantes, como lo son los médicos y todo el personal de sanitario, pero también las personas que custodian a la pareja de ancianos que viven al lado de sus casas, pero también las personas que no hacen compras de pánico, pero también todas aquellas personas que renuncian a la tentación de esparcir rumores. Son las personas sensibles y jamás indiferentes.

El Nobel metafóricamente lo predijo: una comunidad se paraliza a causa de una terrible plaga de ceguera que afecta a toda la población, quienes no son ciegos “están ciegos”, el autor alerta sobre “la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron”.

Es cierto “somos ciegos que pueden ver, pero que no miran”. Ahora nos queda empezar a ver, a mirarnos en el rostro de los otros, nos queda descubrir lo que auténticamente ilumina nuestro peregrinar, nuestra fraternal cercanía.

AHORA

La pandemia, paradójicamente, nos ha hecho descubrir esa ceguera, que nos ha convertidos en seres indiferentes de la belleza humana que nos puebla, esa lepra del alma, que nos ha hecho ignorantes y soberbios, que nos ha mantenidos alejados de Dios y de su obra, de la naturaleza y de todos los demás seres que hacen posible la existencia.

La pandemia paulatinamente nos está quitando la ceguera; poco a poco, empezamos a observar la maravillosa luz tenue que anuncia un nuevo amanecer, a escuchar el canto melódico de un pájaro, a detenernos ante los pequeños detalles que nos hacen personas, a percibir lo valioso de la vida, lo que brinda sentido y paz.

Los acontecimientos que estamos presenciando nos están haciendo ver lo absurdo de la rapidez, lo insensato de la acumulación de riquezas y posesiones, lo innecesario de lo “necesario”. Provoca que comprendamos que las lágrimas no tienen patria, ni idioma, ni religión, ni ideología, ni edades. Hace ver, también, el valor de lo esencial.

Gradualmente, nos enseñará a reconocer lo sencillo y simple de la vida: caminar sin imposiciones, ir al parque, convivir con amigos, estar de viaje con la familia, esto nos provocará escalofríos de añoranza y tristeza.

Muchos también, al extrañar lo común, apreciarán lo que antes parecía fatiga, castigo o carga: ir a la escuela, acudir a las aulas, juntarse con los compañeros para hacer esa terrible tarea. Visitar a los abuelos los domingos y escuchar lo que mil veces se ha escuchado.

También este virus mostrará a todos el inconmensurable valor de la libertad, de la proximidad humana,  del aprecio de un siempre apretón de manos y lo “raro” que se siente dejar al “otro” con la mano extendida, pero también el valor de un fraternal y cálido abrazo, el significado profundo de un beso, el valor de la proximidad; las próximas ausencias, de las cuales hasta ayer estábamos acostumbrados en la cotidianidad, nos invitaran a comprender que, ciertamente, sin estar invidentes estábamos totalmente ciegos; sin estar sordos, estábamos totalmente sordos; abrazábamos, pero no abrazábamos.

MIEDO

El virus nos esta haciendo ver lo vulnerable que somos, la facilidad con la cual el miedo -la angustia y desconfianza- nos envuelve, nos invade y la manera en que en lugar de estar alertas nos provoca que estemos alarmados.

El miedo proactivo que bien sirve para sobrevivir, se transforma en una emoción paralizante, enfermiza y destructiva, que solo puede ser destruido por el conocimiento, la fe y la esperanza.

El miedo puede también provocar que, si bien no por convicción, si por conveniencia, empezásemos a sentir la presencia de Dios, el poderoso milagro de la oración, el saber que, ante la incertidumbre y el miedo, se despierta la inquietud de buscar a Dios.

Es cierto: “cuanto más cerca estamos de Dios, con mayor claridad nos damos cuenta de lo grande que es el muro que hemos levantado para defendernos de su amor”.

La pandemia, paradójicamente, puede hacernos comprender que realmente ansiamos ser amados incondicionalmente y que en el fondo anhelamos la presencia de Dios. 

FAMILIA

Tenemos “la oportunidad, en definitiva, para comprobar, agradecer, cuidar y dedicarse a todo aquello que es verdaderamente importante. Para recolocar nuestra escala de valores, nuestras prioridades. Una oportunidad para volver a ser aquello que siempre fuimos y siempre seremos: la Familia”.

La oportunidad para rescatar todo lo que nos mantiene unidos y que las prisas y las exigencias de la modernidad nos ha secuestrado.

LIMITACIONES

Como a los italianos y españoles la restricción de movilidad nos abrirá los ojos, nos abrirá el corazón: ellos ya saben de la soledad forzosa, de la incomunicación física. Y digo esto porque nos hará sentir lo que muchos desde siempre han sentido, lo que millones de “descartados” y marginados cotidianamente padecen: la maravillosa experiencia de sentirse tocados, abrazados. Considerados. Libres.

Estos tiempos convocan a descubrir lo mejor de nosotros: la solidaridad, la responsabilidad social, el amor y la generosidad. Precisamente, ante el infortunio  requerimos pasar del yo al nosotros, a pensar y actuar por el bien común, por los demás. 

ENTONCES

Hay que desterrar el miedo, para ello propongo una maravillosa alquimia: transformarlo en esperanza. Hagamos de lo trascendental el centro de nuestras vidas: la familia, la patria, Dios, los valores trascendentales, el respeto y la solidaridad.

Por lo que venga, necesitamos vencer al egoísmo, unirnos fraternalmente, saber que la ceguera es voluntaria. Necesitamos transformar nuestras conciencias a favor de nuestra comunidad, del país, del mundo. Para ello respetemos las indicaciones que nos dan las autoridades sanitarias.

Ante el infortunio, ante el miedo y nuestra fragilidad, paradójicamente, hemos despertado. Estamos viendo de nuevo.