Adiós a José José: Qué triste luce todo sin ti

No, él no era el príncipe, era el rey de la música doliente, esa que va directo a la herida; José José fue quien mejor le cantó a los amores contrariados y además se convirtió en el hombre que cargó sobre sus hombros las penas de amor de todo el país, ese que hoy llora su partida y le suplica a grito tendido: “espera un poco, un poquito más”.

‘Qué triste fue decirnos adiós’… se escucha cantar a sus dolientes en todos los rincones del país. Y no es para menos. Cómo no desgarrarse las vestiduras, cómo no tirarse al desconsuelo, cómo aprisionar las lágrimas que salen en cascada, cómo apaciguar ese nudo en la garganta cuando la noticia corrió como reguero de pólvora: José José ha muerto.

México entero está de luto y no es una exageración. Y es que si alguien servía de consuelo, si alguien prestaba su hombro para llorar, si alguien apaciguaba las sacudidas del corazón, si alguien con su canto aterciopelado encendió las luces en el alma: ese fue él.

Apenas nos recuperábamos del terremoto emocional que fue perder a Juan Gabriel, ese que le regaló a José José el himno “Lo Pasado, Pasado”, y ahora a desempolvar el traje negro para despedir al último de los románticos. Ese que vivió sus momentos de gloria en los años setentas y ochentas y que hoy a casi cincuenta años de distancia sigue sonando como un mantra eterno para apaciguar las penas alojadas en el cora.

En México, el Príncipe se aprovechaba de su título nobiliario para moverse como Juan por su casa en hogares que iban de Tijuana hasta Mérida y es que cómo no abrirle las puertas de par en par ahí, donde hay un corazón al que le urge hojalatería y pintura.

El cantante fue el motor sentimental de generaciones enteras. Su voz fue la chispa que prendió esa enorme hoguera a la que se acercaban en busca de calor todos los seres atormentados por ese terrible mal al que los científicos han calificado de “infinita tristeza”. Y es que, qué mejor medicina que esa voz que te acompaña en las noches de tormenta y que además de todo, cuando va saliendo, sufre más que tú. 

El Príncipe tiene de todo, como en botica. En nuestro ADN sentimental, en nuestra memoria colectiva siempre resuena un tema suyo como remanso para las distintas dolencias. Y es que qué mejor Paracetamol para los que han derrochado amor sin ser correspondidos que estas palabras que lo resumen todo: “Casi todos sabemos querer, pero pocos sabemos amar”. Y cuando las molestias continúan, que Naproxeno ni que nada, para los que se quedaron chiflando en la loma, esos que se aferran al pasado seguro se han auto recetado eso de “Te abrazo a mi pecho me duermo contigo, más luego despierto tú no estás conmigo, solo está mi almohada”.

Para los que saben que es el dolor crónico, los que ya de plano se lamen las heridas y saben que ya requieren trasplante de corazón: “Espera. Aún la nave del olvido no ha partido. No condenemos al naufragio lo vivido. Espera. Aún me quedan alegrías para darte”.

Y si ya nada te hace y tienes la soga en el cuello, que mejor que te den la patadita al banco mientras entonas: “Que triste fue decirnos adiós, cuando adorábamos más, hasta la golondrina emigró, presagiando el final...”.

Eso es sola una muestra de sus alcances. Solo hacen falta dos líneas, una estrofa, un tarareo, un chiflido, para que sus fans, que se cuentan por millones, continúen reproduciendo en sus cabezas esas melodías que han cantado una y otra y otra vez.

Y es que José José se convirtió en un Karaoke eterno en el que nadie era discriminado. No importaba si tenías 90 o 16 años, su micrófono alcanza para todos. Y es que cómo no querer imitarlo, cómo no querer cantarle a los amores de segunda mano con harta elegancia. Y como él, aunque estés a la orilla del precipicio, que no se te mueva un pelo. Muerto por dentro, pero de pie, como los árboles.

Cómo no pretender que tu voz se le parezca aunque sea un poquito, si su leyenda empezó así, en un concurso de canto que gracias a YouTube se sigue reproduciendo como si fuera hoy y además sigue arrancando aplausos, ovaciones, sigue poniendo la piel de gallina y se le siguen lanzando flores.

Tampoco es casualidad que ese concurso siga levantando ámpula y abucheos cuando las calificaciones de los jueces redujeron a ese torbellino de nostalgia al tercer lugar. ‘¿Pero cómo es posible?', siguen diciendo en las carnes asadas, en las fiestas familiares. 'A ver busca quién ganó el primer lugar'. 'Ay, que no jodan, eso fue fraude'. Y es que para este país desmemoriado, no hay hurto más indignante que ver a José José en el tercer lugar de la OTI.

Cómo olvidar ese 25 de marzo de 1970 cuando el rey se quedó sin corona. Pero qué le hace, él ya estaba triste. Cosa rara, porque si algo no cabía esa noche era estar apachurrado, o quizá sí, porque José José aún no sabía que ese sufrido tema que salió de la pluma de Roberto Cantoral, quien por cierto, lo compuso para su madre, lo convertiría en la leyenda que hoy es y “El Triste” se convertiría en su rúbrica, en su sello, en el estandarte que seguirán levantando sus seguidores, esos que se arrodillaban cuando escuchaban nombrar el dos veces José que lleva marcado en el pecho este héroe de capa caída, ese que como Chavela Vargas se tomó todo el Tequila del mundo, pero al contrario de La Chamana, esa bruja de pelo de plata y carne morena, no supo escapar del infierno.

Y es que cómo no desbocarse, si a este caballito de batalla le bastaron dos décadas para entregar lo mejor de sus repertorio. José José aceleró su galope y cruzó la meta de las emociones antes que nadie y como tenía tiempo de sobra, también se desvió por caminos estrechos, esos en los que nadie se mete. Para el año 71 con ‘El Triste’ y ‘La Nave del Olvido’ ya era el rey midas de la música en México y la caja registradora sonaba como loca y contaba millones de dólares y pues, con el mundo a sus pies, cómo no apretar el acelerador y perderse.

Su éxito llegó de la mano de su leyenda negra. El cantante se rodeó de mujeres que le chuparon las sangre y las finanzas, representantes que desaparecían costales de dinero, un ‘dealer’ lo esperaba en cada puerto en que desembarcaba, intentos de suicidio, shows cancelados, bienes subastados, vivir con indigentes en el interior de un taxi, una parálisis facial y lo peor, a base de certeros navajazos, hacer jirones y reducir a escombros esa voz que le dio todo.

Y es que en su vida, siempre lo persiguió un fantasma que no lo dejó ni a sol ni a sombra: El alcoholismo. Pero eso era la enfermedad y no la causa. Cuenta la leyenda que José José nunca se sintió querido por su padre, un cantante de ópera, que incluso llegó a alternar con María Callas, pero que la mayor parte del año se quedaba sin trabajo, y se sumió en la depresión, la histeria, y el alcoholismo. Los terapeutas le dijeron a José José que llevaba a cuestas su muerte, y que inconscientemente estaba imitándolo. El cantante al hacer corte de caja y ya sin voz lo resumió así: “Todo se lo debo al mal manejo de mis emociones”.

La noticia de la muerte de José José empezó con su carrera. La primera vez que lo mataron fue en los en los años 70’s y desde entonces él se convirtió en un sobreviviente. Y es que su primera crisis vino junto con el robo de un millón de dólares, el fracaso de su primer matrimonio y la pérdida de las facultades para cantar por una pulmonía, además en ese trance oscuro, dice que le fallaron los amigos: “Ante la desesperanza total opte por el suicidio, pero al no lograrlo me repetía ‘José te vas a morir cuando Dios diga y no cuando tú quieras’”.

Hoy, ese Dios, con el que José José tenía comunicación directa, decidió llamarlo y nos ha dejado huérfanos de padre emocional. ¿Y qué nos queda? Llorarle sin pena, berrear a moco tendido, y sobre todo recordarlo de la mejor manera y así, no dejarlo morir, ni sacarlo de nuestra memoria, ahí a donde llegó a hospedarse de forma definitiva.

Hoy, nos contamos por millones los que le decimos adiós como él hubiera querido, haciéndole segunda voz, desgastar una y otra vez esos temas que ya estaban convertidos en su mejor legado, en la mejor herencia para nosotros, sus dolientes que hoy vestidos de luto no damos crédito y desde el desconsuelo y con el corazón en la mano le cantamos a todo pulmón, porque sabemos que de esa manera él nunca se irá, él seguirá haciendo lo que mejor sabía hacer, darnos consuelo, así que cómo no suplicarle: “espera un poooco, un poquiiiiiito más”.

Descanse en paz José José y que hoy sea el arranque de la leyenda de ese hombre al que un día Frank Sinatra tocó a su puerta para pedirle que cantara en su fiesta de cumpleaños. Y es que cómo no hacer parte de tu vida a una voz y a un hombre que estaban del lado de los perdedores, esos que como él, se lanzaban a las pasiones y luego se tiraban al desconsuelo. Hoy no nos queda más que darle las gracias, gracias por convertirse en nuestro paño de lágrimas y por enseñarnos algo que no es poca cosa y que llevó hasta las últimas consecuencias: A andar de acá para allá, a ser de todo y sin medida.