La Feria de Saltillo y su transformación a lo largo de los años
Acércate, te voy a platicar un pedacito de mi historia que tal vez no conoces a detalle. Es sobre la feria, un evento tan viejo como yo. Mi relación con ella ha traspasado siglos, pero no todo han sido alegrías, pues incluso la muerte ha estado involucrada.
En las distintas ediciones de la feria mi gente ha disfrutado de la fiesta brava, las chucherías para comer, las artesanías, los juegos mecánicos, la música y por supuesto de la compradera.
La naturaleza me favoreció dos veces. Primero, porque a pesar de estar rodeada de semidesierto, también soy un valle. Y segundo, porque mi ubicación privilegiada me permitió ser punto de reunión de importantes cruces de caminos de rutas comerciales provenientes de Estados Unidos y Europa.
Así que aprovechaban mis tierras para hacer ventas al mayoreo y menudeo de productos de importación y materias primas que se producían en la región.
Por eso se hacía la feria, era el periodo perfecto para realizar compras y abastecerse de lo necesario para todo el año. Además, era la oportunidad para adquirir mercancía que no se conseguía fácilmente como pieles traídas de Europa.
En caso de que no se pudiera asistir, se tenía que esperar hasta la siguiente feria o recurrir a los revendedores y contrabandistas.
Vaya, era sede de un acontecimiento esperado por muchos. Qué te cuento, tenía una fama tremenda al final del virreinato.
EN EL CORAZÓN DE LA CIUDAD
La Gran Plaza Tlaxcala fue de las primeras ubicaciones de mi feria. Era un terreno de tierra en donde hoy tengo edificada la Plaza Manuel Acuña, el Mercado Juárez y el Teatro García Carrillo, entre las calles Allende y Padre Flores.
Estamos hablando del siglo 18 y 19. ¡Qué época! Fueron mis tiempos dorados en los que destaqué entre las ciudades con las ferias más importantes de la Nueva España, junto con Xalapa, Acapulco y Chihuahua.
Me adornaban con carpas hechas de madera y techos de petate. La lista de productos a encontrar era larga, pero destacaban: lana, algodón, piloncillo, aguardiente, vino, harinas, ganado, mulas, jabón, trigo, frijol, arroz, garbanzo, cerdos, reses, carne seca, manteca, chile, cueros, pieles, calzado, cigarros y caña.
Otro de mis atractivos era el entretenimiento. Cada año, armaban una plaza de toros desmontable hecha de madera que solían colocar en donde ahora tengo mi Plaza de Armas, (en las calles Juárez e Hidalgo), o también por la zona del Mercado Juárez.
Durante ese periodo la gente se divertía con la fiesta brava donde solían hacerse hasta 80 corridas de toros durante la feria. Es decir, en poco más de un mes.
Por las condiciones del clima, los gobernantes preferían los meses de septiembre y octubre para realizar la feria. Me alistaban de todo a todo, tenía que estar presentable. Se aseguraban de que contara con buena iluminación en las calles y la vigilancia en mis caminos de entrada debía estar garantizada. No podían hacerme quedar mal ante los forasteros.
Haz de cuenta que los visitantes venían de todos lados: San Luis Potosí; Zacatecas; Guanajuato; entre muchos otros.
No sé si sepas, pero en eventos como la feria los chismes y noticias corren bastante rápido.
Eso trae a mi memoria el recuerdo de cuando entre mis calles se murmuraba sobre una guerra. Sí, una guerra inevitable.
Era 1810 y ese año mi feria inició el domingo 23 de septiembre. A pocos días de haber comenzado, los arrieros y comerciantes que llegaron provenientes de Guanajuato avisaron que un cura había iniciado un levantamiento armado.
Luego sabría que un tal Miguel Hidalgo dio inicio a la Independencia. Quién lo diría. No solo las personas de aquí, también de muchas partes del país se enteraron de esta revuelta gracias a la feria.
Este y otros conflictos armados obligaron a que las siguientes ferias se realizaran de forma intermitente, pero ya ni me acuerdo bien, estoy algo vieja. Fue un duro golpe, justo cuando mejor me estaba yendo en cuanto a lo comercial.
Si tuviera ojos, seguro ahorita estaría llorando al recordar la pausa de la feria entre 1846 y 1848, cuando los estadounidenses me invadieron a la mala. Más tarde se vino otra visita desagradable con los franceses haciendo de las suyas de 1864 a 1866.
Después de eso la feria no volvió a ser igual. Y aunque mi cabildo hizo el esfuerzo por volverme a dar el prestigio que tenía en el ámbito comercial, otro obstáculo se interpuso.
Esos rieles que me cruzaban de lado a lado se convirtieron en un medio de abasto y distribución de mercancías durante todo el año, por lo que las personas ya no tenían que esperar a un evento como la feria para realizar sus compras. Así fue como en 1883 el ferrocarril lo cambió todo y la feria vino en decadencia.
La Revolución Mexicana tampoco me favoreció mucho que digamos. Con la violencia en apogeo durante 1910 y 1917, nuevamente la feria tuvo que realizarse cuando los conflictos políticos lo permitieran. Como dicen: ‘el diablo andaba suelto’ y así, pues ningún cristiano quería asomarse.
Pero dejémonos de malos ratos y retomemos un momento de esperanza. Porque siendo valle, eso de florecer luego de una tormenta, se me da muy bien.
LOS JARDINES DE LA ALAMEDA
La Alameda Zaragoza, (rodeada por las calles Purcell, Ramos Arizpe, Cuauhtémoc y Aldama) fue una nueva locación de mi feria por el año de 1946.
Esos enormes jardines fueron un verdadero respiro cuando las cosas iban mal. La feria volvió a lucir al tratarse de un evento de carácter regional. Se llamó primera “Exposición Regional Agrícola, segunda Ganadera, Comercial e Industrial y Feria de la Fruta de Saltillo”.
Los espacios públicos tan amplios fueron perfectos para instalar los puestos y ofrecer comodidad a los visitantes. Además, el histórico “Estadio Saltillo” ubicado en el lado sur de la Alameda e inaugurado el 20 de noviembre de 1937, fue ideal para los espectáculos, festivales artísticos, lucha libre y juegos de pelota organizados durante la feria.
Si escarbamos en las memorias de las tres décadas en las que funcionó el estadio, encontramos memorables juegos de beisbol y futbol americano, hasta la presentación de Pedro Infante en 1955.
JUNTO AL TEC SALTILLO
Pero retomemos el hilo. Luego, a la brava, los festejos de la feria se movieron a las instalaciones del Instituto Tecnológico de Saltillo por la década de los 50. Recuerdo que ahí se integraron nuevos entretenimientos que hicieron que me valiera aún más del sobrenombre “La Atenas de México”.
Al ser vecino del Tec, el Paraninfo del Ateneo Fuente fue escenario de obras teatrales, exposiciones artísticas y concursos nacionales de pintura y poesía.
La fiesta brava continuaba, pero se llevaba a cabo un poco más hacia mi zona norte en la plaza de toros inaugurada en 1949 y dedicada a uno de mis grandes orgullos, el matador saltillense Fermín Espinoza “Armillita”.
Era de esperarse que el Tec de Saltillo tuviera que crecer, cada vez eran más alumnos. Y cuando construyeron nuevos edificios, mi feria tuvo que moverse otra vez.
VECINA DE LA CIUDAD DEPORTIVA
Ahora la colocaron en uno de mis terrenos de grava y de mayores dimensiones ubicado en la parte suroeste del bulevar Valdés Sánchez y Periférico Luis Echeverría, en el área de la Ciudad Deportiva.
En este punto, durante los 60, mis gobernantes lograron darle un nuevo empuje a la feria al promoverla de forma estatal y llevarla a cabo entre julio y agosto, así no se empalma tanto con la entrañable tradición del 6 de agosto con el Santo Cristo.
En la feria la música es invitada de honor. De a poco las tardeadas y conciertos nocturnos comenzaron a tomar gran fuerza. La gente se reunía para bailar y cantar a los pies del ahora tradicional Teatro de Pueblo, mismo que han visitado artistas de la región, de talla nacional e internacional. Pero de ellos hablaremos más adelante.
Las cuatro primeras ferias realizadas cerquita de la Ciudad Deportiva se caracterizaron por la presentación del programa “Así es mi tierra”, evento radiofónico transmitido a nivel nacional.
El lienzo charro también fue escenario de entretenimiento, pero el espectáculo más sorprendente fue el de los Voladores de Papantla.
Por meses se habló de un ritual nunca antes visto en mis tierras, hombres desafiando a la gravedad mientras danzaban en el aire. Ese prometía ser el gran atractivo de la feria de 1967, y lo fue.
Se trató de un suceso sin precedentes que hasta la fecha me estremece. Fue el claro ejemplo de cómo el entusiasmo puede convertirse en terror en apenas un chasquido de dedos.
Era domingo 22 de julio cuando por primera vez me visitaron los Voladores de Papantla. Como es su tradición para este ritual de la fertilidad, desde el mástil de madera se arrojaron de espaldas atados de los pies con la cabeza hacia abajo.
El descenso suele ser lento mientras dan giros y extienden sus brazos. Pero esta ocasión fue diferente.
Las cuerdas de lazo a las que estaban sujetos fallaron y los cuatro hombres se impactaron directo contra el concreto. El espeluznante momento de la caída libre fue captado en fotografía por el entonces periodista Javier Villarreal Lozano.
Tres de los voladores fallecieron al instante, uno más fue trasladado al hospital y quedó paralítico, según decía mi gente, que cabe mencionar estaba en estado de shock.
Esta tragedia dejó una mancha oscura e imborrable entre el folclor que se vive en la feria.
Luego de aquella desgracia, la feria estatal siguió realizándose pero se ofreció por última vez junto a la Ciudad Deportiva en 1979. Esos terrenos se usaron para la construcción de un fraccionamiento ahora conocido como Jardines del Lago.
En ese tiempo mi feria ya no era ni la sombra de sus épocas doradas, nuevamente vino en decadencia. Acudía mucha gente pero no era muy rentable, y se decidió que era mejor suspender por seis años.
A los terrenos de la feria
El retorno de la alegría se dio en el edificio del Centro de Convenciones, allá por el camino que lleva con mi comadre Arteaga. Este lugar y sus áreas aledañas se convirtieron en la nueva ubicación de mi feria en 1987.
El estacionamiento era muy amplio, había espacio para la exposición comercial, agrícola ganadera, industrial, artesanal y cultural. Los pabellones y stands se instalaron dentro del edificio y en el exterior se montaron los juegos mecánicos, el área de restaurantes, salones de baile, el palenque, circo, Teatro de Pueblo, Voladores de Papantla y la plaza de toros.
Es sabido que me conocen por ser una ciudad bendecida con lluvias a lo largo del año. Pero algo curioso es lo que suele estar en la mente de mis saltillenses, la idea de que justo lloverá los días de la inauguración y clausura de la feria.
Algunos creen que lo hago a propósito, otros dicen que es coincidencia, y algunos más piensan que solo se debe a las fechas de temporada de lluvia, con eso que se festeja desde la segunda quincena de julio hasta la primera semana de agosto. Como sea, aún así la gente se la juega y va.
Ya no hay toros, pero sí exposiciones de animales sorprendentes como las avestruces y el famoso Rodeo de los 8 segundos. Lo de ahora también son los juegos mecánicos. Ah cómo se hacen del rogar algunos que otros, pero bien que se terminan subiendo.
De hecho, estos aparatos que deberían traer diversión también han provocado desgracias.
Uno de los momentos que más disfruto es cuando me cantan desde el Teatro del Pueblo. Sus carteles han convocado a un sinfín de artistas, como Celso Piña, Margatira “La diosa de la cumbia”, Jesse y Joy, y los que nunca faltan: Pesado.
Ahora es mi cumpleaños 443, pero como otras veces, ha sido un año muy extraño. De abril a junio me sentí como una ciudad fantasma. ¡Achis!, mi gente se esconde del coronavirus. Pocos autos circulaban en la calle, las tiendas se cerraron y casi nadie paseó por mi centro.
Ahora, poco a poco salen de nuevo de sus casas, aunque lucen distinto, usan una cosa en el rostro a la que llaman cubrebocas y cada rato se frotan las manos con un líquido que elimina gérmenes.
Sobre mi feria, dicen que se debe adaptar a la “nueva normalidad”, supongo que tiene que ver con eso de la pandemia que tiene a todo el mundo cuidándose.
La semana pasada comenzó la edición de este año, aunque ahora le llaman “Auto Show”. En lugar de que las personas hagan largas filas para entrar, en el arranque solo 20 automóviles se formaron para ingresar a las instalaciones para escuchar música.
En estos tiempos todo es incertidumbre. Una vez más, no se sabe a dónde irá a parar mi feria. Ahora no son conflictos armados, ni invasiones extranjeras o la falta de apoyo para la realización, se trata de algo que al parecer escapa de las manos del humano.
Como sea, espero que se resuelva y que volvamos a estar juntos, la feria, mi gente y yo.