¡Auxilio! ¡En un ejido de Coahuila estamos muriendo de sed!
Texto: Jesús Peña
Fotos: Luis Salcedo y Jesús Peña
Video: Lindsey Portillo y Jesús Peña
Diseño: Édgar de la Garza
Edición: Quetzali García
Llevo casi 12 horas sin tomar agua. Tengo la boca seca y un regusto como a fierro oxidado.
12 horas sin tomar agua y tengo sed. Me arde la garganta, me chillan las tripas y las manos me tiemblan.
Empiezo a jadear.Estoy sudando a chorros. Tengo mucha sed.
Así ha de haber sentido doña María Eugenia Estrada y el pueblo entero, aquel día que en Nuevo Yucatán se vino una seca que duró cuatro años y hubo mortandad de animales y de esperanzas.
“Fue bien triste porque hasta los animales andaban ahí buscando agua, como si fueran humanos”, me contará doña María y yo me imaginaré un rebaño caminando con el sol a plomo, rumbo a la muerte.
Es mediodía, el sol a madres y yo tengo sed. Hace rato que voy montado en esta pipa por esta vereda lunar.
Es la pipa de agua que, según los funcionarios de Ramos Arizpe, manda la presidencia cada 15 días; según el chofer de la pipa cada mes; y según los vecinos de Nuevo Yucatán, cada vez que los del gobierno se acuerdan o que a los del pueblo se las acaba el líquido de los tinacos, tres rotoplases grandes, y el agua podrida del estanque y el aljibe que usan para dar de beber al ganado, quemar candeilla y, cuando ya no hay de otra, para tomar. “Nomás fíjese ahí donde tomamos agua, ¿usté cree?, yo por eso tomo caguama”, recuerdo que me dijo don Joaquín Delgado, un ejidatario de Nuevo Yucatán, y me río solo, como un demente.
La tarde aquella que arribé Nuevo Yucarán don Joaquín me había llevado a conocer la presa y el aljibe de agua puerca que están al otro lado el arroyo y a mí me dio asco, como que se revolvió la panza. Tengo sed.
Y ahora sé lo que es viajar en la cabina de una pipa sin aire acondicionado, con las ventanillas hasta arriba y un ventilador diminuto que sólo da a la cara del chofer. Ahora sé lo que es tener sed de verdad.
Chingao y ni una miserable tiendita dónde parar a comprar una botella de agua en este méndigo llano, en esta brecha que más bien es una vereda por la que apenas un jeep, una troca o un tráiler – cisterna cargada con 40 mil litros de agua, pueden transitar a paso de tortuga y siempre con el peligro de quedarse atorados.
Y aquí voy en este camión – cisterna, a 10 kilómetros por hora.
Oiga, ¿qué no podemos ir más rápido?, me quedo con las ganas de preguntarla al chofer, me trago la pregunta, me la paso sin agua.
De veras que este camino está cabrón, pienso al tiempo que trato de agarrarme a lo que sea dentro de la cabina de esta pipa que repara como si fuera un toro mecánico. No le miento, pero siento que ya traigo los riñones hechos polvo de tanto y tanto brinco.
Adelaido Delgado, descendiente directo de los fundadores de este ejido, me contó que en esta brecha han dado a luz varias mujeres del pueblo porque aquí no tienen clínica y hay que llevarlas hasta el ejido Pilar de Richardson, a unos 40 kilómetros de distancia por esta vereda del demonio.
Con los días sabré que Nuevo Yucatán, donde ahora viven 22 familias, unas 65 personas, entre adultos y niños, es el municipio más alejado y pobre de Ramos Arizpe.
Tengo sed, mucha sed.
Y mientras viajo en la pipa alucino a la madre de don Joaquín, parada allá en la orilla del camino con su bote de 20 litros, esperando un camión metalero pa que le regale agua.
“Y a ver si le daban, si no se regresaba con la tina seca”, me dirá Joaquín.
Don Joaquín era un plebe.
Entonces en Nuevo Yucatán trabajaban unas minas de estroncio, propiedad de un tal señor Rodolfo Boehringer, que venía de Torreón.
Pero como ya no hubo mercado para el metal las minas pararon.
Y los camiones metaleros de la compañía, que se preocupaba por acarrear agua a la gente del pueblo, traer mercancía y reparar el camino, ya no se volvieron a ver. Se acabó el agua, el camino y las mercancías para el pueblo. Nuevo Yucatán era a la sazón un campo candelillero, o sea, de gente se dedicaba a buscar, colectar y quemar candelilla, ese arbusto de tallos largos y erectos que crece en el desierto y del que se saca la cera, muy cotizada en la industria cosmética.
“Cuando nosotros llegamos aquí yo tenía 17 días de nacido, no había casas y mi papá hizo una sombra pa que a mí no me calara el sol. A la intemperie estábamos”, me contará Joaquín.
Andando los días Nuevo Yucatán comenzó a poblarse de chozas de albarda, ese arbusto de tallos con espinas y flores que crece en el desierto.
SIN UNA GOTA DE AGUA, NI DE AYUDA
¿Dónde está?
Nuevo Yucatán se ubica entre la Sierra de la Paila y la Sierra de Alamitos, colinda con Parras y San Pedro de las Colonias
No es el único
Igual ocurre en Estanque de León, Lucio Blanco y Cuates de Australia, en Cuatrociénegas; así como Rincón de García, en San Pedro, Coahuila
La solución
De acuerdo con especialistas, una posible alternativa al problema de la escasez sería una serie de perforaciones.
¿Llegará el recurso?
El gran problema de la inversión federal es que tiene
que justificarse y cuando dices oye son tantos
kilómetros de camino, el repararlo o hacerle una
buena base o pavimentarlo, divido entre los pobladores
que se van a beneficiar pues… baja el cero y no contiene.
“Aquí el pueblito eran puras casitas de albarda, todas las familias vivían en puras caitas de albarda”, me dirá el ejidatario José Vicente Vega, una tarde que lo hallaré componiendo él mismo el equipo de gas de su camioneta porque para acá está canijo que vengan los mecánicos.
Pero quién carambas iba a saber que serían tantas horas de camino en esta pipa, 12, seis horas de ida y seis de vuelta, hasta Nuevo Yucatán, si una camioneta normal o un jeep hacen menos de la mitad.
A mí nadie me dijo, qué muina y por eso no traje agua, qué güey, me digo.
Ni que estuviera tan fácil meter una pipa de 40 mil litros de agua en esta trocha pozuda y polvorienta, dice el chofer Juan Manuel Monsiváis. Una pipa de 40 mil litros que al pueblo de Nuevo Yucarán le durará 15 días o una semana, cuando mucho.
“Las chivas también toman agua”, ingeniero”, me contará el ex – alcalde de Ramos Arizpe, Ernesto Saro, que le dijo una señora la vez que él le preguntó cómo era posible que 100 gentes se acabaran una pipa de 10 mil litros en unos cuantos días.
Y el chofer de la pipa que me ha visto con la lengua de fuera y el rostro compungido me ofrece su botella de agua, “¿agüïta carnal?”, pero a mí me da pena, “no gracias”, y me quedo con mi sed.
Tan fácil que hubiera sido cargar con mi termo o pasar por un por litro y medio de agua, bien helada.Qué coraje. Ya es la tercera vez que vengo a Nuevo Yucarán, un pueblo de Ramos Arizpe ubicado a unos 170 kilómetros de Saltillo por la pista antigua a Torreón y donde no hay agua.
Ni gota. Y yo me estoy muriendo de sed. Lo que pasa es que este ejido está asentado sobre una formación de roca caliza, no hay un sello con qué se detenga el agua y el agua se desploma a gran profundidad en el subsuelo, se va, y por eso es que aquí no hay agua.
Algo así entendí que me dijo una mañana lejos de acá Luis Canales Gutiérrez, el gerente de Geología de la Comisión Estatal de Aguas y Saneamiento (Ceas).
Ni modo, donde no hay agua, no hay agua, me soltará lacónico un ingeniero de Conagua al cual olvidaré preguntar el nombre.
Otra noche por larga distancia, el campesino Adelaido Delgado me contó que a lo largo de la vida de Nuevo Yucatán se han hecho como 14 perforaciones en la tierra de más de 600 metros de profundidad y no han encontrado agua.
“Ya todos los alcaldes que han pasado saben las necesidades del ejido. Vienen y preguntan ¿Si ya saben las necesidades que tiene Nuevo Yucatán, que es el agua, el camino y la luz, pa qué preguntan?”, me dijo.
A Joaquín le pregunté que cuántos años tenía y me respondió que en agosto cumpliría 52 “ahorita porque acabo de llegar de jalar, no porque bañao hasta parece que tengo unos 30”.
De repente el chofer de la pipa se ha detenido en medio de la nada, en mitad de esta ruda trocha y se baja.
Le acaba de tronar una llanta, me avisa desde abajo. Tiro el salto de la pipa y voy donde el chofer que mira sin pestañear el neumático trasero del lado derecho.Fue una piedra filosa la que reventó la llanta, dice el chofer, pero podemos seguir.
Mientras avanzamos a vuelta de rueda el chofer me cuenta que en esta brecha la pipa ya se ha ponchado dos veces y otras dos se le han quebrado las muelles.
Y hasta un día que llovió, el tráiler cisterna, que pesa 63 toneladas más 40 mil litros de agua, se quedó atascado.
El chofer sudó la gota gorda para sacarlo. Cuando llueve este camino se convierte en un pantano.
“Te quedas atorado, ¿y cómo sacas el camión?, es raro que por aquí pase gente que pueda ayudarte”, me dice Juan Manuel, el chofer.
Otro mediodía José Humberto Zertuche, el secretario de Desarrollo Rural de Ramos Arizpe, me contará que incluso en repetidas ocasiones la pipa ha tenido que regresar de Nuevo Yucatán con agua o tirar el líquido porque se quedó atorada en el camino y la gente del pueblo se queda sin agua.
“Es un pecado, pero pos bueno. Se batalla incluso hasta con los proveedores para que quieran ir hasta allá…Se eleva el costo por la situación del camino, por la distancia y por la capacidad que requerimos del servicio”, me dijo Zertuche.
El chofer me dice que ha recorrido en esta pipa muchos caminos de terracerría, pero como este… ninguno.
Seguimos por la brecha bordeada de gobernadora, nopal y lechuguilla, en la pipa.
Pero y quién diablos me mandó a mí venir ten lejos, a este pueblo de casas de tierra plantadas en una llanura inhóspita, estéril, rodeada de cerros inhóspitos y estériles, me pregunto.
Y recuerdo lo que me platicó doña Norberta Delgado, una vecina del ejido, la tarde que llegué por primera vez a Nuevo Yucatán.
“Hay gentes que vienen ‘quién los tiene aquí, pa qué se vinieron tan lejos’, y yo les digo ‘no, no, no si nos vienen con… mejor no vengan…’. Gente que viene, que nos trae cualquier cosa dicen, ‘ay, ¿quién los tiene aquí?, ¿y por qué se vinieron?’, ‘no, les digo, pos es que como todas las cosas…’”.
Otra noche por celular Sergio Delgado, el comisariado de Nuevo Yucatán, me contará que en este pueblo antes había mucha gente, pero como siempre han batallado sólo “se quedan los más hombres”.
De los 80 o 90 ejidatarios que vivían aquí, ya hay nada más 15.
Los demás se ha ido con sus familias porque no tenían en qué acarrear agua.
“Era gente más fregada”, dirá Sergio.
Voy en la pipa.
Y recuerdo que meses antes de esta travesía un señor de la municipalidad de Ramos, a quien en las rancherías conocen como “Piporro”, me contó de un pueblo llamado Nuevo Yucatán en el que, a pesar de que no había agua, la gente se negaba a migrar.
“La gente está arraigada en esos pueblos, no la podemos obligar a Salir, toda la vida ha luchado por permanecer ahí, pero el agua es esencial para la subsistencia del ser humano y el no tenerla hace que las gentes tengan una forma de vivir muy limitada”, no olvido que me dijo Jesús Enrique Salazar, el director técnico de la Comisión Estatal de Aguas y Saneamiento (Ceas).
Que si se iría del pueblo, le pregunté a Adelaido aquella noche que conversamos y me dijo que no.
“No pos es que ya uno está viejo, ¿en qué puedo jalar yo en Ramos o en Saltillo?, ya me falla la vista, ¿si me la dan de velador?”.
Ernesto Saro, ex alcalde de Ramos, me contó después que hace algunos años el municipio adquirió un terreno grande en lo que ahora es la colonia Cañadas del Mirador.
Era un predio que había estado en disputa y donde ya se habían registrado actos de violencia,
El ayuntamiento compró los derechos a los litigantes y se quedó con ese patrimonio.
Saro reservó más de 30 lotes y le pidió a un club de servicio social de Ramos Arizpe que le ayudara a convencer a los de Nuevo Yucatán de que abandonaran el ejido y se fueran a vivir a Ramos.
“Les ofrecí un empleo por familia, un pie de casa para que se pudieran venir. Hicimos dos casas primero. Les mandábamos un camión para que vinieran a ver los terrenos, las casas… Dijeron, ‘pos tan chiquitas y están muy frías, porque el piso de cemento es muy frio, la tierra es más calientita ingeniero’, y no se quisieron venir. Tuvimos que cancelar ese programa y la gente siguió allí arraigada. Ahí está en Nuevo Yucatán, sufriendo y batallando…”.
Pero Adelaido Delgado y el resto del pueblo creen que en realdad lo que Saro quería era echarlo para adueñarse del ejido, porque aquí, se rumora, hay un subsuelo rico en minerales.
“Se quería quedar con el ejido, dijimos ‘no, ta loco’”.
Tengo sed.
Una sed de perro.
Nuevo Yucatán, Nuevo Yucatán, Nuevo Yucatán, repito para mis adentros, acaso ¿ya estaré delirando de sed?
Nuevo Yucatán, qué extraño nombre.
La mañana que platiqué con el ex alcalde Saro me dijo que, según sus pesquisas, el nombre se debe a que los pobladores originales de esta tierra feroz eran de Yucatán.
Y ahora recuerdo que el ocaso que estuve charlando con don Joaquín en la cocina con chimenea de su casa, me platicó que aquí, antes de que se declarara ejido, a mediados de los ochenta, se llamaba “Las brujas”, “porque había muchas”.
Vaya a saber.
Lo único que me importa en este momento es que tengo sed.
Una sed desquiciante.
Ah qué chévere me caería una caguamita bien helada, nomás llegar a Nuevo Yucatán, me saboreo mientras la pipa se abre paso trastabillando por la trocha tortuosa.
Qué güey, pienso de mí cuando recuerdo que en Nuevo Yucatán, además de que no hay agua ni camino, tampoco hay electricidad.
“Nomás fíjese: acabo yo de trabajar, ¿usté cree que no tengo ganas de una caguama helada?, ¿pero cómo?, tomo mejor café y está caliente. Tengo ganas yo de una caguama helada y ¿cómo me la tomo?, si no hay refri, no hay nada”, me dirá don Joaquín.
Y las baterías de los páneles solares que el gobierno vino a instalar aquí hace tres años, ya no jalan.
“Cuando yo fui comisariado le pedí la luz a Humberto Moreira, “El profe”, y dijo ‘ya va autorizado’. Se hicieron pa atrás y ya no nos la quisieron poner, que porque costaba siete millones de pesos de inversión. Nos daban una planta de diesel, les dije ‘no, no, no’. Le digo que yo ya me canse de andar pidiendo, porque son mentiras…”, me contó Joaquín.
La mañana que estuve con Saro le pregunté por qué ningún acalde de Ramos ha podido solucionar los problemas añejos de Nuevo Yucatán, como el camino, por ejemplo.
“El gran problema de la inversión federal es que tiene que justificarse y cuando dices oye son tantos kilómetros de camino, el repararlo o hacerle una buena base o pavimentarlo, divido entre los pobladores que se van a beneficiar pues… baja el cero y no contiene. Era más importante repavimentar la carretera a Paredón o de otros lados porque Paredón tiene mil 500 gentes. Entonces sí se justifica una obra de ese tipo. Pero con menos de 100 habitantes y una obra tan costosa…”.
SEQUÍA
Nuevo Yucatán (El Jabalí) Ramos Arizpe
En los hogares de 22 familias hace falta todo, pero con más urgencia, agua. Acumulan lo que pueden pero generalmente está contaminada:
Tengo sed.
Tanta sed que sería capaz de beberme al hilo un vaso de esa agua verdosa de la presa o el aljibe de Nuevo Yucatán.
Pero nomás de penar en lo que me dijo María Eugenia Estrada, una lugareña, me arrepiento…
“Aquí hay criaturas chiquitas, ¿se imagina que se tomaran esa agua?. Los de la Cruz Roja nos dijeron que esa agua del aljibe teníamos que hervirla o que la cloráramos. Tenemos que clorar el agua pa tomarla, pero pos a veces la cloramos y nos da dolor de estómago”.
María Eugenia me contó que desde hace dos años los Veteranos de la Cruz Roja Saltillo vienen seguido a Nuevo Yucatán a traer agua embotellada, despensa y ropa, para la gente del pueblo.
Otra tarde platico con Rito Sandoval Torres, miembro de la Coordinación de Veteranos de Cruz Roja Saltillo, un grupo dedicado a realizar obras sociales en diferentes ejidos de la entidad.
En julio pasado esta organización repartió en Nuevo Yucatán cinco mil 200 litros de agua purificada, que juntó a través de donaciones de la comunidad.
“Fue algo muy difícil llevar cinco mil litros de agua arriba de la sierra. Nuestros vehículos tienen un limitante y tuvimos que coordinarnos con el grupo de Jeeperos de Saltillo y acercar el agua hasta arriba. Otras personas también nos hicieron el favor de prestar sus vehículos y fue como pudimos llegar hasta arriba”.
Cuando le pregunté a Rito sus impresiones sobre Nuevo Yucatán, respondió:
“Un pueblo olvidado. De esos pueblos del oeste. No hay nada. Sentí que inmediatamente tenía que ayudar. Hemos ido a otros ejidos, pero no encontramos una problemática tan fuerte como en Nuevo Yucatán. Hemos encontrado ranchitos donde son humildes, pero tienen agua, tienen luz, cercanía con vías de comunicación, cosas que no tiene Yucatán”.
LOS POZOS PUEDEN SALVARLOS
Al menos cuatro pozos de cien metros, en una zona conocida como Valle del Parreño, ubicada a unos 17 kilómetros de este ejido. Desde El Parreño se extraería el agua, con papalotes o energía solar, y se bajaría por gravedad mediante una línea de conducción
1940 data el apogeo de Nuevo Yucatán como campo candelillero
2000 hasta ese año el pueblo era rico en minas. En los ochentas y hasta entonces se estableció una compañía minera que explotaba el estroncio, dotaba de agua y mercancías al pueblo y mantenía el camino en buenas condiciones
Días después Tomás Gutiérrez, el secretario de Desarrollo Social de Ramos, quien ha ocupado diversos cargos en distintas administraciones de este municipio, me recibirá en su oficina con un discurso que la gente del pueblo ya se sabe de memoria:
“Una de las prioridades es la electrificación y dotar de agua. Vamos a trabajar el programa de ‘Enchúlame la casa’, vamos a poner dispensario médico, vamos a tratar de mejorar las unidades de transporte escolar…”.
Tengo la espalda empapada.
Y mucha sed.
Es más, creo que hasta me estoy deshidratando.
Sin exagerar.
La pipa, un Freigthliner 99, avanza sigilosa y a trompicones por la vereda.
Creo que si alguien me preguntara dónde me gustaría estar en este momento, seguro que le diría que bebiendo cerveza en un bar de Puerto Vallarta.
Eso mismo le pregunté yo a Francisco Javier Delgado, la tarde que lo encontré quemado candelilla en su paila, a la intemperie.
Hacía un calor encabronado, como ahora.
“¿A mí?, de perdido en mi casa, pa no estar en este solazo”, me dijo.
En Nuevo Yucatán todos los hombres y hasta algunas mujeres, como doña Norberta Delgado, 68 años, se dedican al duro oficio de piscar y quemar candelilla, desde siempre.
Recuerdo que la primera vez que la vi doña Norberta acababa de llegar de cortar candelilla en el monte, “para poder comer”, dijo
“Ella corta candelilla, así como la ves”, me contó María Eugenia Estrada, su vecina.
Hijo qué calor hace.
Y yo que no veo la hora de salir de esta maldita brecha.
¿Será posible que apenas sea marzo y ya haga tanto calor?, pienso.
“Aquí es muy caluroso, muy caliente, muy bochornoso”, me dijo María Eugenia la tarde que platicamos por primera vez a la sombra del cobertizo de su casa de ocotillo.
Francisco, el hombre que encontré quemando candelilla el mediodía de mi llegada al pueblo, me platicó que la peor temporada en Nuevo Yucatán es de abril a julio, cuando se van las lluvias, que aprieta el calor y se acaba el agua del estanque y la del aljibe, también la de los tinacos que de vez en cuando surte esta pipa.
Entonces la gente tiene que ir 30 o 40 kilómetros de terracería en sus troquitas, con sus tambos, hasta Estación Marte o Pilar de Richardson, dos ejidos aledaños, para traer agua.
“Cuando más sufre uno es ahorita que ya se está acabando el agua oiga. Yo para traer cinco taques en la camioneta necesito como mil 500, mil 700 pesos, nomas pa traer un viaje de agua”, me dirá Adelaido Delgado.
Pero hay candelilleros, como el esposo de María Eugenia, que no tienen troca y en tiempo de seca deben pagar a los que sí tienen para que les traiga el agua hasta aquí.
Durante mi viaje en pipa descubro en el tablero una imagen miniatura de San judas Tadeo, mi santo favorito.
Ay San Judas sácame de ésta.
En eso evoco le entrevista que tuve con Aída Alvarado Ibarra, la esposa de Sergio, el comisariado, uno de aquellos días que estuve por Nuevo Yucatán.
En una de las paredes de la casa había colgado el retrato de un hombre de cara infantil, con saco y corbata negros: era el Niño Fidencio.
Y le pide al Niño que les mande el agua ¿no?, le pregunté a Aída.
Pero no puede, respondió riendo.
Aída me contó que es originaria de Estación Marte, un ejido cercano donde sí hay agua.
Quise saber por qué entonces fue que se había mudado para acá, “pos no sé, a lo mejor me gustó Sergio y me tuve que venir con él…”, dijo a carcajadas.
Y yo pensé que algo así debía ser el amor.
Tengo sed.
Y sueño.
De pronto me he quedado profundamente dormido, como aletargado por la sed y el calor.
“Allá se ve el pueblito”, oigo entre mi somnolencia que me dice Juan Manuel, el chofer.
Por fin hemos llegado a Nuevo Yucarán.
Qué raro, pienso, esta vez no he visto salir a la turba de chiquillos que me recibieron la otra mañana,
Ha de ser porque don Rober, el chofer escolar del ejido que a veces los deja esperando, hoy si los llevó a la escuela.
Ah sí, había olvidado decir que en Nuevo Yucatán hay escuela rural, pero no maestros.
La gente dice que es por la lejanía del ejido.
Entretanto los chicos tienen que levantarse todos los días a las 5:00 de la mañana para ir a estudiar a Marte y al Pilar.
Al rato veo a Juan Manuel y a su chalán, un adolescente que no ha hablado en todo el camino, bajar las mangueras de la pipa, encender la motobomba y llenar los tinacos que están en el centro y a las orillas del pueblo.
Mientras se llenan los tinacos Juan Manuel, el chofer de la pipa, me pregunta que si me atrevería yo a vivía aquí, le digo que no y dice que él tampoco.
La operación de llenar de agua los depósitos dura apenas una media hora.
“Se acabó el picnic”, anuncia Juan Manuel.
Nos vamos.
Ah que alivio pienso.
De regreso, me dice Juan Manuel, nos aguardan nada más que seis horas de brecha salvaje, seis horas…
Nooooo…
Agua, agua, agua…