Doña Rosita: 64 años atrás de un mostrador en Saltillo
Texto: Jesús Peña/Fotos: Luis Castrejón
Yo pensaba que las tiendas de abarrotes, esas antiguas tienditas de esquina ya se habían extinguido.
Que los meteoros llamados Oxxos y Seven Eleven las habían aplastado, sepultado, acabado.
Pero cuando conocí la tienda de doña Rosita Olivo Ramos, plantada en la esquina de Matamoros y Abraham Cepeda, me quedé de a cuatro.
La de doña Rosita es uno de esos clásicos tendajitos de barrio, que todavía, a pesar del tiempo y la modernidad se mantienen vivos, sin respiración artificial, despachando en vetustas casas de adobe, las clásicas casas saltillenses con recaías puertas de madera y techos de vigas.
Una mañana que andaba vagando por la ciudad, ya sabe, buscando asuntos, entré a esa tienda que parece una reliquia de museo y encontré a doña Rosita, 90 años, detrás del viejo y tosco mostrador, despachando, como desde hace 64 años.
Doña Rosa es una mujer chaparrita, delgadita, láctea tez, ojos vivos y que usa un gorrito de abuelita cuando hace frio.
A su espalda se impone un rudo casiller que antaño exhibía mercancías varias, latas de esto, bolsitas de aquello…
Doña Rosita me platicó que esta tienda era de sus suegros, los padres de su marido José Aguirre, y desde que ella se casó le gustó la cuestión del comercio, de despechar, de tratar con la gente, de las operaciones matemáticas mentales.
Doña Rosita es buena pa las cuentas.
Antes, cuando muchacha, doña Rosita nació en 1929, nunca había trabajado fuera de su casa y sus papás le cuidaban como un tesoro.
“¿Cómo que nunca trabajó, si yo toda la vida le he visto chingándole”, dijo uno de sus hijos que pasaba por la tienda mientras yo entrevistaba a Rosita.
Pero con el tiempo doña Rosita tomó gran cariño por la tienda.
De la tienda se mantuvieron ella, su esposo José y sus 11 sus hijos.
Gracias a la tienda el matrimonio pudo darles a sus críos escuela y todo lo que necesitaban, cuando las tiendas de la esquina eran un negocio próspero.
Ahorita se vende poco, dice doña Rosita, porque como ya todo venden hecho y hay pocas personas que cocinan.
¡Qué recuerdos señor de la tienda!
Este era el cajón del maíz, dice Rosita.
Pero ya no se vende el maíz, ya no hay clientes.
Alguna vez, no recuerdo a quien le oí decir que las tiendas eran un negocio noble.
Por eso doña Rosita no cierra y se mantiene fiel a su tienda.
El 27 de marzo doña Rosita cumplió nada menos que 90 primaveras y sigue al pie de cañón, o mejor dicho, del mostrador…
¿Qué si todavía despacha?, cómo no.
Pásele, ¿qué va a llevar?