El hombre que da vida a los dinosaurios

Ignacio Vallejo, quien de niño soñaba con monstruos y jugaba con su papá a recolectar fósiles, recrea con su arte a los gigantes que vivían en las playas y selvas que hace millones de años fueron los desiertos de Coahuila

Por: Jesús Peña
Fotos y video: Orlando Sifuentes/Elí Vázquez/Jesús Peña
Edición: Nazul Aramayo
Diseño: Édgar de la Garza

 

 

Es una templada mañana de miércoles en Rincón Colorado, municipio de General Cepeda, e Ignacio Vallejo González señala el sitio donde, hace más de dos décadas, fueron descubiertos los huesos de dos grandes dinosaurios que vivieron aquí hace 72 y medio millones de años, cuando esto no era lo que es.

No.

Los senderos que va recorriendo Nacho no eran entonces este semidesierto poblado de plantas puntillosas y animales montaraces.

No.

Era la costa.

Una selva exuberante de vegetación, plantas y frutos extraños, que servían de alimento a las criaturas, unos gigantes con cresta o cuernos, garras y cola muy larga, que moraban en este sitio, Rincón Colorado, nombrado así porque cada vez que cae el sol sus lomas se ruborizan.

Lo que hoy es un extenso llano habitado por lechuguilla, oreganillo, gobernadora y candelilla que conviven con tlacuaches, zorras, coyotes, gatos monteses, tortugas y serpientes venenosas, era una zona tropical de humedales, pantanos, donde habitaban tortugas, cocodrilos, aves de la época, mamíferos, reptiles y… dinosaurios.

“En Rincón Colorado, imagínate, había zonas de pantanos, había tortugas, reptiles, serpientes, mientras los dinosaurios andaban caminando…  Estamos parados donde otros seres estuvieron”, dice Ignacio.

Estas tierras que Nacho ha caminado y explotado por más de 30 años, esas formaciones rocosas, aquellos montículos, las lomas, los cerros que se ven allá eran, en tiempos del Mesozoico según los geólogos, planicies de inundación, que estaban sumergidas en aguas de mares poco profundos, mares interiores.

“(…) un sistema de desembocaduras de caudalosos ríos, que a su vez provocó el desarrollo de esteros, lagunas y marismas (…)”, se lee en una memoria  difundida por el Museo del Desierto de Coahuila.

“La atmósfera era más densa por su riqueza en bióxido de carbono y permitía la proliferación de palmeras y helechos gigantes”, consigna un artículo sobre Rincón Colorado, publicado el 15 de febrero de 2000  en la revista “Conozca más”.

Y las rocas que existen alrededor de este páramo no eran más que arena, fragmentos de fondos de cuerpos de agua, que con el paso de millones de años se petrificó, se comprimió.

“Todavía hay huellas de las rizaduras del oleaje, las ondulaciones. El tiempo grabado en la roca”, dice Ignacio.

Hasta que un día, y no es película hollywoodesca, cayó un gran asteroide, un meteorito, un cometa que acabó con todo.

“Hay varias teorías, pero… de que cayó un asteroide o cometa y que causó la extinción, sí. En Coahuila se ha encontrado lo que es la sunamita, estos sedimentos que dejó la ola gigante cuando golpeó el continente. Eran olas de alrededor de 100 metros de altura. Al golpear el continente arrasa con absolutamente todo”, explica Héctor Ribera Silva, especialista en Paleobiología y jefe del departamento de Paleontología del Museo del Desierto (MUDE).

Ocurrió al final del período Cretácico, hace 65 millones de años.

65 millones de años después, José Ignacio Vallejo González, quien es un paleoscultor autodidacta, sin título, lucha día con día, por reconstruir, a partir de los restos que dejó aquella catástrofe, el ayer de un mundo perdido.

Nacho, 61 años, espigado como un dinosaurio, morena tez, cabello crecido, lacio y negro, es un hombre que ha dedicado la mitad de su vida a la reconstrucción científica, una disciplina que es en sus propias palabras, completar las partes que le faltan a un resto fósil y así darle vida. La paleontología aplicada, utilizando, en este caso, las artes pláticas con finalidad científica.

Rompecabezas El trabajo de Ignacio es compaginar campo, laboratorio y reconstrucción científica-artística. Fotos: Vanguardia/Orlando Sifuentes/Elí Vázquez/Jesús Peña

Algo así como jugar con la ciencia y el arte.

Tener en sus manos esos huesos, dice Nacho, le ha permitido imaginar cómo era Coahuila, cómo era Rincón Colorado hace 72 y medio millones de años y desvelar ese mundo fantástico que ha estimulado tanto el ingenio de niños, científicos, escritores y cineastas.

“Es imaginación, conocimiento científico y pruebas. Haz de cuenta que mi trabajo es como una investigación forense. Puedo imaginar cómo era un dinosaurio con su textura, su piel, sus pliegues, sus movimientos y puedo reconstruir no solamente el dinosaurio, sino su comportamiento y su medio ambiente. Es como armar un rompecabezas, pero sin u instructivo previo”, dice Nacho otra nublada mañana de sábado en la acogedora sala de su apartamento, Obregón sur 914, mientras posa con algunas de las maquetas en 3-D de dinosaurios en bronce y plastilina, que ha modelado a lo largo de su vida de paleoescultor.

Nacho no es el prototipo del científico ratón de laboratorio: larga barba, bata blanca y gafas de alta graduación.

No.

Lleva playera holgada, blue jeans y chancletas, será porque en unos cuantos días, confiesa, llegará su jubilación, después de tres décadas al servicio de la ciencia.

Entre sus bocetos impresiona el de un dinosaurio verde llamado Velafrons coahuilensis (frente de vela), una criatura con una larga cresta en forma de vela de barco y en cuyo hallazgo y rescate participó Nacho en 1995, junto con un equipo interdisciplinario de investigadores.

Este dinosaurio pico de pato, herbívoro, fue descubierto por la paleontóloga saltillense Martha Carolina Aguillón Martínez a las afueras de Rincón Colorado, uno de los sitio con mayor riqueza paleontológica en el noreste mexicano.

Parece tan inofensivo, e incluso tierno, en las manos de José Ignacio, pero la verdad es que este monstruo, que vivió hace 72 millones de años y es el dinosaurio más completo que se conoce para México, llegó a medir hasta 6 metros de largo y 10 de alto.

“Este es nuestro dinosaurio, uno de los más famosos”, dice Nacho con cara de orgullo.

Y dice que los trabajos para el rescate de este espécimen se llevaron años.

Los restos fósiles de este animal, fueron trasladados al laboratorio del Museo del Desierto (MUD) donde Ignacio se encargó de reconstruir los huesos que le faltaban.

Como en la infancia Ignacio salía con su papá a explorar el desierto; ahora también lo hace y se parece mucho a lo que hace cualquier niño que le gusta dibujar y hacer monitos de plastilina.

HISTORIA EN FÓSILES

 

¿QUÉ SIGNIFICA?

La palabra dinosaurio fue acuñada por Sir Richard Owen en 1841, a partir de los vocablos latinos 
Deinos: terrible, y Saurus: lagarto.

PRIMEROS DINOSAURIOS

Los dinosaurio más antiguos aparecieron hace 230 millones de años en Argentina. Eran carnívoros 
y caminaban en dos patas.

DINSAURIOS EN MÉXICO

Los estados del país donde más se han encontrado restos de dinosaurios son:

>Baja California.

>Sonora.

>Chihuahua .

>Nuevo León.

¿Y EN COAHUILA?

El primer reporte de dinosaurios en México data de 1926, cuando un grupo de científicos
alemanes informaron del hallazgo en una localidad de Coahuila.

Las aves son dinosaurios modernos, son los descendientes de una rama de dinosaurios que vivieron hace 70 millones de años.

En la primavera de 1985 se encontraron las primeras huellas que dejó en la playa un dinosaurio carnívoro en el norte de México.

También los primeros restos de cascarones de huevo de dinosaurio, los primeros dientes de mamífero, las primeras vértebras de serpiente.

Ignacio ha descubierto nuevas especies: cocodrilos, una de las serpientes más antiguas de Norteamérica, los primeros mamíferos, una nueva tortuga.

El Velafrons coahuilensis es un dinosaurio pico de pato, herbívoro y frente de vela que fue descubierto por la paleontóloga saltillense Martha Carolina Aguillón Martínez hace 25 años en Rincón Colorado.

El Saltillomimus es un dinosaurio parecido a los avestruces, con la talla de un camello, muy ágil y corredor, fue encontrado por el rumbo del ejido La Majada, en el municipio de General Cepeda.

16 años tenía Ignacio cuando realizó su primer hallazgo de fósiles: amonites.

 65 millones de años antes, al final del Cretácico, cayó un meteorito que marcó el inicio del fin de los dinosaurios.

 

Un dinosaurio más que vuelve a la vida:

Explorador: 

Ignacio sale a campo, camina kilómetros y kilómetros en busca de especímenes bajo el perro calor, excava y rescata fósiles..

Nacho es muy paciente porque si algo le sale mal, que se le mueva tantito, tiene que volver a empezar”.
Juan Carlos Mantilla, el director de Comunicación del MUDE.

Cuidados:

Fabrica los jackets (férulas de yeso), una suerte de protecciones especiales para el traslado del material fósil al laboratorio.

Laboratorio:

Después de la exploración en el campo, Ignacio limpia los huesos del dinosaurio y aplica pegamentos y preservadores para dar consistencia y solidez a los fósiles.

Modelos:

Realiza dibujos, medidas, moldes, prótesis en 3-D, a base de mallas , papel aluminio, polímeros, resinas, fibra de vidrio, silicones, yesos cerámicos, cera, alambre.

Maqueta: 

Dibuja al dinosaurio en papel estraza, forma el esqueleto con alambre de acero, mezcla la plastilina con la cera, la pone al sol para que se haga blandita, y luego la trabaja.

 

 

 

 

 

Ese es el trabajo de un paleoscultor.

“Y aquí está nuevamente, listo para volver a la vida”, dice Nacho y alza por todo lo alto su prototipo en 3-D, versión miniatura, del Velafrons, modelado en plastilina y alambre.

Tarde soleada de viernes como a las 4:00. Nacho rellana con plastilina café para escultor el esqueleto de alambre de otro Velafrons coahuilensis.

Antes Ignacio tuvo que dibujar al monstruo en papel estraza, formar el esqueleto con alambre de acero, mezclar la plastilina con la cera, ponerla al sol para que se hiciera blandita, y a trabajar.

“Hay que mezclar la plastilina con cera porque eso le da una textura diferente, y al endurecer, cuando se enfría, una consistencia muy especial”, dice Nacho.

Vista así, tan de cerca, la vida de Ignacio se parece mucho a la de cualquier chiquillo que le gustara dibujar y hacer monitos con plastilina.

La escena transcurre en su taller al aire libre del jardín de la casa familiar estilo campestre, en un  lugar conocido como “Las Barrancas”, al norte, por el rumbo de Los González, donde el fragor de la ciudad no llega.

Es el lugar al que Ignacio acostumbraba ir de expedición con su padre, para cortar mezquites y buscar puntas de flecha y huesos.

“Siempre andaba con mi papá en la búsqueda… Él me enseñó a diferenciar los materiales, me hacía herramientas de hojas de segueta y de brocas quebradas para que yo tallara figuras en piedra y madera”, cuenta.

Cierto día que andaba de aventura se topó con los restos de lo que creyó un jabalí.

Era un hermoso cráneo, que, más tarde sabría, había pertenecido a un verraco.

Andando el tiempo aquella y otras de sus hazañas quedarían expuestas para la posteridad en el Museo de Historia Natural del Ateneo Fuente.

Nacho aplica la plastilina sobre el esqueleto de alambre del Velafrons. La bestia poco a poco va cobrando vida en carne y hueso.

“Es como una obra arquitectónica y  esto es la obra negra, como quien dice”, espeta Ignacio.

Su trabajo de explorador y artista suele ser más rudo y complejo de lo que la gente cree.

“Es compaginar campo, laboratorio y trabajo de reconstrucción científica-artística”, dice. 

Mediodía de miércoles en la Colina de los Dinosaurios, Rincón Colorado, la zona de reserva paleontológica, el sol cayendo a plomo sobre el yermo tapizado de cactáceas, y a Nacho Vallejo le viene, como un flashback, el recuerdo de cuando un equipo de paleontólogos, geólogos y biólogos   estadounidenses, canadienses y mexicanos del que él formó parte, trabajaba en el rescate del primer dinosaurio enorme: un gran dinosaurio pico de pato, cuyos fósiles están resguardados en la colección paleontológica del Museo del Desierto (MUDE).

En Rincón Colorado, imagínate, había zonas de pantanos, había tortugas, reptiles, serpientes, mientras los dinosaurios andaban caminando… Estamos parados donde otros seres estuvieron”.
Ignacio Vallejo González, paleoescultor.

De esta área que se llama Las Canteras, relata Nacho, aquel equipo de investigadores recuperó además los huesos del Velafrons coahuilensis, el primer dinosaurio de México nuevo para el mundo, hoy majestuosamente expuesto en una vitrina del Pabellón 1, en el MUDE.

“Cuando las canteras se abrieron al público fue un boom, había miles de visitantes de toda la República y grupos tras grupos escolares de todos los niveles… niños de preescolar…”, dice José Ignacio que esta vez viene vestido a la usanza de los buscadores de tesoros paleontológicos, de los cazadores de dinosaurios: sombrero, chaleco, mochila y zapatos de geólogo.

“Yo trabajaba con gente mayor y mujeres, era el joven, el más fuerte, entonces me tocaba la chinga, entre otras cosas, de retirar a pico y pala el sedimento de estas canteras”.

Nacho no es el típico paleoescultor que pasa horas y horas recluido en su taller, intentando recrear animales prehistóricos y nada más.

No.

Nacho es un explorador que sale a campo, camina kilómetros y kilómetros en busca de especímenes bajo el perro calor, excava y rescata fósiles.

Luego fabrica los jackets (férulas de yeso), una suerte de protecciones especiales para el traslado del material fósil al laboratorio.

Ya en el laboratorio limpia los huesos del dinosaurio y aplica pegamentos y preservadores para dar consistencia y solidez a los fósiles.

“Los huesos no están completos, están seccionados, fracturados. Se los lleva la corriente y son desmembrados. El Velafrons estaba sepultado. Cuando murió fue depositado en los fangos, en el lodo y ahí se quedó atrapado para, millones de años después, salir a la vida, al mundo paleontológico de Coahuila. Entonces es restaurar los restos fósiles en el laboratorio”.

Después Ignacio dibuja, toma fotografías, medidas y determina cuáles son las piezas que faltan al dinosaurio y que él debe reconstruir.

“Si encontramos solamente partes del fémur y tienes partes incompletas, por ejemplo, la porción articular, eso es lo que tengo que reconstruir; o que solamente se encontró el hueso de un húmero o de una escápula, por ejemplo, la izquierda, pues hay que hacer la derecha. En el mundo científico es válido reconstruir. Si a un esqueleto le falta una coyuntura, una parte articular, una parte distal, algún elemento, yo tengo que reconstruirlo”, dice.

Autodidacta Gracias a su enorme disciplina, creatividad y hambre de conocimiento, Ignacio aprendió por su cuenta.

Dibujos, medidas, más dibujos y más medidas, moldes, más moldes y finalmente el modelado de las piezas, prótesis, dice Nacho, en 3-D, a base de mallas metálicas, papel aluminio, polímeros, resinas, fibra de vidrio, silicones, yesos cerámicos, cera, alambre y… ya: un dinosaurio más que retorna a la vida.

“De ahí el nombre de reconstrucción científica y paleoescultura, porque se talla, se modela, se esculpe, en materiales duros diversos, lo que van a ser los huesos para completar el esqueleto. No solamente de dinosaurios ni de vertebrados, sino también de invertebrados. He reconstruido amonites, animales marinos, tiburones”.

A simple vista parece un juego de niños, pero la realidad, comenta Juan Carlos Mantilla, el director de Comunicación del MUDE, es que el trabajo de un paleoescultor, como Nacho, requiere de gran paciencia.

“Y Nacho es muy paciente porque si algo le sale mal, que se le mueva tantito, tiene que volver a empezar”.

Nacho dice que los dinosaurios que más trabajo le ha costado reconstruir son el Velafrons coahuilensis y otro monstruo estudiado y bautizado por la paleontóloga del MUDE, Martha Carolina Aguillón Martínez, como el Saltillomimus.

Se trata de un dinosaurio parecido a los avestruces, con la talla de un camello, muy ágil y corredor, que podía comer desde plantas hasta pequeños roedores, lagartos, huevos.

“A éste le reconstruí los huesos de las patas y otras partes que le faltaban. De todo…”, cuenta Ignacio.

Dicho animal, que fue encontrado por el rumbo del ejido La Majada, en el municipio de Saltillo, yace hoy en la colección paleontológica del Museo de Desierto, esperando salir al mundo moderno.

“Recuerdo que este dinosaurio se hallaba debajo de una piedra muy grande y pesada y a mí se me ocurrió prender una fogata encima de la roca. Luego le pusimos hielo para que se fragmentada y con unos cincelotes…”, cuenta Nacho.

Otra mañana de charla en su apartamento, Nacho muestra su modelo en cera, con esqueleto de alambre, de un Saltillomimus.

“Está parado, va en una sola pata, tiene plumas como rústicas. Así me lo imaginé, pero con base en la anatomía y en el comportamiento animal. A mí desde niño me gustó ver los animales, observar sus movimientos, las huellas que dejaban las palomas, los pollitos en el lodo. De hecho las aves son dinosaurios modernos, son los descendientes de una rama de dinosaurios que vivieron hace 70 millones de años”, dice Ignacio.

Es imaginación, conocimiento científico y pruebas. Haz de cuenta que mi trabajo es como una investigación forense”.
Ignacio Vallejo González, paleoescultor.

De excursión por las entrañas del semidesierto, Ignacio penetra en el Museo de Rincón Colorado, el primer museo de sitio de carácter paleontológico en el norte de México, fundado hacia 1994 en las ruinas de una antigua escuela rural.

Nacho dice que este museo es como la cimiente, el padre del Museo del Desierto.

En el jardín de la pinacoteca se aprecian las pisadas de un dinosaurio que, no hace mucho, unos minutos tal vez,  pasó por aquí.

No.

En realidad son las réplicas de unas huellas, las primeras huellas de dinosaurio localizadas en un lugar conocido como el Cañón de las Ánimas, en Rincón Colorado, y de las que Nacho es codescubridor.

Ésta, asegura, fue una de sus aventuras más grandes:

Encontrar las primeras huellas que dejó en la playa un dinosaurio carnívoro, el primer descubrimiento de huellas de dinosaurio en el norte de México.

“Quizás era la orilla de una laguna o un cuerpo de agua poco profundo. El dinosaurio fue dejando sus huellas, iba caminando. Parecía como si acabara de pasar esa mañana porque las huellas estaban con humedad y todo”.

A Ignacio le perecía increíble: un ser humano que tiene un encuentro con las huellas de un ser que vivió tantos millones de años atrás.

Ocurrió en la víspera de la primavera de 1985.

La sala principal del museo de Rincón Colorado es una profusión de pequeñas vitrinas acristaladas, el muestrario de un planeta fantástico que existió en la prehistoria y que ahora es posible contemplar.

“Lo que estamos viendo son invertebrados marinos (moluscos), que vivieron en los cuerpos de agua, lagunas, algunas zonas de costa, mares poco profundos, lo que eran los márgenes del Mar de Tetis y que ahora es Rincón Colorado, la zona paleontológica”, expone Nacho.

En otra vitrina Nacho señala unas plantas fósiles, muestra de lo que es la paleobotánica, dice.

Puedo imaginar cómo era un dinosaurio con su textura, su piel, sus pliegues, sus movimientos… su comportamiento y su medio ambiente. Es como armar un rompecabezas”.
Ignacio Vallejo González, paleoescultor.

“Aquí se ve la impronta, la huella marcada de una hoja de palma: el alimento de los dinosaurios herbívoros. Imagínate todo lo que tenían que comer. Si una vaca requiere cuatro hectáreas para alimentarse de pastizal, ahora… los dinosaurios herbívoros… requerían una gran extensión de tierra y de vegetación…”.

Esos que están en aquel exhibidor, dice Ignacio, son frutos fosilizados que provienen de la zona paleontológica. La dieta de algunos de los gigantes.

“Te encuentras ese ser que tuvo vida vegetal, pero continua teniendo vida material, energía que une sus moléculas y es un elemento que tiene diferentes minerales: hierro, níquel, sílice… No son solamente piedras, minerales, sino partículas de Dios y de la vida, de la naturaleza”.

Éste es el segmento de una gran mandíbula de un pico de pato gigantesco, dice Nacho.

Y dice que algunas de las piezas fósiles expuestas en la colección del Museo de Sitio de Rincón Colorado, son producto de sus largas andanzas por el semidesierto.

Aquellos son fragmentos de cascarones de huevo de dinosaurio.

“Hemos encontrado crías, dinosaurios que acababan de eclosionar. Eran como pollitos de dinosaurio, sobre todo picos de pato”.

Nacho se encuentra ante los huesos de una enorme pierna que perteneció a un dinosaurio pico de pato y que está impecablemente montada en uno de las paredes de la sala.

La pieza es realmente asombrosa y ocupa casi toda la superficie del muro. 

No se trata de ninguna réplica.

Fue excavada y colectada aquí, en la zona paleontológica.

Es original y tiene más de 72 millones de años, el periodo Cretácico superior de la era Mesozoica.

De vuelta a la sala de su apartamento, una lluviosa tarde de jueves, Ignacio muestra su modelo en plastilina de Isauria, incrustado sobre un mapa de Coahuila paleoambientado en el Cretácico superior.

El chispazo de creatividad, Nacho es creativo por naturaleza, le llegó mientras participaba en el rescate de aquel primer dinosaurio enorme, un gran pico de pato, que fue descubierto en las canteras de Rincón Colorado.

Señala. Aquellos monstruos con los que Ignacio soñaba cuando era niño son los que ahora reconstruye y les da vida.
Gracias a Nacho se han encontrado lugares buenos, especialmente en Pleistoceno (...) Nacho es una personas que lee mucho, entonces tiene un acervo cultural muy grande”.
María del Rosario Gómez Núñez, coordinadora de Paleontología de la Secretaría de Educación.

“Se me ocurrió crear una minicantera, un esqueleto de dinosaurio en un alto relieve. Me imaginé que la cantera donde excavábamos era el relieve de Coahuila con toda su vegetación, todas sus frondas. Es un homenaje a Isauria”, un pico de pato del genero Kritosaurus, que se alimentaba de plantas, vivía en manadas y podía andar en dos o cuatro patas.

Fue el primer dinosaurio colectado por mexicanos en 1987, en el ejido  Presa de San Antonio,  municipio de General Cepeda.

Sus fósiles originales están en resguardo de la Colección Paleontológica Nacional, en  el Instituto de Geología de la UNAM, en la Ciudad de México.

Nacho había trabajado en la reconstrucción de una copia museográfica de Isauria, cuyo esqueleto está exhibido en el Pabellón 1 del Museo del Desierto.

“Estaba incompleto y se me comisiona para reconstruir partes que le faltaban de las vértebras, las costillas. Escultóricamente realicé los elementos sobre ese dinosaurio”.

Isauria fue también el primer dinosaurio coahuilense expuesto en el Pabellón de los Dinosaurios del Museo del Desierto

Aquellos eran los monstruos que Nacho había soñado cuando nene.

Su encuentro con aquellas criaturas, años más tarde, lo dejaría pasmado.

“Soñaba con un lago muy oscuro, de un verde muy profundo, del que salían unas como serpientes muy grandes, gigantescas como un dinosaurio de la talla de un reptil marino, con cuellos muy largos. Nadaban y salían. Yo soñaba que se morían, que el lago se secaba de pronto y se morían esos reptiles, que esos lagos se secaban, estaba cuarteado el lodo y los peces así todos brincando y unos estaban ya como fósiles, torcidos. Yo veía eso, estaba viendo que se estaban muriendo. Soñé extinciones. Fue impactante, tremendo y lo contaba como si lo hubiera visto. Mi madre me dice ‘hijo, sí, tú platicabas que veías eso’”.

Nacho ahora sabe que esos animales que había visto en sus sueños, se parecían mucho a los plesiosaurios, unas bestias semejantes a una tortuga, pero sin caparazón y con una serpiente inserta a al cuerpo.

“Eran como un Plesiosauria, un Elasmosaurus (reptil marino con un cuello extremadamente largo). Ahora ya lo sé. Vi cosas que iban a pasar en el futuro, en mi futuro, en mi vida. Es algo muy misterioso. Soñé unos reptiles marinos y ya siendo un joven hago los primeros hallazgos de fósiles, me encuentro restos de esos animales que había soñado y que ahora se me permite reconstruir. Para mí es muy bello tratar de darles vida”.

En ese entonces Nacho no tenía acceso a libros ni información científica sobre animales del pasado.

“¿Cómo pude yo haber visto eso sin haber tenido ninguna otra referencia? Hace unas cuatro décadas no era común la palabra dinosaurio o los dinosaurios. Los que conocíamos eran los de las caricaturas… Se sabía de los mamuts, pero no de dinosaurios porque no existían en nuestra cultura, hasta que ya fueron apareciendo los restos de dinosaurio en diferentes expediciones”.

De chico a Nacho le fascinaba eso de ir de safari con sus amigos, Reynaldo Rodríguez Carmona y Mario Cruz Martínez, el hijo de un doctor José Cruz Escobedo, allá por el rumbo del Rancho San José del Palmar, en la Sierra del Asta, al poniente de Saltillo.

A mí desde niño me gustó ver los animales, observar sus movimientos, las huellas que dejaban las palomas, los pollitos en el lodo”.
Ignacio Vallejo González, paleoescultor.


“Cuando salimos a campo le gusta mucho caminar grandes distancias. Gracias a Nacho se han encontrado lugares buenos, especialmente en Pleistoceno. Reportó hace un tiempo un hallazgo de restos humanos y caballos, aunque tiene muchos otros hallazgos, en huellas de dinosaurio”, dice María del Rosario Gómez Núñez, coordinadora de Paleontología de la Secretaría de Educación.

Entonces Nacho era el niño incómodo de la clase, que se la vivía dibujando y haciendo figuras en plastilina.

“Imaginándome cosas y esa inquietud, en esa época, rompía con el orden”.

Tendría unos 16 años cuando realizó sus primeros hallazgos de fósiles.

Era 1974.

“Yo ya sabía qué eran los fósiles y entonces iba con mis amigos a buscar huesos, conchas y caracoles. Encontré restos de dinosaurio, amonites. Ahí fue la aventura. Una cosa fascinante”.

Ignacio recuerda que aquel doctor, José Cruz Escobedo, tenía en su casa una enciclopedia y libros sobre Anatomía y Ciencias Naturales. Nacho se ponía a leerlos.

“Libros muy hermosos, con ilustraciones muy bellas, que todavía olían a antiguo, que los abrías y… Todavía recuerdo ese olor así, dulzón, bonito, así, antiguo del libro. Dije ‘guau, esto me fascina’”.

Su padre le había regalado unos libros sobre metalurgia y procesos industriales, que a Ignacio lo sedujeron.

“Nacho es una personas que lee mucho, entonces tiene un acervo cultural muy grande”, dice Rosario Gómez, la coordinadora de Paleontología de la SEC.

A finales de los ochenta José Ignacio Vallejo González trabajaba ya en la primero Comisión y luego Coordinación de Paleontología de la entonces Dirección de Educación del Gobierno de Coahuila, como parte del primer equipo de rescatistas del patrimonio paleontológico, al mando del investigador, maestro en ciencias de la UNAM, René Hernández Rivera.

Y una de sus primeras comisiones fue la de realizar un modelo para la la reconstrucción de un mamut parecido al hombre de Tepexpan, un esqueleto de la época precolombina descubierto a orillas del antiguo Lago de Texcoco, en 1947.

Para entonces Nacho había adquirido de manera autodidacta el conocimiento sobre materiales, moldes y técnicas de reconstrucción escultórica.

Apenas había tomado algunos cursos de artesanía y arte popular, con maestros del Programa Cultural de las Fronteras.

“Los libros son el mejor maestro y la práctica. Hay que leer mucho sobre anatomía, conocer el tema de los animales, el tema científico que se va a tratar, porque en la reconstrucción científica no es solamente hacer el objeto bello, sino darle un apego a las características del fósil, que sea lo más real posible”.

Ignacio había participado en las primeras expediciones a Rincón Colorado y descubierto nuevas especies, algunas muy importantes para el mundo.

“Encontré cocodrilos, una de las serpientes más antigua de Norteamérica, los primeros mamíferos, una nueva tortuga para el mundo (la Yelmochelis rosarioae). Pero una cosa fabulosa fue haber descubierto los primeros restos de cascarones de huevo de dinosaurio, los primeros dientes de mamífero, las primeras vértebras de serpiente”, cuenta.

A la vuelta de la vida, Ignacio se vio trabajando con el famoso paleontólogo y escultor Robert Gaston, en su taller instalado en el sótano de su casa de Utah, Colorado.

Hay varias teorías, pero… de que cayó un asteroide o cometa y que causó la extinción, sí. En Coahuila se ha encontrado lo que es la sunamita, sedimentos que dejó la ola gigante cuando golpeó el continente”.
Héctor Ribera Silva, especialista en Paleobiología y jefe del departamento de Paleontología del MUDE.

“Participé con Robert Gaston en la reconstrucción del Coahuilaceratops magnacuerna, un dinosaurio nueva especie para Coahuila. Él me enseñó algunas técnicas de moldeo, yo compartí algunos de mis conocimientos con él. Trabajamos de manera coordinada”, dice Nacho y muestra la réplica del cráneo de un anquilosaurio, un animal parecido al armadillo, que Gaston le obsequió en agradecimiento por haber colaborado en la realización los moldes de este monstruo llamado Gastonia, en honor al sabio.

“Robert Gaston es una persona muy sensible, muy humana, muy profesional. Tiene una producción enorme de reconstrucción paleontológica en todo el mundo. Somos amigos dinosaurianos”, dice Ignacio.

El trabajo desarrollado por el equipo de la Comisión de Paleontología, en materia de rescate del patrimonio paleontológico de Coahuila, dio lugar a la creación, en 1999, del Museo del Desierto (MUDE), uno de los primeros museos enfocados en uno de los ecosistemas más grandes de México: el desierto.

A Ignacio Vallejo se deben, entre otros aportes, el primer modelo de dinosaurio en Coahuila; así como el primer diorama con la recreación del paleoambiente de Rincón Colorado durante la época del Cretácico superior.

Sus descubrimientos y obra escultórica se han dado a conocer entre renombrados científicos de todo el mundo en los congresos internacionales de paleontología.

“Paleoartistas de Coahuila que yo conozca hasta ahorita, pues… Nacho es el único, porque ha estado dedicado a ello. Tenemos otros compañeros en el Museo que tienen habilidad para la reconstrucción, para modelar los bichitos, pero no se  dedican a eso”, dice Rosario Gómez, coordinadora de Paleontología de la SEC.

Otra tarde Nacho se pierde entre las gavetas que albergan la colección paleontológica del MUDE. El material fósil colectado a lo largo de años.

Los anaqueles lucen atiborrados de huesos de dinosaurios, peces fósiles y cráneos de caballo y mamut, Ignacio dice que se llaman megafauna.

Todos son especímenes originales.

Vistas así, en montón sobre los estantes, las piezas semejan simples rocas.

Pero Nacho, que desde niño ha recorrido el semidesierto en busca del pasado, es capaz de reconocer, todavía tiene buenos ojos, dice, un hueso de dinosaurio a siete metros de distancia.

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APORTES IMPORTANTES
Ignacio ha dedicado la mitad de su vida a la reconstrucción científica, una disciplina que es en sus propias palabras, completar las partes que le faltan a un resto fósil y así darle vida. Entre sus trabajos más destacados están el primer modelo de dinosaurio en Coahuila y también el primer diorama con la recreación del paleoambiente de Rincón Colorado durante la época del Cretácico superior.

“Las piedras tienen una forma muy característica, su granulación es muy uniforme y están siempre cerca de un riachuelo, lo que le llaman canto rodado. Tienen caras pulidas, formas ovoides. Son formas muy simétricas, a pesar de que han sido desgastadas… Y los fósiles tienen un tejido… como cuando quiebras un hueso y ves esas estructuras que le dan ese… el hueso esponjoso. Muchos de esos restos afloran de manera semisuperficial, camuflados en los montes, entre las cactáceas, entre las rocas y cuando andas en campo ves esa diferencia”.

Otra vez en su casa Nacho sostiene en la mano un gran  plátano ancestral.

Dice que es su reproducción a gran escala, 200 veces su tamaño, de un pequeño fruto fósil que encontró en Rincón Colorado.

“Es mucho hacer comparaciones, ver el microscopio, hacer ilustraciones, dibujos… Se trabaja en laboratorio viendo especímenes y luego hay que reconstruir en base a fotografías, dibujos…”.

El plátano se ve tan suculento que se antoja, de no ser porque está hecho de yeso cerámico...

“Estas son mis esculturas científicas, uno de mis últimos trabajos, un homenaje a la comida de los dinosaurios, de las tortugas, de los animales que vivieron en esa época. Es muy probable que un magnacuerna, el pico de pato, comieran frutos como estos”.

Ignacio dice que aún quedan muchos dinosaurios esperando ser descubiertos en la zona paleontológica, en el semidesierto.

“Demasiados. Miles de hectáreas que tienen fósiles al por mayor, de invertebrados y de dinosaurios, tortugas, cocodrilos, restos de plantas, madera petrificada, frutos. Muchísimo material que tiene que ser rescatado y estudiado…”.

Y si no fuera porque la jubilación Nacho está por llegar…

“Siento que ya dejé huella como los dinosaurios…”, dice.