Una tarde con ‘Catón’: A los 80 aún se cometen errores y se aprende

El columnista de este diario nos da un paseo por la antigua casa que fundaron sus antepasados
Fotos: Vanguardia/Ricardo Méndez Silva

Hace unos 40 años, Onésimo Flores, saltillense de pura cepa, me presentó a un coterráneo suyo, escritor y humorista, Armando Fuentes Aguirre. Otro de sus amigos fue José Cabrera Parra –ya fallecido– quien editaba una revista llamada “Ensayos”, que publicó unos poemas de Armando y un par de cuentos de mi temeraria autoría. Cuando surgió el periódico VANGUARDIA en 1975, Armando debutó en la página Editorial con dos colaboraciones. Su fama se catapultó al nivel nacional bajo el seudónimo de “Catón”.

Hace cosa de 10 años visité Saltillo, y “Catón” tuvo la gentileza de mostrarme la casa de sus ancestros en donde tiene instalados un auditorio para ofrecer gratuitamente espectáculos y eventos diversos todas las tardes y una radiodifusora concesionada a título personal desde la que transmite una programación variada.

La vida enseña muchas cosas. No hay en la vida, una mejor maestra que la vida. De ella he aprendido muchas cosas, pero a lo largo de la vida las he olvidado todas”.
Armando Fuentes Aguirre, “Catón”, cronista de la ciudad.

A fines de la semana pasada, Onésimo y su querida esposa Pita nos invitaron a un grupo de amigos a visitarlo en Saltillo: Francisco Suárez Dávila y Diana, su distinguida esposa, Luis Malpica de Lamadrid, Edmundo González Llaca y el de la voz, o mejor dicho, el del teclado.

Fuimos destinatarios de una hospitalidad inolvidable, paseo incluido por tres viñedos de Parras, catas por doquier; aprendí, al menos, la forma en la que debe sujetarse una copa de vino. El acontecimiento sobresaliente fue un delicioso desayuno obsequiado por “Catón” y el recorrido por la añosa casa familiar, fundada por su bisabuelo.

Recorrido. El bisabuelo del cronista fundó esta casa, espaciosa y llena de muebles antiguos, que también alberga un auditorio y una radiodifusora.

Me abstuve de tomar fotografías más allá de la entrada por respeto a los moradores de varias generaciones a quienes “Catón” se empeña en salvar del olvido.

Simplemente no hay palabras para describir los fascinantes muebles antiguos que en cariñoso orden pueblan los espaciosos cuartos, salas, comedor, recámaras, delicia del más exigente de los coleccionistas. Sólo retraté una magnífica figura de porcelana que reproduce con esplendidez artística el cuento infantil de la Cenicienta, encargada a París por uno de sus antecesores. Me atreví a tomar la fotografía porque uno de los concurrentes pidió permiso para ello, aunque quizás un fantasma juguetón intervino para que saliera movida.

En donde me di gusto con la cámara fotográfica fue en el auditorio, pues estando abierto al público se diluyeron mis escrúpulos.

El escenario se encuentra adornado con murales atractivos dotados de un gran significado emotivo para Armando. En la pared izquierda aparece él con la familia que ha formado.

En la pared derecha sus antepasados hacen acto de presencia permanente.

Y al frente está plasmada una visión de los personajes notables de la vida y la historia de Coahuila. Puede reconocerse a un joven Fernando Soler, a Miguel Ramos Arizpe, al poeta Manuel Acuña que inmortalizó a su amada Rosario por el tributo de su suicidio: “Pues bien/ yo necesito decirte que te adoro,/ decirte que te quiero/ con todo el corazón;/ que es mucho lo que sufro,/ que es mucho lo que lloro,/ que ya no puedo tanto…”.

En el ángulo superior izquierdo se descubre un pasaje del corrido de Rosita Alvírez que muestra a Hipólito solicitándole el favor de un baile, luego despechado por el desaire le soltaría tres balazos, aunque, como dice la canción, Rosita estaba de suerte pues solo uno era de muerte.

Por otro lado, créanme, vale la pena la excursión a Saltillo sólo para disfrutar del Museo del Desierto.

Los asiduos lectores de Armando, supuestamente cuatro, podrían preguntarse: ¿de dónde proviene el talento humorístico de “Catón”? Es, por supuesto, un don propio cultivado con alegría innata dentro del marco de una cultura impresionante. No obstante, el medio familiar algo debe ayudar. Nuestro anfitrión se refirió al sentido del humor de su abuela: en el lecho de su agonía, el doctor le frotó la planta de los pies y para animarla le dijo: “No se preocupe, desconozco que alguien haya muerto con los pies calientes”. La ancianita repuso con voz apenas audible: “Juana de Arco, doctor”.

La presente Frase de la Semana se antoja ya a estas alturas un discurso de fin de semana, con todo, rescato un pensamiento de “Catón” que escribió con motivo de los primeros 80 años de su edad:

“La vida enseña muchas cosas. No hay en la vida, una mejor maestra que la vida. De ella he aprendido muchas cosas, pero a lo largo de la vida las he olvidado todas. Y no me duele tal olvido, pues así puedo incurrir en más errores a fin de recibir más enseñanzas”.