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¿Su hijo es adicto al teléfono celular?
Si usted está mirando un grupo de adolescentes, éstos no le devuelven la mirada. Están mirando sus teléfonos. Observe a su alrededor en este momento y es probable que casi todas las personas que vea estén concentradas en sus pequeñas pantallas rectangulares. Podemos lamentar la pérdida de comunicación cara a cara y el contacto visual entre los adolescentes, pero el hecho es que los adultos no somos mucho mejores a la hora de ignorar el teléfono.
Ahora bien, puede ser que todo ese tiempo de pantalla no sea completamente horrible.
Muchos sostienen que pasar 25 minutos diarios (promedio) enviando y recibiendo mensajes en nuestros teléfonos puede ayudarnos a realizar muchísimas cosas. Los padres arreglan los horarios de sus hijos, están en contacto con ellos y organizan el trabajo voluntario. Los adolescentes envían fotos tontas, hablan sobre el sexo opuesto e informan a todos sobre la gran fiesta del viernes por la noche.
Por ende, ¿es tan mala la desventaja del exceso de mensajería móvil?
Se conoce como nomofobia al miedo de estar alejado del teléfono; la fobia de “no tener móvil”. Y 50 por ciento de los adolescentes admite tenerla. Se sienten adictos a sus teléfonos y envían unos 200 textos diarios.
Eso es un problema.
En primer lugar, el efecto fisiológico. El “cuello de texto” es algo concreto que puede causar una serie de problemas de salud. Estar constantemente encorvado para mirar nuestros dispositivos genera una pesadilla para la postura. Además, el dolor de cuello y hombros se produce a menudo por ejercer demasiada presión sobre nuestras columnas.
Otro riesgo para la salud derivado del exceso de tiempo de pantalla es la falta de sueño. Sabemos que la luz azul de nuestros teléfonos, computadoras y tablets se enreda con nuestro ritmo circadiano, y eso significa patrones de sueño alterados. Algunas personas que son adictas a sus teléfonos admiten que les cuesta dormir toda la noche debido al miedo a perderse algo (FOMO por su sigla en inglés). Se despiertan realmente en medio de la noche -por costumbre- para chequear sus teléfonos.
La adicción al teléfono también puede afectar el aprendizaje de los adolescentes. Los alumnos que reciben y envían textos mientras realizan sus tareas absorben menos información. Los chicos en la universidad terminan tomando notas que no son tan completas como las que logran quienes concentran su atención en el profesor.
¿Qué pueden hacer los padres para saber si los hábitos de mensajería móvil de sus hijos son normales o han superado lo que se considera una conducta saludable?
Kelly Lister-Landman es profesora adjunta de psicología en el Delaware County Community College. Dice que la mensajería móvil se extralimita si los adolescentes mienten respecto de cuántos mensajes reciben o envían, si se vuelven combativos cuando alguien les pregunta cuál es su conducta al respecto y si un adolescente ha tratado de reducir el nivel, pero no puede.
Y el Dr. David Greenfield, fundador del Centro de Adicción a Internet y a la Tecnología, dice que puede resultar un problema cuando una persona pasa mucho tiempo con aparatos reemplazando otras cosas importantes en nuestra vida, como “el ejercicio, la vida social o el trabajo”.
Si usted reconoce algo de esto en su hijo adolescente (o en usted), puede hacer las siguientes cosas.
Fije horarios o incluso días sin tecnología. Los teléfonos pueden no estar permitidos mientras se realizan los deberes o nada relacionado con una pantalla durante una hora antes de irse a dormir.
Establezca zonas libres de tecnología en la casa como la mesa del comedor, o los dormitorios.
Que estén activos con sus pantallas. Muchas veces, los adolescentes recurren a ellas porque están aburridos. Genere algo más gratificante y más entretenido para que hagan y quizás hasta prescindan de ellas.
Dé el ejemplo. Es difícil motivar a nuestros hijos para que abandonen el teléfono cuando nosotros tenemos la nariz pegada a la pantalla todo el tiempo. Sea un modelo de conducta digital responsable que ellos puedan seguir.
Los padres deben en primer lugar observar el comportamiento de los chicos con los aparatos para identificar áreas problemáticas. Luego, si es necesario, establecer algunas normas para mantener controlado el tiempo de pantalla. Y, por último, las mamás y los papás quizá deban mirarse más detenidamente en el espejo y realizar algunas correcciones en sus propias vidas digitales. La mensajería móvil no es intrínsecamente mala, pero puede serlo si ignoramos las señales de aviso de adicción y somos demasiado holgazanes como para mejorar nuestros hábitos.