SEMANARIO | Trío de calamidades los saca de su Edén: escapan de la pobreza para vivir de prestado

La pandemia, las inundaciones y el desempleo en el que está sumido Tabasco, obligaron a la familia de Cruz y Manuela a buscar la vida en Saltillo
Optimistas. Los tabasqueños agradecen el apoyo y ven con buenos ojos lo que viene. fotos: JESÚS PEÑA

TEXTO: JESÚS PEÑA. FOTOS DE JESÚS PEÑA Y CORTESÍA

Manuela arroja en la cacerola puesta sobre una parrilla, prestada, un puñado de fideos.

Luego vierte el jugo de tomate y especias del vaso de una licuadora también prestada, donde Manuela licuó el tomate.

En la pieza angosta y larga, de muros tirando a verde militar, que oficia de cocina y recámara, se escucha como un disparo el crepitar repentino de los fideos fundiéndose con el zumo de tomate y especias en la cacerola que escupe una humareda blanquecina.

Dentro de unos momentos la familia se sentará en las sillas, unas sillas prestadas, a la mesa, una mesa prestada, para paladear aquellos fideos, lo único que comerán hoy.

“Fideos, no hay otra cosa…”, dice Manuela y se ríe, apenada.

Recargados sobre la pared de la pieza, la pieza también es prestada, se ven dos colchones desnudos, tal vez, tres, los colchones que les regalaron unos vecinos, donde Manuela Córdova Sánchez, 42 años, su esposo y sus dos crías, duermen apenas cae la noche.

Parece que los vecinos de Manuela son solidarios, propensos a ayudar al prójimo.

Sobre los colchones hay unos ponchos a cuadros mal doblados, los ponchos con los que Manuela y su familia se quitan el frío.

Manuela dice que lo que más extrañan de Huimanguillo, su pueblo, es ese calor rico entre húmedo y que se pega al cuerpo como lapa. 

Y lo que más extrañan es el verde de su tierra.

Unidos. La numerosa familia que busca una mejor vida en la ciudad, sabe que par lograrlo deben trabajar juntos.

“Allá es bien verde, acá está todo pelón, todo quemado, la misma frialdad quema el pasto. Allá no, allá orita que llueve crece bastante el monte”, dirá más tarde José Campos, el suegro de Manuela.

Así es que el frío saltillero, ese frío seco y que roe los huesos les ha dado en la nariz a Manuela y su familia.

Hace cosa de cuatro meses que Manuela, su marido José del Carmen, sus niñas Oriana y Maruca, sus suegros Cruz y José, una cuñada, Estrella, su esposo Enrique y sus niños Chucho y Luis, llegaron acá de Tabasco, después que la pandemia arrasara con el empleo; y antes de que las aguas del río Mezcalapa arrasaran las casas, los sembradíos, los animales de Huimanguillo.

La familia había dejado su casa, una casa con techos de zinc y paredes de material, y viajado a Saltillo en camión pasajero, con la ropa que llevaban puesta. 

“Llegamos acá sin nada, no traíamos nada nosotros, lo poquito que hay aquí es prestado”, dice Manuela, solemne.

Y acá se instalaron en una vivienda, prestada, de la calle La Perla, número 119, en la colonia La Esmeralda, al surponiente de Saltillo.

En La Esmeralda, un manchón de casas pastel, pegado a unos rieles de ferrocarril por donde pasa el ferrocarril.

En una vivienda prestada.

También al “Refugio de los Necesitados”, de doña Irma Aguiñaga cayeron otras familias de Tabasqueños que se habían evadido del desastre. JESÚS PEÑA

Me cuenta doña Cruz del Alba, 48 años, la matriarca de la familia, suegra de Manuela, esposa de José y madre de Estrella y José del Carmen, el marido de Manuela, los habitantes de esta casa en cuya ventana exterior luce una tarima con un dibujo de la Virgen de Guadalupe que José del Carmen dibujó.

A José del Carmen le gusta dibujar, pero más le gusta dibujar vírgenes.

En las plantas de la Guadalupana atrapa una frase irrebatible: “¿Qué no estoy yo aquí que soy tu madre?”.

José del Carmen, como el resto de los hijos de Cruz, apenas y acabó la secundaria, porque no hubo más ingresos para que siguiera estudiando.

Oriana la hija de José del Carmen y Manuela, dice que cuando sea grande quiere entrar a la militar.

“No sé, me encanta”, dice cuando le pregunto por qué.

Supe de esta familia por la llamada que una señora, Josefina Pineda, media hermana de José, el esposo de Cruz, hizo a un noticiero de televisión, solicitando cobijas y ropa de frío para unos tabasqueños recién llegados a Saltillo.

“Los adultos como quiera pueden aguantarse el hambre, el frío, pero los niños no…”, me diría doña José, la mujer que me trajo a conocer a esta familia de tabasqueños desplazados por la pobreza.

JESÚS PEÑA

En la puerta me recibe un perro vago, chaparro y pardo que no ladra.

Mientras toco recuerdo que don Jorge Camberos Meza, el encargado de la Casa San Juan Diego Albergue del Peregrino, me había platicado de otra familia de tabasqueños que habían salido huyendo de las inundaciones de noviembre en “El Edén”, o sea Tabasco.

Su morada, sus muebles, su historia, habían quedado bajo el agua y ellos fastidiados de esperar la ayuda del gobierno le emprendieron al norte, a Saltillo.

Un día llamaron, como tantos caminantes, a la puerta del refugio de don Jorge y él los hospedó.

Permanecieron allí dos o tres días y se marcharon.

También al “Refugio de los Necesitados”, de doña Irma Aguiñaga cayeron otras familias de Tabasqueños que se habían evadido del desastre que dejara en su tierra la crecida de los ríos, y del desastre que dejara la crecida de los contagios de COVID en la actividad económica de aquel estado.

Entonces pensé en un éxodo de tabasqueños a Saltillo, las autoridades no me lo confirmaron.

Problema. José, ya con 65 años a cuestas, no encuentra trabajo. JESÚS PEÑA

‘TODO SE INUNDÓ; HASTA LA PECHA TODO ESTÁ LLENO DE AGUA’, SE QUEDARON SIN NADA EN TABASCO

La familia de Manuela y Cruz rememoran mejores tiempos y cómo los perdieron

Hace una tarde nublada y muy cálida en La Esmeralda.

A la hora de la siesta, estoy platicando con Manuela y Cruz, en el centro de la pieza.

El aire se ha impregnado de ese dulzón olor a fideos hirviendo sobre la parrilla.

Manuela está hablando de Huimanguillo, de cuando vivían allá, que su esposo y su suegro trabajaban en la siembra de plátano, cacao, maíz, frijol, yuca, calabaza, chile; y las mujeres criaban patos, pavos, puercos, pollos, gallinas, de todo un poco.

“De eso sobrevive la gente que no tiene, pero que tiene un pedacito de tierra, porque de todo se da ahí y ahí no hace falta… no se compra la verdura”, interviene Cruz.

Pero el coronavirus dio al traste con todo y las inundaciones no dejaron títere con cabeza.

Con la pandemia se acabó el trabajo en Huimanguillo y el temporal arruinó toda s las cosechas.

Infancia. Los nietos de Cruz corren por el patio, para ellos eso de la supervivencia aún no es un problema. JESÚS PEÑA

TODO LO PERDIERON

La siembra se echó a perder, los animales se ahogaron.

Cruz relata que hace poco regresó a Ranchería Paso y Playa, una colonia de Huimanguillo donde vivía con su marido, para ver si podía vender su casa y comprar un terreno por acá.

Cruz encontró su casa devastada.

Las aguas del Mezcalapa entraron como un ladrón en la noche y ahogaron, a más de un metro de altura, los pocos muebles, las cositas, de Cruz.

“Todo, absolutamente todo se inundó, hasta la fecha todo está lleno de agua”, dice Cruz, agobiada. 

Fue como un tiro de gracia para Cruz y su familia, que acabaron por quedarse sin nada.

“Cuando la inundación ya habíamos venido para acá, no nos tocó, gracias a Dios ya estábamos acá…”, dice Cruz con un suspiro de alivio.

Acá, dice Cruz, y acá es la casa sin amueblar que un familiar de José, su marido, les prestó.

No había colchones, ni mesa, ni sillas, ni parrilla, no había nada, todo lo consiguieron prestado, con familiares, con sus vecinos.

Mira si serán buenas gentes, almas de Dios, los vecinos de Cruz, me digo.

jesús peña

PURAS PROMESAS DE LOS POLÍTICOS

Cruz me cuenta que en octubre pasado, víspera de las elecciones, pasó por acá, en campaña, el candidato a diputado, hoy diputado, Álvaro Moreira, Cruz le pidió entonces unas colchonetas para sus nietas, él se las prometió. Todavía lo está esperando.

“Prometer no empobrece, dicen”, ataja riendo José Campos, el marido de Cruz que ha llegado de la calle.

“Si nos apoyaran con unas colchonetas, una estufita, una despensa para los niños, sí pues…”, dice Cruz.

En la Navidad pasada ni Santa Claus ni los Reyes Magos asomaron las narices por esta casa, plantada a mitad de cuadra.

“Na… a los niños no les regalaron na…”, dice Manuela, seria. 

Le pido a Manuela que me cuente, no sé… algo de su infancia.

“De mi parte yo nunca tuve infancia, de jugar de niña, no. Mi mamá nunca nos dejaba. Yo ayudaba en el hogar, desde los ocho años”.

JESÚS PEÑA

“Así que si le quiere traer una muñeca pues ya…”, bromea Cruz.

“Ya no, ya tengo mis hijas”, remata Manuela.

—¿Cómo pasaron el día de Navidad?—, le pregunto a Cruz.

Así, tristes, ora sí que no ha habido nada pues. Dicen que siempre hay una primera vez. 

El marido de Cruz no ha encontrado trabajo, como ya es grande, José tiene 65 años, ya nadie quiere darle trabajo.

“En lo que sea dice él, pero no le dan”, comenta Cruz.

“Ya anduve buscando de chofer y nada, no quieren, quieren hasta 55 años nomás, vamos a ver a qué le entramos ora, lo que caiga”, dice José.

—¿Y de qué se están manteniendo?—, interrogo a Cruz.

De la ayuda de unos con otros, responde lacónica.

A veces los vecinos les dan algo de despensa, dice. 

Y SIGUEN LOS FIDEOS EN LA ESTUFA

En la pieza aún se escucha el crepitar, como una ráfaga, de los fideos en la lumbre. 

En eso la pieza se llena de un alborozo de chiquillos, es Maruca, cuatro años, Chucho, tres, Luis, seis, y Oriana, 10, los nietos de Cruz.

Oriana, estudia el cuarto de primaria en línea, siempre y cuando haya dinero para meterle recarga al celular.

Más allá, en un patio interior, el tendedero pletórico de ropas volando con el viento es un grito de color.

Los nenes corren desatados a mi alrededor, se atropellan, se arremolinan, juegan.

“Una foto, una foto”, estallan y posan abrazados.

Parece que nada los turbara…

—Son traviesillos, ¿no?—, increpo a Cruz.

Sí, como no tienen dónde jugar… sí pues…