Semanario | La imagen cualquiera la da, pero el sincero amor por los niños no: ‘Si no tienes espíritu para amar a los angelitos, ni te vistas de Santa Claus’
TEXTO Y FOTOS: JESÚS PEÑA
Una tarde de diciembre recibí una llamada de un amigo mío de nombre Norberto, para pedirme que fuera de urgencia a su bazar del centro porque quería presentarme a Santa Claus.
Al principio pensé que se trataba de una mala broma, pero me sentí francamente intrigado con aquella extraña invitación.
De inmediato tomé mi cámara, mi grabador, y eché a caminar rumbo al negocio de mi amigo Norberto, que está a 20 minutos del periódico.
Cuando arribé al bazar me encontré con un hombre ni muy alto ni muy bajo, gordito, piel atezada, una camisola rosa pálido, antiparras, voz gruesa y rasposa, y una espesa barba blanca que le colgaba hasta el pecho.
“Santa Claus”, soltó Norberto sin mayores formalismos, y después de saludarlo con la mano y escudriñarlo con la mirada, caí en la cuenta de que el señor aquel no era del todo diferente al Santa Claus que había yo visto en las películas o a la entrada de las tiendas departamentales.
Sólo le faltaba el traje rojo, las botas, el gorro, el cinto, los guantes blancos, el costal y el trineo con sus renos. Pero indudablemente que se trataba de un Santa Claus de carne y hueso, un Santa real, el doble de Santa Claus.
Que se llamaba Miguel Ángel Vallejo Hernández, dijo, y que había nacido en el polo norte, en 1963.
Más tarde rectificó y dijo que no, que en realidad era de Guadalajara, Jalisco.
Pero que había visitado millones y millones de hogares en el mundo para llevar regalos a los niños, en el día de Navidad.
“Niños”, dijo, y el resto de nuestra conversación se refirió a ellos como ángeles hermosos, rostro de la inocencia y la candidez.
Pero que quién era él y de dónde había salido, le pregunté y me contestó, sin exasperarse, que era Santa Claus y en diciembre se la pasaba entregando obsequios por todo Saltillo a los chicos bien portados.
Le gustaba aterrizar, dijo, con su trineo jalado por ocho renos, y uno de refacción, en la Plaza de las Ciudades Hermanas o dejarse ver por los nenes en el desfile navideño que año con año realiza la Coca-Cola en los principales bulevares de la urbe.
Allí los niños solían llevarle sus cartitas con sus peticiones de regalos y él las guardaba con deferencia.
Yo, a decir verdad, le comenté, no sin sentir pena, que jamás lo había visto ni sabía que existía.
El hombre no hizo el menor gesto de enfado o indignación, por favor, era Santa Claus.
Le rogué entonces me contara su historia y comenzó así:
Que él había sido un bondadoso obispo de la ciudad de Bari, Italia, llamado San Nicolás y que…
No, no, no, lo interrumpí, que me contara la historia del Santa Claus real, el de carne y hueso que era él, ya no era yo un niño para que me viniera con esos cuentos…
Y sin inmutarse, tomando aliento como quien toma impulso para lanzarse en pos de algo, me platicó que se había dedicado toda su vida a vender muebles.
LOS AÑOS MOZOS DE SANTA CLAUS
Siendo un mozuelo preparatoriano había comenzado su carrera de vendedor en la tradicional tienda mueblera Salinas y Rocha, quién no se acuerda de Salinas y Rocha.
Entonces Vallejo era un soldado de la vida adicto a la libertad y alérgico a recibir órdenes de superiores, que había encontrado en el mundo de las ventas su zona de confort.
Un día, semanas antes de la Navidad, había llegado a la tienda un flamante traje de Santa Claus.
Era un traje rojo, hermosísimo traje, que la mueblería había mandado traer directamente desde Nueva York.
“Empecé en esto por accidente. Todos se pusieron el traje y anduvieron haciendo gracias con él. Yo iba pasando por el piso de arriba de la tienda y vi el traje tirado, revolcado el traje y me lo puse. Trabajé como Santa Claus en la tienda ese día, llegó la noche y me lo quité”.
Que se pusiera el traje le pidió a Miguel Ángel el gerente de la mueblería y él respondió que no, él era vendedor, no era Santa Claus.
“Me dijo ‘Vallejo, ven para acá’, dijo ‘te pones el traje de Santa Claus’, le dije ‘soy vendedor, no Santa Claus’”. Que se lo pusiera, le ordenó con más energía su jefe.
“Dice ‘te voy a pagar lo doble de lo que gana el mejor y punto’, le dije ‘no pos así… ¡juega!’”,
Miguel se metió en aquel equipo sin rezongar.
El traje le había venido que ni pintado, que ni mandado hacer, a la justa medida.
“La imagen cualquiera la puede adoptar, pero si no tienes espíritu de amar a los angelitos no tiene caso que te vistas de Santa Claus, porque a los niños, que son inocencia, ángeles, no los vas a engañar, ellos perciben cómo estás por dentro, en tu interior. Si el hombre está en actitud negativa el niño llora y no se acerca a Santa Claus porque percibe lo negativo que es, que está haciendo las cosas sin corazón y si no tienes corazón no funcionan las cosas”.
“A veces me da tristeza porque no les puedo entregar lo que pidieron o no todo, les pido mil disculpas. No pidan mucho porque los duendes se cansan de hacer tantos juguetes.
“Hay muchos niños que por culpa de sus padres, de los malos hábitos de sus padres, viven en pobreza. Los padres ganan poquito y de pilón se avientan tres caguamas con lo poquito que ganan, no les queda ni un peso y los niños me han dicho llorando que no me quieren porque nunca les llevo regalos y los padres totalmente enviciados.
Hay niños que no tienen ni un dulce que llevarse a la boca, un monito con qué jugar”, dijo.
DE SU ÁLBUM DE RECUERDOS
Su fama se esponjó como la nieve en las colinas cuando nieva, que es invierno. Gente y más gente lo conoció.
El día que fui yo a conocerlo, que me lo presentó mi amigo Norberto, Miguel sacó de un maletín negro un grande álbum de fotografías donde se le veía vestido con su impecable traje rojo y sentado a la sala de una casa después de entregar juguetes; Santa Claus repartiendo regalos en la Palza de las Ciudades Hermanas y Santa Claus saludando a los nenes desde su trineo, en la caravana navideña de la Coca-Cola.
“Todo Saltillo ando, saludando a mis hermosos ángeles”.
De repente Miguel, disfrazado de Santa Claus, aterrizaba en los hospitales para llevar un juguete, un dulce, una pequeña alegría, a los nenes en medio de la enfermedad y les volvía la vida feliz por un momento.
Uno de tantos diciembres cerca de la Navidad, Vallejo recibió una rara llamada en su celular, al auricular escuchó la voz de una mujer joven.
Que lo quería contratar para que hiciera de Santa, le dijo y Miguel que sí, que dónde estaban los niños, que no, le respondió la mujer, que era para una despedida de soltera, Miguel se indignó.
“Le dije ‘no, gracias. Yo nada más soy especialista en niños, lo que es de adultos no me interesa para nada’”.
La mujer colgó.
Otro diciembre en su casa del polo norte, (es un decir, Miguel vive por el centro), recibió el llamado de una muchacha.
Que tenía 16 años, le dijo, y que su sueño, desde niña, era que Santa Claus la visitara en Navidad, que si él podía cumplirle ese sueño.
Miguel se enterneció hasta las lágrimas.
“Dice ‘te necesito en mi casa. Cuando tenía seis años me regalaste una bolsota de dulces y un monito de peluche y nunca te me has olvidado y ahora que me di cuenta que andas por ahí quiero que vayas a mi casa’”, me contó Santa Claus, o sea Miguel.
LOS REGALOS EN LOS TIEMPOS QUE CORREN
Pardeando la tarde se despidió, dijo que aún tenía muchas cartas por leer y en casa lo aguardaban los duendes para comenzar a envolver los regalos.
¿Y hoy qué es lo que más le piden los niños a Santa en sus cartitas?
Como ven a la mamá, al papá, al tío con las tablets, con los celulares, pero yo les digo que abajo de 10 años no hay tablets y no hay celulares. No tiene caso que manejen esas cosas porque el demonio les mete información negativa para la que no están preparados, y en lugar de beneficiar le hace daño a su mente y su conocimiento. Los duendes no van a traer ni tablets ni celulares para niños menores de 10 años...
¿Ya empezó su trabajo?
Ya, traigo todas las cartas encima y hay que estar leyéndolas, el trabajo ya empezó, muchos angelitos ya colocaron sus cartas en el pino. Llegan montones y montones de cartas.
Esto que cuento me sucedió a principios de diciembre de 2019, desde entonces no volví a ver a Miguel y seguro que este año, con la pandemia, menos.
Sólo espero que se encuentre bien y que con tantas malas noticias sobre el virus, no se le haya pasado leer mi carta…
Que qué le pedí...
¡Top secret!
Y ASÍ FUE COMO NACIO EL DOBLE DE SANTA CLAUS DE ALMA BONDADOSA
Miguel Ángel Vallejo Hernández se vio vestido con la indumentaria del Claus y pensó “de aquí soy”, y allí se quedó.
“Como que sí me impactó…”, me dijo.
Durante los días previos a la Navidad Vallejo se ataviaba con aquel traje bermellón y se plantaba a la entrada de Salinas y Rocha para dar la bienvenida a los clientes que se solazaban de verlo haciendo pantomimas.
“Al principio los padres de familia me llamaban la atención, me regañaban, porque hablaba mucho. Los niños decían que querían juguetes y juguetes y yo les decía ‘no, te voy a llevar hasta dos de cada uno’ y los padres decían ‘oye pos, ¿cuál es la ayuda?, me estás afectando a mí’ y me decían que era un inexperto, yo les decía ‘sí, soy un inexperto’”.
Ya luego Vallejo cambió de trabajo y el equipo de Santa Claus se quedó en Salinas y Rocha.
Vallejo dejó de ser Santa Claus por dos años.
Cierto día en un pasillo de otra mueblería oyó que un niño rezaba mirando el cielo, “Santa Claus: espero que esta Navidad me cumplas con todos los regalos que te pedí”.
“Dije ‘pos yo soy Santa Claus’, rápido me moví y conseguí un traje y fui muy feliz esa Navidad”.
La gente, los papás lo contrataban para que llevara los juguetes a sus hijos el 25 de diciembre.
Con el tiempo se mandó hacer más trajes de Santa.
Miguel tiene hoy unos siete trajes rojos, y con eso…
“Ahorita tengo equipos de sobra”, dijo.
Cuando le pregunté quién le confeccionaba su vestuario, Miguel, que se había pasado fantaseando toda la entrevista, se limitó a decir que Mamá Claus.
¿Quién es su esposa en la vida real?
Ahmmm, la Mamá Claus, ahorita ya está vieja, enferma, ya se siente cansada, ya no quiere salir…
¿Tienen hijos?
Nuestros hijos son todos los angelitos del mundo.
Así fue como nació el doble de Santa Claus, un Santa Claus con un toque muy urbano, el Santa Claus saltillense, con raíces tapatías.
El día 25 de diciembre Miguel Ángel se vestía del Claus y recorría las calles de la ciudad repartiendo los regalos que, (por favor, no le cuente esto a sus hijos, no les robe la ilusión), los padres le daban para que se los entregara a sus niños.
Entonces Miguel, que había nacido en una familia de siete hermanos, se acordó de cuando su padre, un empleado del Servicio Secreto del gobierno, les regalaba una muda de ropa para cada uno, unos zapatos para cada quien, una sola bicicleta para los siete y una bolsa de golosinas, juraba que se las había mandado el Santa Claus y ellos le creían.
Otro día Miguel decidió que durante el año se dedicaría, además de su trabajo de vendedor, a comprar juguetes y dulces, de su pecunio, y llevarlos en la Navidad a los niños de familias pobres.
Y así lo hizo.
Vallejo ha llegado a juntar hasta 300 juguetes.