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Se marchita el mito de Lula y resucita el político
"Reavivaron en mí la llama de que la lucha continúa", dijo el ex presidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva poco después de haber sido llevado a declarar ante la policía por sospechas de corrupción.
Sus palabras inflamadas, pronunciadas entre gritos de "Lula, guerrero del pueblo brasileño", son una suerte de presagio: podrá marchitarse el mito del político honesto, pero también resucitar el líder carismático que hizo posible que un obrero semianalfabeto que casi no sobrevivía al hambre llegara a la Presidencia de Brasil.
El episodio, tal vez la primera mancha de una biografía épica, ocurrió el viernes 4 de marzo. La Policía Federal tocó a su puerta, en las afueras de Sao Paulo, para llevarlo a ser interrogado de manera "coercitiva", es decir, que la persona no se puede negar.
Los motivos que impulsaron la acción enturbian la bandera con la que Lula llevó al poder a su Partido de los Trabajadores (PT) en 2003: la de la honestidad.
Los fiscales que trabajan en la gigantesca trama de corrupción que operó en Petrobras son categóricos: existen "fuertes evidencias" de que Lula se benefició de los desvíos en la petrolera nacional.
Pero el ex tornero mecánico que llegó a presidente tras perder tres contiendas electorales demostró a lo largo de su vida una casi inverosímil capacidad de recuperación, sobre todo cuando la lucha se dirime no en la arena política -aunque también ésta la ganó-, sino en las calles.
Y lo recordó el viernes: "Yo no sé si seré candidato a la Presidencia en 2018. (...) Pero quiero decirles a todos los que me ofendieron (...) que si quieren derrotarme van a tener que enfrentarme en las calles de este país", advirtió.
No es la primera vez que Lula se ve cara a cara con la policía. En abril de 1980, en plena dictadura militar, fue arrestado durante 31 días por comandar una histórica huelga de metalúrgicos.
En una evaluación de aquellos años, Lula dijo que su prisión fue "por obra divina", ya que ayudó a reavivar un movimiento sindical que en aquel momento estaba debilitado.
En este caso, cuando las denuncias de corrupción desatan odios y rencores contra el PT, Lula también consideró positivo el sacudón.
"Lo que sucedió hoy (viernes) debía suceder para que el PT pudiera levantar la cabeza", afirmó.
El reconocido académico y columnista del diario "Folha de Sao Paulo", Clóvis Rossi, afirmó: "El hecho de estar bajo sospecha de corrupción puede no ser letal desde el punto de vista electoral".
El politólogo recuerda en su columna el episodio que puso en jaque el primer Gobierno de Lula en 2005, el escándalo del "mensalao".
La trama urdida por el PT para asegurarse, mediante el pago de "mensualidades", el apoyo de legisladores en el Congreso, resultó en la prisión de dirigentes del PT y hombres de confianza de Lula, pero jamás lo salpicó al entonces presidente, quien fue reelegido un año después.
Según Rossi, el hecho de que denuncias de corrupción puedan no afectar una eventual elegibilidad, al menos en Brasil, se explica por "un motivo simple".
"Hay una convicción diseminada de que todo político es ladrón. Luego, si Lula también es sospechoso de corruptelas, eso no tiene nada de malo porque sería, según esa difusa sensación, 'nuestro ladrón', el político que se jacta de haber llevado a 40 millones de personas a la clase media, por precaria que sea la clasificación", apunta.
En tal sentido, un sondeo reciente reveló que Lula, pese a las denuncias de corrupción que lo cercan a él y al PT en su conjunto, tiene cerca del 20 por ciento de las preferencias de voto y estaría disputando una eventual segunda vuelta electoral en 2018.
Consciente de ello, en su discurso del viernes se ofreció como eventual candidato: "Yo estaba a la espera de que ustedes (el PT) eligieran a alguien para disputar 2018. Ahora azuzaron a la fiera. Por lo tanto me ofrezco a ustedes. Este joven de 70 años de edad con ímpetu de un joven de 30, con el cuerpo de un atleta de 20 (se ofrece a ustedes)", afirmó.
Lula podrá o no tener éxito en caso de volver a ser candidato a la Presidencia del país. Pero más allá de cualquier resultado, más allá incluso de una derrota en las urnas, el encantador de masas, que llegó a seducir al mundo, movilizará multitudes, a favor o en contra, y escribirá nuevas páginas en su historia.
Otro aspecto a destacar es que Brasil no es un país que se haya caracterizado, al menos en su historia reciente, por vetar a políticos involucrados en delitos de corrupción.
El ex presidente Fernando Collor de Mello fue elegido en 1990 y destituido dos años después por un sonado caso de corrupción. Es senador desde 2007 y llegó incluso a presidir la Comisión de Ética de la Cámara Alta.
Por otra parte, las autoridades que ocupan el tercer y cuarto escalón en la línea jerárquica del país, el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, y el presidente del Senado, Renan Calheiros, respectivamente, están denunciados formalmente por la Fiscalía General por sus nexos en el caso Petrobras.
Ninguno de los dos políticos, que integran el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), mayor aliado del Gobierno, está bajo amenaza concreta de tener que dejar sus cargos, al menos en un futuro inmediato.
En el caso de Calheiros, en 2007 renunció a la presidencia del Senado (que hoy ocupa) por denuncias de corrupción. Su renuncia le permitió eludir la impugnación de su mandato, con lo que volvió a ser elegido senador, y desde el año pasado volvió al comando de la Cámara Alta como aliado del gobierno de Dilma Rousseff.