Resurge, entre desesperanza, ‘epicentro’ de COVID-19 en Nueva York
ANNIE CORREAL Y VICTOR J. BLUE
NUEVA YORK, EU.- A lo largo de la Avenida Roosevelt en Queens, desde el tramo elevado del metro, todos los días la gente se incorpora a un hervidero de actividad. Los vendedores ambulantes tocan campanas y gritan en español —“¡Cubrebocas! ¡Agua! ¡Granizados!”— al tiempo que se eleva el humo de las parrillas donde asan carne y la música de cumbia compite con el estruendo de los trenes.
Parece que ha regresado una energía vital a este complejo de vecindarios en el norte de Queens que se convirtió en el primer epicentro del coronavirus en el país. Hace un año, se habían enfermado miles de personas y habían muerto cientos de ellas.
No obstante, detrás de este bullicio hay desesperanza. Casi todos los vendedores ambulantes, cuya amplia oferta de comida callejera refleja la diversidad de esa área, han perdido sus empleos fijos y no conocen otra manera de ganarse la vida. Los residentes y muchos propietarios de comercios están atrasados con las rentas y solo los protege una moratoria de desalojo estatal que está por vencer a fines del verano. Las filas para el banco de alimentos siguen siendo muy largas.
“Lo hermoso de lo que estamos atestiguando es que la comunidad de inmigrantes siempre encuentra una manera de salir adelante”, comentó Francisco Moya, un concejal demócrata local. Pero esto no debe tomarse como una recuperación, añadió. “Lo que vemos en la avenida Roosevelt es pura sobrevivencia”.
Jenny Escobar, quien solía tener un empleo seguro como niñera, ahora pasa todo el día sentada junto a una hielera llena de paletas heladas hechas en casa que vende a 2 dólares cada una en la calle 82. “No hay empleos”, comentó Escobar. “No hay nada”.
Escobar, originaria de Colombia y quien, al igual que muchas de las personas entrevistadas, se comunicaba en español, comenta que todo lo que gana se le va en pagar la renta y que tenía miedo de lo que podría sucederle a ella y a los demás vendedores ambulantes si perdían este modo de vida. Este verano, los diferentes organismos de la ciudad ya han comenzado a reforzar el cumplimiento de la ley, cosa que pone a los vendedores ambulantes sin licencia en riesgo de hacerse acreedores a multas exorbitantes
En Se Hace Camino Nueva York, una organización comunitaria, de acuerdo con sus organizadores, cerca de 600 personas siguen recogiendo comida cada semana en el centro de Jackson Heights, lo que representa más del doble de las personas que atendían antes de la pandemia.
Los vecindarios que convergen (Corona, Jackson Heights, Elmhurst, East Elmhurst y Woodside) albergan una gran concentración de inmigrantes no autorizados en Estados Unidos que no han calificado para recibir ayuda del gobierno, como los cheques de incentivos o el seguro de desempleo.
Muchos sí califican para algunas prestaciones recién creadas, como un programa estatal de ayuda de renta y el Fondo para Trabajadores Excluidos, que es un fondo de 2100 millones de dólares para otorgar un pago único a las personas que no tienen residencia legal en el país y que perdieron su empleo. Pero el dinero de ese fondo aún no está disponible; las autoridades del estado siguen afinando detalles sobre el procedimiento para su distribución.
Hay algunas señales prometedoras de recuperación. En Corona, uno de los códigos postales que fueron más afectados por la pandemia en Nueva York, las hospitalizaciones han disminuido a menos de una docena y las tasas de vacunación, que se habían rezagado con respecto a otras partes de la ciudad, están en aumento.
Además, de acuerdo con la Cámara de Comercio de Queens y otras personas de la comunidad empresarial local, pese a que cerraron algunos negocios puntuales (entre los que se incluyen consultorios médicos y dentales y despachos de abogados), la mayoría de las tiendas y restaurantes han permanecido abiertos. Algunos códigos postales de esa área están, incluso, entre los pocos de la ciudad en los que se abrieron más negocios nuevos el año pasado que el año anterior a la pandemia.
Sin embargo, la mayoría de la gente todavía siente que la recuperación está lejos.
“Me han llamado muchos amigos para preguntarme: ‘¿Tendrás algún rinconcito donde pueda dormir?’”, comentó Patricio Santiago, originario de México y empleado de un autolavado, quien ganaba cerca de 200 dólares a la semana durante la pandemia y cuya familia de cuatro integrantes comparte un apartamento de una sola habitación en Jackson Heights con otra familia.
El tejido social compacto del vecindario ha ayudado a que sigan a flote algunos negocios. Cuando, el año pasado, Glen Mirchandani volvió a abrir su joyería, Devisons Jewelers, en la calle 82, le ofreció descuentos y reparaciones gratuitas al personal de enfermería del Hospital Elmhurst. Mirchandani comentó que, al igual que los cheques personales de incentivos de la gente, eso le había ayudado. Mencionó que querían apoyar su negocio de tres décadas y también darse un gusto. Su viejo casero le dio tiempo. “Me dice: ‘Págame poco a poco’”, comentó Mirchandani, cuyo pequeño establecimiento estaba lleno de clientes hace unas cuantas tardes.
Los restaurantes que sirvieron comidas gratuitas durante la pandemia, como el Mojitos en Jackson Heights, también han visto que los clientes agradecidos regresan.
No obstante, en muchos lugares los negocios aún avanzan con lentitud.
Pese a que su uso ya no es obligatorio, muchas personas siguen usando cubrebocas aquí y hay algunas otras señales del impacto que tuvo el coronavirus en esta parte de Queens: listones negros por todos lados y algunas fotografías plastificadas de los ausentes. La lucha por salir adelante ha dejado el duelo en segundo plano. Pero, detrás de la música y de la algarabía, está por todas partes.
Mientras partía los cocos con un machete en su puesto de la calle 82, Aureliano Mendoza hablaba sobre cómo perdió el trabajo que había tenido durante más de una década (la distribución de productos mexicanos en una tienda de Nueva Jersey) y cómo se las arreglaba con lo que iba saliendo, hasta con 60 dólares al mes en algún momento. Él y su esposa lucharon contra el coronavirus durante semanas, pero no tuvieron que ir al hospital a pesar de que él casi muere. Luego, una hermana que tenía en México falleció de COVID-19, comentó Mendoza con los ojos llenos de lágrimas.
Moya, el concejal, señaló que la pandemia había sacado a la luz antiguos problemas relacionados con la vivienda, la atención sanitaria y el empleo, los cuales hicieron que los residentes fueran en especial vulnerables al virus y al cierre de la actividad económica. Y, según él, aunque la gente está luchando por salir adelante, esas desigualdades permanecen vigentes. “No podemos darnos una palmadita en el hombro y decir ‘Perfecto, estamos resurgiendo’”, comentó. c.2021 The New York Times Company