Regresan con el golpeador el 50 por ciento de las mujeres saltillenses agredidas
Usted está aquí
Regresan con el golpeador el 50 por ciento de las mujeres saltillenses agredidas
El 50 por ciento de las mujeres que son víctimas de violencia a manos de sus parejas, después de permanecer en el refugio Luz y Esperanza, vuelve con el agresor. Aunque Socorro no pisó el albergue, sí forma parte de esa estadística.
Rosa María Salazar, directora del albergue encargado de proteger y dar acompañamiento a las mujeres en situación de violencia, argumenta que esto ocurre cuando el victimario está sujeto a proceso legal.
“Con el Sistema de Justicia Penal acusatorio existen alternativas y en los juicios, durante la primera audiencia con la juez de control de vinculación a proceso, los victimarios solicitan la interrupción del procedimiento y éste termina con medidas cautelares como la reparación del daño”, lamentó.
Una vez aprobada la interrupción del procedimiento, en la mitad de los casos que atienden en el albergue indican que las mujeres que denunciaron regresaron con el generador de la violencia.
“El asunto es que ellas se sienten protegidas, porque ya una juez le dijo al señor (agresor) que es un delincuente, que si la vuelve a golpear, entonces se reactiva el procedimiento y lo pueden meter a la cárcel. Consideramos que eso ocasiona que las mujeres piensen: ‘ya gané’”, lamentó.
Aunque este tipo de decisiones generalmente son cuestionadas por los familiares o amigos de las víctimas, Rosa María Salazar Rivera aconseja que se respete la voluntad de las mujeres.
“A nosotros lo único que nos queda es darle seguimiento y acompañamiento a cada uno de los casos. No nos corresponde juzgarlas ni aconsejarlas, nuestro trabajo es quitarles la venda de los ojos para que ellas se den cuenta de la situación en la que viven”, explicó.
Fases de la espiral de la violencia
Acumulación de tensión
Comienzan los pequeños desacuerdos porque el agresor se siente cuestionado por su víctima. Se ejerce un maltrato psicológico por obtener el control.
Algunos agresores se justifican argumentando que avisaron a su víctima pero que ella no les hizo caso y los provocó. La mujer intenta calmar, complacer o, al menos, no hacer aquello que le pueda molestar a la pareja, en la creencia irreal de que ella puede controlar la agresión.
Las acciones del agresor van dirigidas a un objetivo: desestabilizar a la víctima. La víctima tiende a minimizar o negar el problema y justifica la conducta violenta del agresor.
Explosión o agresión
Se caracteriza por una fuerte descarga de las tensiones provocadas por el agresor. Se producen las agresiones físicas, psicológicas y/o sexuales más importantes.
En comparación con las otras fases, ésta es la más corta pero también la que es vivida con mayor intensidad. Las consecuencias más importantes para la víctima se producen en este momento, tanto en el plano físico como en el psíquico, donde continúan instaurándose una serie de alteraciones psicológicas por la situación vivida.
En esta fase la víctima puede mantener elevadas expectativas de cambio en su pareja, y aparecen sentimientos de culpa.
Luna de miel
Esta fase se caracteriza por una extrema amabilidad y conductas “cariñosas” por parte del agresor (atenciones, regalos, promesas). El agresor trata de influir sobre familiares y amistades para que convenzan a la víctima de que lo perdone.
Suele tratar de hacer ver a la víctima que el agresor necesita ayuda profesional, y que no puede abandonarlo en dicha situación. Al terminarse esta fase las agresiones son cada vez más fuertes y frecuentes, lo que disminuye los recursos psicológicos de las mujeres para salir de la espiral de la violencia.
A Socorro le da miedo abandonar a su marido golpeado
Un sábado por la tarde, Socorro sacó debajo de la cama una pequeña maleta en la que echó la ropa de sus 3 hijos de 11, 9 y 4 años. Agarró valor después de que unas horas antes su esposo la azotó contra el refrigerador, le propinó unos puñetazos en uno de sus pómulos, mientras le reclamaba en qué se le iba tanto dinero, que no se había casado con un banquero.
Ella se encargaba de la administración y limpieza del hogar, de cuidar a los niños, enviarlos a la escuela, hacer la tarea con ellos y recién le habían dado la cooperativa de la primaria en que estudiaban, a unas cuadras de su casa.
Él, trabajaba como obrero en la construcción. A veces eran fraccionamientos, puentes, carreteras, edificios o residencias. El trabajo variaba, unas semanas en la ciudad y otras tocaba salir a los pueblos o municipios serranos, lo único seguro es que recibía su “raya” (sueldo) todos los sábados al medio día.
Uno de esos días, Fernando —su marido— salió de trabajar y como cada semana al medio día llegó al expendio de cerveza que está en la esquina de su casa y compró tres caguamas. Se puso a platicar con sus cuates y después armaron una “pica” de futbol.
Socorro estaba desesperada en casa. Ya no tenía dinero y en la tiendita ya no le querían dar crédito porque debía más de 500 pesos. El tendero le había mandado decir con el mayor de sus hijos, que mejor fuera a liquidar la cuenta porque era mucho y no le podía seguir fiando la leche y el huevo.
Después de un rato los niños se acercaron para pedirle de comer; el más chiquito se sobaba la barriguita porque le gruñían las tripas de hambre. Ella abrió el refri y sólo encontró tres huevos, algunas tortillas, una lata abierta de chiles jalapeños y un poco de Frisco en una jarrilla.
Improvisó y les dio de comer huevito con tortillas, pero no sabía qué le daría de comer a Fernando cuando llegara. Ya más tarde, él llegó con la playera en el cuello quitándose el sudor y le ordenó a Socorro que le diera de comer.
Ella, respondió que ya no había quedado nada porque les había dado de comer a los niños lo poco que había. Él enfureció.
—”¿En qué te gastas todo el dinero que te doy?, ¿a quién metes que nunca hay comida?”, —le reclamó Fernando.
—”No meto a nadie, si lo que me das no me alcanza para todo, ya ni me quieren fiar en la tienda porque debo mucho. ¿De dónde quieres que te dé de tragar si no me das dinero pa’ todo?”.
Fernando se levantó de la mesa, se dirigió hacia ella jalándole el cabello mientras la zangoloteaba de un lado a otro.
—”¡Mira cabrona, a mí no me hables así, me respetas porque yo soy el que te da de comer! Y si no te gusta pues, órale, lárgate”, —le dijo mientras le asestó un puñetazo y aventó contra el refrigerador.
Los niños habían sido testigos nuevamente de cómo su papá golpeaba a su mamá. Aunque era común que lo hiciera, siempre se espantaban y comenzaban a llorar.
Más tarde, Socorro hizo una llamada a escondidas.
—”¡Ven por mí, Fernando me volvió a pegar!”, —suplicó a una de sus hermanas.
—”No tengo en qué irme, mejor vente en taxi y aquí te lo pago”, —le respondieron del otro lado del auricular.
Socorro esperó a que Fernando se quedara dormido en la sala, hizo una maleta pequeña con ropa de los pequeños y cerró la puerta sin hacer mucho ruido. En el camino estuvo dándole vueltas a la cabeza… pensó que tal vez él tendría otra mujer y no se explicaba por qué la trataba así. Llegó a casa de su hermana, y ya con mayor seguridad, se decidió al día siguiente a demandarlo por violencia intrafamiliar.
En la noche, cuando estaban todos dormidos, escuchó que le gritaban por su nombre:
—”¡Socorro, Socorro, ya sal que nos vamos a la casa!”.
Ella encendió la luz del cuarto y puso atención; por un momento pensó que sólo estaba soñando.
—”¡Que salgas, estoy afuera, vámonos ya!”, —le gitaba Fernando mientras estaba ahogado en alcohol.
La hermana de Socorro le aconsejó que no se fuera, que mañana irían juntas a poner la denuncia para que lo detuvieran, pero ella comenzó a tener dudas sobre su decisión.
—”¿Y si sale y me vuelve a golpear? Es que tú no sabes cómo se pone cada vez que toma, me pega y me deja tirada. Me da miedo que un día le vaya a hacer algo a los niños si lo dejo”, —le dijo a su hermana.
No pasó mucho rato, Socorro se puso los zapatos despertó a sus hijos y subió a la camioneta con él, pero antes lo obligó a pedirle perdón. Él, con el arrepentimiento de dientes para fuera, le dijo que sí, que no volvería a pegarle, aunque esta historia volvió a repetirse otros sábados más.
Sumisión
Socorro se puso los zapatos despertó a sus hijos y subió a la camioneta con él, pero antes lo obligó a pedirle perdón.
Las golpizas volvieron a repetirse muchos sábados más.archivo