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‘Nada reprocho a nadie’: Leopoldo Lugones
CIUDAD DE MÉXICO.- La noche del 18 de febrero de 1938, el poeta y escritor argentino Leopoldo Lugones se suicidó bebiendo una dosis letal de cianuro mezclada con whisky, en una habitación de la posada El Tropezón, un típico lugar de descanso construido en una isla del río Paraná. A la mañana siguiente, sobre una mesa de la modesta habitación en la que fue hallado su cuerpo sin vida, se encontró un mensaje de su puño y letra: “Basta. Pido que me sepulten en la tierra, sin cajón y sin ningún signo ni nombre que me recuerde. Prohibo que se dé mi nombre a ningún sitio público. Nada reprocho a nadie. El único responsable soy yo de todos mis actos”.
Y aunque las razones que lo orillaron a matarse no han sido aclaradas de forma definitiva, se ha supuesto que la intensa depresión que atormentaba al autor de los versos de impulso vanguardista del "Lunario Sentimental" (1909) —casado con Juana González desde 1896, y autoproclamado “el marido más fiel de Buenos Aires”—, tuvo su origen en una malograda relación sentimental con Emilia Cadelago, una joven alumna de la Facultad de Filosofía y Letras a la que conoció a los cincuenta años, y de quien fue separado a la fuerza por la voluntad de su hijo –al que él mismo llamó “el esbirro”–, Leopoldo Polo Lugones, un comisario a cargo del orden político de Buenos Aires señalado como el infausto personaje que implementó la picana eléctrica en los interrogatorios policíacos.
“Hombre de convicciones y de pasiones elementales”, como lo describió Borges en el prólogo del ensayo histórico "El Imperio Jesuítico" (1904), Lugones había nacido el 13 de junio de 1874. En 1896 se instaló en Buenos Aires, y al año siguiente publicó "Las Montañas del Oro", su primer libro de poemas.
Director de la Biblioteca Nacional del Maestro entre 1915 y 1938, Premio Nacional de Literatura en 1924, anticlericalista gran parte de su vida, volvió al catolicismo en 1934, y cuando lo acusó un rival político de hablar mal de la burocracia mientras cobraba un presupuesto anual, respondió: “Eso es pues lo que el Estado me paga por mi trabajo, no por la cautividad de mi pensamiento y de mi conciencia”.