'Mi mayor anhelo sería morir en Saltillo': Rubén Aguirre, el 'Profesor Jirafales'

El año pasado, el Profesor Jirafales recibió a VANGUARDIA con una tacita de café en su casa de Puerto Vallarta, en donde dejó claro su deseo de regresar a morir a Saltillo, la ciudad que lo vio nacer, y ser recordado como un hombre bueno
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Saltillo.- El Profesor Jirafales no se pudo negar, el año pasado, a invitarnos una tacita de café en su casa de Puerto Vallarta. Y cómo hacerlo si la oferta era jugosa, le prometimos llevarle uno de los placeres que más extraña de su natal Saltillo: pan de pulque. 

El hombre de un metro noventa de estatura estaba postrado en una silla de ruedas, sin embargo su felicidad se desbordaba y su enorme sonrisa y esa carcajada estrenduosa salieron pronto a relucir al recordar a la ciudad que lo vio nacer, esa a la que su memoria voló con ese entrañable sabor del pan que lo devolvió a casa. “Mi mayor anhelo sería morir en Saltillo. Pero también sería mi mayor gusto regresar antes de morir, no sólo por mis amistades y mis parientes, sino porque Saltillo mismo tiene para mí recuerdos muy bonitos. Cómo olvidar La Alameda, el Camino del Cuatro, sus alrededores como Ramos Arizpe, Arteaga, General Cepeda. Volver a ese lugar maravilloso, porque qué bonito la pasé. Yo vivía en la calle Xicotencatl, en el mero corazón de Saltillo”.

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Los deseos de Rubén Aguirre no se cumplieron, la madrugada de ayer la muerte lo sorprendió a los 82 años debido a las complicaciones de una neumonía. Los deudos, además de su familia y amigos, se cuentan por miles, ¿miles?, quizá por millones, porque cuántas generaciones en América Latina no fueron educados de la mano de este entrañable personaje del Chavo del Ocho, ese paciente maestro cuyo grito de guerra era un cándido “ta ta ta ta”, con el cual cruzó fronteras y conquistó lejanos territorios y fue traducido hasta el japonés. 

“Yo salía con un puro, porque no había derechos de los niños son otras épocas, que esperanzas que hoy un maestro fume, o regañe feo a un chamaco. Aunque nunca fui muy duro, a lo más que llegue fue a mi ‘ta ta ta’, pero era para mí mismo, era como contar hasta diez para calmarme, pero Jirafales nunca le pegó a un niño y menos al chavo”.

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El artífice del célebre programa fue Roberto Gómez Bolaños y en esa visita, en septiembre del años pasado, las palabras hacia su compañero, su colega, su amigo, no se hicieron esperar: “Era un buen hombre, un amigazo. Cuando lo vi por primera vez quedé encantado, me di cuenta muy rápido que se trataba de alguien con calidad humana, de buenos sentimientos. Roberto era un diamante de muchos quilates, cualquiera que hablara con él se daba cuenta de eso”. 

Con Gómez Bolaño la amistad se mantuvo intacta hasta los últimos momentos, cuando Roberto estaba enfermo y ambos se hablaban por teléfono para consolarse de sus dolencias. A Rubén se le quebró la voz cuando recordó la noticia del fallecimiento de su camarada: “Se nos fue un buen amigo, pero no sólo se fue el amigo, se fue un creador, un talento, un genio de la televisión, pero así es la vida, lo sentimos muchísimo.

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Yo estuve muy afectado y Florinda con mucha entereza, cuando le hablé para darle el pésame y no pude dejar de llorar, me dijo ‘oye no, creí que me hablabas para consolarme, no para yo consolarte a ti, tienes que ser optimista y alegre’ y claro, ella tenía razón porque estaba destrozada”.

Pocos lo saben, pero Rubén Aguirre es primo de otra figura central de Saltillo, el cronista Armando Fuentes Aguirre, ‘Catón’: “Es un hombre muy bueno, él me hizo el prólogo del libro de memorias que publiqué, cuando se lo pedí me dijo ‘claro que sí rubencito’, y ahí está, tienen que leerlo. Yo estoy orgulloso de él. no soy escritor, pero lo digo a los cuatro vientos ‘orgullosamente primo de catón’, un señorón que conoce el idioma, el lenguaje, con muchos talento, siempre es un placer leerlo y empaparte de su sentido del humor”. 

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Pero además, la madre de Catón, colaboró a meter en Rubén el gusanito de la actuación: “Mi tía Carmen Aguirre hacía teatro, tocaba el piano, pero uno no sabe cuándo agarra la espinita del arte. Si me preguntas cuándo empecé mi carrera de actor te diría que a los seis años, porque en Torreón, cuando estaba en sexto año, me gustaba salir a la calle a imitar a los vendedores, a los llamados pregoneros. Antes se usaba el de la leche, el del gas, la fruta, la carne y pasaban gritando y yo los imitaba, me ponía a gritar por las calles eso de ‘haaaaay tunaaaaas’ y salían a preguntare ‘oye chamaco no viste al de las tunas’ y yo decía lo oí gritar y me atacaba de la risa.

Pero volviendo al simpático personaje que marcó su carrera y su paso por el programa más exitoso de la televisión mexicana, Rubén Aguirre literalmente se esponjaba, el orgullo sale pronto a relucir y con una sonrisa en la boca dejó claro que estaba consciente de su legado: “Fuimos considerados en nuestro tiempo embajadores del buen humor, unos mexicanos que llegábamos orgullosos a Colombia y Argentina como embajadores que traían consigo la risa, la alegría, el buen humor y todo con mucha altura, sin corrientadas, sin vulgaridades”. 

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Un clásico, no hay otra manera para resumir las medallas del programa, sus récords, sus lógros y sus alcances. Aguirre, un hombre modesto y agradecido, le atribuye el éxito a la talentosa pluma de Bolaño: “La base del éxito del Chavo del Ocho era que tenía calidad. Las cosas buenas perduran. Roberto, aparte de tener mucho talento, era muy observador y gracias a eso, el programa entró a muchos países, a los rincones de Latino América. Porque desgraciadamente en todos lados existe un niño pobre que no se desayunó, que tiene hambre. Y lo que en México son las vecindades, en Brasil son las favelas y en Argentina los conventillos. En todos los países hay pobres y El Chavo mostraba a esa gente pobre pero honrada, buena, pero que no tiene suerte y vive en condiciones precarias. Don Ramones hay donde quiera, un hombre de buenos sentimientos, pero con mala suerte, pues no conseguía trabajo y los que conseguía no le gustaban, porque además no era muy trabajador que digamos, en todas partes hay gente así y eso hizo que a la gente le gustara el programa. Además era un humor muy blanco, porque Roberto siempre cuidó el lenguaje, era un gran conocedor, un gran lector y sabía de gramática lo que muy pocos profesores saben.

En exclusiva y ya entrados en el café, el pan y los recuerdos, Rubén Aguirre, nos hizo una revelación sobre su personaje: “Poca gente lo sabe, pero el personaje del profesor Jirafales está inspirado en un maestro de Torreón, un maestro que tuve en la Secundaria Venustiano Carranza y ahí nos daba clase un viejecito, un profesor al que le decíamos Chelayo, pero se llamaba Wenceslao Rodríguez. Era un hombre que tenía una gran paciencia con los muchachos, porque los de secundaria eramos terribles y él en lugar de gritar, o insultar nos decía el ahora clásico ‘ta-ta-ta-tá’ y a mí se me quedó pegado eso y lo apliqué en el personaje que me dio Roberto. Lástima que el maestro Chelayo nunca vio a mi personaje, él ya había muerto cuando llegué a la Ciudad de México, a lo mejor le hubiera gustado o capaz que me regañaba, qué tal que me decía ‘oye, no me copies, no soy tu burla”.

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El profesor Chelayo jamás se enteró que inspiraría a un profesor que le daría la vuelta al mundo, un personaje que este lunes hubiera celebrado 45 años de hacer su entrada triunfal en la televisión mexicana. De ser una figura central del Chavo del Ocho, ese trampolín que lanzó al estrellato a un elenco entrañable, a una célebre pandilla, a esos ‘enfant terribles’ que le dieron voz a una generación, al programa que se convirtió en religión y aglutinaba a su alrededor a una enorme y fiel congregación, todos al tanto de esa pequeña pantalla que cómo nos sacó carcajadas y nos regaló para la posteridad a ese maestro que todos deseábamos tener, ese hombre inmenso que llenaba la pantalla con su infaltable puro, su traje impecable, su ramo de rosas y ese corazón de cinco estrellas con el que enamoraba a Doña Florinda y quien hoy seguramente soltará, desde dónde esté, su enérgico grito de “ta ta ta ta”, porque no pudo cumplir uno de sus sueños: morir en Saltillo, la tierra que lo vio nacer, el terruño al que añoraba volver. Lo que si es un hecho es que además de su personaje del Profesor Jirafales, Rubén Aguirre será recordado, como el quería: como un buen hombre. Desde aquí hoy los invitamos a levantar una tacita de café “aunque la gente diga que tú y yo estamos locos”, pero se trata de despedir como se debe a un hombre enorme en toda le extensión de la palabra, a nuestro profesor Jirafales.