Los artesanos que dan forma al Niño Dios
Por: Jesús Peña
Fotos: Luis Castrejón
Video: Luis Castrejón/Jesús Peña
Edición: Nazul Aramayo
Diseño: Édgar de la Garza
“Todos me dicen que si hago milagros, les digo ‘no, los milagros los hacen los santos y yo los fabrico’”.
Me dice Miguel Morales, una mañana en que el frío taladra los huesos y la lluvia pega en la cara como alfileres.
Es una de esas mañanas glaciales, como hace años no había en Ramos Arizpe y sus alrededores.
Nos encontramos en el taller minimalista de Miguel, que es una especie como de tejabán o tenderete de lámina y madera, plantado en el patio delantero de su jacal Infonavit en la privada Tamazunchale, de la colonia Manantiales del Valle, donde Miguel vive con su tribu.
Tan chirris, tan chirris es el taller de Miguel que apenas y se puede caminar entre montañas y montañas de imágenes de Cristos, Niños Dios, misterios, vírgenes, ángeles, San Judas y otros santos de yeso cerámico que todavía están en blanco, o sea, sin pintar, porque la méndiga borrasca no ha aflojado y así nomás no se pueda jalar, compa.
Y mira nomás el carajo sol nada que sale y si sale, no calienta.
Y como dicen en el barrio: pa este frio… apenas con una cobija nueva abajo y una vieja arriba. Cobija, no sea mal pensado.
Miguel es un bato… más bien morocho, así, chaparrito, ni gordo ni flaco, de hablar como rasposo y agudo, hoy usa boina y chamarra deportiva, y cómo no, con los dos grados centígrados que se han dejado sentir por estos días...
Neta que cuando alguien me dijo de Miguel, yo me lo imaginaba diferente, con una túnica y un cáliz en las manos.
Alguien que fabrica imágenes del Niño Jesús, del Divino Niño, de la Virgen María, del señor San José y todo el santoral debe ser como un ungido, pensé, el que se avienta el tiro de representar al Cristo de Iztapalapa o de hacer de peregrino en las posadas.
Cuando lo voy viendo… muy mortal, muy mundano él y a parte muy pueblo.
“Pásate”, me dice.
Y ya le comienzo a preguntar.
Un cuñado de México fue el que le enseñó este jale, este oficio, cuando él tenía 9 ó 10 años. Un mocoso.
A los 16 años ya tenía su primer taller y de ahí pal real...
Sus jefitos se habían lanzado con él y sus hermanos a la capital en busca de un mejor fututo, aunque suene choteado, y allá se quedaron.
Ya luego él regresó a Coahuila y se estableció en Ramos Arizpe. Por eso Miguel habla con ese acento entre achilangado y norteño.
“Sí, carnalito” o “cómo ves, mi amigo”, dice Miguel.
Pa pronto, Miguel me enseña su trabajo, dice que todo es a base de puros moldes hechos de látex, fibra de vidrio, caucho, silicón.
Un molde para el Niño Dios, otro molde para la Virgen María, otro para el señor San José, otro para el Niño Fidencio, para el San Judas Tadeo y así.
Nunca me lo hubiera figurado: santos hechos en serie, una fábrica de fe, la industria de la religión, la manufactura de las creencias.
Me siento como el chico al que le dicen que Santa Claus es su papá. Oh, desilusión. 42 años de vivir engañado.
“Mandamos a hacer el modelo, posteriormente hacemos el molde, ya que tenemos el molde empezamos a fabricar las piezas”, y eso es todo, resume Miguel, como si eso de fabricar un santo fuera la cosa más fácil del mundo.
Entonces le pregunto a Miguel qué siente al hacer estas figuras tan veneradas, tan adoradas por la gente, que si tiene un significado especial para él y dice que no, que nada, así, nada, que es trabajo, que es normal, que la costumbre.
Tal vez un sociólogo, un antropólogo, un anatomista del alma, o sea un loquero, pudiera sacarme de dudas, pero orita ya no se consiguen, se fueron de vacaciones decembrinas.
Qué envidia.
Van ya varias veces que la mascota de Miguel, un chucho negro que se llama “El Negro”, se atraviesa al paso de mi cámara y Miguel lo echa con un puntapié.
“Shht, hazte pallá”.
Pero el perro no se va, insiste en refugiarse de la garúa y el frío en el taller de su amo, en medio de tanto santo.
Hace frío, tengo frío, estoy aterido en el taller de Miguel, el viento helado, inconmovible, cruel, colándose por las rendijas.
Ni hablar, es Navidad, qué le vamos a hacer.
“El mal tiempo no nos ha dejado trabajar, nos agarraron los tiempos malos, pero si te das cuenta aquí ya hay…”, dice Miguel y me señala unos Niños Dios en blanco, puestos de cabeza sobre el suelo de cemento.
Se están oreando, para que una vez secos, venga el hijo de Miguel y los pinte.
Nomás haciendo tantito sol.
Pero el frío no mengua y eso que apenas entró el invierno. No puedo ni chiflar.
Cuando alguien me dijo de este artesano, yo me imaginaba que su taller sería como un templo sagrado, una mezquita, una sinagoga, no sé y a Miguel con un solideo, un báculo.
Chale, ni que fuera pa tanto.
Ahora Miguel me está enseñando un Niño de Belén, la imagen que, dice, debería ir en el pino para el día de la acostada, el 24, o sea, hoy.
Porque está el Niño que se sienta, el que tiene la piernita levantada para sentarse en la silla. Miguel sabe muy bien de eso.
Que cuántas piezas fabrica, pos saca unas 150 ó 160 por semana, terminadas de todo a todo, hechas con yeso cerámico, agua, pegamento y pintura.
Y yo que creía que eran de barro, del barro que Dios, alfarero de alfareros, ocupó cuando formó a nuestro padre Adán, en el génesis del universo.
Oh, decepción.
Me siento como el nene al que le revelan que quien realmente le pone el premio en el zapato la víspera de los Santos Reyes es la buena de su hermana mayor.
“Fabricamos muertes también, que yo no sé por qué les dicen santas, fabricamos San Miguel Arcángel, San Francisco, Santo Niño de Atocha”, dice Miguel como un vendedor que va ofreciendo fe y esperanza por las calles.
“Y fabricamos una imagen que es muy venerada en Espinazo, Nuevo León: el Niño Fidencio. Yo la verdad era un incrédulo de esa imagen, pero sí he visto muchos resultados. Hace sus milagros”.
Dice Miguel, y me enseña un busto de José Fidencio Síntora Constantino, en blanco, que él mismo fabricó.
Las figuras de Miguel han llegado hasta Ciudad Juárez, Torreón, Monclova, Monterrey, Zacatecas, Matehuala y San Luis Potosí.
Miguel me está contando que antes tenía dos clientes muy buenos, pero que en una de esas se hicieron “hermanos”, o sea, que cambiaron de religión y dejaron de vender imágenes.
¿Qué le cuenta la gente sobre los milagros del Niño Dios?
“Las doñas me dicen ‘fíjate que le pasó un accidente a mi señor, y el Niño se quebró todo’. Nos lo trae y lo arreglamos. Hay cositas así, que a veces no te explicas”.
ESPECIALIDAD: EL NIÑO DIOS, PERO SU DEVOCIÓN: LA SANTA MUERTE
A las 3:00 de una tarde plomiza, la radio de Juan anuncia chubascos y rachas de viento de más de 50 kilómetros por hora para los próximos días.
Juan Morato agarra su escalera zancona de tabla y sube a la azotea de su casa para recoger los Niños Dios en blanco que había puesto a secar.
Nos encontramos en el taller de Juan, otro como cobertizo de chapa y madera, en la calle de Chalco, colonia Analco, Ramos Arizpe.
El pop en inglés sonando a todo volumen.
Juan está medio chiveado, como apenado, la falta de costumbre que venga un periodista metiche e inoportuno a entrevistarlo.
Hechos por manos terrenales
Frío inoportuno
Los tres talleres de la región no pudieron avanzar con la producción de figuras por la helada que hubo en la región hace unas semanas.
Caen ventas
El surgimiento de sectas o la conversión de un católico a testigo o cristiano golpea las ventas de esta mercancía, dicen los artesanos.
Talleres locales
Aunque las imágenes representan a la divinidad, las figuras de yeso son producidas en talleres pequeños de Ramos Arizpe y Saltillo
En eso Juan es primerizo.
Quién iba a pensar, me digo, que en un barrio como éste, la Analco, con sus casas de muñecas, tipo Infonavit, fachadas desteñidas, palizadas al frente, viviera esta familia de artesanos.
Hubo que caminar calles y calles para dar con ellos.
“Bueno pos aquí fabricamos y reparamos Niños Dios”, dice Juan y nada más.
Juan es así: atezado, llenito, bajo, melena negra, anda siempre con una sudadera y unos blue jeans manchados de yeso y contesta con monosílabos: “sí”, “no”, “nada” y se ríe.
Hace ocho años que vino del Estado de México con toda su bandita: María Meza, su mujer, y sus tres chavales, consiguió cantón aquí y aquí hizo roncha.
Aprendió este oficio nomas viendo a un cuñado de él, esposo de su hermana, cuando Juan tenía 15 años y andaba de vago allá por San Vicente Chicoloapan, cerca de Chimalhuacán, en Texcoco.
Como que quiere llover y parece que el cielo cargado de cirrus grises se viene abajo.
Qué quieres, es invierno, pienso.
Pero María, la mujer de Juan, está impasible, resanando sobre una mesita de viga unos Niños Dios en blanco, que luego vendrá a pintar su hijo David nomás que el canijo sol se digne salir y los días se pongan buenos.
Juan dice que la especialidad del taller son los Niños Dios, de todas las formas, tamaños y colores, y nacimientos, vírgenes, misterios, San Judas, la Santa Muerte.
Sí se topa uno con historias surrealistas, medito después de que Juan confiesa que es devoto de la Santa Muerte.
Nadie lo inició en este credo, él vio que su mamá tenía su Santa y le pedía y pos él también se metió.
“No se le pide para hacer cosas malas ni nada, yo le pido pa que me dé trabajo, un accidente, cualquier cosa”.
¿Cómo le pide?
“Nomás: ‘Santa Muerte, échame la mano pa salir del problema’”.
Qué loco, qué cotorro, un artesano que hace Niños Dios y es creyente de la Santa, de la Niña, como la llaman sus seguidores.
Días después veré a Juan puliendo un Niño Dios, playera de tirantes roja, enseñando su tatuaje a tinta china de “La Flaquita” en el hombro izquierdo.
Entro con Juan en su taller, sobre las mesas de tosco leño hay figuras de Niños Dios desarmadas y listas para ensamblarse: troncos, brazos, cabezas, todo hecho con moldes.
Me imagino el taller de Juan como una armadora, con su departamento de control de calidad y toda la cosa.
“Se vacía el yeso en el molde, el cuerpo, las manitas; se pone a secar, se va armando, se le pone el ojito por atrás, de vidrio, su casquito y luego se pule, se pinta, se decora y ya, a empacar y a entregar”, dice Juan.
¿Cuántos Niños Dios habrá fabricado Juan en los 20 años que lleva de artesano?
“Uuuuf no, imagínese”, dice.
Si me cuenta que maquila 100 piezas a la semana y el año tiene cerca de 52 semanas, según la calculadora de mi Android: 100 figuras por 52 semanas por 20 años.... dan un total de 104 mil imágenes aproximadamente.
Eso es lo que se llama fervor y devoción a destajo.
Pero el tiempo está malo, porfía Juan, y hay que esperar a que seque la mercancía pa poder pintarla.
Juan dice que ya son dos semanas, más de 10 días perdidos de trabajo por el frío que este año se nos vino bien y bonito.
Le pregunto a María, la mujer de Juan, que qué hacen cuando los días se descomponen.
“¿Qué hacemos?, descansar, porque luego cuando están buenos los días, es mucho trabajo”.
¿Se siente especial por fabricar este tipo de imágenes?
“Me... o sea, me da gusto, la gente viene y nos compra Niños”.
¿Ustedes tienen sus Niños Dios?, ¿los arrullan?
“No, nosotros los hacemos, nomás”.
FAMILIA: CRISTIANA, OFICIO: ARTESANO, CREENCIA: SAN JUDAS TADEO
En el taller de Antonio Hernández, un cuarto en obra negra, donde las lonas azules no son suficientes para contener el frío afilado, se escucha un vallenato.
Lo lógico, creo, es que se escucharan melodías sacras, cantos gregorianos, yo que sé, pero no; a Toño le gusta el vallenato y la cumbia mexicana mientras pinta con aerógrafo sus imágenes de Santos Reyes y nacimientos: San José, su castísima esposa, el ángel, la mula y el buey.
El mero mole de Antonio.
“No, yo no hago Niños Dios, porque es más laborioso”, dice el hombre rollizo, piel café con leche, barbita como de mandarín, gorra y sudadera salpicada de yeso.
Ya el sol ha comenzado a caldear la álgida atmósfera navideña, pero el frío que se ha colado con los días en el taller de Toño se resiste a salir, no quiere largarse y, como dice la gente en este tiempo, hace más frío adentro que afuera.
Dice Toño que este oficio le vino de familia, allá en Puebla, de donde es él, pero que tiene apenas 15 años ejerciéndolo, porque antes era policía municipal, ganaba una baba así que nomás aguantó cinco años de “perro”, como les decimos acá.
Después se metió a carnicero, pero no le gustó.
Pa pronto volvió a sus raíces y dijo de aquí soy, esto es lo mío.
Paradojas de la vida, pienso cuando Toño me cuenta que su mujer es cristiana de tradición, de abolengo, y por eso aborrece los ídolos de yeso que él fabrica, pero le ayuda a trabajar, le cuadra este oficio, se le hace bonito este trabajo.
“No, pos dice que por qué arrullamos a una figura de yeso, le cantamos. Yo le platico que no es tanto la figura, sino la representación del Niño Dios. Tenemos la conciencia de que Jesús fue un bebé y nos hubiera gustado estar con él cuando vino a este mundo. Aquí cuando hay trabajo, hay que entrarle a todo, creas o no, hay que trabajar, cuando le gente lo pide hay que trabajar”.
Toño habla como todo un teólogo, está parado en el centro de otra pieza, una bodega improvisada, donde tiene almacenadas las imágenes en blanco que va fabricando.
“Este es San José, esta es María y este un Rey Mago, dice Toño”.
¿Cuál?
“No, eso sí no… Fíjese que los nombres no me los sé –se ríe–, nomás sé que es un Rey Mago”.
Por semana, Toño y su esposa fabrican unos 40 juegos de nacimientos: José, María, los Reyes, el buey, la mula y el ángel.
Qué preciosidad, digo para mis adentros cuando contemplo las imágenes puestas sobre la mesa de palo del taller de Toño.
Una vez acabadas irán directamente al centro, al Mercado Juárez de Saltillo, para su venta.
Pero como la nieve, el hielo, la lluvia que ha traído el inverno han estado de lo lindo, pos el trabajo va atrasado y Toño ha tenido que pedir préstamos o adelantos a sus clientes, a cuenta de la mercancía, pa poder sobrevivir, pa irla pasando.
El frío no le dejó otra.
Y a parte ya no es lo mismo, el surgimiento y expansión de nuevas religiones y sectas protestantes le ha dado en la torre a la venta de este tipo de artesanías.
“Hay muchos que se están volviendo testigos de Jehová, cristianos, se están cambiando de religión y se está perdiendo un poco la tradición, lo del 24, pero a la vez siento bonito que se siga recordando lo que celebramos el 24 de diciembre, que la gente siga creyendo en la tradición esta del Niño Dios, de los Reyes Magos”, me dice Toño.
¿Usted tiene alguna devoción?
“San Judas Tadeo”.
¿Le pide?
“Pos nomás que nos dé trabajo y salud, que es lo principal”.
FÁBRICA DE SANTOS
Elaboran 160 figuras a la semana
A los 9 ó 10 años, Miguel Morales aprendió el oficio gracias a un cuñado de la Ciudad de México.
Para los 16, Miguel ya tenía su primer taller.
Ahora tiene uno en Ramos Arizpe, donde hacen el modelo de la figura, hacen el molde y luego fabrican las piezas de yeso cerámico. Luego las dejan secar y las pintan.
En el taller, también trabajan su mujer y su hijo.
20 AÑOS DE ARTESANOS, VERDADERA DEVOCIÓN
En el taller de Juan Morato se maquilan 100 piezas a la semana. Si el año tiene 52 semanas, entonces son 5 mil 200 figuras al año; es decir, que para los 20 años que lleva trabajando, Juan y su familia han formado 104 mil imágenes de santos, Niños Dios, Vírgenes Marías, San José, San Judas y Santas Muertes.
Juan aprendió el oficio cuando tenía 15 años mientras veía trabajar al esposo de su hermana, en el Estado de México. Desde hace ocho años, Juan se instaló en la región y abrió un taller: su especialidad son los Niños Dios, pero él confiesa que su verdadera devoción es la Santa Muerte.
EL OFICIO VIENE DE FAMILIA
Creas o no, hay que trabajar
Antonio Hernández tiene 15 años de artesano, el oficio le vino de su familia en Puebla. Su esposa también trabaja con él aunque ella es cristiana y aborrece los ídolos de yeso.
El taller produce cerca de 40 juegos de nacimientos a la semana, que luego mandan al Mercado Juárez de Saltillo.
¿Por qué arrullan a una figura de yeso?, pregunta la esposa de Toño. Y él le contesta que no es la imagen, sino lo que representa: que Jesús nació y también fue un bebé.
El Dato
Estas son las direcciones en las que podrás encontrar a los artesanos
Juan Antonio Hernández
Calles Peyote y Nopal en la Colonia Loma Linda
Miguel Morales
Privada Tamazunchale en Manantiales del Valle en Ramos Arizpe
Juan Morato
Calle Chalco con Blvd Analco en la Colonia Analco de Ramos Arizpe