La niña embarazada que todavía pedía permiso para ir a la tienda

Esta es la historia de Rocío, la niña que murió con una bebé de ocho meses en su vientre, quien logró asomarse al mundo gracias a un parto post mortem. El caso sucedió en Acuña y sacudió a todo el país.

                                                                            Por Diana Nápoles

                                                                            Fotos: Marco Medina

                                                                            Diseño: Edgar de la Garza

                                                                            Edición: Kowanin Silva

 

Aún no son las cinco de la mañana cuando de repente la noche se corta. Rocío se levanta, tiene dolor de cabeza y presión baja. Despierta a su familia. En la misma habitación duerme José, su hermano de once años, y Liz, su mamá. En la sala despertará también su abuela y Lalo, su hermano de diecisiete. 

Rocío no está bien. Siente que se desvanece. Llaman a un taxi para llevarla a la Unidad 87 del IMSS de Ciudad Acuña. Su vista comienza a nublarse. Ese lunes veintiséis de octubre su cuerpo gritará la noticia que lleva más de ocho meses callando: está embarazada. 

Su familia aún no lo sabe, pero el doctor le preguntará a su abuela si la niña está encinta: “No”, responde convencida. Rocío tiene catorce años, el próximo doce de enero iba a cumplir quince.  

El doctor se apresura a comprobar su sospecha y ordena que la trasladen en una ambulancia al Hospital General No. 13, donde sí hay quirófano. Rocío tiene síntomas de preeclampsia. “Ella era una niña, u-na ni-ña”, dice María del Socorro Fernández Olivas, una mujer de ochenta y cinco años que vive junto a la casa de Rocío.

El cuerpo de la niña llega sin vida al hospital donde le practican un parto post mortem mediante cesárea. Rocío usaba lentes, tenía el cabello café oscuro y ondulado hasta los hombros. De complexión robusta y cara redonda, tenía ojos oscuros –un poco rasgados–, la nariz pequeña y labios definidos. 

Rocío no logra ver la mirada de su hija ni puede escuchar el llanto con el que anuncia su llegada al mundo. La vida de la bebé fue breve. Al día siguiente a las 4:30 de la tarde (martes 27 de octubre) una asfixia perinatal severa, encefalopatía hipoxia y acidosis mixta le provocaron una falla orgánica cerebral con la que murió.

La abuela de la muchacha le pedía a Humberto Canizales González, vecino de la familia y padrastro de una amiga de Rocío, que le hiciera el favor de llevarla al hospital para ver a la bebé. “Ella quería que la niña se lograra, pero veíamos que iba decayendo”.

Al silencio de Rocío le siguen otros más. La gente no quiere hablar de quién era ella, de por qué murió con una bebé en su vientre. La gente se queda callada cuando escucha su nombre. 

Liz Fandini, su mamá, tiene 33 años. Lleva el cabello atado y la tristeza asentada en cada gesto. No llora pero sus ojos reflejan el dolor que le hierve adentro. “No queremos hacer esto. Ya hablamos con todos los muchachos que vinieron al sepelio, casi toda la secundaria vino, gracias a Dios todos querían a mi muchacha. Era una buena muchacha y excelente alumna, le puede preguntar a los maestros. Queremos recordarla como era: alegre. Ahorita no queremos moverle. Gracias por haber venido”.

Son las 10:30 de la mañana y en la calle se escuchan los rezos del novenario. Dios te salve María, llena eres de gracia/ el Señor está contigo/ bendita eres entre todas las mujeres… Afuera, un gato blanco se pasea por la banqueta, era la mascota de la niña. 

Según el Inegi, el promedio de hijos nacidos vivos de las mujeres de doce y más años en Ciudad Acuña es de 2.3 (en 2010). En 2014, el DIF de Acuña registró 400 embarazos en menores de edad.

Parto post mortem. A Rocío le practicaron un parto post mortem mediante cesárea y contra todo pronóstico su bebé nació, fue niña y murió al día siguiente.
No teníamos queja de ella. Nos sorprendió saber que estaba embarazada porque nunca la vimos noviando”.
Maricruz Rangel, maestra

Una alumna modelo

Laura Rocío González Pérez estudiaba el tercer año de secundaria. Maricruz Rangel Ceniceros es maestra de inglés en la secundaria pública Francisco I. Madero. La profesora dice que Rocío se desempeñaba como una alumna destacada, no faltaba, era dedicada, cumplía y se esforzaba. 

Comenta que en la escuela no se dieron cuenta de que estaba embarazada porque ella siempre fue gordita. “Tampoco íbamos a sacar conjeturas de por qué estaba engordando, no podíamos hacerle ese tipo de preguntas sobre su vida personal”.

Rocío era una alumna bien portada, no daba motivos de reporte y nunca les faltó al respeto. “No teníamos queja de ella. Nos sorprendió saber que estaba embarazada porque nunca la vimos noviando”. Dice que en otros casos, cuando se han presentado embarazos entre las estudiantes, los padres de familia son conscientes y las llevan a chequeo médico. 

Aclara que en la secundaria no cuentan con algún programa de prevención, ni existe un departamento que atienda los problemas familiares o personales de los estudiantes. 

Todos los días Rocío hacía el recorrido de la escuela a su casa a pie. Al salir de la secundaria hay un puesto de gringas, gorditas y tacos. Más adelante está el Cyber Yoselyn. De los techos de las viviendas sobresalen varias antenas de Ve TV, a pesar de que muchas de ellas no cuentan con servicio de internet, como la de Rocío. 

En la calle de atrás de la escuela se alcanzan a ver doce pares de tenis que cuelgan de los cables de luz. Unas cuadras más y se encontrará un terreno baldío.. Eduardo Padilla trabaja desde hace trece años como vigilante y velador de la secundaria. Al preguntarle por Rocío, dice que la conoció y que mantiene una comunicación directa con casi todos los alumnos de la institución. “Muy alegre, como cualquier niña.. Nunca se le miró triste. Era chaparrita, gordita. No lo cree todavía uno”, comparte.

Al continuar el camino hacia la casa de Rocío hay un negocio que dice fried chicken (pollo frito). Más adelante está la miscelánea Los cuates, con un gallo Claudio pintado en la pared. Afuera de las casas hay ropa oreándose en los mecates que hacen las veces de tendederos, mientras en algunos barandales reposan varios pares de calcetines mojados. 

Si se sigue el recorrido se encontrará una subidita de piedras que atraviesan un terreno baldío, al lado se observa basura quemada, escombros, televisores analógicos rotos y uno que otro árbol.

Terminando la subida Rocío habrá llegado a casa, donde la espera su abuela y alguno de sus hermanos. Su mamá, como muchas mujeres de Ciudad Acuña, trabaja en la industria maquiladora de seis AM a cuatro PM –horario corrido– mientras que su abuela entra a las tres de la tarde, para volver a casa de noche. 

En la secundaria que estudiaba Rocío sus maestros dicen que fue una alumna bien portada. De su embarazo, sólo pensaron que estaba subiendo de peso. Foto: Marco Medina
Plugger es igual que Facebook, pero es gratis. Como ella lo tenía en su celular podía mandar mensajes”
Nancy, amiga de Rocío

Buscaba novio en internet

Los vecinos de Rocío no saben qué responder cuando se les pregunta por la vida privada de la niña, por esa otra vida que todos llevamos y que pocos conocen.

Su amiga Nancy (la persona prefiere omitir su nombre, por lo que su identidad fue cambiada) dice que Rocío era alegre y que le gustaba bailar cumbias y norteñas. Cuenta que por las tardes se sentaban afuera, grababan videos de risa y de vampiros con el celular de otra de sus amigas. “Los veíamos ahí en el teléfono”. Rocío también tenía cel pero internet no. Nancy, una joven de catorce años, tampoco tiene internet en su casa y cursa el tercer año en la misma secundaria.

Los viernes les gustaba hacer fiestas, organizar una fritada en casa de alguna de las niñas de la cuadra. Nancy dice que Rocío llegaba de la escuela, ayudaba a limpiar la casa y luego se dormía. “Como a las cinco o seis salíamos todos a jugar”. Recuerda que Rocío usaba chores guangüitos y blusas holgadas. “Estaba bonita. Siempre se hacía una cebolla con el copete para atrás agarrado con un broche. No usaba tacones”. 

Al preguntarle si Rocío tenía novio, Nancy dice que sí. “No sé de dónde eran, pero tuvo muchos, ninguno de la secundaria. Yo me dejé de juntar con ella un mes antes porque una de sus amigas me caía mal”, confiesa en voz baja. 

Al preguntarle si ella sospechó que Rocío estaba embarazada, dice que sí, al final, cuando la veía pasar “porque se le miraba su panza”. Una vez Rocío le contó que iban a hacerle una prueba de embarazo, pero salió que tenía colitis y después ya no siguieron con eso. “Por eso también ella ya no se preocupó”. Nancy cree que su amiga sospechó de su embarazo antes de acudir a esa consulta.

Rocío quería ser doctora y ayudar a su abuela para que no se enfermara. Nancy dice que su abuela siempre la quiso mucho, que nunca la regañaba y que veía por ella. “Le compraba cosas”. Dice que Rocío nunca veía a su papá pero una vez se lo topó en la combi. Él le dijo que su otra abuela estaba enferma, que fuera a verla. Rocío le contestó que por qué si él nunca la había querido. “Nunca lo quiso, pero sí lo conoció”.  

Ambas nacieron en el mismo barrio y fueron amigas de toda la vida. Nancy recuerda que hace un año un muchacho gordito quería llevarse a Rocío a vivir con él. “Vinieron sus papás a hablar con ella; estaba por cumplir catorce. La familia de Rocío sí se enteró”. 

Dice que Rocío conocía a sus novios a través de plugger, una red social de Telcel que conecta a los usuarios a redes sociales como Facebook, Twitter y otras y que se utiliza desde el celular. En esta plataforma se pueden compartir fotos, videos y mensajes de texto. “Es igual que Facebook, pero es gratis. Como ella lo tenía en su celular podía mandar mensajes”. Rocío creó una cuenta de plugger para Nancy, pero ella perdió su celular. 

La mamá de Rocío sabía que su hija tenía plugger porque también le creó una cuenta a ella y otra a su abuela. Nancy cuenta que Rocío anduvo con un chavo de dieciséis años que vive en Torreón. “Decía que él le mandaría para el pasaje para llevársela allá, pero al último la engañó con su amiga –no sé cómo se dio cuenta– y ya no anduvieron”. Nancy recuerda que Rocío empezó a tener novio desde los trece. 

Su amiga comenta que Rocío nunca decía que no a las cosas, ni era miedosa; nada le daba vergüenza. “Le llegué a decir: ¿No conoces la vergüenza? Y ella contestó: ‘No, hasta ahorita no me ha tocado la puerta’. Cuando iba a pedirle algo, ella siempre tenía un sí para uno”.

Según testimonios de estudiantes, en la Escuela Secundaria Francisco I. Madero anteriormente ya se habían presentado embarazos adolescentes. En segundo y tercer año les imparten la materia de Formación, donde se discuten temas de sexualidad y métodos anticonceptivos. 

Nancy recuerda que hace tiempo recibieron una charla sobre educación sexual. “Una vez vino un señor que hablaba raro a contarnos de eso, de que daba herpes y todo eso. Nos puso un video que dijo que iba a darnos miedo. Rocío también estuvo ahí”.

De acuerdo a la funcionaria del DIF Acuña a nivel nacional cuentan con el Programa Ser Sexualidad Responsable, que busca prevenir y brindar apoyo a mujeres embarazadas de entre doce y veinte años.

La funcionaria explica que Rocío no recibió control prenatal ni se acercó a la institución. Afirma que en la secundaria pública Francisco I. Madero se imparte un módulo de sexualidad con una duración de dos semanas. “Tienen información”.

Mirna Janeth tiene veinticuatro años y es vecina de la cuadra. Mientras platica cuida en brazos a su hijo que todavía no sabe hablar. Dice que la conocía, “pero no mucho-mucho. La gente sabía que ella estaba embarazada; la gente decía. Salía con las vecinas y todo, pero así que yo la mirara pa’ allá y pa’ acá pos no, sólo aquí. La mamá siempre estaba al pendiente de ellos, nunca se salían. Rocío era muy inteligente en la escuela. Mi sobrina de cuatro años salía a jugar con ella”.

-¿Tenía novio?

-De eso no sé la verdad. Nunca la llegué a ver con novio aquí. Son cosas que no, uno no se mete ni anda ahí. La gente decía, pero a veces la gente habla nomás porque ve, ¿verdad? Su abuela nada más va de la casa al trabajo. Ella trabaja en una fábrica de costura.

En el barrio donde vivía Rocío, hay pocas áreas verdes, abundan los terrenos baldíos y este es el parque más cercano. Foto: Marco Medina
Yo todavía digo: ¿por qué le rezamos un novenario si ella era una niña? No aceptamos lo que pasó”.
María del Socorro, amiga de la familia

‘Tenía espíritu de niña’

María del Socorro Fernández también es vecina de la familia de Rocío. Dice que la conocía desde chiquita, que era una niña muy tranquila, que no sabe por qué pasó eso. “Usted sabe que uno de mujer tiene una debilidad y los hombres tienen una ventaja, ¿me entiende? Entonces un mal rato que pasó a lo mejor”. 

La señora dice que Rocío tenía espíritu de niña, mientras con sus manos endereza un alambre chueco. Recuerda que en la tarde salía y se sentaba en la banqueta a jugar con otros niños. Nunca se imaginó que anduviera mal, porque no se le veía borloteando. “Yo todavía digo: ¿por qué le rezamos un novenario si ella era una niña? No aceptamos lo que pasó”. 

La vecina recuerda que su familia la llevó al doctor. “Les dijeron que tenía peritonitis o quién sabe qué. Como le digo, yo no sé nada. ¿El papá quién fue? Quién sabe. Como no era una niña flaca, no se le notaba su estómago. Era gordita, por eso no se le notaba que estuviera embarazada”. 

Un día antes de que todo ocurriera, la señora vio salir corriendo a Rocío para alcanzar a su hermano. “Mi nieta dice: Abuelita, ¿ahora con quién voy a jugar? ¿Por qué se fue Rocío?”. 

Para María del Socorro, vecina de la familia, Rocío era una niña y no entiende por qué se le reza un novenario. Foto: Marco Medina
Mi nieta dice: Abuelita, ¿ahora con quién voy a jugar? ¿Por qué se fue Rocío?”
María del Socorro, vecina de la familia

En la opinión de Humberto ella se vestía normal –no inapropiadamente– y en su casa no la dejaban maquillarse a menos de que fuera a ir a una fiesta o evento. A Rocío le gustaba ir a la iglesia y los sábados asistía al catecismo. “Su abuela siempre se esforzó por darle un estudio, sus cosas, que no les faltara nada”.

Al preguntarle cómo cree que hubiera reaccionado la familia de Rocío al enterarse, Humberto cree que, como cualquier madre o padre de familia, se habrían enojado, pero al final la habrían apoyado. Piensa que hubo falta de comunicación. “Fue una niña de nueves, dieces, de diplomas; a lo mejor no quiso fallarle a su abuela en ese sentido”. 

Paty, la mamá de Nancy (a petición de la entrevistada hemos cambiado su nombre), conocía a Rocío de nacimiento. Dice que Liz, la mamá, se alivió casi junto con ella. Cuenta que el novio de Rocío era mayor de edad, pero que nunca los vieron juntos en el barrio. “Dicen que iba por ella a la escuela. Porque aquí no, aquí era una niña como mi hija; ella todavía no se me sale”. 

Paty dice que Rocío lavaba sus calcetas y ropa. “Pero como te digo, uno las conoce adentro”. Según recuerda, nunca la escuchó decir una maldición. En su opinión no era una niña vulgar, ni volada. “Nada más que (suspiro) siento que le hizo falta su padre. Es pesado ser madre y padre a la vez, no creas. Le faltó el consejo de un padre. Ella me decía muchas veces que quería un papá, porque como yo sí estoy con mi esposo, ella veía que Nancy era distinta”. 

Cuenta que la abuela de Rocío siempre estaba al pendiente de que su nieta llegara de la escuela. “A lo mejor se la corría (faltaba) y se salía de la secundaria, pero aquí llegaba a la 1:30 PM, que es a la hora que salen”.

Paty dice que la abuela se va a trabajar a las 3:30 PM y la mamá llega a las 4:30 PM. Sólo hay una hora de diferencia. “En esa hora Rocío lavaba sus calcetas, su uniforme. A las cinco o seis de la tarde venía a sentarse aquí. Ésa era su rutina diaria, fuera sábado o domingo. No sé si ya dieron con el muchacho, estaban hablando con la Pronnif (Procuraduría para Niños, Niñas y la Familia), pero como te digo, aquí nadie te va a dar razón del muchacho porque nunca lo miramos. Nadie lo puede creer”

En los alrededores de la escuela abundan los terrenos baldíos con basura y escombro y las calles a medio pavimentar. Foto: Marco Medina

Cerca de ese barrio hay un parque. Tiene una cancha de basquetbol, columpios y bancas. En el Fraccionamiento Cedro I (domicilio de Rocío) las áreas verdes son escasas, en cambio, abundan los terrenos baldíos. Más abajo hay un centro comunitario que funciona como espacio recreativo. 

Según habitantes de la colonia, ese lugar es tranquilo. Dicen que antes sí se veían pleitos y jóvenes drogándose, pero ya no. “Estamos pidiéndole a Dios por ellos, y la gente ha ido cambiando. Ya no se miran pandilleros como antes que se peleaban mucho. Aquí es tranquilo, gracias a Dios”, comenta una de sus habitantes..

Fernanda Montoya es una joven de diecisiete años. Está embarazada y vive casi frente a la casa de Rocío. No estudia. Ella es otra de las amigas con quien Rocío salía a platicar por las tardes. Fernanda la admiraba porque creía que era una persona muy madura para su edad, que deseaba ayudar a su mamá, abuela y hermanos.

Fer no sospechó que su amiga estuviera embarazada porque nunca la vio achacosa, ni quejumbrosa. Una vez Rocío le platicó que la vecina de enfrente le preguntó a su abuela si su nieta estaba embarazada, y que ella dijo que no, que sólo era gordita. “Nunca nos dijo. Nosotras platicábamos de lo que hacíamos durante el día, no de nuestra vida privada”. 

La joven explica que los hermanos de Rocío la respetaban mucho. Que a las nueve de la noche ya tenían que estar adentro y que Rocío tenía que pedir permiso para ir a la tienda. 

Según Fernanda, su amiga no hablaba mucho de su mamá pero de su abuelita sí. “No sé por qué no tendría la confianza de decirle. Ellas son estrictas, pero no la trataban mal. La abuelita era muy buena con ella, todo le tenía a la muchacha”. Recuerda que incluso pagaba las vacunas de una gata que era la mascota de Rocío. “Cometió errores como todas, pero uno de los más grandes fue callar lo que le estaba pasando”.

Varias de las vecinas de la cuadra trabajan en maquilas. La mamá de Fer es madre soltera, igual que la de Rocío. Explica que, en promedio, un obrero de maquila gana entre novecientos y ochocientos pesos a la semana. Dice que cuenta con prestaciones como Infonavit, IMSS, ahorro y servicio de guardería (no todas las maquilas). Y que cuando un hijo se enferma, hay que llevarlo a la guardería para que le extiendan una hoja de valoración y poder llevarlo al médico en horas de trabajo.

400 Embarazos en menores de edad registró el DIF de Acuña en 2014. Foto: Marco Medina
La tarde está por caer. A unas cuadras se escucha el ensayo de un grupo de danzantes, golpes secos en el tambor y cientos de guijarros rebotando en los guajes. De las casas comienzan a salir varios vecinos para sentarse en las banquetas. Los niños corretean y un perro ladra.
Ya terminó el novenario de Rocío, la niña alegre que quería ser doctora, la que siempre se mostró servicial con sus vecinos. Allí ninguno sabía que estaba embarazada porque “era una niña”, como dice la señora María. Una niña que todas las tardes lavaba sus calcetas en el zaguán de la casa y que pedía permiso para ir a la tienda. 
Rocío ya no está. Se quedó con las respuestas a decenas de preguntas que todavía quedan en su familia y amigos: ¿cómo se sentía? ¿quién era el papá? ¿lo conoció en Plugger? ¿estaba contenta? ¿sabía que tendría una niña? ¿había pensado en nombres? ¿por qué no decirle a su familia? ¿sabía que estaba embarzada? 
“Todavía no lo puedo creer” dice la mamá de Fer.
 “Son cosas que pasan”.