La masacre animal en la que el 'Chupacabras' nada tuvo que ver; en General Cepeda, el verdugo fue un fenómeno natural

La foto que daba cuenta de cuerpos de cabras tirados en un corral y sus azorados dueños flanqueándolos, no escondía ningún misterio
Ecos. Cuando la foto fue revelada, de inmediato se agolparon en la mente los recuerdos de principios de la década del 2000, cuando en México se vivió una euforia por este personaje fake. Fotos: JESÚS PEÑA/CORTESÍA

TEXTO: JESÚS PEÑA. FOTOS: JESÚS PEÑA/CORTESÍA

No.

Esta vez no fue el Chupacabras.

Lo juro.

Esta vez ni cómo echarle la culpa.

Yo, cuando vi la foto que me mandó un editor de Mi Ciudad, pensé que se trataba de algo así.

La clásica historia del terrorífico, ¿mítico?, monstruo, que, según la tradición popular, el imaginario colectivo, las leyendas, las consejas, el cuento, vaya a saber, les chupa la sangre a las chivas dejando una estela de muerte y miedo en las rancherías por donde pasa.

Pero no.

Nada que ver.

Parecía, sí, porque en la foto se miraba un tiradero de cabras en un corral y al fondo dos hombres campesinos contemplando la escena entre asustados y resignados.

Una masacre, pensé.

Una hecatombe caprina.

“Eso dejó Hanna en General Cepeda, por si te interesa”, decía el mensaje que me mandó el editor vía Whats con aquella fotografía impresionante.

¿Ve?, esta vez no fue El Chupacabras, fue Hanna.

Seguro se las llevó la corriente, la avenida, el arroyo, imaginé.

Y era todo lo que decía el mensaje.

Que en General Cepeda…

Tragedia. Los dueños de los animales trataron de resguardar a los que pudieron.

Pero si General Cepeda tiene como 47 ejidos, y eso sin contar sus anexos, me dije.

Qué bronca.

¿Dónde diablos ocurriría esa tragedia?, porque era una tragedia, un desastre, me daría cuenta más tarde.

Pregunté y pregunté…

Hasta que compartiendo aquella imagen funesta con un contacto de General Cepeda, me confió que la carnicería de chivas se había suscitado en un pueblo que se llama La Trinidad, municipio de General Cepeda, que queda a unos 10 minutos de General Cepeda por una trocha de terracería.

Semanas después, con los primeros soles del otoño, me interné en aquella trocha de tierra, tortuosa, abrupta, bordeada por vados, arroyos y verdes huertas de nogal.

Las verdes huertas de nogal de los “señores” de General Cepeda.

El desierto en franca cúpula con el bosque.

UN PUEBLO TÍPICO CON UNA EXPERIENCIA EXTRAORDINARIA

A la hora de la siesta llegué a La Trinidad.

La Trinidad es un pueblo de casas salteadas de colores chillones.

En cada corral un burro, un caballo, un becerro, un chucho, una gallina con sus polluelos piando.

Y La Trinidad es un pueblo silente, quieto, si acaso el rumor de algunos chiquillos jugando, el ladrido lejano de un perro, el canto de los gallos, el eco de un asno rebuznando.

Las doñas charlando en la puerta.

Que si sabían, por casualidad, quiénes eran los hombres de la fotografía que aparecían con las cabras muertas, pregunté a la doñas después de saludar, con la fotografía en la pantalla del móvil.

Ah sí, que los de la foto eran don Luis y Beto y las chivas que estaban allí muertas, las chivas de Luis y Beto. Luis y Beto, el esposo e hijo de doña Micaela García, una familia que vive hasta arriba del pueblo.

EL TESTIMONIO Y LA EXPLICACIÓN

Al rato estaba yo en una pieza, con su altar prolijo de santos, una silla, un ropero con espejo, una cama deshecha, en la cama deshecha don Luis, de sombrero, sentado con una muleta y un palo que hacía las veces de bordón; y en la silla, sentado, don Juvenal, uno de los habitantes más antiguos de La Trinidad.

“Fue el huracán”, soltó don Luis Espinoza, 62 años, apenas se reconoció en la fotografía con sus cabras muertas.

En la Trinidad, un pueblo donde habitan cerca de 110 familias, nunca habían pegado los huracanes, hasta ahora… que pegó éste, dijo don Luis.  

El penúltimo fue el Gilberto.

¿Ve? como no fue El Chupacabras.

En La Trinidad había diluviado a cántaros, tres días seguidos, sin parar, el cielo desaguando.

Era una lluvia fuerte y fría, con vientos fuertes y fríos.

“Las chivas estaban todas mojadas, Se entumieron…”, dijo don Luis.

La cosa es que don Luis, como el resto de sus coterráneos, no tiene un corral especial dónde meter a sus chivas, un corral con techo y con todo, para proteger a sus cabras de la lluvia y el frío.

Hay apoyo del Gobierno, sí, para eso de los corrales en ejidos como La Trinidad costaría un ojo de la cara.

“Proyectos de corrales sí hay, hay bastantes, pero nos los ponen, por decir; de 300 mil pesos tenemos que dar la mitad, ¿de dónde agarramos nosotros 150 mil pesos?, por eso nosotros nunca tenemos ayudas de esas”. 

Y de eso El Chupacabras no tiene la culpa.

Los veterinarios del Sistema Nacional de Identificación Individual de Ganado (SINIIGA), que vinieron desde Monterrey a La Trinidad para ver lo de la tragedia, dictaminaron, sin necesidad de necropsia, que las chivas de don Luis habían fallecido de hipotermia, se murieron de frío.

“Miraron el tiradero de animales, se llevaron el reporte y eso fue lo que nos pasó”.

Y eso fue lo que les pasó, dijo Luis, sentado en la cama sin tender, una muleta y un palo-bordón.

VÍCTIMAS DE LOS CLIMAS EXTREMOS: DE LA CASI INANICIÓN A MORIR AHOGADAS

La Trinidad, tras la temporada de secas fue abatida por una tormenta inusual que mató ganado y traumó a sus pobladores

A la sazón la seca había castigado como pocas veces a La Trinidad y las cabras de don Luis y las de sus compañeros ejidatarios de La Trinidad estaban débiles, flacas, enclenques, famélicas.

Ni duda cabe que a los de La Trinidad les llovió sobre mojado.

Estaba la seca bien fea, duró bastante tiempo, vino lloviendo… ¿cuándo fue el huracán Hanna?, preguntó don Luis.

A finales de julio…

Sí, a finales de julio, después de que estaba la seca bien fea…

El huracán Hanna sorprendió a los animales del pueblo como un ladrón en la noche.

El Hanna le mató 60 chivas, de las 200, que don Luis tenía guardadas en el corral.

“Unas estaban pariendo, otras paridas, cabritos y de todo se fue”.

Sesenta chivas: un capital, un patrimonio.

“Es nuestra forma de vivir, las cuidamos, de ahí comemos, las ordeñamos, hacemos queso, cuando andamos necesitados vendemos dos tres, que orita se llegó la luz, el recibo del agua, que no tenemos zapatos, que no hay mandado, que no hay tortillas, ‘pos véndete dos, tres’”. 

A don Juvenal Rodríguez, de 81 años, el Hanna le mató 20 cabras, al resto de los caprinocultores del pueblo otras tantas…

Pero más nadie quiso hablar para esta nota, se chiviaron.

UN MUNICIPIO CAPRINO

Después sabré que en General Cepeda el asunto de las chivas no es poca cosa.

Se calcula que en este municipio existen unas 16 mil cabezas de ganado caprino, cifra que coloca a esta localidad en el segundo lugar en cuanto producción de cabras, después de La Laguna.  

Las de don Luis eran chivas que don Luis había conseguido por medio de programas de Gobierno en los que el Estado o la Federación ponen la mitad del valor del animal y el resto, la otra parte, la otra mitad, la micha, el campesino.

Y eran chivas finas, eh, raza boer, alpinas, saanen, de los sementales que les ha mandado el mismo Gobierno.

El Hanna las mató, no fue El Chupacabras.

Traté de Imaginar la impotencia que habría sentido don Luis cuando vio a sus chivas dobladas en corral, agonizando, balando, con balidos lastimeros, de frío, y él, don Luis, sin poder hacer nada.

“Se imagina ver tanto animal tirado”, dijo don Luis.

Me lo imaginé.

Don Luis vio agonizar y morir a sus chivas, una a una, sin poder hacer nada.

En su desesperación don Luis y su hijo Beto intentaron resguardar a las cabras ateridas dentro de la casa, pero no sirvió de nada.

“Ya no había forma de salvarlqs, se murieron los animales, ya venían entumidos”.

Ese día don Luis y don Juvenal habían estado juntos, viendo llover, viendo cómo el Hanna mataba a sus animales con alevosía y ventaja.

No fue El Chupacabras, ¿ve?

“Estábamos queriendo lagrimiar, ya ve que nosotros aquí semos muy hombrecitos, pero vemos la gente llorando, las mujeres a grite y grite, pos también nosotros nos arrugamos, estaba feo, no fue cualquier cosa”, narró Luis.

“Llueve y llueve y llueve y con aigre juerte y frío, dijimos ‘no, no va quedar nada’, estaba la baladera de chivas donde se estaban cayendo ya. Sentíamos mucho verlas tiradas, muertas, dijimos ‘ni modo, nomás Diosito nos ha de ayudar”, contó don Juvenal.  

A PUNTO DE REVENTAR

Por esos días la presa “El Tepozal”, que se ubica a la orilla del rancho, estuvo a punto de reventar de tanta y tanta agua que vomitó el Hanna.

Los vecinos de La Trinidad estaban temerosos de que el embalse desbordara, y entonces sí el agua arrasara con el pueblo todo.

“Se agujeró la presa y empezó a irse el agua, estábamos temiendo que se abriera de trancazo y nos arrastrara la avenida”, dijeron los lugareños.

¿A qué otras cosas se dedica la gente de acá?, le pregunté a don Juvenal.

Acarrea uno oreganillo, lo apalea uno y le compran las hojitas. Y en la laborcita, tallando lechuguilla. Aquí es dura la vida pa’ uno… Es muy duro porque no hay trabajo, no hay nada, a nosotros ya no nos quieren en las fábricas, se batalla, por eso echa uno de menos los animalitos…

Que echa en falta a sus chivas dice don Juvenal.

Ahora don Luis y don Juvenal solo esperan, contra toda esperanza, que les llegue ese dinero que les prometió la Federación por cada una de sus chivas muertas.

“Dijeron ‘en un mes les va a llegar’ y nada, no nos ha llegado…”. 

Pero de eso tampoco tiene la culpa el Chupacabras… ¿eh?