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La familia, como la fe, mueve montañas
El doctor Gilberto Martínez es de esos hombres con la memoria de un elefante. Conoce a la perfección a cada 1 de los 150 Martínez que forma parte de su familia, no se le va ninguno. En su nombre y apellido lleva la encomienda del abuelo, don Gilberto Martínez Fuentes, de continuar con “La Martinada”, una tradición que por más de 55 años los ha distinguido y los reúne cada año para convivir y estar unidos... en las buenas y malas.
Esta historia comienza cuando del matrimonio entre Gilberto Martínez Fuentes e Inés Cárdenas de Martínez tuvieron ocho hijos, todos diferentes pero unidos por la misma sangre. Con el tiempo, esas ocho familias —Ávila Martínez, Martínez Martínez, Martínez Moreira, Martínez Del Bosque, Martínez Del Valle, Martínez Herrera, Marín Martínez y Valdés Martínez— vinieron a amalgamar una de las tradiciones más añejas entre la comunidad saltillense y se complementaron por su fraternidad, solidaridad, amor y unión, algunos de los principios inculcados desde pequeños por el abuelo.
El doctor Gilberto tiene presente una de las primeras convivencias organizadas en casa de unos de sus tíos. Una fotografía ampliada a blanco y negro confirma que hace 55 años todos los hermanos, hijos, sobrinos y nietos de don Gilberto Martínez estaban presentes. En este recuerdo familiar el patriarca aparece sentado en medio de la gran familia que dio profesionales en la medicina, la filantropía, las artes y otras profesiones involucradas en las áreas sociales.
“Mi abuelo nos inculcó mucho la amistad, esa era una característica muy importante para él y buscaba infundirla entre sus hijos y nietos. Era sumamente sociable y, aunque muy reservado para hablar, era una persona que tenía muchos amigos a los que les gustaba mucho ayudar”, recuerda.
En aquellos años, don Gilberto había fundado la zapatería “La Victoria”, ubicada en la calle Allende y Rodríguez en el Centro Histórico, donde tuvo hasta 150 empleados que se encargaban de hacer botas desde vaqueras, para cazadores, militares, o cualquiera que utilizara la policía.
“Mi abuelo nos enseñó mucho a ser solidarios con la gente que tiene, con la que no tiene principalmente, y con quienes sean contrarios a tus ideas porque puedas llevar una hermandad con ellos”, platica.
Don Gilberto insistía en decirle a su familia que fueran honestos, pues únicamente así siempre tendrían la aceptación de la sociedad y en su camino siempre habría fortalezas. Aunque, tenía una frase que repetía: “No hay Martínez pendejo”.
“Era una frase que tenías que creértela, porque era algo dicho por él”, recuerda
‘EL QUE NO VIVE PARA SERVIR, NO SIRVE PARA VIVIR’
Para el doctor Gilberto la relación entre todos los integrantes de su familia no únicamente se basa con las convivencias y la fraternidad, sino en un valor humano que va en declive en la sociedad: el perdón.
“Somos muy dados a decir: ‘piensas diferente, pero aunque vaya en contra de algunos de mis principios, yo sé perdonar’. Todos los componentes de esta familia nos hemos llevado muy bien hasta la actualidad por esa gran virtud que tenemos”, platica.
La familia de este doctor de 63 años está formada por su esposa, la doctora Marcela Flores Montemayor y sus hijos Gilberto, un ortodoncista de 29 años; Marcela, una odontopediatra de 27; y Marijose, una cosmetóloga de 24 años que está comprometida. Ellos, dicen, los caracteriza además el don del servicio.
“A nosotros, los Martínez Martínez, nos caracteriza el don de servir. Siempre hemos enarbolado eso de ‘El que no vive para servir, no sirve para vivir’ y la mayoría de nosotros hemos constituido una profesión en la que tenemos que dar atención y nunca nos hemos fijado en si el paciente tiene o no recursos. Yo siempre les he dicho que tenemos que apoyar a los que necesitan de nuestra atención”, explica el doctor Gilberto.
El doctor Gilberto también les ha inculcado a sus hijos a no ser egoístas con lo que han aprendido y lo compartan con sus semejantes.
CÓMO SER MAMÁ Y NO TENERLA
Para la doctora Marcela Flores Montemayor, la esposa del doctor Gilberto, al principio no fue fácil enrolarse como mamá. La suya murió cuando ella apenas tenía un año y medio, pero fue su padre, don Roberto Carlos Fuentes, quien se encargó de su educación y la de sus ocho hermanos.
“Nosotros veníamos de una familia muy grande y aunque no teníamos el pilar principal, como nuestra madre, mi papá se enfocó mucho en la superación de cada uno de nosotros”, recuerda.
La doctora conoció a su madre, por los recuerdos que le contaban sus tías, decían que era una mujer muy bonita y trabajadora a la que le gustaban los negocios —tiendas, tortillerías— que tenían en Torreón, de donde era originaria.
En ese tiempo, don Roberto era banquero y su profesión lo obligaba a promover los valores de la responsabilidad, el amor y el honor, pero Marcela piensa que este último valor se ha perdido con el tiempo.
“Hay que tener honorabilidad para tratar a tu gente, a tu personal, a tu clientela y yo vi la manera en que mi papá le daba el mismo valor a sus trabajadores, que al señor del puesto de fruta que al Gobernador, no había diferencias entre ellos. Yo siento que eso es honor”, cuenta.
El amor que le tuvo la doctora Marcela a su familia la llevó a estar al pendiente de la salud de su padre cuando sufrió una embolia cerebral y estar a cargo de la salud de uno de sus hermanos que también murió de una enfermedad.
Una de las principales preocupaciones que ha tenido la doctora Marcela con su familia ha sido mantenerla junta, sin rencores y buscar que sus hijos sean ‘hermanables’ y fomentar el amor entre ellos.
“Amo a mis hijos y ellos me aman a mí, hemos caminado cogiditos de la mano, hemos crecido juntos. No ha sido fácil, son muchos años, y hubo tiempos difíciles en los que empezábamos a crecer como profesionistas que tuvimos que sacrificar algunas cosas pero siempre estuvimos enfundados en el amor”, cuenta.
Otro de los principios de esta familia ha sido inculcar la preparación profesional para que continuaran con el legado de sus padres y abuelos.
RECORDAR LA HISTORIA DE LOS MARTÍNEZ
Cada verano todos los Martínez que provienen de esta familia se reúnen en Saltillo. En esa fecha diversas familias de Baja California, el Bajío, la Ciudad de México y Miami llegan a la ciudad para reencontrarse, verse, apapacharse y recordar por qué los valores inculcados por los Martínez han prevalecido durante el tiempo.
Generalmente esta gran fiesta es organizada por los doctores Gilberto y Marcela en alguna palapa, rancho o quinta donde estén completos los 150 integrantes de los Martínez que llegan desde distintos lugares del país.
“Buscamos que sea una semana en que todos (o casi todos) tengan vacaciones. Pero empezamos con la organización un año antes, tenemos un grupo en Facebook y WhatsApp en el que recodamos a todos los miembros de la familia cuando será la próxima ‘Martinada’”, dice.
En esa fecha acordada los integrantes de cada familia deben distinguirse portando una playera de un color que los identifique como familia una de otra. Se organizan para comer, mostrar fotografías, cantar, bailar, platicar y reconocerse quienes no se han visto en años.
“En esta última convocatoria nos quedamos sorprendidos porque todos hicieron un espacio para estar. El objetivo es enlazarnos en el amor, en el conocer su historia, porque no podemos darnos el lujo de decir ‘yo no sabía’. A mí me interesa que todos se conozcan y tengan muy presente que la familia es el soporte de la sociedad”.
El doctor Gilberto espera que, aún faltando los últimos descendientes de la raíz familiar, continúen con la relación de convivencia y amor entre los Martínez.