La casa donde viven 55 gatos
Por: Jesús Peña
Fotos y video: Luis Castrejón
Edición: Nazul Aramayo
Diseño: Édgar de la Garza
Miércoles como a las 4:00 de una tarde tórrida.
Me alisto, cámara colgada al pescuezo, para salir a un rescate.
Ayer, a medianoche, la cuadrilla del refugio, que en realidad son dos para todo, me avisó por WhatsApp que día siguiente iría a salvar a una madre y sus cuatro hijitos.
Y por eso estoy aquí.
Salimos de la casa, no diré qué casa, a la calle, tampoco nombraré la calle, porque no vaya a ser, me advierten los rescatistas, que la gente que ya no los quiere venga y los abandone aquí, los deje botados en la puerta del albergue, como acostumbra hacer la gente de mal corazón cuando se entera de que hay un refugio para mascotas y quiere deshacerse de sus mascotas.
Echamos a andar.
Carlos Rodolfo Valenzuela Valenzuela, 38 años, lleva una jaula transportadora.
Mientras José Salvador Horta Celestino, 38 años, para un taxi que pasa a toda velocidad por la avenida.
Los del albergue no tienen carro, andan en taxi o en combi si hay dinero; a pie, de raite con algún conocido o familiar, como sea.
¿A dónde vamos?
Vamos a la colonia Rincón de Sayavedra, a casa de una vecina buencorazón que ha resguardado a una hembra con sus cuatro crías, en tanto la brigada del refugio, que son Carlos y Salvador, llegan por ella, a rescatarla.
La hembra, que al parecer era callejera, feral, había ido a parir a casa de otra vecina, porque no encontró dónde más, pero la vecina se enfadó y ya la iba a aventar al monte con todo y prole.
La vecina buencorazón intercedió por ella y la recogió con sus retoños.
Al rescate nos acompaña Lupita Sánchez, una bienhechora del refugio y dueña de 12 gatos.
Después de rodar de cabo a rabo la ciudad rabiosa de tráfico y de calor, llegamos a Rincón de Sayavedra.
En la reja de una casa que está plantada en una equina, no diré cuál casa ni cuál esquina, nos recibe una señora que dice que se llama Blanca Azucena Ramos.
“Con cuidado y en silencio”, dice Salvador.
Y todos atravesamos rápido, pero con sigilo, un corredor hasta un patio trasero.
Dentro de una caja de cartón, en un recodo del corral, está la mamá con los bebitos.
Carlos mete la mano en la caja.
Un bufido, un arañazo, una mordida.
“La gata no es sociable, como está parida es agresiva”, dice Carlos, después que se ha recuperado del susto.
Por fin consigue con mimos apaciguar a la mamá, saca los gatitos de uno por uno y los mete en la jaula transportadora, y por último a la madre.
La vecina buencorazón dice que adoptará a uno de los cachorros una vez que desteten, que ella quiere un rayadito, dice, y se despide efusivamente de la mamá y sus crías.
“Vas a estar muy bien ahí donde te llevan. Hay muchos como tú. Vas a ser feliz ahí. Te portas bien y no seas peleonerilla”.
Ya la tenemos, ya la llevamos, una mamá con sus cuatro bebés, dice Carlos y nos vamos.
En mitad de un bulevar, de camino al alberge, Salvador hace la seña a un carro de alquiler para que se detenga.
Días antes Carlos me contó que es muy difícil agarrar taxi cuando la cuadrilla, que son él y Salvador, transporta animales, porque algunos taxistas dicen “no, con mascotas no”.
“Andas tú arriba, que no vayas a subir un gato”, piensa Carlos, pero no se los dice.
Sin embargo, ha resultado que otras veces a otros taxistas les gustan los animales y...
Parece que este taxista es de esos y nos levanta.
Arrancamos rumbo al refugio.
Ya va para un año que Carlos y Salvador empezaron con esto.
Primero fue un gato, luego otro, otro y otro y otro y otro y otro hasta que llegaron a 75.
75 gatos en un albergue para gatos.
Entonces el piso del refugio, que antes era una casa como cualquiera, parecía una alfombra con dibujos de gatos, pero de gatos de verdad.
Contará Salvador, un mediodía que estamos en el “Santuario Paraíso Gatuno”, el alberge que él y su pareja Carlos fundaron para rescatar y rehabilitar gatos maltratados.
Los conocí en el mercado de la Guayulera cierto sábado que andaban boteando para el refugio.
El refugio de Caros y Salvador se sostiene por sí solo o con apoyo de ciudadanos y asociaciones animalistas, no recibe recursos gubernamentales ni de empresas.
Al siguiente día que salió la nota sobre la colecta en pro de los gatos del albergue, alguien comentó en Facebook: “deberían de llevarlos a China, para que les den buen uso”, y cosas por el estilo.
Carlos y Salvador, acostumbrados a esas boludeces, ni se inmutaron.
“Tratamos de no engancharnos porque se distrae la labor y el objetivo… Se te va a ir la vida en pelear y no en rescatar, en alimentar, en trabajar para ellos”, dice Salvador.
A nadie se le ablandó el corazón, en cambio hubo llamados de gente preguntando por la dirección del refugio para ir y botar a sus gatos ahí, deshacerse de ellos.
“Oiga, ¿cuál es la ubicación del refugio?, ¿puedo ir a dejar cuatro gatitos que ya no quiero?”, y mensajes por el estilo.
“Para la próxima le pediría no publicar mis datos, como número de celular…”, me amonestó Salvador cuando le marqué para decirle que quería contar su historia y la del albergue.
Al final acepó y aquí me tiene.
Pocos conocen el refugio, sólo sus amigos de Sociedad Gatuna Saltillo, unos cuantos amantes de los gatos y yo.
Ni los vecinos saben de él.
El refugio es un secreto.
El refugio es así:
Un cuarto, que antes era cocina, donde ahora hay una mesa alta y larga para que jueguen los gatos, una alacena-botiquín, areneros para que los gatos hagan sus necesidades, fotografías de gatos, una cruz.
Otro cuarto donde hay una cama para los gatos, una torre-rascadero en obra negra, una repisa para que reposen los gatos, areneros y más fotografías de gatos.
Otro cuarto, que es la recámara de Carlos y Salvador, donde conviven los gatos ferales.
Ah, y un pequeño patio, con macetas alrededor, una pitbull amarilla, Yuky, y un labrador chocolate, Patricio, donde los gatos salen a tomar el sol y a retozar durante dos horas diarias, al mediodía, bajo la mirada de Carlos y Salvador.
Cuando la pareja decidió que abrirían un albergue para gatos maltratados, Salvador se puso serio y le preguntó a su madre si podía cederle algunas piezas de la casa.
La señora dijo que sí.
Carlos y Salvador comenzaron a desocupar cuartos y entonces la cocina, la recámara y la sala de la casa se convirtieron en la casa de los gatos o “Santuario Paraíso Gatuno”.
Sabían en la que se estaban metiendo, jura Salvador.
“Es algo muy pesado, pero nadie nos obligó”, dice Salvador.
El toldo apenas y ataja los 35 grados que ha traído la primavera, o mejor dicho el verano precoz, a la Plaza de las Ciudades Hermanas.
Otro sábado. Estoy con Salvador en la Segunda Feria de Adopciones, edición primavera, que organiza la Alianza por los Derechos de los Animales en Coahuila (ADAC).
Hay puestos con accesorios para mascotas, servicios de salud para mascotas y mascotas para adoptar.
A pesar del calor ha venido gente, decenas de cuerpos horneados en su jugo que vienen y van.
Salvador me está contando que fue en un evento como éste donde conoció a los de Sociedad Gatuna Saltillo.
Salvador y Carlos habían ido a esterilizar a dos de sus gatos y se toparon con la noticia de que, mientras en una veterinaria normal cobraban mil 600 pesos por la operación, la Sociedad Gatuna Saltillo tenía una campaña de esterilización por 100 pesos.
Al principio les dio mala espina.
Sus gatos fueron esterilizados en aquella campaña y salieron bien.
Agradecidos con la Sociedad Gatuna por haberles ahorrado plata, Carlos y Salvador empezaron a colaborar llevando pasteles para vender a los eventos animalistas organizados por la Sociedad Gatuna Saltillo y la Alianza por los Derechos de los Animales en Coahuila (ADAC), dos agrupaciones hermanas que trabajan por un solo objetivo: el bienestar las mascotas.
Carlos y Salvador se volvieron fans de la página de la Sociedad Gatuna Saltillo, en la que se promueve la esterilización y adopción de gatos.
La pareja había adoptado varios mininos, pero viendo los cientos de reportes sobre gatos en situación vulnerable que a diario subía la página de la Sociedad, pensaron que tenían que hacer algo.
Y lo hicieron.
El 3 de mayo de 2017, día en que se celebra a la Santa Cruz y a los albañiles, nació el “Santuario Paraíso Gatuno”.
Platica Salvador mientras atiende su stand en esta feria de animales, la gente pregunta por los llaveros, las calcomanías de gatos, los cojines con forma de cabeza de gato, los gatos de adorno hechos de madera y los aretes que Salvador ha traído a vender, donado todo por Lupita, Aldo y Liliana, los principales benefactores del refugio.
Aldo y Liliana son un matrimonio gatuno que ha adoptado varios felinos del santuario, apoya en todas las actividades y da dinero.
Aldo y Liliana viven en casa con 20 gatos y dos perros.
Salvador saca un cuaderno y me enseña que hasta esta hora, las 5:30 de la tarde, se han apuntado ya tres personas interesadas en adoptar a un gato; y otras cuatro que quieren apadrinar a un minio del albergue.
Apadrinar a un minino del albergue es dar una cuota voluntaria por quincena, por mes, para el sostenimiento del refugio y sus habitantes.
El santuario ha tenido que inventarse un programa llamado “Apadrina un gato”, por la falta de dinero.
Carlos y Salvador suben a la página del “Santuario Paraíso Gatuno” el álbum con las fotografías de los gatos y la gente escoge: “yo quiero apadrinar a Gaspar y me comprometo con 50 pesos, con 100 pesos”.
Y les ha funcionado muy bien, tienen buena respuesta.
En el stand del refugio he visto colgadas unas lonas con las fotografías de los padrinos que, dice Salvador, ya son más de 30.
Karla Barajas es la doctora de cabecera del albergue y la dueña de “Felicia”, una gata rescatada por Carlos y Salvador, a la que ella adoptó.
Felicia es blanca con negro y se ha convertido en la enfermera, la encargada de dar apoyo emocional a los animales enfermos que llegan al consultorio se su ama Karla.
“Es una responsabilidad muy grande, la mayoría de los gatitos que han sido rescatados llegan muy maltratados, con historias bastante fuertes. Hay casos muy difíciles, casos en los que quisiéramos haber hecho más”.
Me dice Karla, mientras atiende el puesto de vacunación gratuita en esta feria.
Mediodía en el “Santuario Paraíso Gatuno”.
Gatos por aquí, gatos por allá, gatos por todas partes.
Gatos saltando de un lado a otro, gatos reposando en sus camas de tule, gatos corriendo.
Una maraña de gatos.
Gatos y más gatos.
A Carlos el amor por estos animales le viene de generaciones atrás, me cuenta.
Primero fue su bisabuela, luego su abuela y después su madre, quien llegó a tener 85 gatos, 85, en su casa de Kilómetro 9, un pueblo de Ciudad Obregón, Sonora.
86 gatos.
Un caos de gatos.
Primero llegó uno y más tarde otro y otro y otro.
Como la gente sabía que a ella le gustaban los gatos, iba y se los dejaba a la puerta de su rancho, que era un terreno de 30 por 40 metros donde los gatos andaban a sus anchas.
Y como la mamá de Carlos no tenía corazón de abandonarlos los dejó en su casa.
A Carlos le gustaron los gatos.
Salvador, la pareja de Carlos, no tuvo gatos, pero había vivido siempre entre animales: un perro, un chancho.
“Gatos sí ha habido, pero no bajaban porque los perros se les echaban encima. Lo que hacíamos era ponerles alimento en las azoteas y de ahí, pero no se dejaban agarrar”.
Empezó a interesarse por los gatos cuando conoció a Carlos, que se enamoraron, se hicieron pareja y se pusieron a vivir juntos.
De eso ya hace unos cuatro años.
A la hora de la comida en el albergue, Calos empieza a sacar platos y más platos y a llenarlos de croquetas.
Los felinos se apelotonan en tormo suyo.
La imagen de los más de 50 gatos alrededor de Carlos esperando comer es impactante.
Alma Salinas Barrón es la fundadora y presidenta de la Sociedad Gatuna Saltillo, y esta mañana juega con Atenea, una gata siamés del refugio a la que ella rescató en el momero en que unos chicos la estaban pateando en la calle.
Atenea andaba toda sucia, maltrecha.
Ahora está acá, en el albergue, y es otra.
Salvador dice que lo de ponerle “Paraíso” al refugio nació de un video que él y Carlos subieron a la página de la Sociedad Gatuna Saltillo y en el que se veía cómo ellos trataban a sus gatos, cuando el albergue todavía no era albergue.
Entonces Alma Salinas comentó que los gatos de Carlos y Salvador habían llegado al paraíso gatuno.
“De estar en la calle, sufriendo fríos, enfermedades, hambre, soledad, y llegar a un lugar donde hay tantos gatos y tanto amor y tanta atención y comida y casa, yo dije ‘ay no, pos llegaron al paraíso gatuno’”, cuenta Alma.
No hay registros de cuántos gatos viven en las calles y son víctimas de maltrato.
Alma dice que son demasiados.
“La gente piensa que el gato no necesita cuidados, que se defiende solo, que va a encontrar cucarachas o una rata para comer, que si hay algún peligro se van a subir a un árbol o a un techo y se van a salvar o que son muy hábiles para cruzar una calle, cosas así.
“Los gatos están corriendo ahorita mucho peligro, tanto de ser atropellados, aporreados por un perro, por otro gato. Si no los esterilizan, entre gatos se matan por una gata que está en celo. Hay mucho loco que se dedica a degollar gatos, cortarle las patas, quemarlos, ahogarlos; por disfrutar del dolor de un animal”.
El nombre de Jaime Saucedo de la Peña, alias “El Matagatos”, acusado de rescatar y adoptar mininos para luego torturarlos y asesinarlos, a principios de 2017, sigue causando horror entre los miembros de Sociedad Gatuna Saltillo.
¿Entonces es una pavada eso de que los gatos tienen siete vidas?
No, no es cierto que tienen siete vidas. Sí aguantan mucho, porque son muy elásticos, porque buscan la manera de zafarse y de actuar rápido ante un peligro, pero no.
Alma me está contando cómo nació la Sociedad Gatuna Saltillo.
Para empezar en la casa familiar de Alma siempre hubo gatos.
En su casa les gustaban los gatos.
Hace algunos años una amiga de ella sugirió que había muchos sitios de internet dedicados a los perros, pero ninguno a los felinos.
El 17 de septiembre de 2015, cómo a las 12 de la noche, surgió la página de la Sociedad.
Alma había invitado sólo a sus contactos, pero se corrió la voz y empezaron a salir del clóset todos los gatunos.
“Porque estaban bien escondidos. Los gatunos salieron del clóset”, dice Alma.
“Hay mucha gente gatuna, nosotros hicimos el primer Cat Fest aquí en Saltillo hace dos años. Recibimos como mil 500 visitantes en esa feria, puros gatunos. Era impresionante, no podíamos creer la cantidad de gente que ama a los gatos.
“Fue así como que ‘ay, al fin puedo decir que amo a los gatos y puedo presumirlos y decir que duermen conmigo, que los abrazo’, porque mucha gente no se sentía entendida”.
La pantalla proyecta imágenes tremebundas de historias tremebundas.
Él es Febo, oigo que está diciendo otra mañana Salvador.
A Febo lo pisaron y le partieron la columna vertebral en tres.
No podía mover sus patas traseras, se arrastraba.
Entonces en el refugio tuvieron que hacerle un carrito, como una silla de ruedas, para que se desplazara y sí, se desplazaba.
De vez en vez salía al patio con sus compañeros, a pasear en su carrito.
Salvador saca de una cómoda el recuerdo a blanco y negro de la columna vertebral de Febo, con tres fisuras.
Lo trataron con ozonotarepia y estaba respondiendo bien, pero, “lamentablemente no sobrevivió. Fue un gatito muy agradecido, será porque llegó a un lugar donde conoció los cuidados, el amor, donde supo que no todas las personas son malas”, dice Salvador.
Y dice que la de Febo es hasta ahora la historia que más ha calado en el albergue.
Por Febo empezó lo de los rescates, de “vamos por él, vamos a ayudarlo”, así empezaron.
Y en solo un año han rescatado entre 140 y 150 gatos y perros sin dueño.
Después de Febo llegó Rolandito.
Él tenía panleucopenia, una enfermedad harto contagiosa y mortal de los gatos, que ataca, sobre todo, las células de la médula ósea y los intestinos.
Lo tuvieron que dormir, porque ya estaba sufriendo mucho.
Estos ocho gatitos fueron abandonados en una plaza de la colonia Loma Linda
Estaban en una caja de cartón, tapados con un trapo.
Tenían los ojos infectados y ya estaban fríos.
Carlos y Salvador los rescataron y los trajeron el día mismo que nació “Santuario Paraíso Gatuno”, a la media noche.
Salvador dice que cuando nacen nuevas crías de gatos, los dueños acostumbran retirarlos de la mamá y echarlos a la calle, siendo que los cachorros necesitan de su madre para sobrevivir.
Siempre que llegan al albergue gatos bebés y huérfanos, Carlos y Salvador los alimentan con fórmula láctea y les dan calor.
Pero la caridad sale cara, cuesta entre 700 y 800 pesos la lata, entonces Carlos y Salvador tienen qué hacer colectas, rifas, subastas, venta de lo que sea, para sacar dinero.
Carlos y Salvador trabajan como repartidores de pan en la panadería de la mamá de Salvador. La plata que ganan se va en el alimento y las medicinas de sus gatos.
“Ellos se han encargado de darles el ambiente como si fueran la mamá, poniéndoles botellones con agua calientita, bastantes cobijas. Se levantan cada dos o tres horas a darles biberón a cada uno, luego a estimularlos para que hagan sus necesidades”, me contará Alma Salinas, la fundadora y presidenta de Sociedad Gatuna Saltillo.
Para sacar dinero Carlos y Salvador también fabrican y venden casas para gatos, rascaderos, camas para gatos; o hacen trabajos de albañilería; o venden pollo frito; o…
“Somos mil usos”, dice Salvador.
Cecilio estaba golpeado de una pierna, tenía desnutrición, parásitos y una diarrea que no se la podían parar.
Lo recogieron de la calle en la colonia Morelos y lo trajeron al santuario.
Está vivo.
El de la foto es Gordon.
Él sobrevivió después que lo lanzaron de un carro en movimiento.
Se abrió la mandíbula al pegar contra el asfalto.
Hoy es uno de los gatos que saca suspiros en el grupo de Sociedad Gatuna Saltillo.
Oigo que afuera, en el patio, está ladrando Patricio.
“Cállate, Patricio”, dice Salvador.
Pero Patricio no se calla.
La que está con sus cuatro gatitos se llamaba Hera.
Una gata viejita y enferma.
Estaba descalcificada.
La tuvieron que dormir.
Sus hijitos se deprimieron, se pusieron mal…
Algunos se lograron, otros no.
¿Qué consejo les darías a los tenedores de gatos?, le pregunto a Carlos.
“Esteriliza, hay sobrepoblación, hay maltrato”.
Él ya murió, se llamaba Valeriano. Llegó al albergue con una quemadura en un costado.
EL REFUGIO SECRETO
> Un cuarto, que antes era cocina, con una mesa alta y larga para que jueguen los gatos.
> Tiene una alacena-botiquín, areneros para que los gatos hagan sus necesidades, fotografías de gatos, una cruz.
> Otro cuarto tiene una cama para los gatos, una torre-rascadero en obra negra, una repisa, areneros y más fotografías de gatos.
> Otro cuarto es la recámara de Carlos y Salvador.
> Un pequeño patio, de tres o cuatro metros por lado, con macetas alrededor y una pitbull y un labrador.
> Hace meses el patio también era un panteón donde enterraban a los mininos.
El veterinario dijo que probablemente lo habían quemado con un químico, que aparte inhaló y le jodió las vías respiratorias.
Me pregunto si hay alguien que tenga hígado para hacer eso.
Éste es Gaspar, aquel Pantro José, Elvira, Galileo, Renata, Cecilio, Cirio, Tobías. Lucas, Silverio, Roger, Bruno, Leonela, Naomi, Liborio, Melchor.
La mayoría son criollos, pero por sus venas corre sangre real de azul ruso, angora, persa, himalaya, siamés, ragdoll, egipcio, bengalí.
Quiero saber, le digo a Salvador, cómo carajos hacen para buscarles nombre a tantos gatos.
El sistema es sencillo:
Carlos y Salvador le observan la cara al gato y entonces dicen “tú te vas a llamar así”.
Tú tienes cara de Roger, yo te bautizo Roger; tú tienes cara de Gaspar, a ti te ponemos Gaspar y así…
Aunque a Atenea le pusieron como a la Diosa de la Guerra, porque daba mucha guerra cuando llegó.
Y a Yuri como a la cantante, por güera.
Sobra decir, pero lo voy a decir, que Carlos y Salvador se saben los nombres y las historias de todos sus gatos.
No es muy grande, si acaso tres o cuatro metros por lado, pero es el patio de los 55 gatos, esterilizados todos, de Carlos y Salvador.
El patio de los gatos.
Salvador dice que hace todavía algunos meses fue también panteón, la última morada de los michos que han fallecido en el refugio.
Un patio-panteón.
Carlos y Salvador hacen un pozo de medio metro, ponen cal, envuelven al gato en un trapo, lo meten en una bolsa, lo tapan con cal, tierra y al último cemento.
El patio-panteón de los gatos.
Esto después de haber acompañado a los mininos, que llegan al albergue desahuciados por enfermedades o por maltrato, en sus horas y horas de agonía.
“Hay algunos que agonizan horas y horas y es estar ahí, viéndolos sufrir”, dice Salvador.
Estamos en el patio viendo a los gatos corretear, brincar, hacer gaterías entre la jungla de macetas que hay alrededor.
Le pregunto a Salvador que si no se van, dice que no.
“Se la pasan jugando, acostados, brincando, corriendo, lo que sea, pero no se van. Ya están muy acostumbrados y muy adaptados”.
Con la vida de reyes que les dan acá, yo si fuera gato tampoco me iría, pienso.
Llevamos ya un rato en el patio y Yuky y Patricio, los perros guardias del refugio, están de un empalagoso imposible: se paran de manos sobre mi pecho, me lamen la cara y casi me tiran al suelo.
Patricio es un labrador, cruzado con rottweiler, al que sus dueños iban a echar a la calle, junto con sus hermanos, siendo cachorro, porque ya no lo querían.
Carlos y Salvador recogieron a las crías, les consiguieron hogar.
Se quedaron con Patricio.
A Yuky, una cruza de pitbull, la rescataron de una familia de maltratadores.
La tenían en el techo, sin comer, sin nada y al niño de la casa le gustaba golpearla.
Cuando llegó al refugio estaba desnutrida y tan traumada que con cualquier ruidito se asustaba, gritaba, salía disparada.
Yuky, contrario a lo que pensaría la gente, por tratarse de una pitbull, ha sido la nodriza de muchos de los gatitos huérfanos que han llegado al refugio, o sea, ella hace las veces de madre sustituta, los amamanta, les da calor.
Una pitbull.
Mi última tarde en el refugio los gatos tienen gripa.
Ésta vez el verdugo fue el clima.
Y como están juntos, entre todos se pasaron el virus.
Pero lueguito los inyectan y se pondrán bien, dice Salvador.
Estoy jugando con Güero, un gato blanco, a que yo le hago cosquillas en la barriga y él me rasguña y me hinca sus dientes en las manos.
Pero Güero juega rudo y llamo a Salvador cuando siento que las cosas se me han salido un poco de control.
Salvador levanta a Güero por los brazos y se lo lleva.
Por esos días Carlos me contará que ya están acostumbrados a los arañazos y mordidas de sus mininos.
Últimamente una gata recién parida le atravesó una uña con sus colmillos cuando Carlos intentó agarrarla.
Carlos lloró.
Pero y qué, al fin y al cabo ya está acostumbrado...