La bebé que solo tenía un cambio de ropa
Texto: Quetzali García
Ilustraciones: Alice Neel
Fotos: Mayra Franco
Diseño: Marco vinicio Ramírez
Edición: Quetzali García
Hay una bebé recién nacida en Matamoros que solo tiene un cambio de ropa y en lugar de pañal, unos trapos. Todavía no tiene nombre, ni comida, menos juguetes. Padre tiene, sin embargo, él abusó sexualmente de su mamá, una niña que no tenía ni quince años y era usada como esclava doméstica para su agresor, papá de la criatura y quien también… es su tío. En esta recámara rosa, de un metro por un metro, apenas hay espacio para tres mujeres: la bebé, la niña-mamá y la abuela Guadalupe. En la habitación no caben todos los infiernos que han vivido, pero, en estas páginas: sí.
Nota: Con la intención de procurar el interés superior de los niños que aparecen en este reportaje, así como para evitar problemas en los procesos jurídicos de las víctimas, algunos nombres fueron cambiados u omitidos, el resto de la historia -lamentablemente- es verídica.
"Nomás las perras no velan a sus hijos. ¿Por qué chingados no vas a venir a ver a tu niño? Ya lo vamos a enterrar”, se escucha del otro lado del teléfono. Se corta la llamada. A Guadalupe le hierve la sangre, empeña algo, pide prestado y como puede llega a Veracruz. Durante veinte horas no puede pegar el ojo, imaginando que llega tarde al velorio de su criatura y que ya no alcanzó a decirle cuánto lo amaba, pensando en qué pudo pasar, porque un niño no se muere porque sí…
Ella, que salió huyendo de los golpes y torturas de su esposo, toma después de tremenda llamada, un autobús con destino a todo lo que le daba miedo. Desanda los pasos de la Guadalupe que decidió dejar una relación de abuso y huyó con sus hijos para refugiarse en casa de su hermana.
Hubieran salido adelante, hubieran hecho algo. Pero el hubiera no existe y un día cualquiera mientras Guadalupe trabajaba, de la nada llegó su marido y dejó dicho que iba a llevar a los niños de compras. Subió a sus tres hijos a un taxi.
¿Qué podía salir mal? Era su papá…
Desde entonces, Guadalupe solo supo de ellos por teléfono y transferencias bancarias.
La amenazaba con que si los buscaba o intentaba quitárselos iba a matarlos. Ellos sin ella estaban bien, le aseguraba que su suegra se hacía cargo de ellos.
Guadalupe tenía una opción para volver a verlos: regresar con él bajo sus condiciones. Las letras chicas de este contrato incluían puñetazos, patadas, insultos, arrancarle el cabello y exigirle que pagara sus deudas con su cuerpo. Ella sabía a lo que se atenía si volvía. A pesar de eso: tomó el camión, iría a por sus hijos. La recibe el calor pegajoso de Veracruz. Sudada y hambrienta, espera recargada en un barandal por horas. Entonces, abre la puerta su suegra y atrás de ella se asoman los ojos del pequeño que supuestamente estaba siendo enterrado. Otra vez, solo querían dinero. Guadalupe le dice que se acabó y que va a llevarse a sus hijos. La suegra la insulta, mete al niño a la casa y le dice que se calme porque ellos tienen la custodia.
Después de un trayecto de pesadilla, para pasar unos minutos con ellos, tiene que desembolsar lo último que le quedaba de dinero. Sus hijos ya la ven diferente y apenas platican. Ella ignora que ellos no han visto nada del dinero que les ha mandado durante años, que duermen en el suelo y que su hija trabaja limpiando y lavando ajeno. Los niños no le dicen nada, porque la abuela vigila. Además durante años les han dicho que su mamá “es una zorra, una prostituta y que los abandonó para ir a venderse”. Y ella tampoco dice nada, porque no sabe qué decirles. Regresa a Coahuila sin haber comido nada, pero tranquila porque pudo verlos y…el más pequeño no estaba muerto, como le dijeron. No era la primera vez que le inventaban algo así. Unos meses atrás le dijeron que su hija tenía cáncer. Estuvo pagándole a su ex pareja y a su suegra una quimioterapia que nunca existió. Eso tenía que soportar porque no poseía la custodia de sus hijos. Hasta después de muchos años se enteró que eso de “la custodia” tenía que ser resuelto por un juez, que debía haber recibido una notificación, una demanda y un abogado de oficio. Es más, que primero, debió haber firmado el divorcio de su todavía esposo. Por su ignorancia jurídica, su bajo nivel educativo y la presión psicológica, amenazas y golpes que vivió con su pareja no tuvo de otra que resignarse a lo que le decían sus familiares o sus vecinos.
“Si no regresas conmigo no los vas a volver a ver”
Los tres hijos de Guadalupe fueron víctimas de un secuestro parental, una forma de violencia y maltrato infantil que está considerada en la Convención de la Haya. Y sí, hay un montón de acuerdos internacionales y leyes mexicanas pero de qué sirven si ella no los conocía.
El esposo de Guadalupe entra en varios de los perfiles de un padre secuestrador que menciona el Informe Girdner y Johnston: Prevention of Family Abduction Through Early Identification of Risk Factors, elaborado por las doctoras Linda K. Girdner y Janet Johnston. Según las especialistas hay varios perfiles de personalidad que indican una propensión o tendencia a convertirse en un progenitor secuestrador.
Encaja en el perfil de ser un padre que había amenazado con cometer un secuestro o que ya lo había cometido antes. Narra Guadalupe: “dos veces me tuvo como secuestrada. Una en Juárez y otra en Veracruz” y que los primeros años de matrimonio la tuvo encerrada, sin comunicación.
“Su mamá sabía pero pues es su hijo, claro que iba defenderlo”.
El señor también entra en el perfil de “padres que se sienten desfavorecidos por el sistema legal y cuentan con apoyo familiar y social”. Y ese sentimiento empezó cuando acuchilló a Guadalupe en el piso de la cocina. Su hijo corrió por una vecina para que los separara y aunque escapó, días después lo detuvieron para ingresarlo al reclusorio por violencia familiar.
Siempre le pareció injusto su encarcelamiento “porque no la había matado”.
“Los padres secuestradores suelen contar con el apoyo económico y moral de una red de familiares, amigos o grupos culturales, clandestinos o de la comunidad”.
Y es que además de tener el apoyo de la mamá, quien realizaba las llamadas de extorsión o inventaba que la niña tenía cáncer, el esposo estaba coludido con las bandas del narcotráfico que operaban en Chihuahua. Al estar dentro del penal, solamente reforzó esos vínculos.
El secuestro del hijo mayor terminó cuando el esposo y la suegra se hartaron de él porque comenzó a consumir
drogas. “Él nos platica que prefería salir a drogarse que llegar a casa de su papá, donde lo golpeaban y unas veces comían y otras no”. Ya no quisieron saber de él cuando tuvo una sobredosis y Guadalupe lo recibió en Matamoros.
Cuentan las vecinas que es muy serio y que ya no se droga, pero que llora mucho.
“El muchacho, cuando llegó aquí no hablaba, no le decía nada a uno. Ándale, dinos qué es lo que te pasa. Y él… callado, nomás se agachaba y lloraba. Nos dijo que él anduvo mal allá porque el papá le pegaba. Le dimos la confianza de platicar y nos dijo yo quiero a mis hermanos, yo me vine porque no quiero hacer más cosas malas. Él (papá) nos está haciendo daño y hasta ahora (que están en Coahuila) sabemos lo que pasó con la mamá”, dice una de las amigas de Guadalupe que le ayudó a conseguir trabajo y además la contactó con la gente de presidencia de Matamoros para que la apoyaran.
Migración y abandono
La relación de Guadalupe y el pueblito donde llegó hace veinte años con él se parecen mucho. Era un pueblo de esperanza, a unos kilómetros de Estados Unidos, donde en ese entonces escaseaban las revisiones. Era solo saltar al vacío y lograrlo. Pero Guadalupe no se animó. Se quedó a trabajar en el campo con su marido. Solo viendo cómo muchos sí lograban cruzar. Hoy ese terreno y la relación de Guadalupe son un pueblo fantasma. Se los tragaron la violencia, el abuso y la esperanza ciega. “Él empezó a cambiar mucho a juntarse con gente mala, con narcos y así. Él ya no quería ir a trabajar, me obligaba a ir a mí y pues con los niños chiquitos no podía dejar de ir. Yo llegaba a la casa y no estaba. Eran borracheras, agresiones e insultos porque de prostituta y zorra no me bajaba. Me quería vender con la gente. Ve tú, tú eres bien zorra. Yo le tenía miedo y le sigo teniendo miedo porque fue comandante en Veracruz.”
Un día llegó tomado, Guadalupe estaba en la casa, embarazada del niño más chico. “Me rompió los dientes, me hirió con un cuchillo y una vecina se metió a defenderme. A ella la amenazó con darle un levantón, pero mis vecinos llegaron a denunciarlo”. Fue esa vez que estuvo en el reclusorio por violencia familiar. Su hermano pagó la fianza. “Yo siempre le tenía miedo. Él me decía que me iba a desaparecer, que yo no tenía familia. No nada más a mí, también a mis hijos.” No pudiendo soportar más esos tratos, Guadalupe buscó a una hermana que los recibió en Veracruz. Y fue entonces, mientras trabajaba que ocurrió lo del secuestro parental.
“Desde que se fue yo le empecé a mandar mensajes, que porqué no me había dicho que se los iba a llevar, pero no me contestaba.
Se llegó la noche, yo estaba angustiada. Una vecina me dijo que cerca del río había un ministerio público. Levanté una denuncia por sustracción de menores, tengo los papeles, pero no me los regresó…
Estamos sentadas en un puesto de tortillones en una calle de Matamoros. Ella nos cuenta todo esto sin dejar de pelar papas.
En esta mesa esa historia ya se había oído, solo que sin grabadora ni cámaras fotográficas. Los dolores de Guadalupe se disimulan, se pierden con los rumores de una cocina atareada y el aroma de la carne asada y las tortillas de harina maquillan el horror y el desahogo diario. Las cocineras guardan los secretos de sus salsas gloriosas con más celos que las desgracias que han vivido. ¿En cuántas cocinas se difuminan cuántos dolores? Y me pregunto la próxima vez que pido un taco en cualquier puesto, ¿esta mujer también vivió un infierno?
Un violador no denuncia a otro violador
Después de que su hijo se rehabilitara, pudo contarle a Guadalupe que en su casa los maltrataban y que la niña “estaba como una criada”, que dormían en el suelo. Es la primera vez que Guadalupe llora mientras estamos aquí. “Le dije a mi hijo que yo siempre les mandaba dinero, pero él me decía no mamá, todo nos quitaban y sufrimos mucho, ya tráete a mis hermanos”.
A los seis meses de eso se trajeron a la muchacha. Pero ya no era la misma, “yo conozco a mi hija, es seria pero estaba muy triste y le pregunté si alguien le estaba haciendo algo y que no se dejara de nadie”. La pesadilla que vivieron en Veracruz ya se había terminado, su mamá le dijo que por fin estaban a salvo. Pero ella estaba embarazada de su tío. “De su propio tío, hermano de su papá”, cuando se dieron cuenta ya tenía 7 meses de embarazo y no había dicho nada, la había amenazado con matar a sus hermanos.
En Veracruz iba a la secundaria pero por las tardes limpiaba casas y cuidaba a los hijos de su tío. En una ocasión aprovechó que se quedó solo con ella, mandó a los niños a otro cuarto y abusó de la niña. Le dijo que nadie le iba a creer y que solo era una sirvienta.
Aunque ella buscó ayuda con una vecina, su papá prefirió defender a su hermano.
“Él no movió ni un dedo por poner la denuncia en contra de su hermano. Él dijo que cuando pongamos la demanda va a venir a matarnos a todos. ”
A Guadalupe le parecía inexplicable que su esposo hubiera tolerado que su hermano violara a su hija. Pero según le contaron, su esposo años atrás violó a una media hermana de él. Entonces, “Yo creo que a él no le conviene meterse más allá porque también a él lo van a denunciar.”
Violencia en el parto
Como pudieron ahorraron, ella trabajando en la venta de hamburguesas y su nueva pareja y su hijo mayor pintando residencias en Torreón, para poder pagar los gastos del alumbramiento y medicinas, cosas que ocuparan la muchacha y la bebé. “Mi hija empezó a sentirse mal a las 2:40 pm, estaba tirando mucho desecho y la llevamos al Centro de Salud de Matamoros. Una doctora de nombre Pilar, me dijo que traía una fuerte infección, que la pasaba con la ginecóloga, que le iba a dar unos óvulos. Como pude los compré, pero ni siquiera se los pusieron. Estuvimos hasta las cuatro de la mañana cuando una señora salió y me dijo que no me preocupara, que ya le había reventado la fuente”. Ahorita le hablamos, ahorita le hablamos, era todo lo que le decían, todo lo que sabía.
“Ya era mucho tiempo. Estábamos desesperados, no había anestesiólogo. No había incubadora.Que no podían hacerle nada hasta después de las 2 pm. Salió un pediatra, que me la tenía que llevar a Torreón. Pagué el traslado. El doctor que nos recibió en urgencias, la revisó y dijo que no entendía porqué mandaban gente de Matamoros y San Pedro. Y… nos regresaron. Cuando regresamos acá eran las 11:30 am”
21 horas sin ver a su hija mas que en la ambulancia o por un vidrio intentar descifrar si esos eran sus gritos. Nadie más que los doctores y ella saben lo que sucedió. Otra vez las mandaron a Torreón y le dijeron que tenía que conseguir ambulancia. Porque sí había ambulancias, pero ya habían salido los choferes.”
Entonces contactó a la licenciada Diana, del Centro de Empoderamiento de la Mujer. Fue del modo en que se agilizó todo. La institución pagó la ambulancia y la abogada les dijo que todo iba a estar bien, además les invitó a comer y les dio una cajita con un obsequio: el único cambio de ropa que tendría la bebé. Con todos los gastos de medicamentos, ambulancias y traslados ya no tenían dinero. También se les contactó con Valeria López una activista feminista que dirige la Red de Mujeres de la Laguna y quien empezó una campaña de apoyo a través de redes sociales.
Entre las irregularidades que sucedieron en el Centro de Salud, se observa que dejaron a una menor de edad sola, cuando estaba presente su madre, a quien solo le hicieron firmar 5 veces permisos y documentos para cesáreas y los traslados innecesarios.
La bebé nació faltando poco para las 10 de la noche. Todo en orden. Pero Guadalupe dice que su hija, está muy dañada y que solo quieren que el agresor pague y le permitan traerse a su hijo más pequeño a Matamoros. La bebita suspira mucho, dice. “Nosotras nos sentíamos solas. Pensábamos ¿quién nos va a ayudar si somos de fuera? Pero Dios ha puesto gente que se ha interesado en esto. Aquí en Coahuila apoyan más a la mujer, nos sentimos más acobijadas que en Veracruz”.
Caminamos unas cuadras hasta la casa de Guadalupe. La nueva madre está cargando a la bebé. No sabe que ya pasaron diez días desde que estuvo más de 24 horas en trabajo de parto. Solo abraza a su bebé. Aunque es alta, tiene cara de niña. Me platica que no le gustaba la materia de Español, pero la de Química sí. También relata lo que le hizo su tío, pero no insisto en que cuente esa parte de su vida, porque aquí en este cuarto rosa donde solo están ella y su criatura, no caben esos infiernos. Si va a llenarse este cuarto que sea de pañales y juguetes, de sus libros. Que el dolor se quede afuera, que no pase.
Redes de mujeres salvan el día.
“Les solicitamos si alguien tiene ropita de bebé que nos pueda donar, pañales, o algo con lo que nos puedan apoyar, se los agradecemos infinitamente. Nos hemos visto rebasadas por esta situación, actualmente como red tenemos 3 mujeres embarazadas, una de ellas, la niña, ya dio a luz, dos más están en días de parir.” Fue un fragmento del mensaje que envió Valeria, como una botella al mar de Facebook.
En cuestión de horas, mujeres organizadas empezaron a mandar ayuda a Matamoros o buscar con conocidas alguna forma de llevarla. Elsa Patricia, recibió el mensaje por WhatsApp en un grupo de vecinos. Sin conocer a quien había enviado esto, juntó ropa y dinero con sus familiares. Cande, una química de Saltillo pasó a dejar una donación en efectivo para la red de mujeres. Minerva, una abogada y su hija Perla de Torreón, buscaron ropa e incluso un porta bebé que enviaron con todo el amor del mundo. Lo que empezó en el muro de Valeria, tuvo eco en todo Coahuila y sobre todo en la vida de la bebé que no tenía ni un cambio de ropa.