En mis 100 años de vida sabía que no venía por mi cuenta, me enviaba el Señor: Obispo emérito Francisco Villalobos

El obispo emérito hace un recuento de su vida pastoral en la Diócesis de Saltillo y promete que cuando Dios lo llame, seguirá echándole la mano

El 1 de febrero el obispo emérito Francisco Villalobos cumplió 100 años, y para conmemorar el don de la vida, escribió una reflexión sobre su trayectoria: familia y crecimiento en Guadalajara, Jalisco, estudios, retos, logros, su propósito al frente de la Diócesis de Saltillo: “crear la Iglesia, pueblo de Dios”, además envió un mensaje al nuevo obispo monseñor Hilario González García: “que puedas acompañar y guiar a nuestra Iglesia de Saltillo en estos tiempos, en esta nueva época de la Iglesia y del mundo, en este mundo ‘después de la pandemia’”.

Fotos: OMAR SAUCEDO

 1 de febrero de 2021

 1. “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Ps 117, 1; 135, 2ss). Siempre agradezco a Dios todo lo que recibo de Él. Todo lo que tengo Él me lo ha dado. De una manera muy especial en este día, y delante de todos ustedes le doy gracias por sus innumerables dones, comenzando por la vida misma que me ha conservado tanto tiempo. No pretendo atribuirme a mí nada, porque sé que “por la gracia de Dios, soy lo que soy” (1Co 15,10). Él fue quien “me eligió antes de crear el mundo” (Ef 1,4). Pero sí quiero dar gloria a Dios por su obra, “proclamar la grandeza del Señor” (Lc 1,47) por lo que Él ha realizado a través de mí. (Les prometo que hablaré… solamente… un minuto… por cada año de vida). Aunque recordaré muchas cosas, esto tampoco será una historia pormenorizada y se me quedarán en el tintero muchos eventos importantes.

2. Nací en la ciudad de Guadalajara el 1 de febrero de 1921.

El quinto en una familia de trece hermanos. Mis papás fueron auténticos cristianos, sinceros, respetuosos de la dignidad cristiana del matrimonio. Un ejemplo en sus compromisos sociales, políticos, económicos y en su participación en la vida religiosa. A los hijos nos impulsaron a vivir la fraternidad familiar y los valores religiosos. Yo me sentí atendido, cuidado, amado por ellos. ¡Con cuánto cariño, amor los recuerdo!

La mayor de todos los hermanos entró a la vida religiosa en la Congregación de las Hermanas Reparadoras; el segundo y el mayor de los varones fue sacerdote jesuita y fundó una importante universidad que los jesuitas tienen en Guadalajara, el ITESO. El inmediato anterior a mí fue Religioso Marista. El último en ingresar al seminario fui yo. Todo esto sin duda fruto de la educación de nuestros papás. Mis demás hermanos que permanecieron en el mundo fueron auténticos cristianos, prácticos. Solamente vive mi hermana más chica que es soltera.

Inicié mi formación sacerdotal en el Seminario de Guadalajara. Tuve como prefecto de disciplina en el Seminario menor al padre José Salazar López, quien después fue prefecto de estudios y rector de todo el Seminario. De él tengo el más grato recuerdo y le guardo un profundo agradecimiento. Él me acompañó toda mi vida hasta que me vine a Saltillo. Él forjó mi personalidad. Él influyó para que yo fuera a estudiar a Roma. A mi regreso de Roma, él me nombró prefecto en el Seminario menor, después responsable del Instituto de Vocaciones adultas y prefecto de teólogos. Y sin duda él le propuso a mi arzobispo, el cardenal José Garibi Rivera, que me nombrara rector del Seminario. Mons. Salazar ya era mi arzobispo cuando me preconizaron obispo auxiliar de Saltillo y él mismo me impulsó para que aceptara esta designación. Era un hombre muy recto en sus criterios, con la debida exigencia a las normas fundamentales de la formación sacerdotal. Muy austero en su vida personal, respetuoso de los demás y siempre gozó de gran estima por parte de los alumnos del Seminario. Todos tienen un gran recuerdo favorable de él como formador. En mi ordenación Episcopal fue uno de los coconsagrantes principales, junto con el entonces obispo de Linares, Mons. Antonio Sahagún. El principal fue Mons. Luis Guízar.

3. Durante mis estudios en Roma residí en el Colegio Pio Latinoamericano; pude hacer una especialidad en Historia de la Iglesia, sobre la que después di clases en el Seminario de Guadalajara. Mi ordenación sacerdotal fue en la misma ciudad eterna el 2 de abril de 1949, día en que el papa Pio XII cumplía 50 de sacerdote.

Al regresar a Guadalajara, como dije anteriormente, el señor Arzobispo de entonces, don José Garibi Rivera, me nombró prefecto del Seminario menor. Después responsable del Instituto de Vocaciones Adultas, prefecto de teólogos, y rector del Seminario. Al mismo tiempo era maestro de Historia de la Iglesia. Me tocó acompañar en su formación a muchos jóvenes, primero cuando iniciaban su formación y después a los mismos ya cercanos al sacerdocio. Algunos de ellos actualmente son obispos en funciones o eméritos, en diversas diócesis de México. Me siento gozoso de haber podido acompañar a muchos aspirantes al sacerdocio en sus diversas etapas de formación.

Tuve también la oportunidad de hacer una especialización en Liturgia en el Instituto fundado por los obispos de América Latina en Colombia.

4. Tengo casi 72 años en el ministerio sacerdotal, casi 50 en el episcopado. Mis primeros 22 años fueron en mi diócesis de origen, Guadalajara. Después el Señor me envió aquí a Saltillo, me hizo “de Saltillo”, donde he podido servir la mayor parte de mi sacerdocio, 49 años y medio: cuatro como obispo auxiliar, 25 y medio al frente de la Diócesis, y 20 desde la aceptación de mi renuncia poco antes de llegar a los 80.

Siendo rector del Seminario me sorprendió mi nombramiento como obispo auxiliar de Saltillo. Me llamó el Delegado Apostólico y fui a México, regresé a Guadalajara sin haberle dado el sí. Pasaron los días… hasta que mi obispo, el señor cardenal José Salazar, me buscó después de la misa que yo celebraba con unas monjitas y me motivó a aceptar. Me tumbó todas las razones que yo tenía para no aceptar. Vi que era la voluntad de Dios: “Mis planes no son sus planes, sus caminos no son mis caminos” (Is 55,8), “Yo estaré contigo en todo lo que emprendas” (2Sam 7, 9; Is 41, 10; Josué 1, 5-6 a). (Recuerdo que, en unas vacaciones del Seminario de Guadalajara, después de haber ido a una misión a Linares pasamos por Saltillo y uno de los seminaristas me preguntó si querría detenerme a conocer Saltillo. Yo le respondí: “No hay nada en Saltillo que me interese”. Esto fue en 1970, un año antes de mi nombramiento. También les diré que cuando iba a ser el nombramiento del nuevo obispo auxiliar –esto después lo supe– algunos sacerdotes y laicos platicaron con el secretario de la Delegación apostólica y en el perfil del nuevo obispo pedían un obispo con buena salud. Después me platicaron que fue para ellos una gran desilusión mi nombramiento, porque sabían que siempre he sido de mala salud). Esta era una de las razones que yo le había puesto a Mons. Salazar. Entonces comprendí mejor: “Te basta mi gracia, la fuerza se realiza en la debilidad… cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2Co 12, 9).

Al hacerme sacerdote yo ya había dejado todo. Ahora el Señor me pedía un desprendimiento mayor: “sal de tu tierra nativa y de la casa de tu padre, y ve a la tierra que yo te mostraré” (Gen 12, 1; Hech 7, 3). Sin quitar mis raíces, toda la formación y experiencia en Guadalajara, desde el principio me desprendí para encarnarme en Saltillo, “dejándolo todo, lo siguieron” (Lc 5,11). Puedo decir que desde el principio me sentí un miembro más de la Diócesis, nunca me sentí rechazado por nadie como extradiocesano. Siempre traté de evitar referencias directas a mis experiencias en Guadalajara, siempre he intentado respetar a las personas sin andar con muchas preferencias.

Sabía que no venía por mi cuenta, me enviaba el Señor, por eso escogí como lema: “IN VINEAM DOMINI”, ENVIADO A LA VIÑA DEL SEÑOR (Is 5, 1-7; Mt 20, 1; 21,28ss). Así me sentí desde el principio y procuré en todo momento estar en esta viña, acercarme a todos. O como dice ahora el papa Francisco: pastor con olor a oveja, estar adelante, atrás y en medio de todo el pueblo de Dios. Desde el principio dije: quiero conocerlos.

5. El señor obispo don Luis Guízar Barragán me dio amplia libertad de actuar. Mi relación con él fue franca, cordial. Tuve amplio diálogo con él; le comentaba lo que oía, veía y le proponía. Él aceptaba. Lo reconozco como mi maestro en el papel de obispo, de rector de la carga pastoral.

Empecé a ver qué necesidades había. Lo primero que escuché fue que el obispo estuviera cerca. Entonces me propuse, de acuerdo con Mons. Guízar, visitar todas las parroquias, a los sacerdotes, tenía encuentros con los grupos parroquiales; fui a muchos barrios, a posadas de barrio, estuve con los fieles en los 46 rosarios… Cada seis meses me iba una quincena a cada una de las Vicarías, fronteriza, carbonífera, siderúrgica, visitando, conociendo a todos. Me hospedaba en el lugar que cada párroco me asignaba, en la misma parroquia, en casa particular o de religiosas. Y, como diré después, siempre tenía una reunión con los sacerdotes de la vicaría. También en la visita a las parroquias iba a comer al lugar que me asignaba el párroco. En mis visitas pastorales visité muchas casas, tanto de obispo auxiliar como ya de obispo diocesano.

6. Don Luis me permitió revisar el papel de las Vicarías que eran una estructura puramente legal.

Primero como auxiliar y después como obispo diocesano, procuré que llegaran a ser una unidad pastoral en donde hubiera la corresponsabilidad de todos los presbíteros y que ellos incluyeran a los laicos y religiosos. Preparamos un Directorio de la Vicaría que ahora ya se ha actualizado.

Hacía seis años que había terminado el Concilio y me esforcé en que se conociera, se realizó una difusión en gran escala.

7. Mons. Guízar me encargó el trabajo con los laicos, que son la mayor parte del Pueblo de Dios, de la Viña del Señor. El Concilio nos lo acababa de recordar, haciendo eco al llamamiento de Cristo: “Este Sacrosanto Concilio ruega en el Señor a todos los laicos que respondan con ánimo generoso y prontitud de corazón a la voz de Cristo, que en esta hora invita a todos con mayor insistencia, y a los impulsos del Espíritu Santo. Sientan los jóvenes que esta llamada va dirigida a ellos de manera especialísima; recíbanla con entusiasmo y magnanimidad. El mismo Señor, en efecto, invita de nuevo a todos los laicos, por medio de este santo Concilio, a que se le unan cada día más íntimamente y a que, haciendo propio todo lo suyo (cf. Flp 2, 5), se asocien a su misión salvadora; de nuevo los envía a todas las ciudades y lugares a donde Él está por venir” (cf. Lc 10, 1, AA 33). Después lo reafirmó san Juan Pablo II:

“El llamamiento del Señor Jesús ‘Vayan también ustedes a mi viña’ no cesa de resonar en el curso de la historia desde aquel lejano día: se dirige a cada hombre que viene a este mundo”. (Christifideles laici 2).

En todas las parroquias había grupos; algunos de la propia parroquia, otros que pertenecían a algún movimiento; algunos con mucha fuerza y otros con menor presencia: Acción Católica, Cursillos de Cristiandad, Movimiento Familiar Cristiano, Jornadas de Vida Cristiana, Caballeros de Colón, Equipos de Acción Social, etc. Algunos eran de Pastoral Familiar, en la que el papa Juan Pablo II insistió mucho. Por ejemplo, el MFC, Encuentro Matrimonial, etc.

Me empeñé en ampliar la preparación al matrimonio, que consistía en cinco charlas. Apoyados por la Diócesis de Ciudad Juárez, establecimos el curso de cuatro domingos, obligatorio para todos los aspirantes al matrimonio. Desde el principio nos dimos cuenta de que fue de mucho provecho y, además, muy gustado por los novios. Quienes llegaban a fuerza, el cuarto domingo ya no se querían ir.

En este trabajo laical fueron surgiendo otros movimientos, como la Renovación en el Espíritu Santo; algunos con retiros de “fin de semana”. Los apoyé, pero insistí siempre en que los movimientos no son en sí mismos la Iglesia, que lo central era sentirse Pueblo de Dios e integrarse con todos. Que antes de la camiseta del movimiento y por encima de él estaba el “ser Iglesia”.

Integré un grupo de laicos más capaces y comprometidos en la pastoral, como un equipo diocesano que nos auxilió en muchos aspectos.

De manera informal a los laicos también los encontraba en mis caminatas diarias. Hasta hace unos años, todos los días solía irme a caminar desde mi casa a la Alameda. Muchísimas personas se me acercaron para alguna consulta, algún asunto personal o simplemente para saludarnos. Creo que pude ayudar a muchos.

8. Con los religiosos y religiosas tuve muy buena relación. Insistí en que su trabajo no fuera algo aparte o autorreferencial, una isla, sino en conjunto con toda la diócesis, aportando, por supuesto, cada uno su propio carisma. El trabajo es de la Iglesia local. Durante mi mandato llegaron a la Diócesis los Mínimos y los Hermanos de San Juan. Los Misioneros de la Sagrada Familia se retiraron por falta de personal.

Se logró intentar la integración de todas las familias de religiosas en la responsabilidad pastoral, para darle sentido de unidad a los diversos carismas que son una riqueza de toda comunidad diocesana. Para lo anterior se dispuso que todas las comunidades religiosas compartieran solidariamente los elementos fundamentales de la formación religiosa. Así se creó el Interreligioso dirigido por ellas mismas.

9. Además de mi cercanía con los fieles, procuré tenerla muy especialmente con los sacerdotes. Exceptuando momentos en que tuviera que tratar algún asunto muy privado, siempre tenía abierta mi oficina y creo que los sacerdotes llegaban con confianza.

Cada año teníamos cuatro reuniones de todo el presbiterio. Se realizaban sucesivamente en cada una de las Vicarías o regiones de la diócesis, y los padres convivían y eran atendidos con mucho gusto por los laicos en cuyas casas también se hospedaban. En esto colaboraron primero un Equipo de Reflexión pastoral y posteriormente la recién creada Comisión del clero. Además de estas cuatro reuniones, una vez al año teníamos los Ejercicios Espirituales en la ciudad de Saltillo.

En cada visita a las Vicarías siempre tenía una reunión con todos los sacerdotes de la vicaría, y otra con laicos. En cada parroquia también me reunía con los sacerdotes y los laicos de esa parroquia. En la ciudad de Saltillo, siempre que estaba asistía a la junta mensual de la vicaría, que entonces era una sola. Después se hicieron tres sectores, los cuales realizaban una reunión mensual, además de la de toda la Vicaría.

Gracias a todos los sacerdotes y específicamente a la Pastoral Vocacional por la que pasaron diversos sacerdotes, creció el número de sacerdotes. En 1998 fueron ordenados 18 nuevos sacerdotes. En total ordené 103 para la Diócesis y unos pocos religiosos.

10. Como todo obispo puse especial empeño en el Seminario que, como acabo de decir, logró aumentar el número de alumnos. En el Seminario menor se construyó el auditorio.

Me tocó realizar varias Visitas ad limina. En una de ellas me preguntaron en la Santa Sede que por qué no teníamos Seminario mayor. Y días después, en la audiencia privada, el papa Juan Pablo II me volvió a preguntar lo mismo. Se aprovechó la coyuntura para iniciarlo. Necesitábamos contar con unos buenos formadores y con un local apropiado.

Para el local le pedí ayuda al padre Humberto González. Rápidamente invitó a un selecto grupo de laicos y se creó un patronato para obtener los fondos necesarios. Realizaron un trabajo admirable. Nuevamente se lo agradezco. Pido a Dios por el eterno descanso de su presidente, don Isidro López del Bosque. Además, yo también promocioné una campaña, a nivel diocesano. Se trataba de crear conciencia entre todos los fieles de lo que se estaba haciendo; que comprendieran que era asunto de toda la Diócesis y, por lo tanto, que los recursos, los donativos, vinieran de todo el pueblo de Dios. Y así el Seminario fuera obra de todo el pueblo de Dios. Se lograron obtener con rapidez. En 1995 pusimos la primera piedra, en 1997 tuvimos el edificio para Filosofía. Para fines de 1999 los edificios para Teología, que fueron bendecidos en febrero del año 2000. Nuevamente agradezco a todos su apoyo para esta obra tan importante, indispensable, central en toda Diócesis.

Al parejo se intentaba integrar el equipo de formadores y maestros. Destiné a algunos de nuestros sacerdotes a esta tarea. También se enviaron otros sacerdotes a Roma para especializarlos en materias eclesiásticas. Conseguí, además, sacerdotes de otra diócesis para completar la planta de maestros; y también acudimos a la colaboración de maestros laicos en materias de su competencia.

11. Sabemos que el Señor nos ordenó: “Vayan por todo el mundo” (Mt 28, 19) y prediquen el Evangelio. Al Secretariado de evangelización y catequesis tratamos de darle más forma (ahora DIDIPAC). Para eso se necesitaba personal capacitado y un local apropiado. Para lo primero hablé con las Hermanas Catequistas Guadalupanas, fundadas en nuestra Diócesis, y precisamente para la evangelización y catequesis. La superiora general destinó dos hermanas de tiempo completo. Le pedí a un sacerdote con experiencia, celo, capacidad organizativa y buenos resultados en su parroquia que estuviera al frente. Él padre invitó también a laicos comprometidos con la Iglesia, con experiencia en el apostolado y capacitados en la enseñanza.

Para el local, conseguí los medios para acondicionar la antigua casa del señor obispo Guízar y dedicarla solamente a eso.

El equipo del SEDEC empezó a dar una buena capacitación a los catequistas. El catecismo estaba reducido a la Primera Comunión. Procuramos que hubiera en cada parroquia una escuela de formación religiosa por grados y continuara en la adolescencia. El equipo del SEDEC preparó textos para cada uno de los grados; sé que han sido muy apreciados en otras diócesis y que se han ido perfeccionando. Insistí mucho en que, al terminar los cursos de catecismo se procuraran integrar grupos de adolescentes y jóvenes. Reflexionando con los padres, se dejó de administrar la Confirmación a niños menores, se pidió que tuvieran un año de preparación, además de otro para la Primera Comunión.

12. Sabiendo que la Palabra de Dios necesita ser más conocida y permear todas las actividades y toda la vida de la Iglesia, se fundó la Escuela Bíblica, que hasta la fecha funciona. El sacerdote responsable realizó viajes a las Vicarías para promover la pastoral Bíblica. La Escuela Bíblica y la oficina de esta pastoral compartieron los locales del SEDEC.

13. Continuando con un trabajo iniciado por Mons. Samaniego trabajamos en un plan pastoral según la metodología de prioridades desarrollado por Mons. Jorge Jiménez, que utilizaba también el CELAM. Se hicieron los estudios previos por parroquias y se echó a andar el primer plan, el cual fue proclamado en Sabinas y estuvo vigente durante algunos años. Después se trabajó en las tareas fundamentales, con mucha participación y en gran ambiente de familia.

14. Me esforcé por crear Caritas y el Banco de Alimentos, que hasta la fecha están dando mucho fruto. Se fijó como objetivo que hubiera un reflejo en las Vicarías, en Monclova se logró bastante bien.

 15. Apoyé a diversos sacerdotes más interesados en los problemas sociales y en apoyo a los migrantes. En lo extremoso nunca cedí. Se crearon casas de migrantes; en Ciudad Acuña la inició el padre Pedro Pantoja.

16. El crecimiento de la población hizo necesaria la creación de más parroquias. Cuando tomé la Diócesis a mi cargo, en la ciudad de Saltillo había cuatro parroquias y siete cuasi parroquias, que el año anterior había creado Mons. Guízar; inmediatamente las hice parroquias. Durante todo mi mandato se crearon 36 nuevas parroquias. En la ciudad de Saltillo en 1999 eran 27.

17. Traté de hacer presencia de la Iglesia en los medios de comunicación que teníamos entonces: prensa, radio, televisión.

18. Puse todo mi empeño cuando los obispos mexicanos me eligieron para participar en 1979 en la Tercera Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Puebla, a la que vino el papa Juan Pablo II, recién elegido. Promovimos cursos para sacerdotes y laicos para difundir las conclusiones del documento emitido. Algunos obispos vinieron a Saltillo para impartir estos cursos, que fueron a nivel regional. En 1984 también por elección, asistí al Sínodo de los obispos sobre la Reconciliación y la Penitencia.

19. La Providencia de Dios me permitió celebrar los 100 años de la erección de la Diócesis. Durante un buen tiempo se promovieron reflexiones apropiadas. El 27 de octubre de 1991 culminamos con una misa en el estadio de béisbol que estuvo totalmente lleno. Vinieron los sacerdotes y fieles de toda la Diócesis.

20. Las distancias y el aumento de la población hacían necesaria la creación de una nueva diócesis en el norte del estado. Me parecía también necesaria la cercanía del pastor con la realidad sociopolítica, cultural y religiosa del pueblo cristiano. En orden a esta Diócesis instituí un Seminario menor auxiliar. Al existir se enriquece la pastoral vocacional y es una nueva presencia de la Iglesia en el lugar. De hecho, aumentó el número de muchachos que ingresaron al Seminario. Además, pensaba que no era conveniente que el nuevo obispo tuviera que empezar desde cero. Además, con el permiso de la Santa Sede, empecé a celebrar la Misa Crismal en Piedras Negras, sin suprimir la de Catedral.

En mis visitas “ad limina” yo le comentaba al papa Juan Pablo II cómo era Saltillo, me escuchaba y me alentaba a superar las dificultades. En una de las visitas me comentó: “pero usted está joven”… los dos éramos de la misma edad.

21. Cada año, con motivo de la Navidad, el Señor me permitió preparar un nacimiento distinto con motivos bíblicos. Siempre acudía mucha gente a mi casa a verlo, yo se lo explicaba y esto era una catequesis. Era también una ocasión muy propicia para tratarlos directamente.

22. En todo lo que realicé la idea central y el propósito siempre fue crear la Iglesia, pueblo de Dios. Una, santa, católica, apostólica. Ser Iglesia, Madre Iglesia, que realiza la presencia del Señor. La Iglesia que se realiza y se hace presente en una Iglesia particular alrededor del obispo. Ese fue el fondo de mi homilía en mi toma de posesión como obispo de Saltillo. Decía entonces: “La Iglesia diocesana, como Iglesia particular, en fraterna comunión con las demás Iglesias locales, en especial con la que en Roma preside la catolicidad y garantiza la fidelidad a Cristo y a su Evangelio, debe hacer presente el misterio de salvación en carne propia… Comunidad diocesana, que fermente nuestra sociedad civil y sus estructuras temporales, en las ciudades, en los poblados y en los campos, pues el dinamismo de la fe debe transformarnos en coautores de una historia de salvación”. Siempre insistía: “somos familia de Dios… esta familia se hace presente en una Iglesia particular”. Lo repetía en mis homilías, con los grupos parroquiales que visitaba, con los religiosos y religiosas, con los movimientos, en mis encuentros con nuestros sacerdotes, en las reuniones de presbiterio, en nuestros ejercicios espirituales.  Por lo mismo, traté de crear la comunidad sacerdotal.

Por eso también, cuando el papa me aceptó la renuncia dejé de seguir celebrando en Catedral la misa diaria porque es la iglesia del obispo diocesano, lo hacía en la Capilla del Santo Cristo. Las circunstancias me hicieron volver a Catedral por un tiempo y ahora la pandemia me ha dejado en mi casa.

23. Además de los 100 años de la Diócesis, me tocó celebrar varios eventos a nivel mundial o continental. En 1992 fueron los 500 años del inicio de la evangelización en América. Para celebrarlo nos preparamos con el Novenario de años. Aprovechamos diversos subsidios que se editaron en muchísimos lugares, especialmente desde el CELAM y la Conferencia Episcopal Mexicana.

Me tocó celebrar los Años Santos. El año de mi toma de posesión en 1975 lo estábamos celebrando. Para el Año Santo de la Redención en 1983 preparamos diversos subsidios que se distribuyeron ampliamente. Hicimos una oración que también se puso en un pergamino. En ese año me tocó la visita “ad limina”, y en mi encuentro con el papa Juan Pablo se la mostré, él espontáneamente la firmó, cosa que yo no me esperaba. Se conserva en la sacristía de Catedral.

En los años 1987-1988 celebramos el Año Mariano proclamado por su santidad Juan Pablo II.

Preparamos el Gran Jubileo del año 2000, especialmente durante los años dedicados a la Santísima Trinidad: por Cristo, en el Espíritu Santo, a Dios Padre.

24. El 24 de diciembre de 1999, con la participación de todos los sacerdotes y fieles de toda la Diócesis inauguramos solemnemente en la Catedral, este Gran Jubileo del año 2000. Seis días después, el 30 de diciembre, mientras visitaba una parroquia en Ciudad Acuña, recibí una llamada del Nuncio, anunciándome que al día siguiente se publicaría la aceptación de mi renuncia y el nombramiento de mi sucesor. Fue una sorpresa para mí, porque el Nuncio me había dicho que primero se haría la erección de la Diócesis de Piedras Negras y después la sucesión. Todavía antes de que llegara Mons. Vera, y de acuerdo con él, hicimos la bendición de los edificios del Teologado y la capilla del Seminario mayor, como se había programado desde tiempo atrás.

El 20 de marzo del año 2000 entregué la diócesis a Mons. Raúl Vera. Al día siguiente me fui a Guadalajara durante algún tiempo para dejar el lugar al nuevo obispo. Pero siempre dije que iba a permanecer en Saltillo, porque yo soy de Saltillo, esa ciudad, que años atrás, no me interesaba.

25. Durante todos estos años he tratado de no aparecer en primer plano. Incluso, al principio, dejé de celebrar en la Catedral la misa diaria. Pero, al mismo tiempo, de acuerdo con Mons. Vera, y en lo que él me autorizó, siempre he estado al servicio de quien me pide algo y he asistido discretamente a los eventos diocesanos.

Cuando me han pedido el sacramento de la Confirmación he acudido. Hasta hace unos años celebraba tres misas cada domingo. Incluso cuando me lo han solicitado, he suplido a algún sacerdote que lo necesitaba. He acompañado a los sacerdotes en sus Ejercicios espirituales, en las reuniones de presbiterio, en las ordenaciones sacerdotales. La última, el año pasado en Química del Rey.

Doy gracias a Dios que cuando tomé posesión como obispo diocesano, ya había tenido la oportunidad de conocer la Diócesis en mis cuatro años de obispo auxiliar. Entonces yo era el obispo joven.

26. Todo esto y tantas cosas que sólo Dios conoce, quien las ha realizado ha sido Él. Porque sabemos que “Sin mí no pueden hacer nada” (Jn 15,5), “él es quien produce el querer y el obrar” (Fil 2,13). Hubo muchos que nos precedieron, yo no vine a plantar la fe en Coahuila, hubo muchos “que los llevaron a la fe… cuenta el que hace crecer, o sea, Dios.” (1Co 3, 5.8).

En mi homilía de toma de posesión también dije: “la comunidad diocesana quiere celebrar gozosamente la continuidad apostólica a través de la sucesión episcopal, que nos hace sentir hermanos de los que tuvieron el solaz de ver con sus propios ojos y palpar con sus manos el Verbo de la vida, Cristo Jesús… nos estimula a continuar la obra de nuestros padres en la fe, que sembraron hace siglos el Evangelio en estas tierras, la fecundaron con sus anhelos pastorales e hicieron deseable y oportuna la erección de la diócesis de Saltillo”. Muchas veces he repetido la frase de Bernardo de Chartres: “Somos enanos en hombros de gigantes”.

Agradezco a los laicos y religiosos, a las religiosas, a los sacerdotes, a todos, por permitir que Dios actuara en nuestra Diócesis, por el trabajo de todos ustedes, que permitió que avanzáramos en hacer presente y operante a Cristo, el Reino de Dios, en nuestra Iglesia diocesana. Claro que es algo que nunca terminamos. Agradezco a Mons. Vera las deferencias que durante estos 20 años ha tenido conmigo. Agradezco también ahora, la presencia de nuestro nuevo obispo Hilario, que acaba de tomar posesión. Él sí es el obispo joven… dice que cuando yo ya estaba al frente de la Diócesis él apenas era seminarista. Yo llevaba 20 años al frente de la Diócesis cuando tú te ordenaste sacerdote.

Oro por ti, Hilario, que ahora tomas la estafeta de la sucesión apostólica, para que puedas con tu juventud, y con ese espíritu abierto, con esa cercanía que ya has manifestado, puedas acompañar y guiar a nuestra Iglesia de Saltillo en estos tiempos, en esta nueva época de la Iglesia y del mundo, en este mundo “después de la pandemia”.

Desde el primer momento en que el Delegado Apostólico me habló de venir a Saltillo, siempre mi oración ha sido por ustedes, he orado especialmente durante todo el tiempo que estuve al frente de la Diócesis y durante mis años de emérito. Ahora que la pandemia no nos ha dejado salir, y yo mismo no he podido realizar más ministerios fuera, he hecho oración por toda la Iglesia, por ustedes, por nuestra Diócesis de Saltillo. “Nunca hemos dejado de rogar incesantemente por ustedes, pidiendo a Dios que los haga llegar a la plenitud en el conocimiento de su voluntad, con todo el saber e inteligencia que procura el Espíritu… para que puedan resistir y perseverar en todo con alegría y constancia” (Col 1, 9s).

No sé cuánto tiempo me quede de vida. Sepan que yo he dado lo mejor de mí mismo por ustedes. Sepan que “enviado a la viña del Señor”, he tratado de realizar cada día la encomienda que Él me dejó (Mc 13, 34ss). Sé que el Señor llegará de repente, cada día estoy alerta realizando lo que Él me pide. Me da tristeza no poder realizar alguna actividad apostólica directamente con los fieles. Pero sé que ahora mi trabajo, mi principal trabajo pastoral es ofrecer por ustedes todas las limitaciones que tengo por la edad. “Me alegro de sufrir por ustedes, pues voy completando… lo que falta a las penalidades del Mesías en favor su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24). Y sé que solamente me identificaré plenamente con Cristo, a través del sufrimiento: “Quien no carga con su cruz y me sigue, no puede ser discípulo mío” (Lc 14, 27; Mt 10, 38). He recordado las palabras del papa Francisco el pasado mes de agosto en su mensaje a sacerdotes ancianos: “En realidad, ustedes son sacerdotes que, en la oración, en la escucha, en el ofrecimiento de sus sufrimientos, ejercen un ministerio no secundario en sus Iglesias”.

Les pido perdón por mis fallas, por tantas cosas que no supe realizar o que no les gustaron de mí. Rueguen, para que, cuando Él me llame, sea benigno conmigo. Y tengan la seguridad que también allá, desde el cielo, estaré echándole la mano a Saltillo, a Piedras Negras, esta Diócesis, estas diócesis, que tanto amo, a las que dediqué mi vida, esta viña a la que fui enviado por el Señor hace casi 50 años.
 

Obispo emérito Francisco Villalobos Padilla