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El voto de una feminista en la Zona de Tolerancia de Saltillo
Hace un mes que Diana se mudó a la Zona de Tolerancia. Aquí donde unas bardas color rosa mexicano que parecen hechas de betún separan a los civiles de un lugar de ambiente donde los habitantes tienen que “pasar” una vez por semana exámenes de sífilis y sida. Aquí, aunque hay una vecindad, no hay casilla.
Diana describe la noche como una fiesta infinita, le gustan las luces. Si no fuera por la fama del lugar ni cómo creerle, porque esta mañana de domingo electoral mientras los políticos ya presumen sus dedos negros, la zona está desierta. La locura, el arrabal y la muchachada se fueron con la Ley Seca previa a los comicios. Parece un pueblo del viejo oeste y un parque de diversiones para adultos. Sólo dos policías extremadamente amables se sorprenden por la presencia de periodistas.
Diana salió de la nada. Y sonríe como si te conociera de toda la vida. Le faltan algunos dientes, pero le sobra enjundia. Seguro cuando lea esto dirá “por eso, ¿así vas a estar?”. Acepta dar una entrevista. De lejos, otra mujer nos mira con recelo. Que pinches viejas, que qué queremos ahí, que no tenemos permiso de tomar fotos. Estamos quizá invadiendo más que su espacio, la intimidad de esta soledad profunda, tensa y efímera.
Que nos aclara que nomás se baña y toma un taxi. Bañarse, significa para esta feminista cargar por un par de calles una tina con agua. No le da pena y sigue platicándonos mientras se talla y se ríe. No hay puerta en su baño, ni vergüenza entre mujeres. Desde que se levantó supo que era día de elecciones: “Como había Ley Seca me acordé de que tenía que votar. Porque para eso somos mexicanos, para cumplir. Porque cualquier voto es bueno. Cuando uno no se levanta a votar, un voto sí puede hacer la diferencia”.
Diana es feminista y aclara “no es odiar a los hombres, es no dejar que nos golpeen”. Y no habla al tanteo. Dice que su marido la golpeó durante 15 años. Y todavía la última vez que la encontró le partió la frente. Todavía trae moretones, los del brazo son porque se cayó, dice. “Sí he notado un cambio, antes nadie te hacía caso, ahora por un rasguño ya los meten al bote. Y está bien. Por eso voy a votar, para que sigan cuidando a las mujeres. Voto por las mujeres”.
Desde la Zona de Tolerancia hasta la casilla, Diana tomó un taxi que le cobró 120 pesos. A veces eso gana en medio día de meserear. Eso sí, muy luchista, le gusta trabajar para traer su dinero y darles a sus hijos que aunque sean grandes todavía la necesitan. Su secreto para incrementar sus propinas es siempre sonreír, ser amable y disfrutar su trabajo como mesera, le dice a sus clientes “denme mi beso, a mí nadie me regaña.Yo no tengo padrote.”
“El último año que he estado sola me siento muy agusto. Soy libre. Me da gusto serlo”. ¿Qué le gustaría que pasara en estas elecciones? “Espero que todos vayan a votar. Dependiendo de cómo anden. Así como me paré yo, que vayan y voten porque puede ser un cambio bueno”. Y nos despedimos en la casilla.
Deber ciudadano. Diana se bañó y se arregló para ir de la Zona de Tolerancia, donde no hay casillas, hasta el lugar que le corresponde para ejercer su derecho; su voto, dice, es para que sigan cuidando a las mujeres.