¿A dónde van los enfermos mentales que cometen un crimen?

Semanario estuvo tras las rejas de una parte de la cárcel que da escalofríos: el área donde cumplen su condena aquellos que al perder la cordura se volvieron un peligro para ellos mismos y los demás. Estas son sus historias…

Texto: Jesús Peña / Fotos y video: Luis Castrejón y Jesús Peña

Diseño: Marco Vinicio Ramírez R. / Edición: Quetzali García

Edición de video: Estefan Baltezan 

 

¿Y cada cuándo se te aparece la mujer?

 No pos… todos los días.

 ¿Dónde?

 Se para atrás de la barda, por fuera, allá, de aquel lado de la torre, mire, y se suelta ¿Cómo es?

 Una borrada.

 ¿Y qué te dice?

 Que me quiere dar piso.

 ¿Qué más?

 Me dice, ‘¿tú eres El Indio?’, le digo, ‘sí’, ‘no pos te voy a dar piso, porque no quiero que vayas pa Monterrey’, le digo ‘no pos ta bien, al cabo tú dices que controlas aquí… Yo lo que ustedes digan. Si me van a acá, pos...´.

Platica El Indio.

Es una mañana cáustica de lunes, como a las 10:00.

Estoy encerrado con cinco enfermos mentales, varios custodios, una enfermera y dos funcionarios, en el Módulo de Inimputables del Centro Penitenciario Varonil de Saltillo, o sea el área que en 2014, y por recomendación de la CNDH, mandó construir el gobierno para las personas con discapacidad psicosocial o mental, que tuvieron el infortunio, la mala suerte, la desgracia, qué sé, yo, de cometer un delito.

Hace rato que estoy con El Indio a la sombra de un árbol que da mucha sombra, en un rincón de este módulo que es un rectángulo con patio cacarizo de cemento, jardín, arbustos, truenos, más árboles, cuatro o cinco celdas, no recuerdo bien, bardeado con bardas de concreto y malla ciclónica.

 “¿Él Indio?”, está por homicidio, me dice la enfermera y dice que El Indio tiene esquizofrenia paranoide, una alteración que tiene que ver con el contenido del pensamiento, con ideas delirantes o fuera de la realidad.

 ¿A quién mataste Indio?, le pregunto.

 A un bato allá donde vivo y… otros lesionados…

 ¿Cómo estuvo la bronca?

 Es que… a ese era al que iba a matar, a ese y a otro…

 - ¿Por qué?

 Pos… es que así estaba escrito en la ley.

Cómo fue?

Le di tres tiros con una 22…

Por ese delito al El Indio le echaron 28 años.

Lleva 14 encerrado.

“Lo que quiero es irme. A ver si me facilitan un beneficio (legal). Ahorita ando con jurídico, defensoría, a ver si me regalan un beneficio porque ya llevo la mitá y pos a ver qué se puede hacer”, dice.

En eso se pone a recordar de cuando vivía en Concordia, municipio de San Pedro, Coahuila que trabajaba allá en el rancho.

“Vendía rebanadas de sandía, melón  y elotes. Iba y me robaba las uvas y vendía las uvas y la nuez y es que pa allá pos es lo que hay… Yo cuando era niño me traiban vendiendo de todo, dulces y de todo, andaba ahí y pos era lo que hacía. La gente me compraba y se reía de mí”.

¿Estás con medicamento?

 Estaba tomando, pero ya ahorita me siento controlado. Ya no tomo medicamentos porque ya se me bajó lo que traiba en la mente… Antes tomaba porque decía’ iiiih, todo lo que me falta…’.

Evoco la charla que tuve con el psiquiatra Mario Alberto José de los Santos cierto atardecer  en su consultorio particular.

“Seguimos pensando que nuestros sistemas de rehabilitación o de reinserción social no funcionan, y menos con quien tiene un problema o un enfermedad mental, puesto que las carencias y la escasez de especialistas, como de personal para poderles brindar la atención adecuada, digamos que es escasa.  El problema es que no tienen acceso a los tratamientos, a los estudios para poder integrar un diagnóstico; y la otra es que esto no lo agregan a un proceso o no lo consideran dentro de un proceso legal. Por eso yo creo que muchos enfermos mentales están injustamente dentro del CERESO porque los jueces, y todo el sistema legal, a parte de la impunidad que hay en el país, son vulnerables a no ver, a ser ciegos a la enfermedad”.

¿Qué se debería hacer?

 Lo primero es tener un buen servicio médico, un servicio médico completo: medicina interna y yo creo que también psiquiatría, acceso primero a diagnósticos y tratamientos oportunos, para que en un futuro que los internos puedan ser egresados estén en condiciones mentales más óptimas…”.

El Indio  me cuenta que antes venía a verlo a la cárcel un carnal suyo, pero que ya no.

“Es que pa´ de aquel lado, donde vive, casi no hay centavos, ta un poco caciquiadón…”.

 Tendrás esposa, hijos…

 Pos sí tengo, pero ya me abandonaron por lo mismo, porque como no les dejé nada... Y mi esposa pos… afuera se fue con otro.

¿Te arrepientes de algo Indio?

 Pos sí, pos toy arrepentido, pero pos qué gano. Sí estoy arrepentido, ya me hinqué muchas veces en la iglesia aí con los hermanos, ya lloré, ya me reí y pos… ya si se conduelen de mí los altos mandos de aquí de Saltillo… Oiga, ¿eso es pa salir en la tele?

 En internet, pero no va a salir tu cara…

 No y qué tiene que salga, es que la gente de Saltillo me conocen todos. Yo amo a Saltillo, quiero mucho a Saltillo… Todos voten por El Indio.

Dice El Indio.

De vez en vez los altavoces de la prisión, que escupen claves y nombres, rasgan la tensa calma que reina en el módulo.

La tensa calma.

Hay un hombre delgado, morocho, pelo al rape, ni alto ni chaparro, que lleva  “tumbado”, (holgado), el uniforme caqui de la peni, y va de aquí para allá y de allá para acá por el módulo, en busca de un cigarro para calmar los nervios.

Dice la enfermera que es tranquilo, pero que de repente se pone ansioso cuando quiere un cigarro, “y te empieza contar otras coas…”.

¿Qué cosas?

 Que los demonios le hablan en la cabeza.

Que si los pacientes de este módulo tienen atención médica, pregunto a la enfermera, y responde que el psiquiatra viene a verlos dos veces por mes...

“¿Me da un cigarro?, un cigarro…”, dice el hombre apenas me acerco para saludarlo y le contesto que no, que no traigo cigarros, que lo siento, que no fumo, que no fumo.

El hombre pega la vuelta y se va hablando solo sin rumbo fijo por el patio del módulo.  

“Fíjate: los señores son mis compas, son amigos míos. Ahorita no sé si quieras responderles unas preguntas…”, interviene el director el reclusorio…

Pero el hombre es escurridizo y se va, se aleja.

Se llama no sé, no puedo decir su sombre, sólo que es esquizofrénico, que tiene 44 años y que cayó al penal hace como 16, acusado de asesinar a una señora, 

 Pos nomás. De puros puntos… desembucha el hombre sólo hasta que alguien le extiende un cigarro y él consigue apaciguarse. 

 Cuéntame de tu niñez...

 Tenía 10 años. Andaba robando en la escuela. Andaba asaltando a los que estaban conmigo en la escuela.

 ¿Les robabas? ¿Y para qué?

 Pa comprarme una gordita.

Pregunto a la enfermera si las personas que viven en esta área realizan las mismas actividades que el resto de los presos del centro, dice que a diario los ponen a barrer, limpiar su cuarto, lavar su ropa, bañarse, “a quien sabe leer lo ponemos a leer, pero… es que no ponen mucha atención… Imagínese al señor”, dice y señala al hombre de los cigarros que ahora deambula con la mirada baja, como ensimismado,  por el módulo, “llega un momento en que ya no le presta mucha atención y se va a dar vueltas y vueltas. Es normal, bueno… no es normal…”.

El director me cuenta que ya se han acostumbrado a ver a este interno saltar la malla ciclónica del módulo para ir a comprar cigarros a la tienda de la cárcel, y regresar.

Este preso es el único de todo el Módulo de Inimputables que tiene visita frecuente de sus familiares.

Cada semana sus hermanos vienen a traerle medicamento y algo de dinero.

 ¿Qué más te traen tus hermanos?, interrogo al hombre.

 Me traen de comer, me traen coca, me traen dinero pa gastar aquí…

A los demás que permanecen en esta área, dice el director, los vienen a ver retirado o de plano no vienen a verlos.

Recuerdo la tarde que estuve a ver en su casa a Robert Coogan, el capellán de la Pastoral Penitenciaria de la Diócesis de Saltillo, y me contó que siempre que tiene estudio bíblico o catecismo con los demás internos en la capilla del penal, que por cierto  está junto al área de Inimputables, comparte con los enfermos del módulo café y galletas, por un hoyo que hay en la malla ciclónica.

“Si las familias hubieran tenido la capacidad de atenderlos, estarían en otra situación.  Entiendo la frustración de las familias cuando no tienen cómo cuidarlos, entiendo que a veces no hay espacio para ellos, no hay quién los atienda cuando toda la familia tiene que trabajar o cuando la casa está chiquita, cuando hay personas que estarían potencialmente en peligro con ellos alrededor… No hay un lugar para ellos y no deben de estar en el penal, pero no hay otro lugar…”, me dijo Coogan.

 ¿Quièn es inimputable?.  Estará excluido de delito quien, al momento de realizar el hecho, no tenga la capacidad de comprender la naturaleza de su conducta o ilícito.

Derechos. Las personas con discapacidad psicosocial y los inimputables necesitan y requieren atención especializada acorde a sus características específicas

ABANDONO . LA CNDH ha documentado en los penales mexicanos condiciones insalubres de estancia, limitaciones en el acceso a agua potable y electricidad.

Alimentos, instalaciones sanitarias y eléctricas, camas, vestuario e insumos de aseo personal.

 HÁBITOS. A diario los ponen a barrer, limpiar su cuarto, lavar su ropa, bañarse, “a quien sabe leer lo ponemos a leer

¿Qué condenas purgan?.  La mayoría purga condena por doble homicidio y robo

Quizá, quizá.  Si las familias hubieran tenido la capacidad de atenderlos, estarían en otra situación, menciona el Padre Coogan.

Atenciòn deficiente. Sólo reciben la visita de un psiquiatra dos veces al mes y algunos son farmacodependientes.

Soledad.  Demonios, voces y memorias perturbadoras son lo s únicos que acompañan a estas personas.

ABANDONO.  A ellos, el último eslabón de la cadena del derecho penal, nadie o casi nadie los visita. Solo un preso recibe familiares.

Habitantes.  Actualmente en el penal de Saltillo hay cinco personas con esquizofrenia paranoide

Arrepentimiento. Pese a padecer trastornos mentales, algunos presos expresan su arrependimiento. "Pero pues ya qué"