Coronavirus: ¿Dónde harán cuarentena los indigentes?
Por: Francisco Robledo
Fotos: Omar Saucedo y Marco Medina
Diseño: Édgar de la Garza
Edición: Quetzali García
"Aquí me la pelan en el ajedrez" , afirmó El grande con un tono de malandro que se hace respetar. Sus puños enormes se estrellaron con un tubo en el que me recargaba y me retumbó en la espalda. La persona que platica conmigo no supo cómo reaccionar. Un señor que se la pasa calentando el sillón en casa, ¿cómo puede controlar una situación como esta?
Huyendo.
Se despide de mí, estrechándome su mano asustada. Yo, ya impuesto a tratar con intelectuales y vagos, siempre a sus intromisiones, ya sea presumir o amenazar, mi respuesta es una lanza.
-¿Y luego?
-¿Qué onda?
Su aliento; un botellazo del tamaño de ambos puños me descuenta.
-No he traído el tablero, sino, lo averiguamos.
Eso dije, aunque de los juegos que hemos combatido, él lleva la mayoría a su favor.
-He dejado encuentros interesantes al pendiente, ya voy a traerlo. Date la vuelta luego y jugamos.
Se acerca, junta los puños a manera de rezo.
-Ando buscando un libro.
Agacha la cabeza, la visera de la cachucha se le encaja en el pecho. Tarda en recordar y pienso que cuando alce la mirada, atraído por sinfín de ideas en su mente, amenazará antes de nombrar el título de un libro. Sus maldiciones resuenan y no se puede acordar. Es un libro de terror, algo que se le parece a Kruger. Le digo títulos y nada, parece que lo confundo más. Continúa maldiciendo sin poder recordar el encargo que le hizo su novia.
-Conozco a un compa que le gusta leer y me dijo, “¿ah, sí? Pues consígueme un libro”.
Se toma la cabeza, se la quiere desprender, no recuerda y no puede arrancársela. No dice nada, como si de verdad ni un zapato tuviera dentro.
"Anoche me pasó algo bien raro..."
El grande tiene seis años viviendo en la calle, en situación de pobreza como el otro 21% que indican las estadísticas que hizo coneval en Coahuila en el 2018. Pero a éste, su esposa lo dejó por alcohólico. Ahorita no está trabajando, pero sí conoce la vida, o lo necesario de ella para que, a la hora que se dan las tinieblas, no se le dificulte encontrar lugar donde pasar la noche. Se ha quedado en plazas, tapias, casas abandonadas, el monte, el cementerio, con amigos, a veces compitiendo el spot, a veces para darse a respetar se tiene que pelear. Las marcas en sus puños enmarcan sus batallas.
Si te dejas, mamas, y si te corren de la casa y te corren de la calle, ¿a dónde vas a ir? Si vives en la calle es porque te diste a respetar. Nadie te sacará de ella. El frío a la intemperie por la noche será testigo de tus victorias. Aquí, dice el grande, de quien te tienes que cuidar es del gobierno, de los policías en la noche que son el miedo puro. El grande estuvo en el ejército, de la ropa militar que tuvo ya sólo le queda una gorra con la que al estilo malandro, oculta su mirada. Recuerda la .45 y el zumbar en sus manos de la sierra que dejó balaceada. Recuerda las 9 milímetros que disparaban los tenientes. Me recuerda que para él una noche en la calle es frío, hambre, alcohol, eso es.
Todo Saltillo sabe de ese lugar. Si no te la han mencionado, cuando empieces a recorrer la calle de Juárez, en dirección al Archivo Municipal, la reconocerás por su sobria pero gran arquitectura de sus pilares, del chalet tipo americano de tres puertas cada una con su entrada de escaleras que dan la sensación que dentro, la sierra eléctrica de Drayton y un hombre con máscara de cuero, te esperan ¿Entrarías?
-¿Viven ahí?
Llegan varias personas a dormir. Gente de la calle que es también la gente que no quiere trabajar, que no puede escapar de los vicios, sobreviven pidiendo limosna a quien se topan en la calle. El grande tiene un tabú y a las mujeres no les pide dinero. Ya muchos problemas dio a su hermana que ama tanto. De ella que viene corriendo porque le robó y lo andan buscando. A lo mejor regresa, del robo hace un mes. El grande tiene varios lugares donde se puede quedar. Ese viaje de ir de un lado a otro, lleno de pensamientos suicidas. Por eso no quiere volver con el viejo que lo resguarda por Avenida Universidad.
-¡Bájale, guey, no mames, guey, tienes mucho sin trabajar, puro alcohol guey!
El grande es de Saltillo, de una colonia cerca del bulevard Coss, por la Cárdenas, donde pasa el tren. Por culpa de tanta droga y alcohol que ha consumido, las cosas que conoce empiezan a abandonar su mente, su persona que ya se quiere morir, dijo al viejo con el que a veces vive. Me enseña sus venas cortadas, su cuello marcado.
-Me quiero morir.
Una noche se despegó del chemo y recordando que se quiere morir, y recordando las palabras del viejo y lo que ha hecho. Salió en la madrugada, un poco más prendido que ahorita. Jura, jura y jura que por ahí no pasa nadie. Se acostó en las vías. Vuelve a jurar que por ahí no pasa gente.
-Y apareció un culero.
El tren venía a unos cincuenta metros.
-Aquí déjame.
-Párate, ahí viene el tren.
-¡Aquí déjame, guey!
De un tirón no sabe en qué parte del cuerpo, lo paró de las vías. Sintió extraño porque por ahí nomás pasan los que se quieren morir. Por él está vivo. También porque la mamá de sus hijos una vez, que sin avisar se subió al segundo piso y arrodillándose se colgó. No sabe qué pasa con la sangre o con la mente, que se arrepintió y ya no se pudo levantar cuando la mujer abrió la puerta y de un machetazo cortó la cuerda. Extraña y ama tanto a su familia que no entiende por qué a veces se quiere morir. Sabe que hay hospitales llenos de enfermos que aman y se aferran a la vida, pero él se quiere morir y a veces hasta más motivos tienen otras personas para quitarse la vida y no lo hacen.
-Anoche que me quedé en esa casa loca, me levanté.
Maldiciendo dentro del lugar que desde tiempo atrás se le conoce como un punto donde se practica brujería. Según, la casa, antes de quedar en abandono, un fanático de la brujería tenía un centenar de velas en un cuarto. Una noche pasó lo que tiene que pasar si juegas con fuego y la casa toda se incendió. El habitante de entonces pudo escapar por la parte trasera, dejando la propiedad en ruinas y lo que es ahora, una madriguera de callejeros para la dueña del predio. Bajó al sótano, no iba tan pedo y se aventó por un agujero en el suelo. Se soba el brazo porque en el acto con algo se pegó. Abajo es muy grande, más que la superficie de la casa, pero nada se ve. Tiene muchos pasillos, puertas, cosas que se pisan, se palpan. Huele a encerrado. Aún no se explica, y eso que hace cinco años que
El grande no se droga y como dice:
- Pedo, pedo, no andaba.
Se pone a buscar, algo, lo que sea puede servir, dice, espulgando la mochila hasta que da con algo. Lo saca y me ofrenda una bolsa de fideo.
-De pronto, entre lo negro de lo negro, de reojo, una luz gigante resplandece y volteo. Ahí estaba, como de medio metro su estatura, flotando a nivel de mi cara. lo mejor hubiera sido que algo feroz hubiera sacado sus dientes para que me devorara. Pero me le quedé viendo. Me le quedé viendo un rato. No se movía, no hacía nada. Debí tocarla, preguntarle algo. ¿Qué quieres, en qué te puedo ayudar? Ahí hay algo. Las luces no se aparecen así como así. Tengo que ir de nuevo. Voy a ir está noche. La luz nunca desapareció.
El grande, encandilado, se dio la media vuelta y salió. No sabe dónde se va a quedar hoy, dice va para abajo, a casa de su padrino, quiere que le preste un peso. Se queda callado un poco, retoma aire.
-Si yo le pudiera decir desde aquí contigo algo al gobierno, les diría que chinguen a su madre.
Dormir a la intemperie nos puede pasar a cualquiera. Caminar por la noche y ser asediados por la patrulla, por camionetas que dan pavor. Una noche en la calle en Saltillo es muy igual que una en China o Egipto, siempre donde sea un ente maligno acecha y cuidado, porque en esta hazaña del enfrentamiento es donde se sabe de qué calaña estás hecho para vivir en la calle, donde todos, por excusas diferentes, estamos porque no queremos trabajar.
-Me gusta vivir en la calle.
Una señora, la loca que pide dinero, llega con nosotros y el que le pide es El grande a ella. Ella nos bendice y él dice que lee la Biblia. Su preferido, Juan 3:16 “Tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo primogénito para que quien creyera en él tuviera salvación”.
-Ahorita andamos en el Apocalipsis. La neta, dice Dios, no con las palabras que voy a decir, pero dice Dios, “Tu pinche madre, culero, mejor no me hubieras conocido, que ya me conociste, y te sigue valiendo verga”
SEMBLANZA DEL AUTOR: Francisco Robledo, Saltillo, Coahuila, 1990. Amante del cielo se pierde en él. Le gusta vagar en bici y escuchar punk. Desertó la carrera de Letras Españolas, desde entonces narra, a veces poeta. Publica en diferentes medios nacionales e internacionales de manera impresa y digital. Antologado en Cuentos para una tortuga y una bolsa para el mareo (Ediciones con Tinta Ebria, 2015), Mínima, antología de microficción (Editorial Pape, 2018) y por mención honorifica en el Gran Premio Nacional de Periodismo Gonzo también en el 2018. Terrorista cultural trabaja de librero en la calle y en su casa. Hace collage, coedita, diseña y distribuye fanzines; (El Pozo, Vomitorium y la serie de plaquettes de poesía, Coyonoxtle). Autor de Un Rechinar de dientes (Coyonoxtle, 2017) y los libros; Cutre maquillaje crónica de un falso vacacionista (Sophia, 2018), El inexistencialista (La Terquedad Ediciones, 2018), Madre orgasmo (Cisnegro, 2019) y No se lo cuentes a nadie (Editorial Secretaría de Cultura de Coahuila, 2020). Decantado de la evolución naufraga en la literatura que le proporciona la diversión alquímica adecuada para combatir el tiempo, el aburrimiento.
“Son pobres porque quieren”
Quien emite estos juicios, hace que las personas en situación de calle sean percibidos como una amenaza. Culpabilizarlos anula la empatía y permite que se les ignore y persiga. Este sector de la población está en un punto sin retorno en la pobreza extrema, adicciones y desempleo. Son seres humanos, con los mismos derechos que quien esto lee. Visibilizarlos es lo mínimo que podemos hacer.
¿Conoces a alguien en situación vulnerable?
El Municipio de Saltillo atenderá tus reportes para seguir el protocolo en el teléfono: 911
Se canalizarán a Protección Civil o UNIF, según la emergencia.