Del trazo del lápiz nació un milagro: se esfuerzan y afanan bajo el manto de la virgen monumental
A mediodía de un martes, pasadita la Hora del Ángelus, Francisco contempla desde abajo la imagen de la Virgen monumental, corona, manto salpicado de estrellas y el ángel a sus pies, que pintó sobre el techo interior de una de las piezas de la casa familiar, hace unos 30 años.
Es una Virgen de Guadalupe plasmada a lo largo y ancho de la bóveda de un cuarto que antes era sala y que hoy es una tienda de abarrotes, “Abarrotes Herrera”, plantada en la esquina de Reforma y General Charles, en el alma de la colonia Bellavista.
Francisco Herrera Estrada, de 53 años, tiene los ojos clavados en la Virgen como si rezara y recuerda cuando él era estudiante de Arquitectura y su restirador estaba al fondo de lo que ahora es el tendajito de Elvira y Concepción, sus hermanas.
María Concepción Estrada (+), la madre de Francisco, tenía un cuadro con la imagen de la Patrona de México y a él se le ocurrió, Francisco es guadalupano de abolengo; que podría dibujar a la Reina del Tepeyac en el artesonado de la casa.
“Le dije ‘se la voy a dibujar allá arriba… en el techo’”.
¿Por qué?
Nomás. porque somos muy amantes de la Virgen de Guadalupe… y yo la quise hacer para mamá… Fue pura devoción y amor por mi mamá…
Como si se tratase de una manda Francisco empezó a trazar a lápiz sobre el techo de aquella habitación, durante sus ratos libres y después de cumplir con sus tareas de la escuela; los primeros rasgos de lo que sería un retablo gigante de la Morenita.
“Estaba con la carrera y estaba con la Universidad, tareas y venir a… le seguía, hasta que se la terminé a mamá”, dijo Francisco.
TODO UN AÑO DEDICADO A LA OBRA
Francisco se la vivía horas y horas trepado en una escalera de tijera, con la mandíbula apuntando al cielo, su mano dando vida a la Guadalupana.
El rostro piadoso de la Virgen, sus manos suplicantes, su talle, sus plantas y cada una de las 46 estrellas que adornan su regio manto, 46, sin faltar ninguna.
“No, si en todo andaba. Nombre, se me quedaba la quijada trabada donde andaba así para arriba, se traba aquí, así la quijada, bien canijo, pero valió la pena”, platica Francisco sin quitar los ojos del mural y se acaricia ligeramente la mandíbula.
Primero fue hacer la cuadrícula y después comenzar a dibujar, a lápiz, cuadro por cuadro.
Una vez que hubo terminado de plasmar a lápiz, con ayuda de plantillas, aquella imagen, la pintó, igual a la del cuadro de su madre, punto por punto, usando una técnica de base de prismacolor y gasolina.
Prismacolor a gasolina, así se llama la técnica con la que está pintada esta Virgen.
“Son colores de arquitectura, comienza uno a pintarla, se moja un algodón en gasolina, se repasa y ya, la terminamos, después la protegí con cinta alrededor y le pusimos el tirol”.
Dicho así, suena fácil, pero a Francisco le tomó un año completo acabar aquella obra, su obra maestra.
DE GRANDES DIMENSIONES
Pintar una Virgen de 4.20 metros por 7.50 metros sobre el techo de yeso de una habitación, trepado en una escalera de tijera, con la quijada mirando al cielo y la mano dibujando…
Cuando la madre de Francisco, que había dudado, miró aquel lienzo en el plafón, se quedó pasmada.
“Ya cuando la terminé le dije ‘ahí está’, dijo: ‘No, quedó con ganas, me la dibujaste muy bien’”.
Ya luego Francisco trajo al padre José Luis del Río y Santiago (+), entonces párroco de la iglesia del Ojo de Agua y exorcista de la Diócesis, para que la bendijera y la bendijo.
DE NATURALEZA ARTÍSTICA
La verdad es que Francisco se sintió desde crío atraído por el arte del dibujo, le gustaba dibujar, y cuando entró al secundario, la Secundaria 3, la secundaria de este ex barrio bravo que es la Bellavista, se inscribió al taller de dibujo industrial, nada que ver con pintar vírgenes, estrellas y querubines, en los techos de las casas.
Entonces Francisco ayudaba a don Pablo, su padre, arreglando jardines.
Que quería estudiar arquitectura, en el turno de mañana, le dijo, y su padre que “sí, bueno, tú sabes”.
Francisco se presentó entonces a la expedición de fichas, fue al examen y, con ayuda de la Virgen de Guadalupe lo pasó.
LA TIENDA DE LA VIRGEN: FUE UN ÍNTIMO HOMENAJE QUE AHORA TODOS PUEDEN VER
Por largo tiempo la imagen aquella permaneció en el anonimato y solo era dado verla a la gente que solía visitar la casa de los Herrera Estrada.
Hasta que hace seis años las hermanas de Francisco pusieron una tienda de abarrotes justo en la pieza donde está la Virgen.
“Ahora que está la tienda mucha gente. que no tenía acceso a la casa, ya la ve. Los proveedores dicen ‘nunca había visto algo así’ y algunas personas me dicen: ‘¿le puedo tomar una foto?’, ella está para bendecirnos a todos’”, dice Concepción.
“La ven y dicen ‘ay caray’”, la secunda Francisco.
“Se sorprende la gente que viene, ‘¿cómo le hizo?’”, suelta otra vez Concepción.
Para algunos pasa inadvertida, para ver a esta Virgen hay que voltear al cielo, más no escapa a la mirada de los observadores que se impresionan al descubrirla y hacen preguntas sobre la Madre de los Mexicanos pintada sobre el cielo de aquella tiendita, la tiendita de la esquina.
Desde entonces los vecinos del barrio bautizaron al estanquillo de los Herrera como “La tienda de la Virgen”.
“Muchos dicen que es ‘La tienda de la Virgen’, no ‘Abarrotes Herrera’, sino ‘La tienda de la Virgen’”, dice Concepción en la víspera de la comida mientras despacha a algunos clientes que llegan a comprar provisiones.
Los casilleros de la mercancía repletos de mercancía, los estantes de las botanas con sus botanas, las heladeras de los refrescos con sus refrescos y la Virgen en el techo de la tienda, dan cierto folclor, colorido a la atmósfera.
Don Pablo Herrera, 90 años, el padre de Francisco, dice que le habría gustado que el negocio de sus hijas se llamara mejor “Abarrotes La Guadalupana”, en lugar de “Abarrotes Herrera”, “pero pos le pusieron Herrera, ya le pusieron ái, ya se le quedó”.
Y Elvira, otra de las hermanas de Francisco, que vive en esta casa, la casa familiar, la casa grande, dice que se siente más que protegida por esta Virgen, la Virgen de Guadalupe que pintó su hermano
“Más que nada es la fe que uno tiene”, dice.
La verdad es que Francisco se sintió desde crío atraído por el arte del dibujo, le gustaba dibujar.
“Lo que pasa es que mamá nos inculcó mucho lo que era la Virgen y le rezábamos siempre. Ya luego me casé y mi esposa también es muy devota de la Virgen de Guadalupe…”.
Corría el año de gracia de 1990.
Un día que estaba trabajando en su restirador al fondo de la sala, Francisco miró de repente un cuadro de la Guadalupana que era de su madre.
La Virgen de Guadalupe se le apareció a Juan Diego y le habló para decirle que deseaba le edificaran un templo en Cerro del Tepeyac.
Vaya a saber por qué inspiración, decidió Francisco que iba a copiar aquel cuadro, a calcarlo, en el techo de aquella pieza.
A su mamá le pareció un disparate.
Al cabo de 12 largos meses la imagen de la Patrona de México quedó terminada.
Y allí se quedó.
“Igualita que como estaba en el cuadro de mamá”, dice.
UNA FAMILIA DEVOTA
Es milagrosa, ¿no?
Nos ha ido bien en el trabajo y en todo. No hemos tenido problemas en cuestión de accidentes y nos tiene bien unidos a todos en la familia, nunca hemos tenido problemas ni nada entre los hermanos…
—¿Qué le pide?—
Nomás que me ayude, que no me vaya a pasar nada y gracias a Dios no me ha pasado. Como tengo una Virgen saliendo de mi recámara y mi Cristo, ya nomás me persigno y ‘Virgencita… ayúdame’, y ya”.
Huelga decir que Francisco no volvió a pintar más vírgenes en el techo de ninguna casa, pero ¿Si le pidieran que pintara otra?
Yo creo que sí, al cabo que para eso estamos, dice seguro.
En su casa Francisco guarda, como buen guadalupano, una imagen de bulto de la Virgen Morena, a la cual venera y reza con su familia todas las tardes.
“Casi todas las tardes le rezamos allá en la casa…”.
Han transcurrido ya tres décadas desde que Francisco pintó la Guadalupana en el techo de la que hasta hace seis años fuera la sala de la casa familiar, hoy en una tienda de abarrotes, y la Virgen luce intacta, como el primer día.