David Garza, el niño que cayó del cielo
Por Karla Tinoco
Fotografía y Video: Omar Saucedo
Edición: Kowanin Silva
Diseño: Edgar de la Garza
Son las once de la mañana y el celular de Daniel timbra con una llamada de su esposa:
—Voy a llevar a David al Muguerza porque se descalabró, —se escucha Vera desesperada por el otro lado del auricular.
Daniel supone que se trata de una descalabrada cualquiera, sus hijos se han golpeado tantas veces que no le da importancia a una simple caída del brincolín.
Esa mañana David, el más pequeño de los Garza Galindo, saltaba una y otra vez sobre la cama elástica como queriendo tocar el cielo con sus pequeñas manos. Estaba contento, pues una noche antes salió junto a sus hermanos Daniel y Paula a pedir dulces entre sus vecinos por la llegada de Halloween.
Uno de esos tantos brincos provocó que perdiera el equilibrio y se golpeara dejándolo aturdido por minutos. Cuando se levantó buscó a su mamá para avisarle del trancazo que le había dejado la cabeza caliente.
Vera le miró los ojos llorosos, le acarició el cabello castaño para ver dónde estaba el golpe y sintió cómo en la nuca sus dedos se manchan de sangre. De inmediato buscó su bolsa y agarró las llaves de la camioneta.
David se acostó en el asiento trasero inclinando sus piernas en posición fetal, sus manos delgadas las arrimó al pecho y se quedó quietecito. Vera metió el acelerador rumbo al hospital.
En el camino las cosas empeoraron…
—¡Mamá, no siento mis manos!
—Ya vamos a llegar hijo, falta poco.
En el estacionamiento del Muguerza el niño intenta bajarse de la camioneta pero sus piernas no le responden, ni sus manos, ni ninguna parte de su delgado cuerpo…. Vera no entiende lo que pasa y camina rápidamente hasta la sala de emergencias y pide angustiada que le ayuden a subirlo a una camilla.
Los médicos de guardia lo trasladan hasta un cubículo donde revisan y limpian la herida en la nuca, mientras David impaciente intenta jalar por la boca un aire que no es suficiente.
—Oye, no puede respirar, ¡ponle oxígeno! —exige Vera mientras observa como su hijo desesperadamente abre sus ojitos amielados. Pero los doctores creen que solo está asustado y lo llevan al área de rayos x para hacerle una tomografía en la cabeza que muestre la gravedad del golpe.
En el trayecto el niño convulsiona y lo regresan a emergencias donde le inyectan uno de esos medicamentos para tranquilizarlo. Han pasado dos minutos, tres, cuatro o tal vez 30 en los que David se retuerce de un lado a otro. En el único remedio que piensan es en inyectarle un sedante, pero es tan fuerte que le ocasiona un coma por tres días en los que no puede ni controlar su propia respiración.
Cuando despierta no entiende qué pasa. Los médicos le han puesto un tubo en la garganta para que pueda jalar oxígeno desde el ventilador que está a un lado de su cama. Su cuarto está lleno de aparatos extraños, uno de ellos le cuenta los latidos de su corazón porque en los últimos tres días ha latido tan fuerte que puede sufrir un infarto en cualquier momento.
Los doctores esperan lo peor.
Daniel, su padre, sospecha que la lesión en la cabeza y la media hora de convulsiones son la causa de que David tenga lastimado el nervio frénico, uno de los dos nervios que forman parte del diafragma, el músculo principal de la respiración.
—Es una lesión que, según los doctores, puede tardar un año o más en desinflamar completamente.
Ha pasado un mes desde que David está internado en el hospital. No hay avances, sigue sin poderse mover. Los médicos dejan de hablar de la sobrevivencia pero temen que el niño que brincó tan alto un día, no lo vuelva a hacer nunca… y que no pueda respirar por si solo.
—Ya te imaginarás como estábamos mi esposa y yo, nos sentíamos destrozados, —dice Daniel.
Los abuelos, amigos, tíos, primos y todos los que conocen al pequeño que acompañaba a su papá a fotografiar los amaneceres más hermosos en la región, no paran de preguntar que si ya se mueve, que cuándo lo darán de alta, que si la va a librar…
—¡Híjole, no sabíamos ni qué decir, casi nos soltábamos en llanto, porque los doctores nos decían que el niño estaría para siempre confinado a una cama. Diciembre (2014) fue muy duro para nosotros.
Después de noventa días de ir y venir al hospital, los doctores han dado la mejor noticia a Vera y Daniel: David comerá y dormirá todos los días en su casa porque el seguro cubrirá los gastos para que sea atendido desde allá.
En este tiempo en el que David ha vuelto a casa lo han visitado los abuelos, amigos fotógrafos de su papá y sus compañeros de cuarto grado del colegio, entre ellos su mejor amigo Miguel Baraona al que conoce desde mucho tiempo.
—¿A poco habla?, ¿a poco ya come?, ¿a poco ya despertó?, —preguntan sorprendidos después de los pronósticos médicos fatales.
—¡Cómo se les ocurren tantas cosas! yo no entiendo eso… ¡si yo hablo desde hace ocho meses!, —siempre termina respondiendo el valiente David con su voz quedita y aguda.
El abrazo
de la solidaridad
Entre la comunidad feisbuquera se ha regado la noticia del accidente y muy pronto personas de España, Estados Unidos, Latinoamérica y cualquier ciudad mexicana rezan a la misma hora y crean una cadena de oraciones virtuales. En esos días los Garza Galindo descubren un inbox enviado por un grupo de oración que —sin conocer a David ni a sus padres—ruega para que el niño se recupere. Daniel cree en los milagros y confía en Dios.
Para la recuperación, además de fe y esperanza, se necesita dinero y paciencia. Las terapias demandan siete horas diarias y unos 100 mil pesos mensuales que parecen incosteables porque el seguro no tiene cobertura total.
Los primeros en donar su ayuda son algunos amigos que se organizan para rifar una pantalla plana, otros se cooperan para rifar un Matiz rojo que gana en el sorteo Raúl Mireles.
—Nosotros queríamos colaborar con la venta de boletos pero ellos nos decían: “No, no, ustedes ni se metan, sabemos que están muy estresados, están con las atenciones de David y sus otros hijos. Ustedes tienen sus actividades normales y no queremos que se molesten”.
El club de corredores “Los Mustangs”, allegados a Daniel, organizan el maratón “Corramos juntos por David” de 5 y 10 kilómetros que recorre la avenida José Musa de León a donde llegan a participar cientos de personas..
—Nosotros sentimos que la carrera estimularía mucho al niño porque todos iban a correr por él, —narra Daniel después de unos meses de la competencia.
Esa mañana 600 boletos vendidos por los organizadores no son suficientes; incluso llegan más runners que compiten en esa carrera que más tarde deja ganancias por encima de los 50 mil pesos.
Uno de esos días un club de motociclistas independientes se entera por redes sociales de las cadenas de oración que cientos de personas hacen por David. Buscan a la familia por Facebook y les plantean ayudarlos con los costos de la recuperación:
—Nos enteramos del caso y queremos ayudar. Buscamos recorrer una ruta larga que nos cueste y hacer un sacrificio de verdad.
La propuesta era sencilla: recorrer una ruta de 500 kilómetros que atravesara Coahuila y Nuevo León en dos ruedas y vender entre sus amigos, conocidos y familiares cada kilómetro en 100 pesos.
Los motociclistas anuncian a la prensa que el domingo 6 de junio antes de las ocho de la mañana se concentrarán más de 100 conductores que recorrerán una ruta que inicia en Ramos Arizpe-Monterrey-Santiago-Allende-Montemorelos-Hualahuises-Linares-Galeana-Arteaga-Saltillo.
El día de rodada “Amigo biker por David” los motociclistas uniformados con mezclilla y chalecos naranjas bordados, calientan motores y preparan sus cascos para salir en caravana a una ruta que les llevará unas nueve horas de camino entre los paisajes regiomontanos y coahuilenses.
—Fue un evento muy bonito porque David fue a recibirlos, y además de los beneficios económicos por los cuáles estamos muy agradecidos, la ayuda psicológica para David y ver a tanta gente ayudándolo, le ha sacado lágrimas y a nosotros también. ¡Los amigos han demostrado ser realmente amigos!, —recuerda Daniel.
La historia de David llega a oídos de Luis Jorge Arnau Ávila, un fotógrafo de la ciudad de México y dueño de la revista Mexicanísimo que conoce a Daniel desde hace tiempo. Sabe del problema y reúne a los mejores fotógrafos de México que organizan una subasta donde se recaudan fondos para las terapias.
—Cuando no te pasan estas situaciones sí tienes amigos y crees en la gente, pero cuando ves el apoyo tan fuerte e incondicional, sientes que formas parte de un país tan grande y de una ciudad de hermanos, amigos y aunque no los conozcamos, vivimos en una ciudad que se solidariza con los problemas, —dice Daniel.
La sorpresa
Si la mujer maravilla viviera en Saltillo, seguramente se llamaría Vera y sería madre de David. Desde el accidente esta mujer de cabello claro y estatura mediana ha dividido sus energías en atenderlo, encargarse de la casa, de los pendientes, de llevarlo a cada una de sus siete terapias —aunque dos impliquen viajar todos los días a Monterrey—, y de hacer junto a sus hijos Daniel y Paula la tarea al final del día.
La rutina empieza a las 6:30 de la mañana, hora en que Vera arregla al pequeño para llevarlo antes de las nueve a su terapia de fisioterapia pulmonar en el en el Centro de Rehabilitación Infantil (CRIT).
Más tarde ella, David y Juan —el enfermero— conducen rumbo al hospital Zambrano Hellion —en San Pedro Garza García, Nuevo León— donde recibe una terapia que estimula sus neuronas para un mejor funcionamiento de los músculos respiratorios. Esta rehabilitación llamada estimulación magnética transcraneal, la reciben pocos en México, entre ellos David.
Cuando el reloj se acerca peligrosamente a la una de la tarde —hora de la terapia física— Orlando Montero, un especialista cubano residido desde hace más de 10 años en Monterrey, agarra las piernitas de David y las mueve de un lado a otro con fuerza.
Mientras David aprieta los ojos y frunce la cara por el dolor, el cubano de 1.75 metros de estatura, dice que estos ejercicios ayudan a que no se deforme la postura de la columna y fortalecen su diafragma para que pronto deje todos los aparatos que utiliza para respirar.
Por momentos Vera y Juan aprovechan para dar mordiscos a una torta pues la jornada ha estado pesada y aún faltan dos horas para regresar a Saltillo, donde los espera el profesor Javier Bocanegra para la clase vespertina.
A las cuatro de la tarde la camioneta de Vera se ve pasar de vuelta por la carretera Monterrey-Saltillo. Las distancias se vuelven cortas cuando se trata de su hijo.
La esperanza da frutos
Después de muchas opiniones médicas sobre el extraño caso de David, un médico cirujano ha dado una buena esperanza:
—Una vez que empiece a mover los dedos de las manos habremos recuperado la movilidad del brazo completo.
Tras el accidente la inflamación ha disminuido y David puede mover un poco los dedos de las manos, los brazos al nivel de codo y hombro. También se ha recuperado un poco de movimiento en las piernas y en los pies.
Daniel —su padre— dice que todos los ejercicios terapéuticos le cuestan mucho trabajo pues ha sido tanto el tiempo que sus músculos han permanecido inmóviles que se empiezan a atrofiar, lo que obliga a tener un doble reto: recuperar la conectividad y recuperar la fuerza en el cuerpo.
—Por eso es que todo el día el niño está en terapias que le ayudan a varias cosas, necesitamos empezar a recobrar fuerza de los músculos, pero es un proceso muy lento. A veces vemos en las películas que una persona tuvo una lesión medular y está en silla de ruedas, después empieza a mover un dedo, luego mueve una mano y en la siguiente escena empieza a caminar… pero en ese lapso pudieron pasar uno o dos años. Nosotros tenemos la esperanza de ir por buen camino, —dice Daniel.
A más de un año de la lesión David les ha dado una lección de valentía y supervivencia a los médicos que creían que no volvería a moverse, pues —a escondidas de sus padres— ya ha empezado a escribir con plumón rojo sus nombres con la mano derecha, porque es con la que tiene más fuerza.
—Él no quiere que su mamá se entere, porque quiere que sea una sorpresa para ella. Está muy entusiasmado en que todos vean como ha mejorado en tan poco tiempo, —confiesa Javier Bocanegra Rodríguez, el profesor que fue asignado por el colegio para dar clases particulares a David.
En los últimos dos meses también ha mejorado su capacidad respiratoria, pues durante tres o cuatro horas —por periodos de una hora— David respira por sí solo, algo que los doctores temían que no volvería a hacer nunca.
Con ayuda de cada una de sus rehabilitaciones ha logrado tener mayor fuerza en sus manos, por eso esta Navidad pidió que uno de sus regalos fuera un Ipad, con la que pudiera mover sus dedos aún más rápido.
Vera cree que la esperanza es un valor que combina la fe, el optimismo y la alegría para seguir luchando a pesar de lo que digan o lo más obvio que se ve, “pero que en el fondo sabes que la situación por la que atraviesas mejorará”..
—Yo pienso que el año siguiente será mucho mejor, porque David ha mejorado muchísimo y sé que seguirá mejorando este año. Siento que nosotros ya estamos más fuertes también, más orientados y sabemos lo que tenemos que hacer. Este año nosotros estamos más preparados para seguir apoyándolo.