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Con miseria no habrá paz
Mary Stokes y Carlos Laorden
Hoy en día, alrededor de dos quintas partes de la superficie terrestre están dedicadas a la agricultura. Con tanto terreno, para arar, sembrar y regar, se calcula que el sector agrícola consume 70 por ciento del agua disponible, emite 25 por ciento de los gases de invernadero, utiliza un tercio de la energía y es responsable de 80 por ciento de la deforestación.
Y a más bocas que alimentar, más terreno que cultivar, y por tanto más probabilidades de que la tierra y otros recursos naturales se agoten. De hecho, ya estamos alimentándonos a cuenta de las futuras generaciones.
En América Latina y el Caribe, la agricultura es el medio de subsistencia de millones de personas, y, junto con Asia, será la región responsable de producir más de 75 por ciento de la comida que demandará la humanidad durante la próxima década.
Históricamente, la agricultura intensiva se ha considerado la clave para la seguridad alimentaria, pero ese tipo de agricultura requiere de fertilizantes, pesticidas y cantidades de agua, que están creando serios problemas ambientales a nivel global.
Horizonte desalentardor
La perspectiva para el planeta es desalentadora, sobre todo si tomamos en cuenta las previsiones de que la población mundial superará los 9 mil millones de personas en 2050, lo que requerirá aumentar la producción agropecuaria en 50 por ciento para garantizar la seguridad alimentaria de todos los habitantes que para entonces estarán poblando el planeta.
“Alcanzar esa meta (aumentar la producción agrícola y pecuaria en 50 por ciento) requerirá la expansión de la superficie cultivada, especialmente en el mundo en desarrollo, con implicaciones para la sostenibilidad de la tierra, del agua dulce, la biodiversidad y el clima del planeta”, explicó Mohamed Bakarr, especialista del Fondo para el Medio Ambiente Mundial.
Para lograr la seguridad alimentaria mundial, Bakarr enfatiza la necesidad de incrementar el rendimiento de las tierras agrícolas actuales, de manera que se asegure la sostenibilidad de los recursos naturales, frente a una población con grandes huecos de pobreza y constante demanda de comida.
Lo que no se puede ocultar
La producción de alimentos no solo necesita ser sostenible sino también ‘inteligente’.
Y al mismo tiempo, de parte de los consumidores, es necesario evitar el desperdicio de alimentos, de los cuales 1,300 millones de toneladas se van a la basura cada año.
Pero más allá de las preocupaciones por el planeta, hay una verdad que no se puede soslayar: más de 800 millones de personas alrededor del mundo, 50 millones de ellos en América Latina, no tienen acceso seguro a los alimentos diarios necesarios para sobrevivir.
El hambre y la malnutrición son el primer riesgo a la salud a nivel mundial y la principal causa de muerte de los niños. Ninguna región está inmune y en América Latina se calcula que casi 7 millones niños en edad preescolar padecen desnutrición crónica.
En Latinoamérica, como en todo el mundo, el hambre está vinculada íntimamente con la pobreza. Pero no se acabará con el hambre únicamente con mayor producción de comida, también hay que hacer frente a las enormes desigualdades que existen en la región y que, cada vez con más frecuencia, obliga a los más pobres a vender sus activos productivos, a sacar a sus hijos de las escuelas y a dejar de hacer al menos una comida al día”, explica José Cuesta, economista del Banco Mundial.
La demanda crecerá
Un 30 por ciento de la población latinoamericana depende de la agricultura para su sustento. Fuertes sequías en los primeros cuatro meses del año pasado impactaron gravemente en las cosechas de Centroamérica, y a nivel regional casi dos millones de personas se vieron afectadas por la inseguridad alimentaria durante ese mismo período.
Según José Cuesta, en nuestra región, a diferencia de otras partes del mundo, el incremento de la clase media que se ha registrado en la última década puede generar desafíos adicionales a la hora de aumentar la demanda alimentaria.
“A medida que uno aumenta su nivel socioeconómico, el desperdicio de alimentos tienden a aumentar, algo que los más pobres no pueden permitirse”, afirma.
Malas cosechas provocan además aumentos en el precio de los alimentos, que consecuentemente generan más pobreza.
Es un triste panorama para una región que alberga un tercio de las tierras cultivables del mundo, sin embargo, los expertos están de acuerdo en que con gestión adecuada el sector agrícola latinoamericano todavía tiene un gran potencial para alimentar a las próximas generaciones.
Logros anulados
En lo que va de siglo, el hambre ha disminuido de forma importante en América Latina y el Caribe. Una serie de políticas nacionales —alimentación escolar, protección contra la pobreza, mejoras en la producción agrícola...— llevaron, por ejemplo, a los países de Sudamérica a reducir a la mitad el número de personas que no comían lo suficiente, entre 2000 y 2015.
Pero el año pasado la tendencia cambió, el hambre volvió a crecer, y las miradas se dirigieron a lugares como Venezuela (con sus situaciones de cuasiemergencia) y a países como Haití, donde uno de cada dos haitianos está subalimentado.
¿Que es lo que pasa?
“No obstante los éxitos, hay territorios que permanentemente mantienen altas cifras de hambre, y donde las iniciativas públicas no funcionan. Y en esos territorios queremos saber qué pasa”, señaló en su momento la senadora mexicana Luisa María Calderón, coordinadora de los Frentes Parlamentarios contra el Hambre.
Ese grupo de cerca de 300 legisladores de 21 países latinoamericanos y caribeños ha identificado 100 territorios rezagados, y busca ahora la colaboración de expertos y académicos para encontrar las razones y las soluciones.
Por ejemplo, ¿qué tienen en común esos lugares? Para empezar, la pobreza, “pero también falta de agua, y de asistencia médica”, destaca Calderón.
El problema es que, si uno se fija solamente en los promedios nacionales —de hambre y de desnutrición— deja fuera de foco a zonas con problemas específicos y muchas veces graves. Por ejemplo, los datos muestran que los que menos comen en la región de los 100 territorios son los niños y las mujeres.
Pero aún más significativa es la prevalencia de problemas alimentarios entre los pueblos indígenas.
Por ejemplo, en las áreas rurales de Guatemala las cifras de desnutrición infantil son 13 puntos superiores a la media nacional.
Y en Paraguay, los niños con desnutrición crónica (que miden menos de lo que les corresponde por edad) pasaron de ser un 18% en 2005 a un 10.8% en 2012 a nivel urbano. Sin embargo, entre la población rural indígena, los menores de cinco años afectados por la baja estatura, son ahora el 47%.
“Los indígenas no solo pasan hambre por ser pobres, sino también por ser indígenas”, apunta Julio Berdegué, subdirector general de la FAO para América Latina y el Caribe.
En síntesis
“Los pueblos originarios de América Latina y el Caribe sufren una alta prevalencia de desnutrición, y esos problemas con frecuencia se diluyen en las cifras del hambre de las políticas nacionales.
“Pero nosotros no necesitamos que los Gobiernos nos elaboren planes, que muchas veces son asistencialistas”, recalca Jorge Stanley, dirigente del Consejo Internacional de Tratados Indígenas, que defiende los derechos de las comunidades autóctonas de la región.
“Lo que necesitamos es que apoyen nuestros propios planes de desarrollo, en armonía con la Naturaleza, con recursos económicos y también con apoyo técnico, pero siempre intentando llegar a un equilibrio con nuestras formas de ser y de hacer. El Estado debe ayudar, no imponer”.
“Habría que mantener los sistemas propios y fortalecerlos, en lugar de llegarles con sistemas que les anulan”, coincide la senadora Calderón. “O que son contraproducentes. Porque, por ejemplo, si se pretende proveer de comida a comunidades remotas, la distancia puede obligar a llevar los alimentos más duraderos, y no los más adecuados para mejorar su situación nutricional.
“Así que, para los que viven en el campo no vale la misma receta que para los que viven en una comunidad urbana. Es de las cosas que tenemos que aprender a diferenciar”, señala la senadora Calderón.
(Los autores son expertos en desarrollo rural. Escriben para el diario El País)