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Aquel martes negro del magnicidio de Colosio
La atmósfera pesaba en la sesión de San Lázaro. Rondaban las 19:25 horas del 23 de marzo de 1994, y justo ahí, en la caja de resonancia política nacional, el epicentro del atentado contra el candidato presidencial del PRI azotaba, como azotaba y cimbraba a todo el país.
“Atentaron contra Colosio…”. “Le dispararon…”. Se oía por todos lados en el salón de pleno y en los pasillos de la Cámara de Diputados.
El rumor se esparcía en bullicio por todo el salón con aforo para 500 diputados, pero en cuya asamblea habría a lo muchos unos 250. Algunos estaban en sus oficinas, otros en comisiones, y un buen número, como de costumbre, ausentes.
Entre los presentes muchos legisladores pedían que se interrumpiera aquella sesión del martes. No era para menos.
Pero el diputado priista veracruzano, Gustavo Carvajal Moreno, uno de los líderes de los de aquella LV legislatura, se aferraba a que la sesión culminara.
“Que siga… que siga… no, no digan nada”, gritaba desde su curul cuando sus propios compañeros de partido y otros del PRD y del PAN intentaban subir a tribuna para dar a conocer lo que había ocurrido minutos antes en la colonia Lomas Taurinas de Tijuana, Baja California, para hacer un receso.
¿Esperaba la confirmación? ¿Esperaba línea? Los minutos transcurrían, la tensión aumentaba.
La mayoría de los diputados estaban pegados a sus celulares, todos asombrados. Algunas diputadas del PRI, lloraban, se abrazaban unas a otras y a algunos de sus compañeros. Los reporteros buscábamos reacciones, tomábamos fotos de los rostros desencajados.
Rondaban las 20 horas en México, la 18:00 en Tijuana, cuando Colosio era atendido en el Hospital bajacaliforniano, donde, la mayoría suponíamos, el candidato no podría recuperarse. Caía la tarde de un largo día, una larga noche. Un parteaguas en México.
ENTRE DOS CONFLICTOS
Ahí estábamos muchos reporteros, en San Lázaro, “los de la fuente de la Cámara”, que igual, -algunos- coincidíamos en la cobertura del conflicto armado de Chiapas y en la campaña de Colosio.
En aquel contexto, el país tenía una guerrilla declarada, un exgobernador secuestrado, un cardenal asesinado medio año atrás. Un gobierno en crisis.
Los reporteros habíamos plasmado cómo el rebelde exjefe de Gobierno capitalino Manuel Camacho Solís, entonces comisionado para la Paz y la Pacificación en Chiapas, molesto por no haber sido el ungido de Salinas, le ganaba reflectores a Colosio.
“La campaña de Colosio no prende”, era común escuchar.
En la Cámara de Diputados el tema de la deficiente campaña de Colosio era muy comentado, aunque a partir de aquel discurso del 6 de marzo en el Monumento a la Revolución, se decía: “el candidato ya se desligó del Presidente Salinas”.
¿Y eso era bueno o malo? , se preguntaban muchos.
EL DECESO OFICIAL
Aquella sesión de martes 23 de marzo concluyó en San Lázaro, mientras en Tijuana Colosio yacía sin vida en un hospital.
Horas más tarde, Liébano Sáenz, encargado de prensa de la campaña, oficializó en televisión nacional el deceso de Luis Donaldo. Los periódicos vespertinos sacaron ediciones especiales, Colosio había muerto.
25 años después del considerado magnicidio, imputado oficialmente a Mario Aburto Martínez, pero imputado por la vox populi al estado, al expresidente Carlos Salinas de Gortari y parte de su élite de poder, incluyendo a José Córdova Montoya, la versión oficial sigue siendo, para muchos, increíble.