El tren de la Ciudad Deportiva, un joya de la nostalgia para Saltillo
Quién no recuerda cómo era pasar un fin de semana en la Ciudad Deportiva de Saltillo. No se exagera al decir que en esa dirección, la calle David Berlanga, entre Magisterio y Calzada Nazario Ortiz, miles de personas tienen algún recuerdo.
Los yukis, frituras, aguas de sabores y refrescos eran menú obligado. En los jardines, alguna familia disfrutaba de un día de picnic o las parejas que salían a dominguear expresaban su amor.
El ajetreo en las canchas de basquetbol al encestar, las improvisadas retas de fut o los torneos de voleibol eran espectáculo garantizado.
Niños brincando por doquier solían abarrotar los juegos metálicos. El alboroto entre los columpios, pasamanos y resbaladillas de colores hacía parecer aquello una jungla, mientras que las madres (sentadas en las bancas de alrededor) cuidaban de sus criaturas a punta de gritos preocupados y miradas furtivas.
Sobre los resbaladeros de concreto que se extienden desde la pista de atletismo hasta las faldas de terracería, no faltaba quien usara un pedazo de plástico o cartón para “agarrar más vuelo”.
Incluso llegó a haber trampolines en varias partes, una rampa para bicicletas y un pequeño circuito de go karts.
Pero eso se puede encontrar en otras partes. Lo que de verdad hacía único este tradicional paseo de domingo era el trenecito: Las vías que le dan vuelta al lago nos saca por un momento de la cotidianidad citadina y nos conecta con varias generaciones que han disfrutado de esta atracción.
Al menos así eran las cosas hasta antes de que la pandemia de COVID-19 obligara a que la Deportiva quedara en silencio y restringiera sus accesos por ya casi un año. Desde entonces, más que un transporte recreativo, el tren se convirtió en una cápsula del tiempo.
Y es que hay objetos que guardan recuerdos y son un contenedor de anécdotas justo como este.
Su llegada a la ciudad
El trenecito forma parte de la Ciudad Deportiva desde hace casi 51 años. La máquina de ferrocarril con el número 3038 primero funcionó a vapor, después con gasolina. Sus seis vagones son de lámina, con colores variados… que por si no se habían dado cuenta, generalmente son los del gobierno en curso. Hoy, por ejemplo, son de color rojo con blanco.
Una placa colocada afuera de la bodega en la que se guarda el vehículo, indica que llegó a la ciudad en noviembre de 1970. Se trató de una donación al Gobierno de Coahuila hecha por Ferrocarriles Nacionales de México, por autorización del entonces presidente del país, Gustavo Díaz Ordaz.
El trenecito llegó en un año memorable para Saltillo. En 1970 Saraperos debutó en la Liga Mexicana de Beisbol, justo a un lado de la Deportiva, en el Parque Francisco I. Madero se comenzó a cantar el “playball” de forma profesional. Ahí mismo se dio vida a leyendas como “Lupe” Chávez, la primera contratación del equipo.
Aquellos años también fueron de las últimas veces en los que la feria se instaló por estos rumbos, justo donde hoy es la colonia Jardines de los Lagos. Todas estas atracciones lograron que familias enteras se citaran en ese tiempo por el rumbo.
Desde entonces, cuántos abuelos, padres y nietos han paseado por los vagones del trenecito. Cuántas parejas se han besado, tomado de la mano y abrazado mientras recorren el circuito rodeado de árboles. Cuántos amigos han tenido una conversación durante el viaje que dura apenas unos minutos.
Cuántas fotos no han ya inmortalizado ese transporte que ha dado tantas alegrías a chicos que ahora son grandes y que ahora les toca llevar a sus chicos. Cuántas gorras o sombreros no se han volado por culpa del viento mientras se hace el recorrido. Cuántos no han tenido que sujetar sus anteojos para evitar pérdidas.
Cuántos padres de familia no le han dicho a sus hijos que tomen asiento y no se muevan porque se pueden caer. Y no es que el trenecito sea una máquina de alto riesgo que en cualquier momento se pueda descarrilar, pero es mejor tomar precauciones si de andar en movimiento se trata.
La máquina del trenecito ha demostrado que no se necesita ser muy veloz para ganarle al tiempo. Los cerca de 15 kilómetros por hora a los que es capaz de andar, lo han llevado a dar innumerables vueltas por los 860 metros que conforman los rieles alrededor del lago artificial.
Además de sus visitantes hay quienes se han encargado de mantenerlo activo durante más de medio siglo. Cuántos operarios y mecánicos de la máquina no han ido y venido en todo este tiempo.
Un reportaje publicado en 2005 por el extinto periódico Palabra, indica que el primer operario fue Antonio Martínez, quien incluso calculó que hasta ese año el trenecito habría paseado a cerca de 4.8 millones de personas.
Si seguimos la lógica de Antonio, por año el trenecito pasearía a 137 mil 142 personas. Con esta cifra se llenaría más de nueves veces el Parque Madero. Si las cosas hubieran seguido su rumbo normal en 2020, ya serían más de 6.8 millones de usuarios del trenecito. Pero estas no son más que especulaciones.
Lo cierto es que hasta 2019, el año previo a la pandemia, la experiencia de pasearse en el trenecito estaba disponible cubriendo la cuota de diez pesos por pasaje. En ese entonces, se podían subir entre 50 y 60 personas por viaje, en un horario de 10:00 a 19:30 horas los fines de semana y en temporada vacacional.
Ya con boleto en mano, la espera para abordar el trenecito era más amena con actividades como alimentar a los patos, que ahora está prohibido, o apreciar la vista desde el muelle a la orilla del lago.
Los recorridos no paraban ni cuando se llevaban a cabo los torneos de pesca y las lanchas de remos ocupaban el agua.
Y es que si bien tiene su propia historia, es imposible no mencionar el lago en esta ocasión, pues como dicen por ahí, estos dos van junto con pegado.
El origen del lago
Antes de ser la Ciudad Deportiva, estos terrenos formaban parte del antiguo rancho de la familia Camporredondo. A inicios de los años sesenta comenzó la construcción del recinto recreativo en un espacio de 38 hectáreas.
Un informe del gobierno estatal de 1960, revela que para esa fecha la construcción del lago artificial ya estaba terminada. Es decir, el lago estuvo listo por lo menos una década antes de la llegada del trenecito.
Hasta ahora ese lago artificial se alimenta de agua proveniente de colonias aledañas y de la Sierra de Zapalinamé a través de canales. Por eso, será muy difícil que el color verdoso del agua algún día llegue a ser cristalina, y es muy común toparse con olores de agua estancada a los alrededores del lugar.
Quien diría que para el 2021, en ese lago habitarían más de 120 patos y algunas otras aves que van de paso. De pronto, puede que te toque ver a las tortugas cuando salen a asolearse en una de las rocas más grandes del lago.
El ‘histórico’ hallazgo
Como mencionamos al inicio, la gente seguro tendrá muchas historias que contar sobre la Deportiva y no solo en el trenecito. Pero algo que quizá pocos saben, es de la vez que se dijo que en las profundidades del lago se encontraron los restos de un tigre dientes de sable durante las actividades de limpieza.
El miércoles 28 de diciembre de 1988 el Diario de Coahuila publicó que el encargado del caso fue un tal doctor Arnold Smith, experto en paleontología y graduado en la Universidad de Forcast. También se dijo que los restos del tigre fueron transportados al Casino de Saltillo y luego al Museo de Historia en la Ciudad de México.
Todo esto terminó siendo una broma con motivo del Día de los Santos Inocentes, fecha en la que suelen hacerse engaños de todo tipo.
A la espera de volver a rodar
Lo que nos hubiera gustado que fuera broma es la pandemia de COVID-19. Pero estuvo muy lejos de serlo. De hecho, es una realidad que hasta hoy nos mantiene distanciados unos de otros.
Así también está el trenecito, aislado y bajo llave tras dos puertas metálicas en una bodega oscura y fría a la que solo sus encargados tienen acceso. Se alcanza a ver sólo una parte del tren, pues es tan largo que no cabe por completo en aquel cuarto de techo laminado de dos aguas.
Ahí se mantiene desde hace casi un año, a la espera de sus paseantes. A la espera de poder volver a sonar su silbato. A la espera de volver a rodar.
Un día se guardó, sin saber cuándo se volvería a sacar. Y la fecha exacta sigue siendo desconocida. Los horarios para entrar a la deportiva son limitados. En la entrada se toma la temperatura, se lleva un registro y se aplica gel antibacterial. El acceso no se permite si no se porta la vestimenta adecuada para ejercitarse, y adentro la afluencia está controlada.
Es época de mantener la distancia física, pero no implica que también haya que despojarse de los recuerdos que hasta hace poco alimentaron la alegría de miles de personas. Pues según cifras del Instituto Estatal del Deporte, en 2019 se registraron 71 mil visitantes a la Deportiva.
Pero no todo ha sido malo en medio de la crisis sanitaria. Este también ha sido un tiempo de respiro para las instalaciones, que ahora lucen con verdes jardines y libres de basura, pues la falta de paseantes, la constante vigilancia y el mantenimiento, ha ayudado a que el espacio luzca con vida a pesar de la soledad.
Hoy nos regimos por una nueva normalidad en la que subirse al trenecito de la Ciudad Deportiva todavía no tiene cabida, pero quizá, en algún momento podamos regresar a ese lugar en el que fuimos felices.