Genocidio, segunda parte

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Genocidio, segunda parte

Ilustración: Vanguardia/Alejandro Medina

El domingo mencioné uno más de los asesinatos masivos perpetrados por los soldados israelitas contra jóvenes palestinos. Me alegró saber que en la Organización de las Naciones Unidas se condenó el hecho. Se dirá que los palestinos la buscaron: piénselo bien y luego opine. Los adolescentes muertos tiraban piedras contra los tanques de Israel. De los israelitas recibían balas de grueso calibre siempre tirando a matar, es decir, no disparaban a una pierna, un brazo sino al pecho y la cabeza: la intención era asesinar. O ¿de qué otra manera puede nombrarse esa diferencia entre la tecnología más avanzada y una pedrada que ni siquiera rompía un cristal? Retomo el dicho de la judía-polaca-mexicana que sobrevivió a Auschwitz al afirmar que el primer ministro de Israel era Hitler.

En ese artículo atraía al lector hacia nuestro propio pasado coahuilense. Dije que al menos mil 400 bandas indígenas fueron exterminadas por los españoles, primero, y por los Gobiernos mexicanos del siglo 19. No es algo de lo que podamos estar orgullosos. De ahí que me parezca necesario traer a la memoria esos hechos. Fíjese que en el año 1722 el rey de España Felipe V escribía una carta de su puño y letra al virrey sobre indígenas de La Laguna actual, diciéndole que (cito el manuscrito del Archivo Nacional) “al tiempo de la fundación de los expresados presidios había ochenta y cuatro naciones y al presente solo han quedado tres. He resuelto ordenaros y mandaros atendáis con el más particular cuidado a la extinción de los referidos indios”. Y, en efecto, los acabaron. Los últimos coaguileños (con ese nombre aparecían en documentos) de que tenemos información fueron entrevistados por un lingüista americano en 1886 y eran dos mujeres.

Así que, de 84 grupos étnicos, quedaban tres y ordenó su extinción. Esos eran los católicos reyes, ese es nuestro pasado. ¿Qué queda de los indios? Miles de vestigios materiales y no menos de un millón de hojas manuscritas en que se les menciona. Ese es nuestro pasado… ¡y no hay otro!
Nuestra historia, si se desea conocerla, o si se esfuerza uno por no olvidarla, debería llenarnos de lecciones para sensibilizarnos a la injusticia. De ahí que los sucesos de Bosnia (19 mil mujeres musulmanas violadas por católicos), los de Ruanda (700 mil muertos en los que Bélgica tuvo algo qué ver) y aquí entre nosotros, modestamente, las masacres de Allende, Piedras Negras y Torreón en los tiempos de Humberto y Jorge.

Nuestra historia, si se desea conocerla, o si se esfuerza uno por no olvidarla, debería llenarnos de lecciones para sensibilizarnos a la injusticia"
Palestina es la patria de Jesús, es decir, el lugar de su vida, su lengua y sus actividades. Finalmente, el cristianismo deriva de esa región del planeta. Su expansión se debe al imperio romano y su éxito al cansancio de sus habitantes que buscaban ya otra relación con los seres trascendentes. Séneca y Cicerón escribían (no muy lejos de la aparición de Cristo) sobre temas que no están nada alejados del pensamiento cristiano. El gran especialista en historia de Roma, Paul Veyne, demuestra que la religión cristiana ingresó en las mentes de los citadinos. Sabemos que algunas matronas romanas que se convertían se hacían bautizar con sus esclavos y entregaban sus bienes a la Iglesia naciente. Curioso que se crease la Iglesia (que significa comunidad o lugar de los llamados) con ricas esclavistas que liberaban a sus esclavos al recibir el bautismo.
 
Se preguntará usted, estimado lector, por qué desvié el artículo hacia el nacimiento del cristianismo como religión. El paso es simple: Jesús era judío. Él optó por abandonar la religión de su pueblo. De un Dios celoso, castigador, violento y lejano, pasó a un Dios padre, una propuesta de amor, perdón y convivencia. Y los sucesos de Palestina nos muestran que al menos sus dirigentes políticos siguen aquel modelo. Relea cuando Yahvé pide a sus creyentes que maten a 23 mil amalecitas, sin piedad. Comprenderá diferencias.
 
Desde una religión o desde las leyes internacionales o, aun, desde la conciencia de quienesquiera, hay que parar las muertes, la violencia, las desapariciones (en Coahuila tenemos mil 947 desaparecidos y 500 cuerpos sin identificación). Enrique Peña Nieto alcanzó y superó las cifras de asesinados del sexenio de Felipe Calderón. Debemos votar contra ellos. Usted sabe lo que significa.