Genocidio, segunda parte
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Genocidio, segunda parte
El domingo mencioné uno más de los asesinatos masivos perpetrados por los soldados israelitas contra jóvenes palestinos. Me alegró saber que en la Organización de las Naciones Unidas se condenó el hecho. Se dirá que los palestinos la buscaron: piénselo bien y luego opine. Los adolescentes muertos tiraban piedras contra los tanques de Israel. De los israelitas recibían balas de grueso calibre siempre tirando a matar, es decir, no disparaban a una pierna, un brazo sino al pecho y la cabeza: la intención era asesinar. O ¿de qué otra manera puede nombrarse esa diferencia entre la tecnología más avanzada y una pedrada que ni siquiera rompía un cristal? Retomo el dicho de la judía-polaca-mexicana que sobrevivió a Auschwitz al afirmar que el primer ministro de Israel era Hitler.
En ese artículo atraía al lector hacia nuestro propio pasado coahuilense. Dije que al menos mil 400 bandas indígenas fueron exterminadas por los españoles, primero, y por los Gobiernos mexicanos del siglo 19. No es algo de lo que podamos estar orgullosos. De ahí que me parezca necesario traer a la memoria esos hechos. Fíjese que en el año 1722 el rey de España Felipe V escribía una carta de su puño y letra al virrey sobre indígenas de La Laguna actual, diciéndole que (cito el manuscrito del Archivo Nacional) “al tiempo de la fundación de los expresados presidios había ochenta y cuatro naciones y al presente solo han quedado tres. He resuelto ordenaros y mandaros atendáis con el más particular cuidado a la extinción de los referidos indios”. Y, en efecto, los acabaron. Los últimos coaguileños (con ese nombre aparecían en documentos) de que tenemos información fueron entrevistados por un lingüista americano en 1886 y eran dos mujeres.
Así que, de 84 grupos étnicos, quedaban tres y ordenó su extinción. Esos eran los católicos reyes, ese es nuestro pasado. ¿Qué queda de los indios? Miles de vestigios materiales y no menos de un millón de hojas manuscritas en que se les menciona. Ese es nuestro pasado… ¡y no hay otro!
Nuestra historia, si se desea conocerla, o si se esfuerza uno por no olvidarla, debería llenarnos de lecciones para sensibilizarnos a la injusticia. De ahí que los sucesos de Bosnia (19 mil mujeres musulmanas violadas por católicos), los de Ruanda (700 mil muertos en los que Bélgica tuvo algo qué ver) y aquí entre nosotros, modestamente, las masacres de Allende, Piedras Negras y Torreón en los tiempos de Humberto y Jorge.