Un lugar llamado Navidad
Por: Jesús Peña
Fotos y video: Héctor García
Edición: Nazul Aramayo
Diseño: Édgar de la Garza
En el pueblo de Navidad, municipio de Galeana, Nuevo León, María del Carmen lava trastes, al mismo tiempo que lava trastes, lava ropa, y al mismo tiempo que lava ropa y lava trastes, cuenta tráileres.
-¿Y como cuántos tráileres pasarán a diario por acá, señora?
-No, pos usté cree, no llevamos cuenta ya, oiga. Todo el día ?dice María del Carmen y sigue lavando ropa, lavando trastes, contando tríalers, al mismo tiempo, en el solar de su casa.
Pero parece que a su perra, una pitbull canela que recién le trajeron, no le agrada mucho mi presencia.
La perra brinca, se retuerce en ladridos, la furia escurriéndole por los belfos, como una posesa.
-¿Muerde la perra?
-Me la acaban de traer, no la conozco. Es que tenía otra grandota, muy bonita, pero qué cree que se me perdió, es que se van a la carretera y los matan.
-¿Es brava ésta?
-Está amarrada, tiene cadena.
Menos mal, pienso aliviado, y me acerco cauteloso.
A donde no llega Santa Claus
Origen
En diciembre de 1930, campesinos se juntaron para iniciar el trámite para fundar un ejido; por el mes, pensaron que podría llamarse Navidad.
Ubicación
Es un pueblo erizado de casas de tierra y caminos de polvo, que se yergue a la orilla del kilómetro 186, en la carretera 57, que va para México.
Desasosiego
Las mujeres dicen que todo el tiempo pasan tráileres y ya se acostumbraron a ese ruido insistente que producen las máquinas a gran velocidad.
-No, pero con cámara no oiga, porque ando bien bonita ?vuelve a decir María del Carmen y se ríe.
Entonces le hago un cumplido.
-Bonita… Mire cómo ando. Noooo, van a decir “¿y esa señora?”.
-¿Cómo es vivir en Navidad?, cuénteme.
-Pos… bien tranquilos. Aquí nomás nos ponemos a contar los tráileres.
María del Carmen lo dice porque Navidad es un pueblo erizado de casas de tierra y caminos de polvo, que se yergue a la orilla del kilómetro 186, en la carretera 57, que va para México.
-¿Y no le molesta tanto ruido?
-Ya nos acostumbramos. Ya ni los escuchamos, ¿cómo ve?
Que cómo veo, me pregunta doña Carmen, y yo creo que de vivir aquí, hace tiempo que me hubiera desquiciado, que me hubiera vuelto loco.
Karla, nueve años, cuarto grado de primaria, es la hija de Carmen y trae arrullando en los brazos a Sigmund, su cachorro regordete y amarillo.
-¿Qué le vas a pedir a Santa Claus, chiquilla?
-Mucha paz para mi familia, alegría, felicidad -dice Karla, y yo siento como si dos limones me bajaran por la garganta.
Una nena de pueblo que le pide paz, alegría y felicidad para su familia a Santa Claus, cuando ahora la mayoría de los chicos de la ciudad quiere celulares, tablets y iPads de última generación.
Estoy realmente conmovido.
En la víspera de la Navidad, un bote forrado de tizne y encaramado sobre un fogón hecho con bloques a ras de suelo escupe espumarajos de humo azul.
María del Carmen dice que es el maíz para los tamales del día 24.
-¿Cómo es pasar una Navidad en Navidad?
-Los tamalitos y, pos, convivir en familia.
-Vives feliz en este rancho, ¿no? ?le pregunto a Karla.
-Muy feliz ?responde la niña sin pensársela demasiado.
Y eso que, sabré después, no es seguido que el tipo del traje escarlata, barbas nevadas y panza como de tambora se deje ver por Navidad en Navidad.
Me pregunto: ¿a quién y por qué se le ocurriría que este pueblo se llamara como se llama?
A mi llegada, llegada, porque como dice el maestro Martín Caparrós, “a los pueblos se llega, a las ciudades se entra”, Aziel Armendáriz, treinta y pocos, descendiente directo de los fundadores de este lugar, está deletreando algo que hay escrito a tinta azul en unas páginas medio magulladas de cuaderno de escuela.
Las páginas dicen algo así como que un viejo revolucionario de nombre Manuel Camarillo fue el que juntó a un grupo de campesinos de estas tierras, entre los que se encontraba Tranquilino Armendáriz Viera, el bisabuelo de Aziel, y los alborotó pa que formasen este ejido.
Como los trámites se realizaron en diciembre de 1930, a las gentes se les metió la idea de que el ejido se llamara Navidad.
Y esa es el origen del nombre del pueblo de Navidad.
Aziel dice que su esposa Cristina Padrón sacó esta historia del libro del ejido.
-Nomás que, pos, ai disculpen porque mi esposa tiene la letra medio fea y, pos… pero ya mi papá lo va a pasar en computadora.
Don Rodrigo Alejandro, ochenta y pico, está removiendo con una zapa la alfombra de hojas secas que se formó tras la última nevada en casa de los Armendáriz y en todas las del pueblo.
-¿Hizo frío? ?le pregunto a Cristina la mujer de Aziel, que se ha colado en la conversación.
-Aaaay noooo… Estuvimos a 14 bajo cero.
Primero nevó, luego salió el sol y después heló.
La nieve se derritió y entonces se hizo hielo.
Navidad era una congeladora.
No se aguantaba.
Tanto que Cristina tuvo que pedir posada en casa de su suegra para ella, su esposo Aziel y sus tres retoños, porque la suya parecía témpano.
Quiero que don Rodrigo, que es uno de los más veteranos de Navidad, me platique del pueblo de su niñez.
-En ese tiempo había aquí muy pocas casas ?dice y eso es todo.
Le digo a Aziel que me gustaría conocer el ejido, él acepta de buena gana hacer de alcahuete y juntos echamos a andar por los senderos terregosos de Navidad.
Mi sorpresa es que casi por cada casa que pasamos vemos corros de chiquillos arrodillados en la tierra, jugando canicas.
Los plebes están tan embebidos que prefieren ignorar mis preguntas tontas.
-Jugando canicas, ¿eh?
-Le gusta jugar canicas, ¿no?
-Janet Solís, otra vecina que está lavando ropa en su solar, lo sé porque hasta acá me llega el chaca-chaca de su lavadora, me cuenta que sólo en la primaria del pueblo hay 108 nenes, sin contar los que asisten a los dos kínderes que hay en el rancho.
Por eso cuando Janet ve llegar desconocidos, en coches desconocidos, le da pendiente.
-Sí nos preocupamos porque vienen camionetas y no sabemos ni qué.
Seguro que Santa Claus, le comeno a Janet, tiene que parar en este pueblo cada 25 de diciembre, con tanto crío que hay aquí.
-Pues a veces vienen y les dejan juguetes, es muy raro, pero sí.
-¿Quién?
-Vienen de Galeana, de Saltillo, a veces vienen hermanos (evangélicos) a regalarles…
-¿Y ustedes?
-Sí, de vez en cuando.
Seguimos…
Nos sale al paso un gallo colorado, otro y otro, de esos gallos grandes y gallardos, que parecen no tener dueño, pero que en los pueblos como éste todo mundo sabe de quién son.
A esta hora de la tarde, el pueblo parece una de esas acuarelas invernales que vienen en los almanaques de peluquería: caminos de tierra bordeados de pirules marrón bajo cielos anubarrados.
Aziel dice que lo de los pirules es porque la nevada los quemó y que por eso sus hojas ya marchitas se tornaron pardas.
Si hasta las nopaleras se cocieron con la helada.
-Todo se llevó, nopales y todo -dice Aziel.
A ratos se escucha por el pueblo un perro que ladra, un gallo que grita, una vaca que hace muuu, una chiva que hace beeee, una cumbia, un corrido, una bachata.
-Sí, la gente tiene sus animalitos, vacas, becerros, cabras, borregas -dice Aziel.
Avanzamos por una vereda encharcada hasta el portal de la casa de Mario Pérez, exjornalero de 59 años.
-Falta lo mejor: que arreglen las calles. Estamos encharcados -dice cuando le pido que me hable de Navidad.
-¿No que Nuevo León “Estado de Progreso”? ?le pregunto como para provocarlo, picarle la cresta
-Eso lo cantaban Los Cadetes, ahorita ya se murieron, ya no -contesta Mario y todos reímos.
Hace unos días estuvo lloviendo mucho en el pueblo y como no ha salido bien el sol, las sendas siguen empantanadas, hechas laguna, me explica Aziel.
Más allá, Martha, la mujer de Mario, lava trastes.
Tal parece que en Navidad las mujeres friegan trastes, lavan ropa, cuentan tráileres, como si no hubiera otra cosa mejor que hacer.
-Bien tranquila, feliz y haciendo mucho quehacer ?dice Martha.
Sólo que sus hijos tuvieron que migrar a Saltillo a buscarse la vida, porque en Navidad, como en otros tantos pueblos pobres del norte de México, escasea el trabajo, si acaso la siembra de papa, el maíz de temporal, pero se saca poca plata, 500 ó 600 pesos a la semana.
Ahora la moda en Navidad es que las armadoras o las fábricas de electrodomésticos manden por los hombres del rancho en sus transportes de personal para llevarlos a Saltillo a trabajar, y terminado el turno regresarlos a la comunidad.
Eso a los lugareños les ha acomodado bien, según veo.
Recuerdo de repente algo que me contó la esposa de Aziel sobre que los jóvenes de Navidad empiezan ya a fumar porro.
Nadie sabe de dónde les llega, si de los restaurantes de la carretera o de los traileros.
-Pa saber, tanta gente que pasa por aquí, oiga ?me dijo Cristina.
Enfilo con Aziel rumbo al centro del poblado y le pregunto, no sé por qué, si cuando crío Santa Claus le trajo juguetes; dice que sí.
Le gustaban los tráileres, me cuenta, tanto que después, como la mayoría de los jóvenes de Navidad, se fue del rancho y se puso a trabajar en una línea de tractocamiones de Ramos Arizpe donde duró 10 años, hasta que hace tres meses regresó a Navidad.
Reflexiono si el hecho de que el ejido esté a la orillas de una carretera por la que pasan tantos y tantos tiáileres, tiene que ver con la afición, con esa fijación de Aziel.
Aziel dice que antaño Navidad era el pueblo más famoso de toda la región papera de Nuevo León y Coahuila, por sus papas, pero que las tierras se cansaron, están papeadas, se dice, por el uso de tanto químico, y los ingenieros que venían de Saltillo para establecer sus colonias o ranchos de cultivo se han ido desterrando.
-Ese es el kínder “Licenciado Benito Juárez”, ésta la escuela “General Ignacio Zaragoza” y aquella de fachada impoluta y contornos turquesa, la iglesia en la que cada 25 de diciembre la gente se congrega para celebrar al santo patrono del pueblo, el “Nacimiento del Niño Jesús” ?va diciendo Aziel y agrega que de un tiempo a la fecha se han asentado en el rancho, cuando menos, unos cinco templos protestantes.
A lo lejos miro a albañiles que están reparando la capilla del “Nacimiento del Niño Jesús”, para los festejos del 25.
Apenas me ven venir se desperdigan como gallinas en corral.
-Mire, pregúntele a ese chavo.
-No, yo no, vaya con aquel.
Muy cerca de allí, Leticia Espinoza, ama de casa, me está contando que a ella raras veces Santa Claus le traía juguetes, porque se portaba mal.
-No, muy pocas veces. Santa no me traía porque me portaba mal. Nomás andaba de chirotona, jugando.
-¿A qué jugaba?
-Uuuh... a la cuerda, a la rueda de San Miguel, a muchas cosas.
Camino del cerro que se llama como el pueblo, topamos con José Socorro Pérez Moreno, ejidatario de 59 años.
-¿De chico? Pos aquí cuidar chivas. Ayudando uno a su jefe ahí, que “amamanta un chivito”, y que “anda, que ya se fue el otro” y que “córrele, que ya se fue el otro”.
-¿Qué cena la gente de Navidad el día de la Navidad?
-Hacemos el tamalito, el día primero o el último, el buñuelito.
Total, dice José Socorro, que en Navidad la gente no pasa hambre.
-Pos porque hay papitas y todo eso. Va uno y pepenen las papitas y se pone tripón. Hay maíz, va y pepena y pone su nixtamalito y órale las tortillonas. Echa usted sus tortillas y a todo dar, amigazo.
A la hora de la comida en la choza de adobe de los Betancourt Camarillo, hay arroz y frijoles.
La choza de adobe a la salida del pueblo de los Betancourt, que cuando llueve o nieva, gotea por todos lados como coladera.
Intento charlar con María, la matrona:
-¿Qué tal la pasan?
-Qué le puedo decir, así como nos ve...
-?Mucho nene por acá, ¿no?
-De eso sí hay oferta, de niños.
Afuera platico con Michel, 16 años, la más chica de los Betancourt.
Le pregunto si va a la escuela y dice que no, que ya no.
-¿Por qué?
-No, porque tengo una niña.
-Tu esposo en la labor, ¿no?
-No, soy madre soltera.
Olvido preguntarle a Michel qué le pediría a Santa Claus, a los Reyes Magos.
Una muñeca no, estoy seguro.
Con su nena tendrá suficiente…