El hombre que tiene una zeta marcada en la espalda
Por: Jesús Peña
Fotos y video: Omar Saucedo
Edición: Moisés Rodríguez
Diseño: Edgar de la Garza
“Munra” se levanta la playera, sin pudor y, sin pudor, me enseña la zeta que tiene marcada en la amplitud de la espalda.
Y me enseña su oreja rajada a la altura del lóbulo.
Dice que fueron los zetas.
Con una navaja.
Por no trabajar con ellos.
En Nuevo Laredo.
“Oye ‘Munra’ enséñame la espalda”, le pido, “¿donde me marcan la zeta?”, dice como si nada y como si nada se alza la playera.
“O sea, te marcan su poder, aunque no seas de ellos, te señalan como si fueras de su bando”, dice.
“¿Te pegaron ‘Munra’?”, le pregunto, “unos tablazos aquí y aquí y aquí y aquí y aquí, namás que sin llorar”, dice.
“Munra” es así: moreno, alto, ni flaco ni gordo, tiene el cabello crespo y esponjado, una barba de varios días, la ropa chamagosa y huele a sudor rancio.
“Munra” es un indigente, un vagabundo, un trotamundos que apareció de repente, de la nada, en las calles de San Pedro, Coahuila, pero ya hablaremos de eso.
Hace un rato que estoy con él, sentado a la mesa de un Oxxo del centro de San Pedro, saboreando un pollo rostizado, es la hora de la comida y”Munra” y yo estamos comiendo.
La gente que entra y sale de la tienda nos mira como a dos rarezas de feria, un par de chalados comiendo pollo en un Oxxo, se ríe y sigue de largo.
“Munra”, diría yo, que es como un niño grandote, habla y actúa como si se hubiera quedado atrapado en su primera infancia, después sabré por qué.
“¿Tomas ‘Munra’?”, lo interrogo. “Puro café con leche y licuados, pa ¿cómo se llama?, pa estar en buen estao…”, responde “Munra”.
Semanas atrás los habitantes del pueblo de Patrocinio, un ejido situado a cuatro kilómetros de San Pedro, Coahuila y mundialmente famoso gracias a los recientes hallazgos de restos humanos, me habían contado de un hombre llamado Ramón, que andaba con una zeta macada en la espalda y una oreja mocha.
Había aparecido, como por generación espontánea, así, de la nada, en el rancho.
Parecía un buen chico y los lugareños le habían tomado cariño y adoptado como un hijo más.
Que venía de Nuevo Laredo, les dijo.
Y la gente vio que era respetuoso, obediente, trabajador.
Sabía cortar leña, hacer carbón de mezquite, pizcar.
Le gustaba la labor.
Pero era algo estrafalario.
Seguido lo miraban caminar sin rumbo por la aldea, hablando solo, echando maromas y simulando con manos y boca, como si disparara una ametralladora "pumpumpum", en un combate.
Ta malito de su mente, se dijeron los de Patrocinio.
Un día Ramón desapareció del pueblo así como había llegado y ya no lo volvieron a ver.
Algunos aseguraban haberlo visto merodeando por las calles del centro y la periferia de San Pedro, pero...
Hasta una tarde que con ayuda de “El Pitbull”, un oficial gordo y chaparrito de la policía sampetrina, encontré a Ramón en el populoso mercado “Benito Juárez”, de San Pedro.
Ramón, estaba sentado afuera de la carnicería “Juan de Dios”, frente a una vieja máquina de videojuegos, --a Ramón le gustan los videojuegos--, hablando solo, con los ojos clavados en la pantalla, embebido, moviendo la palanca frenéticamente y frenéticamente golpeando botones.
Parecía un chiquillo de cinco años.
El ruido ensordecedor de la máquina llenaba su espacio vital.
Jugaba "The King of Fighters", un juego pasado de moda, que, tal vez, Ramón jugó en la tiendita de la esquina de su barrio, cuando salía de la secundaria, allá en Nuevo Laredo.
La dependienta de la carnicería “Juan de Dios”, una muchacha que me había visto llegar con el fotógrafo y abordar a Ramón, se puso brava:
Que qué queríamos, que si venimos por él, que a dónde nos lo íbamos a llevar.
Esta escena se repetirá varias veces, en otros lugares, con otra gente.
Y yo me di cuenta de que en el mercado “Benito Juárez”, como en los alrededores de San Pedro, a Ramón todos lo quieren.
Viene aquí a diario, se pone a jugar en las maquinitas de a peso durante horas, sin molestar a nadie, y la gente del mercado, que le ha tomado afecto le da un taco, un refresco, unas monedas.
“Pide la hora, pero ya sabemos que cuando pide la hora es que quiere comer y aquí lo sentamos. Llega ‘¿tienes hora?’, le decimos ‘sí, es tal hora, ¿quieres comer?’ y dice ‘sí’. Ya se sienta, ‘¿qué quieres comer?’, dice ‘lo que tú quieras’, ‘no pos tú dinos’, y ya él nos pide”, me dirá Gabriel Soto López, el encargado de una fonda del “Benito Juárez”.
Mira si será buena la gente de San Pedro, pienso yo.
Hace ya tres años que lo ven rondar por aquí.
Saben que se llama Ramón y de cariño le dicen “Munra”, quién sabe por qué.
Pero en San Pedro todos lo conocen como el hombre que lleva una zeta marcada en la espalda y tiene una oreja mocha.
¿Que cómo llegó aquí?
Sólo Dios sabe.
A las 14:00 horas de una tarde sofocante el mercado es un hervidero de gente que va y que viene con las compras, música norteña a todo vuelo, olor a guisados, a verduras, especias y vendedores gritones por todas partes.
“No te puedo dar mi nombre ni nada, son cosas del Ejército, pero son cosas del Ejército de Dios, es que como ya es la venida de Dios, que es el Espíritu Santo y Jesucristo, no te puedo decir verdades, hasta que venga Dios y aclare todo esto”.
Me dice “Munra” y yo me quedo pasmado.
-¿Aclarar qué?
-O sea, es que son santos que traigo dentro del cuerpo, namás que esos santos no pueden ser identificados, no los puedes sacar en la tele…
Dice “Munra”, y yo pienso que no estoy dispuesto a esperar hasta que a Dios le dé la gana venir para contar su historia.
“Los santos no te tienen confianza”, dice “Munra”, “¿y como qué debo hacer para ganarme la confianza de los santos?”, le pregunto, “los santos ya no vienen, ya se fueron”, responde.
Con los días los santos se apiadarán de mí y aflojarán un poco.
Y “Munra” me confiará que se llama Ramón Rocha Téllez, que es de Nuevo Laredo, Tamaulipas, de la colonia Nueva Era, Privada 22 D, número 22; que tiene 24 años, que estudió hasta primero de secundaria en la Técnica 47, que fue militar, que trabajó vendiendo flores, que un amigo que se llama Arnulfo, y que le dicen “El Pitufo”, lo trajo a San Pedro, pero que ya se fue; que tiene hermanos en Laredo a los que hace mucho no ve, que ya no tiene mamá y que su papá, un soldado, se murió cuando recién nació él, pero que él lo revivió.
“Yo lo saqué del pozo con el Espíritu Santo. Me lo mataron, namás que a ese soldao ya lo reviví, lo reviví, como soy santo y soy una obra de Dios, lo llevo dentro del cuerpo”, dice Ramón.
La gente de San Pedro dice otra cosa:
Dicen que Ramón andaba mal, que andaba con los malos, que era sicario, que lo torturaron los zetas y que por eso quedó mal de la mente.
Dicen que Ramón habla solo y seguido anda por el mercado echando balazos ficticios con su metralleta etérea "pumpumpum".
Dicen que Ramón sabe mucho de futbol, le va al Cruz Azul y se conoce a todos los jugadores del equipo y sus puestos.
Y dice que Ramón es un experto en armas, pero que es buen muchacho.
No es agresivo ni grosero.
Nunca habla malas palabras.
Duerme donde lo agarra la noche.
Y camina y camina y camina por la orilla de canales y carreteras.
A veces platica.
“Sí tengo mi papelería y todo, pero la tengo en secreto y es con el Ejército Mexicano de Tamaulipas, o sea con el de Nuevo Laredo, namás que no se puede saber…”.
Está diciendo Ramón la tarde misma en que nos conocemos, entre el tufo del menudo fresco de las carnicerías y el olor dulzón del jitomate y el apio de las verdulerías, en el “Benito Juárez”.
Después Ramón me habla, como en delirios, de enfrentamientos de grupos armados, con soldados de
Dios. Un ejército santo que vino de Tamaulipas a salvar a Coahuila.
-¿Quién era ese ejercito Ramón?
-El Cartel del Golfo, pero no eran malandrines, me cuidaban a mí, que nadie se me acercara para hacerme hechizos o así, que no anduviera mal, en los vicios, o sea namás me iban cuidando. A veces se la tenían que rifar por mí en Tamaulipas. Era un ejército santo, pero ya falleció.
Dice Ramón y los marchantes que pasan a nuestra vera nos miran con morbo, sonríen y se van.
De pronto Ramón se enfrasca en un monólogo inconexo.
Cuenta de federales rafagueados por el ejército santo y de personas dejadas en bolsas negras.
“Pero esas gentes le hacían males a personas buenas, a la sociedad, o sea eran delincuentes. Gobiernos que no quieren entender al de arriba, o sea que andan mal por delincuencia organizada, o así. Muchas veces la municipal anda más mal que el Ejército y la Marina, anda así en delincuencia organizada”.
Y yo me pregunto si esas cosas tremebundas de las que habla Ramón, son producto de su pura fantasía o si en realidad tienen algo que ver con su pasado.
-¿Por qué viniste a San Pedro Ramón?
-A ver si venía Dios.
Ramón está vestido con una sucia playera gris, letras blancas y amarillas al centro que dicen “UC Gauchos Santa Bárbara”; un chamagoso pantalón caqui y unos zapatos hechos polvo.
DEL COMIC A LA VIDA REAL
Pero Ramón ya no es Ramón ni “Munra”, se ha metamorfoseado de repente en Goku, el héroe de Dragon Ball Z.
“¿Si has visto la serie verdad?, - dice Ramón - ¿donde salgo con dos secuelas?, pero me las quitan. Es Buu y Majin Buu, es Dabura, Satanás, o sea que está aquí, ya le habían dicho que no me molestara. A Dabura, que es Satanás, se lo van a llevar con el Espíritu S anto, o sea allá con el de arriba”.
Más tarde Celso Ramírez, el dependiente de un puesto de comics del mercado, me dirá que a Ramón le apasiona Dragon Ball Z.
“Los anda mirando y te los conoce eh, te los conoce de nombre y todo. Nunca me dice nada, pero sí se queda un rato viendo todos esos personajes. A veces me pregunta que a cómo los doy”.
Intento regresar a Ramón al mundo real, a San Pedro, Coahuila, al Mercado “Benito Juárez”.
-¿Quién te enseñó de armas Ramón?
-Lo llevas de sangre, de psicología, o sea como soy hijo de un soldao mexicano, hijo de un soldao, soldao…
De vuelta a la tierra Ramón y yo vamos caminando por el centro de San Pedro, rumbo a una pollería.
Es la hora de comer y Ramón y yo tenemos hambre.
La gente que pasa en bicicleta o a pie por la calle saluda a Ramón.
“Eh Ramón”.
“Ramón”.
“Ramón”.
“Ya la gente lo tiene identificado como un miembro más de la sociedad sampetrina. Nomás lo ven y ‘Ramón’, pero él anda ahí en sus rollos”, dirá Javier Onofre Vázquez, operador de la Cruz Roja de San Pedro.
Ramón comienza a delirar otra vez y habla de un oro, de un dragón, del diablo, de un monstruo, de los zetas, del Cartel del Golfo, de hechizos, de engaños maléficos, de aviones, de Heriberto Lazcano Lazcano, de Osiel Cárdenas Guillén, de policías, de levantones, del ejército santo, de malandros disfrazados de soldados, de que ya viene Dios, de Dragon Ball.
“¿Has visto las caricaturas de Dragon Ball Z?, pos esas caricaturas sí existen, nomás que no los pueden sacar en monos grandes porque se asusta la gente“, dice.
Y dice que él es tan poderoso que puede provocar un tornado, como el de Ciudad Acuña, o un sismo, capaz de matar gente en seis segundos, con solo poner los dedos en cruz.
Y yo siento que tengo que hacer algo, detenerlo, distraerlo, antes que se le ocurra cruzar los dedos y suceda una hecatombe en San Pedro.
-¿Tú de qué vives Ramón?
-De lo que me dan, lo que saco de trabajar.
-¿Y en qué trabajas?
-En las labores.
-¿Dónde?
-En las labores de aquí de los ranchos, pero no, no te puedo dar información de esos ranchos.
-¿Y qué haces allí?
-Sembrar, sacar melón, pizcar algodón y todo eso. Yo sé cómo se hace el carbón negro…
-¿Cuánto te pagan?
-80, 90 pesos, al día.
Seguimos andando.
Por el centro de San Pedro, entre el rugir de motores y los negocios de ropa vomitando gente y cumbias pegajosas a toda pastilla, Ramón no para de desvariar.
Ahora me está contando de una mujer, hija de Satanás, que le robó vidas por medio de sus anteojos.
Y yo no sé si me estoy volviendo loco o es que comienzo a acostumbrarme a sus fantasías.
-¿Dónde vives Ramón?
-Por ái. Tengo ubicaciones donde quedarme, pero no te las puedo dar.
-Me gustaría conocer tu casa. Llévame.
-No puedo decir dónde vivo. No se puede saber eso en la tele ni nada.
-¿Por qué?
-Se enoja Dios conmigo después.
Y parece que los santos se me han puesto otra vez rejegos.
Más tarde “El Oso”, un campesino del ejido Tacuba, me contará que algunas gentes han visto a Ramón quedarse debajo de los puentes que están para el pueblo de Porvenir, cerca de Patrocinio.
El sol en picada, Ramón y yo estamos comiendo pollo en un Oxxo del centro.
Ramón me está contando de cuando estuvo en el Ejército que lo levantaban a las cuatro de la mañana, lo ponían a entrenar box y luego a hacer ejercicio.
“Sabe de armas. A veces que tiene lucidez te dice, ‘esa arma que traes tú es un escopeta 12, de tantos tiros y se maneja así’. Y dice ‘esa arma que traes tú es una AR – 15, de balas…’, siempre y cuando tenga lucidez”, dirá “El Pitbull”, un policía municipal de San Pedro.
”¿Es bonito Laredo?”, le pregunto a Ramón y parece que le ha venido de pronto uno de esos como chispazos de lucidez de los que habla “El Pitbull”.
“Sí es bonito, pero cuando yo vivía en Nuevo Laredo no había pleitos ni nada, solamente llegaban personas de fuera o así y te daban trabajo. Te pagaban unos 800 ó 500 pesos. Era gente muy buena, pero esa gente ya falleció. Empezó a haber violencia…”.
-¿Cómo era tu madre Ramón?
-Chaparrita, pelo largo, enojona.
-¿Te acuerdas a qué jugabas de niño?
-A los carritos o salía a dar la vuelta.
-¿Tuviste novia?
-Sí he tenido novias, pero nunca les he faltado al respeto ni nada. Puros besos así. ¿verdá?, puros besos, pero no tocarlas, no…
En eso, no sé por qué, recuerdo la primera vez que oí hablar del hombre con la zeta en la espalda y la oreja rajada.
Fue en el ejido Patrocinio, municipio de San Pedro, una de las rancherías donde, según la gente, ha vivido Ramón.
“Al rato eso se sabe con el de arriba, al rato se sabe quién quemaba a esa gente y al rato le da cuello la Marina”, dice Ramón.
“Cuéntame de Patrocinio Ramón”, le pido, “ahí me quedé unos días, pero nunca hice nada de eso. Yo hacía leña y la vendía”, dice.
Después deja sobre la mesa el muslo de pollo que traía entre dientes, se para, se vuelve, se arremanga la playera, enseña la zeta que lleva marcada en el espinazo y dice que a esos narcos ya los mató el ejército.
MUY QUERIDO EN EL MERCADO
Otra tarde regreso al mercado a buscar a Ramón.
Voy hasta su rincón favorito, la máquina de videojuegos que está a las afueras de la Carnicería “Juan de Dios”, pero no lo encuentro.
Recorro los pasillos del “Benito Juárez”, anegados de olor a carne cruda y verduras, pero no está,
Pregunto a los vendedores, a los marchantes, pero nadie lo ha visto.
En cada puesto que asomo las narices escucho una historia distinta de él.
-Es muy buena persona.
-A veces llega ái y le dice uno ‘pos ándale tómate una soda’.
-Viene y se mira en el espejo.
- Platica con nosotras, a veces nos pregunta que cómo estamos con los novios o que nos miramos muy guapas o que anda en la nuez.
-Una vez lo quisieron echar en la tele, una señora, que porque supuestamente le quiso arrebatar su bolsa, pero no es cierto.
-Necesita ayuda y creo que sí se alivianaría porque no está muy dañado como otras personas que andan aquí y que están más mal de su mente.
-Es que no es malo, si fuera malo no lo quisiéramos.
-En Tacuba. Allí sí le pueden contar toda la historia de él, Pregunta por un mentado el “Oso”.
A LA BUSCA DEL OSO
En el solar arbolado de la casa de “El Oso”, ejido Tacuba, hace una mañana templada.
“El Oso”, un señor bajito, moreno, llenito, sesentaitantos años, me cuenta que Ramón llegó a Tacuba hace unos cinco años.
Venía con una familia de Nuevo Laredo, que después se fue y lo dejó aquí, abandonado.
Entonces la gente de Tacuba le prestó una casa para que viviera, lo enseñó a pizcar, a cortar leña y le dio trabajo en sus labores.
“De todo andaba él, donde lo ponían trabajaba. Nomás le decía ‘mira Munra, hazme esto’, decía ‘sí’”, dice “El Oso”.
Hasta que hace algún tiempo, por un conflicto familiar, una mujer lo echó de Tacuba.
Fue cuando Ramón empezó a rodar por las calles y las aldeas de San Pedro.
“Una mujer aquí levantó firmas pa correrlo”.
-¿Por qué?
-Tenía una muchacha la señora y lo volaban con ella. Al último el chavo la agarró en serio y ándele que… Quién sabe cómo le harían pa correrlo y ái anda el chavo. Yo me lo he querido trái, pero ¿dónde lo meto aquí, es pura familia?.
Dice “El Oso”.
Y dice que teme que la calle haya cambiado a Ramón.
“No sé qué ondas agarrará ahorita ya. A lo mejor en el tiempo que anda libre pa allá y pa acá ya no es como antes”.
Más allá Alejandro, otro vecino de Tacuba contará “le decía yo ‘eh Ramón cuando tenga ganas báñese, ahí está el baño. Cámbiese, rasúrese. Allá solo anda a veces todo mechudote, barbón”.
Consuelo, una lugareña, compartirá que: “yo sé que se crió con su abuelita, que vendía ramitos de flores en las calles. A veces decía Ramón, ‘es que ando juntando pa ir a ver a mi abuelita que ya está muy viejecita’”.
Y Hortensia, una campesina, platicará que, “a veces me lo encuentro en el mercado le digo ‘Ramón’, ‘Tencha’, me dice, le digo ‘ten Ramón, córtate el pelo’, le doy 25 pesos y dice ‘sí gracias’”.
CORRERÍAS POR SAN PEDRO
Noche cerrada.
Estoy con Luis Fernando Verdú Fernández, director de Protección Civil de San Pedro, platicando de “Munra”.
Dice que ya le ha tocado recogerlo varias veces por el rumbo las vías del tren y llevado a la Avenida Coahuila.
“Ahí se baja y se va caminando, da la vuelta en una calle. Nunca nos dice en sí a dónde va, él se baja y se mete a unas calles cerca de La Vega y ahí se queda”.
Es mediodía y el sol se desploma como una plancha hirviendo sobre La Vega.
Cuando Ramón llegó aquí por primera vez, dijo que lo había mandado Dios, me cuenta un chiquillo.
Venía pidiendo un vaso de agua a cambio de barrer la banqueta, lavar el carro o cortar el zacate.
Y la gente le dio comer, le cortó el pelo, le prestó la ducha y le regaló ropa limpia.
Andado los días Ramón acabó por quedarse en La Vega.
La gente lo miraba vagabundear por el barrio o tomar la siesta debajo de unas bancas de cemento que hay en la acera de la casa de Dora Alicia Rodríguez Mata, una vecina.
“Nosotros lo bañamos y le cortamos el pelo… Es muy buen muchachito, lástima que esté enfermito de su cabeza”, dice Dora.
-¿Cómo llegó aquí?
-De la noche a la mañana lo miraba que pasaba y dije ‘¿ese muchacho qué?’, ya llegó y se acercó y le dije ‘oyes, ¿no quieres comer?’, fue cuando empezó a agarrarnos confianza y nosotros a él.
Mi última tarde en San Pedro, Soledad Rodríguez, la dueña de un puesto de comida en la Plaza Principal, dice que ya ha tratado de convencer a Ramón para que se regrese a Nuevo Laredo con su familia, pero que no quiere.
“Le dije ‘¿cómo ves si te juntamos para que te vayas?’, dice ‘no’, le digo ‘¿por qué?’, dice ‘porque yo tengo una misión aquí y pos esa misión no sé cuándo se va a cumplir’”.
La búsqueda
Semanario trató de contactar a la familia de Ramón Rocha Téllez en Nuevo Laredo, a través de la presidencia municipal de aquella localidad.
Los comisionados por la autoridad para visitar el domicilio proporcionado por Ramón en este reportaje, (Privada 22 D, número 2, colonia Nueva Era), informaron que en dicha dirección encontraron a una mujer de nombre Cleotilde Téllez García, de 89 años de edad, quien dijo ser familiar de Ramón y no saber de él desde hace 10 años.
Según el reporte del Ayuntamiento de Laredo Cleotilde, que es cuidada por su nuera María Amparo González Rivera, está gravemente enferma de una afección en la nariz, que la mantiene al borde de la muerte, y vive en condiciones precarias