El último round del ‘Zurdo’ Piña

El hombre que fuera la gloria del boxeo en Coahuila, el que a puño limpio formó a grandes boxeadores, hoy enfrenta la más dura de las batallas, pelear por su vida.

Por Jesús Peña
Fotos y video Omar Saucedo
Edición Kowanin Silva
Diseño Edgar de la Garza

Fue la sangre de toro.

Su esposa, doña Lupita Ramírez, dice que fue la sangre de toro que el “Zurdo” Piña se bebía, allá, cuando era chamaco y trabajaba de matancero en el rastro de Ramos Arizpe.

Fue por la sangre de toro que el “Zurdo” se tomaba, calientita, después que hacía enojar al animal, lo picaba por el cuello y ponía las manos en forma de guaje bajo el chorro para bebérselo de un sorbo.

Entonces, piensa doña Lupita, fue que al “Zurdo” le vino lo atrabancado, lo alebrestado, lo broncudo, lo corajudo que era; su sed de grandeza y su hambre de triunfo.

Como un toro bravo.

“Cuando me subía al ring siempre me decía ‘¿ves toda la envidia que me tienen?, ¿ves que no me quieren?, ¿ves cómo me está viendo el hijo de perra de Ismael Torres, “El Negro” Torres, “El Negro” Santana, Óscar Soberón? No me quieren. Mira cómo se me quedan viendo ¿Qué me ves?, chiga tu madre’. Estaba arriba del ring, rayándole la madre a los que estaban a sus alrededores y me decía ‘no quiero decisiones Beto, no quiero que vayas a perder por una mala decisión. Yo quiero nocauts’”, me dirá José Alberto Alemán Salas, el mayor entre los discípulos del “Zurdo” Piña y gloria del boxeo estatal.   

Más valía que los pupilos del “Zurdo” no llegaran tarde a los entrenamientos, porque entonces sí, al “Zurdo” le salía lo bravo.
“Nos citaba a las 6:00 de la mañana. Si alguien llegaba a las ocho y media le decía ‘tas jodido, no te voy a entrenar, pinche güevón. Véngase temprano. Yo estoy aquí desde las 6:00 de la mañana. Ocho y media, mira, mira, mira, mira ni que te estuviera cogiendo, ni que me estuvieras dando las nalgas. Vamos a chingar su madre’. Los corría”, dirá Marco Antonio “La Chivita” Rojas, uno los mejores púgiles que formara el Zurdo.

Decía que hacía enojar al toro y luego lo picaba y se tomaba la sangre, cuando ya lo mataba, la sangre caliente del toro, por eso yo digo que es muy bravo, que fue muy impulsivo, y, mire, ya traen todos mis hijos la sangre esa, si hasta mis niños chiquitos”.
Ma. guadalupe, esposa de "El Zurdo" Piña

Pero entonces el “Zurdo” Piña no era el “Zurdo” Piña, era Antonio Marcelo Piña Cortez, un muchacho chaparro y enclenque, moreno, de cabellos oscuros y lacios, como un hongo, que hacia mandados en la calle para ayudar a su madre doña Ernestina Cortez Gutiérrez, una señora dura y malhablada, que se cambiaba el orden de sus apellidos, Cortez Gutiérrez, por Gutiérrez Cortez, según anduviera de humor.   

“Tenía fuerte carácter como él y era malhablada, pero malhablada, decía ‘¿qué me ves?, no te estoy pidiendo nada’, por cualquier cosita, noooo, cállese. Les digo que era un cerillo”, me contará más tarde Socorro Piña, la hermana del Zurdo.

Su padre, Manuel Piña Vélez, que siempre vivió separado de la familia, por tener otra familia, había sido un revolucionario villista que terminó sus días a los 102 años, trepado a sus almohadas, creyendo que era el caballo.   

Entonces el “Zurdo” Piña, (26 de enero de 1942), vivía en el barrio del Pilote de Ramos Arizpe, en una casa de dos cuartos de adobe, con piso de tierra; compartía cama y comida con sus siete hermanos, jugaba al béisbol con bates hechizos y pelotas peloteadas y le gustaba agarrarse a guamazos con los párvulos de la cuadra.

Ya era peleonero el “Zurdo” Piña, pero acarreador, servicial, dice Socorro.

“No fue envidioso, fue muy acarreador, no faltaba qué le llevara a mamá de lo que él conseguía en la calle. Tenía una maestra que se llamaba Lolita, ella lo quería mucho, porque era muy servicial. Nunca les agarró ni un cinco ni un peso ni nada. Hacía los mandados y le daban y lo que le daban se lo llevaba a mamá”.

Hasta que en una de esas el “Zurdo” se perdió, se fue de la casa, del barrio, del pueblo, sin avisarle a nadie, se perdió.
Tenía entonces 12 años.

Su madre, sus hermanos, lo buscaron por caminos, por pueblitos, pero nada, no lo encontraron.
A Ernestina se le acabaron las lágrimas de llorar.

Cinco años después el dueño del puesto de periódicos del barrio, llegó a la casa de Ernestina con una ejemplar de la emblemática revista “Ring Mundial”, en la que aparecía una fotografía del “Zurdo”, vestido de guantes y calzón, al término de una palea en la ciudad de México.

“Le dijo el señor a mamá ‘mira Ernestina, aquí viene Toño, él está bien’”, cuenta Socorro
Cuando el “Zurdo” regresó a Ramos Arizpe el barrio lo desconoció.

La cara del “Zurdo” había cambiado, ahora era la de un adolescente de 17 años.
El “Zurdo”, les contaría después, había vivido durante algún tiempo, mientras su familia lo creía perdido, en casa del boxeador, entrenador, árbitro y promotor boxístico tamaulipeco, José Suleimán Chagnón, en la ciudad de México.

Allá fueron sus primeras peleas y su encuentro con figuras del pugilismo mundial como  “Mantequilla” Nápoles y Rubén “El Púas” Olivares.

“Me decía que había esparriado con Rubén Olivares, dijo ‘yo esparrié con el pinche Púas, pero ay hijo de su pinche madre, tiene una pegada, pero cabrona, nomás me torcía las pinches quijadas pa un lado y pal otro’”, recordará Marco Antonio “La Chivita” Rojas.   

Esa no sería la última vez que el “Zurdo” pisaría la capital buscando saciar su sed de triunfo y su hambre de grandeza.   

La segunda fue después que se casó con Lupita, en 1964, pero sólo aguantó pasadito un año y se retachó, porque, dice Socorro Piña, la hermana del “Zurdo”, su mujer no quiso seguirlo.

Al “Zurdo” le gustaba el box, quería ser un grande, ser alguien, como los boxeadores de mucho nombre.
“Después lloraba mucho porque Lupe no se quiso ir y agarró un tiempo la tomada”.

Su esposa orgullosa, ayuda a contar la historia del mejor boxeador que haya dado Coahuila, mientras 'El Zurdo' pasa sus últimos días con la mirada perdida en un sofá.

Lupita, la señora del “Zurdo”, dirá más tarde que “no me gustó andar fuera de mi ciudad, con mis hijos. Teníamos un niño por año. Se me hacía a mí difícil llegar a otra parte sin conocer a nadie”.

Son las 12:00 de una tarde más bien húmeda, en el barrio del Ojo de Agua, calle Libertad número 1123.

La puerta se abre y deja ver al fondo del comedor a un hombre de mechones nevados, la cabeza baja, las manos trémulas, que está sentado a la cabecera de la mesa, sorbiendo de una cuchara los fideos que hay en un plato hondo, de cerámica.

-¿Es el “Zurdo” Piña?

-Es el “Zurdo” Piña.

La mujer que acaba de abrir la puerta y ahora me invita a pasar se llama María Guadalupe Ramírez García, y es la señora de Piña: 52 años de casados, ocho hijos, 27 nietos, tres bisnietos. Al menos, oficialmente.

El otro récord del ”Zurdo”, el de boxeador, dice: 136 peleas profesionales, 114 ganadas, un infarto cerebeloso y una embolia que lo han dejado casi ciego, sin poder caminar, con el lado izquierdo de su cuerpo paralizado y la memoria extraviada.
A sus 74 años de edad, 54 en el mundo del boxeo, el “Zurdo” Piña está noqueado y en la lona.

A sus 74 años de edad el “Zurdo Piña” ya no es ni la sombra de lo que fue.

No tiene casa ni coche, tampoco cuentas bancarias ni negocios, porque nunca los tuvo.
Vive pobre y diabético
.
“Del box no le quedó nada, realmente no ganó nada en el box. Nada, nada. La casa no es mía, es de una hija y aquí nos tiene ella. Él, del box, no obtuvo nada”, dice Lupita.

Y dice que ella también tuvo que trabajar para salir adelante.
Vendía gorditas, tamales, enchiladas.

No fue fácil luchar por su familia.

-¿Le gustaba el trago al “Zurdo”?

-Sí, tomaba. Duró un año y medio tomado de diario y pos sí, le gustó la copita, para qué digo que no.
Dice doña Guadalupe.

Y el “Zurdo”, que sigue absorto en su plato de fideos, ni se inmuta, parece como aletargado, como ausente, como si estuviera en otro mundo.

“Pos a ver qué le puede contestar. Noooo, está difícil para hacerle la entrevista, muy difícil, porque él ya no contesta nada”, dice Lupita.

Y yo lamento, como nunca, no haber conocido antes al “Zurdo” Piña, pero me aventuro:

“Hábleme de su carrera”, le pregunto, “¿eh?, pos puras mentiras”, responde el “Zurdo”.

Su voz suena como el eco de una catedral. 

“Que les platiques de lo tuyo, de tu niñez”, ayuda Lupita, ”aquí”, contesta el “Zurdo”, “te pregunta que dónde naciste”, “En Ramos Arizpe”, “¿calle?”, el “Zurdo” hace como si estuviera hurgando en el baúl revuelto de su memoria, se lleva una mano a la sien, se desespera, trata de recordar, pero no puede.

“Él ya no… No, ya no va a poder hacer nada”, dice Lupita, pero yo no pierdo la fe:

“¿Cuántos años se dedicó al boxeo?”, le pregunto a don Piña, “un rato”, “¿con quién se midió?”, vuelvo a atizar “con varios”, “¿con quiénes?”, “no pos… no, no me acuerdo?”, “¿tomaba usted?”, “poco”, “¿por qué?”, “pos, taba sabroso”, dice el “Zurdo”.

Sobre la mesa del comedor Lupita me está enseñando unas fotografías a blanco y negro del “Zurdo” Piña con “El Ratón” Macías, del “Zurdo” Piña con “Mantequilla” Nápoles, del “Zurdo” Piña cuando noqueo a “Kid Cocas”, en Matehuala, San Luis Potosí, del “Zurdo” Piña con José Medel, del “Zurdo” Piña en la Arena México y del “Zurdo” Piña con Simón “El Chico” Saucedo y Carlos “El Campeón” Gutiérrez, en el homenaje a “Los tres Grandes” que en 2008 les organizó el boxeador y entrenador Óscar Soberón Nakasima
“Platicaba de ‘Mantequilla’ que era una persona muy agradable, que le enseñaba a boxear. Tuvo muy buena escuela de ellos, de Medel, del ‘Púas’”, dice Lupita.

“¿Lo noquearon?”, provoco al “Zurdo”, “sí también, tuve perdidas y ganadas”, dice, “¿era usted bueno?”, “pos… más o menos?”. 
Al atardecer de otro día, el cielo empañado, estoy en la casa de José Alberto Alemán Salas, boxeador retirado, a decir de muchos la máxima obra del Antonio “Zurdo” Piña. 

Yo esparrié con el pinche Púas, pero ay hijo de su pinche madre, tiene una pegada, pero cabrona, nomás me torcía las pinches quijadas pa un lado y pal otro”.
"El zurdo" piña, gloria del boxeo, le contaba esta anécdota a su pupilo.

En el living hay trofeos, diplomas, medallas, fotografías, la trayectoria completa de Beto Alemán, como lo conocen todos en el barrio del Ojo del Agua.

“Había un boxeador que hablaba muy bien de él, Frankie Gutiérrez, él fue de su etapa y decía que el señor “Zurdo” Piña era un boxeador fajador, con poca técnica, pero con mucho corazón para competir. Era un boxeador reconocido, a nivel estatal. Nos platicaban a nosotros que en sus peleas era muy aguerrido, tenía una pegada contundente”, dice Alemán.

Y dice que a lo largo de su carrera boxística, jamás conoció a un entrenador como el “Zurdo”. 

“Recorrí casi todos los establos locales, conocí establos de Piedras Negras, de Monclova, estuve concentrado en el Comité Olímpico. No se comparaba con la disciplina que él tenía, su carácter fuerte”.

-¿Era duro?

- ‘Te dije que a las 5:00 de la mañana hijo de tu pinche madre, ¿por qué hasta ahorita? Vienes todo empuñetado cabrón, levántate, aliviánate cabrón’.

-¿Con todos era igual?

-Desde el más chico hasta el más...

Y Orlando Alemán, otra promesa del boxeo estatal, el hijo de Alberto, y también pupilo del “Zurdo” Piña, lo tiene bien sabido.

“Me llegó a dar unos chiricuazos aquí, (se agarra la nuca), porque estaba yo acostado en el gimnasio o llegaba y me sentaba a ver a los demás entrenar, ‘párate cabrón güevón, no haces caso’, me ponía a correr, me ponía las vendas y me daba una chinga”.

Severo Balderrama, entrenador de box desde hace 30 años, dueño de un gimnasio de barriada que queda por la colonia Bellavista, evoca una escena recurrente durante los entrenamientos del “Zurdo” Piña.

“Llegaba un chavillo y pateaba el costal, le decía Piñita ‘no muchachito, no le pegues al costal. Te chingas la pierna, te chingas el costal y chigas a tu madre’”.

“¿Cómo era físicamente don Piña en sus mejores tiempos”, le preguntaré después a Mario Gutiérrez Aguilera, otro talento del pugilismo local, ahora entrenador.

“Estatura mediana, se miraban sus brazos muy fuertes, muy trabajados, mucho ejercicio, mucho trabajo de ese duro”.
-¿Cómo lo pintaría?

-Un manager que se ha destacado por traer boxeadores de alto nivel, como Alberto Alemán, uno de los prospectos más fuertes que traía él aquí en Saltillo.

A las 4:00 de otra tarde, las calles del barrio del Ojo de Agua revolviéndose a más de 30 grados, el “Zurdo” está sentado con la cabeza baja en el sillón del pequeño recibidor, pletórico de preseas y de fotos, las pocas presas que doña Lupita, dice, alcanzó rescatar.

En una de las fotos, vertical, tamaño póster, veo a un “Zurdo” Piña muy joven, rozagante, musculoso, 19 años a lo mucho, en posición de guardia, el torso desnudo, calzón y guantes de boxeador.    

“¿Era guapo don Piña?”, le pregunto a Lupita, “pos sí, sí estaba guapo mi viejo, pa qué digo que no si sí. Se me hizo un amor. Después se descompuso. Ya a estas alturas el Piña que yo conocí no es, no es. Cambió demasiado su carácter. Muy duro, muy duro con mis hijos”.

-¿Le pegó?

-No, jamás ni a sus hijos tampoco, pero era muy estricto.

Doña Lupita está contando que de chico, 15 ó 16 años, el “Zurdo”  trabajaba de matancero en el rastro de Ramos Arizpe y le gustaba tomarse la sangre de los toros, después de sacrificarlos.

“Decía que hacía enojar al toro y luego lo picaba y luego se tomaba la sangre, cuando ya lo mataba, la sangre caliente del toro, por eso yo digo que es muy bravo, que fue muy impulsivo, y, mire, ya traen todos mis hijos la sangre esa, si hasta mis niños chiquitos”.
Dice doña Lupita y me señala a Christian, ocho años, chaparrito, blanquito, llenito, uno de sus bisnietos.

“Los abría, de aquí, cerca del cuello, ahí ponía las manos, salía calientita la sangre”, está diciendo el “Zurdo”.
-¿Para qué se la tomaba?

-Pos… me hacía fuerte.

Dice el “Zurdo” y vuelve a sumirse en su eterno letargo.

Le pregunto a Lupita que si alguno de sus hijos siguió los pasos de don Piña y dice que no, que no les gustó, pero que todos heredaron la pegada dura de su padre.

“Son muy buenos para palear, ya lo traen en la sangre, son hijos de Piña. Ya saben a lo que se van a atener, tienen una pegada dura, con uno tienen pa noqueárselos”.

-¿Lo acompañó a sus peleas?

-Yo casi no anduve con él en sus peleas, casi no me inmiscuí en su deporte porque a mí no me gustaba que anduviera ahí, pero era su vida, su gusto de él.

Del box no le quedó nada, realmente no ganó nada en el box. Nada, nada. La casa no es mía, es de una hija y aquí nos tiene ella. Él, del box, no obtuvo nada”.
Lupita, esposa.

Marcela Guadalupe, una de las nietas del “Zurdo”, se acerca y empieza a acariciar suavemente los cabellos blancos y lacios de su abuelo.

“Él nos sacaba a pasear, a comer, donde quiera andaba con nosotros, siempre caminando. Nunca nos traía en la combi, nos hacía que camináramos, y siempre que salíamos con él todo mundo lo saludaba y todo mundo lo conocía, parecía el presidente.

-¿Platicas con él?

-Siempre que vengo le digo que lo amo, que le eche ganas, que qué le duele, que qué quiere que le compre. Mi Papá Pan.

-¿Por qué Papá Pan?

-Porque siempre nos traía bolsas de pan y por eso para todos sus nietos es Papá Pan

“¿Ya le vieron el tatuaje que trae aquí?”, pregunta Marcela, “vamos a enseñarles su tatuaje”, dice y descubre el brazo  del “Zurdo”: una corona, unos guantes de box y abajo “Lupe”.      

-¿A ti tampoco te gustó el box?

-Sí, y me pienso meter. por condición, por defensa y más por mi Papá Pan.

“Ponte en guardia mijo… Al box”, dice Lupita,

“A ver, ponte en guardia Piñita ¿Cómo te ponías cuando ibas a pelear?, sobres, échale Piña, ¿cómo le dabas?”, lo azuza Margarita, la hija más chica, el “Zurdo” está de pie, con los puños arriba, posando para la cámara de Vanguardia.

Margarita dice que todo el problema del “Zurdo” es de la cabeza, por los golpes, por tanto golpe que recibió, y repite una profecía terrible hecha por los médicos:

Que en el corto plazo al “Zurdo” se le va acabar la vista, va a perder el habla, la noción del tiempo y no va reconocer a nadie ni a su propia familia.   

Un currículum del “Zurdo” Piña diría esto: que trabajó en varias panaderías de Ramos Arizpe, en la Coca – Cola, de repartidor; en Artefactos Laminados de Saltillo y en Rutas Urbanas, de chofer, pero sobre todo diría que entrenó, por años, a cientos de muchachos que andaban metidos en cosas de pandillas, de drogas.

“Trajo muchos locos. Lo que él quería era sacar adelante a la gente y era bueno, no les cobraba nada, pero decía que no cualquiera le entraba a los chingazos, era su lema”, dirá Eduardo Enrique García Puente, “El Wachar”, otro de los aprendices del “Zurdo”.

Y dirá que todos los días, a las 5:00 de la mañana, el “Zurdo” pasaba chiflando por las calles del barrio del Ojo de Agua, llamando a sus muchachos para llevarlos a entrenar.

“Llegaba siempre al ojito de agua, al Cristo, decía una oración y de ahí partíamos”, dirá “El Wachar”.
-¿Qué pandillas rifaban entonces?

-En ese entonces “Los Aterrados”.

-¿Era brava?

-Bravísima, se juntaban aquí en la esquina, se drogaban con resistol, mota y todo eso.

De vuelta a casa de doña Lupita, el “Zurdo” Piña parece más lúcido que otras veces.

“¿Quién lo metió en el box?, lo interrogo, “unos cuates”, contesta.

“A mí lo que me ayudó mucho fue la pegada, que pegaba muy duro”,dice Piña sin que le pregunte.

- Cuénteme del “Mantequilla” Nápoles

-Pos me enseñó mucho, me enseñó mucho. Yo estaba novato de a madre.

-¿Qué le enseñó?

-Me daba consejos, consejos.

-Platíqueme de su vida

-Muy dura, muy dura, porque necesitaba pelear, pa ganar dinero y mantenerme. Muy fregada estaba la cosa.

Doña Lupe me trae a enseñar un camioncito de madera con los logos de la Coca– Cola, recuerdo de cuando el “Zurdo” trabajaba de repartidor.

Después me trae la bata con la que el “Zurdo” empezó a boxear, hace como 50 años.
Una verdadera reliquia familiar.

“Perdón, ¿ese reportaje de qué es?, perdón”, vocifera de repente el “Zurdo”, le digo que es para Vanguardia, “no, está bien, muchas gracias que vinieron”, dice.

Entonces le platico a doña Lupita de una vieja leyenda que aun ronda los gimnasios de la ciudad, sobre la supuesta afición del “Zurdo” Piña por las mujeres.  

“Sí, era mujeriego, pero nunca lo anduve yo hostigando ni cuidando ni celando. O cuidaba a mis hijos o lo cuidaba a él, ¿cómo le hacía? Mejor cuidaba el montón que tenía”.

“¿Subían guapas muchachas a las Rutas Urbanas?”, le pregunto al “Zurdo”, “uh bastantes, pero no quiero decir porque aquí está la leona”, responde Piña y su esposa le revira, “mucho miedo has de tener, ya qué te puedo hacer, ya no te defiendes, no te quitas uno, yo te noqueo, pero con las pastillas eh, te mando a la lona”. 

La carcajada es unánime.

Una mañana, el sol lagañoso, estoy en el gimnasio de Beto Alemán, muros impolutos tapizados de fotos del campeón y cuadros de la Viren de Guadalupe, con Orlando Alemán, Orla, 16 años, su hijo mayor.

Orla, me está contando que las chamacas que iban a los entrenamientos del “Zurdo”, tenían trato preferencial.

“A las únicas que trataba bien era a las mujeres, hasta de beso. Recuerdo que casi nunca nos ponías las vendas a nosotros, A las únicas que le gustaba vendar era a las mujeres. Era picarón don Piña. Venían mujeres y don Piña les tiraba… las chavías nomás se reían de él. Era muy cabrón don Piña les decía ‘¿cómo esta mija?, venga, yo le pongo las vendas, le ayudo a calentar’. No pinche don Piña, le decías ‘póngame las vendas’, ‘no, chinga tu madre cabrón’”.

-¿Te daba consejos?

-Que le echáramos ganas, que para qué queríamos ser unos inútiles inservibles, si podíamos hacer más cosas en nuestra vida. Le gradezco mucho a don Piña porque me enseñó muchas cosas buenas y pos… ya se le extraña.

Regreso al barrio del Ojo de Agua y encuentro al “Zurdo” como siempre, reclinado en el sillón de la sala.

Lupita me platica que anoche el “Zurdo” estuvo muy alterado, tal vez le haya hecho mal calentarse la cabeza con tanto recuerdo, piensa.

“¿Cómo está?”, le pregunto al “Zurdo” y me dice que bien, gracias a Dios.

En los días que tengo de visitarlo nunca ha dicho que se sienta mal o que le duela algo. 
-¿A quién se encomienda usted?

-Lupita

-¿Qué le pedía a ella cuando subía al ring?

-Que me ayudara a ganar, a llegar a 10 rounds.

Una de mis tardes en casa de los hijos de doña Lupita, Margarita, la más chica de las mujeres, que hoy vino a ayudar a su madre con el aseo, elige acordarse de las noches en que el “Zurdo” llegaba pasado de copas y ella se metía debajo de las cobijas.

“Me daba mucho miedo, me agarraba a temblar, decía ‘ay ái viene tomado. Que no llegue agresivo, que no llegue pateando’.  No, ya estaba muy tranquilo, ‘quiero cenar’ o ‘quiero poner música’ y así, muy alegre, como si fueran las 12:00 del mediodía y ya eran las 10:00, 11:00 de la noche y otro día mis hermanos a trabajar y uno a la escuela. Él quería seguir de reventón”.

-¿Qué música le gustaba entonces?

-De Pedro Infante, Jorge Negrete. Tiene sus discos, casets de ellos.

En otro lugar, en otro tiempo, Eduardo Enrique García Puente, “El Wachar”, dirá que al “Zurdo” Piña le gustaba poner canciones de Pedro Infante mientras entraba a sus muchachos

“Entrenábamos con esas canciones. Le poníamos unas colombianas y se enojaba, las  quitaba, decía, ‘no pos se me botan a chingar a su madre”.

“Se metía en la cantina ‘Mi Ranchito’, - dice Lupita - y me decía una vecina que vivía cerca ‘ahí está Piña en el Ranchito’, porque oía que se agarraba a gritar ‘hazme güey, pero no me dejes’, me gritaba según a mí”.

De "El zurdo" piña es difícil definir sue fue mejor entrenador que boxeador. Su disciplina llevó a muchos saltillenses como Alberto Alemán (foto arriba) a cosechar muchos triunfos.
Nos platicaban a nosotros que en sus peleas era muy aguerrido, tenía una pegada contundente”.
Alberto Alemán,su discípulo.

José Alberto Alemán Salas, el mejor peleador que tuvo el “Zurdo” Piña, me contará cómo recorría las cantinas, que acostumbraba visitar “El Zurdo”, para recuperar sus cinturones que su manager había dejado empeñados.

“’Me decía ‘préstamelos Betito, para ponerlos en mi gimnasio, para que vean los logros que estás obteniendo’ y era de recuperarlos en las cantinas porque los empeñaba. Los empeñaba en el Bar Mi Oficina. ‘Don Piña mi cinturón’, dice ‘ái lo tengo en el gimnasio, ái lo tengo en la casa Beto’. Yo empezaba a recorrer las cantinas donde él se metía y veía el cinturón mío en medio de mil botellas. ‘No es que aquí lo empeñó don Piña’, y lo recuperaba yo. Era un sacrificio que a mí me había costado bastante. Siempre iba a la cantina por él, ‘jefe vámonos, don Pilita’, estaba echando pleito y mentando madres y cuando yo lo llevaba en el centro pos se volaba más conmigo. Le decía yo decía, ‘deje de tomar Piñita, deje el vicio, ve cómo está la situación, tenemos peleas en puerta’”.

A veces el “Zurdo” Piña llegaba medio alumbrado a la práctica con sus muchachos y así los entrenaba.

“Había gente que le decía, ‘andas pedo Piñita’, y él ‘qué chingados le importa, usté póngase a entrenar, yo como quera los voy a entrabar’”, platica Marco Antonio “La Chivita” Rojas.

Después sabré que el “Zurdo” Piña procreó un hijo fuera del matrimonio; que se ganó la lotería dos veces, la primera, repartió los huerfanitos entre los parroquianos de una cantina, la segunda, cerró la cantina y pagó las cuentas de todos.

Sabré que el “Zurdo” Piña seguido se iba de la casa y se ponía vivía en los gimnasios donde entrenaba a sus muchachos.

Y sabré que en 1998 el “Zurdo” Piña, fue suspendido, un año, de la Liga Municipal de Box, por indisciplinado.

Su discípulo Alberto Alemán Salas, es el mejor peleador que tuvo el “Zurdo” Piña y narra que no ha conocido en el país a un entrenador de box que se le asemeje en disciplina y pasión.
"El zurdo" piña con su pupilo Alberto Alemán y los Aterrados del Ojo de Agua.

El castigo corrió a cargo de Óscar Soberón Nakasima, entonces presiente del organismo.

“Era una persona de carácter difícil para muchos, una persona que a cada rato caía en conflicto por su hambre de triunfo. Él buscaba un deseo: ser ganador siempre y muchas veces chocaba con las gentes que no entendían que era su hambre de triunfo, su orgullo de que sus boxeadores ganaran”.

-¿Por qué lo suspendió?

-Ya había muchas quejas de los managers, de indisciplinas que cometía. Esa vez no quiso subir a un boxeador que ya estaba programado y bueno pos este hubo una fuerte discusión ahí con otros managers. Pasó el año, él volvió a participar en el seno de la Liga y pues increíble, un cambio total del manejo que ya tuvo. Hicimos más amistad, porque nunca la hemos perdido.

-¿Lo estima?

-Me identifico con él y lo quiero porque sé que siempre anduvo con las uñas, que no había recursos económico ni apoyo económico. Fue un guerrero dentro de esta disciplina, porque se viven muchas carencias y nunca claudicó, siempre ha estado al pie del cañón.
El sueño que Piña no conquistó: tener un gimnasio, con su ring, sus medallas, sus trofeos.

Hoy a sus 74 años el “Zurdo” Piña no es ni la sombra de lo que fue.

Mi última tarde, fría tarde, en casa de los Piña Ramírez, doña Lupita me cuenta que ayer, el cura de la iglesia del Ojo de Agua vino para darle los santos óleos al “Zurdo”. Después vendrá para darle la comunión.
“Es que también le hace falta lo espiritual, no crea”, dice Lupia.

“¿De Vanguardia verdá?”, rompe de pronto el “Zurdo” Piña, “me ha
n hecho entrevistas, pero del deporte”, sigue diciendo, “estuve clasificado en el Estado de Coahuila”, continúa, “en primer lugar”, remata.

-¿Alguna vez tuvo miedo Piña?
-Sí cómo no.

-¿Cuándo?

-Cuando me tocaba un peleador de fuera.

-Oiga, ¿y qué se necesita para ser un buen boxeador?

-Tener muchos güevos.