Ya no le peguen

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Ya no le peguen

La inocencia se despidió de aquel niño y anunció su partida formándole una mueca de máscara teatral; una máscara embadurnada de sudor, mocos, tierra y la salsa Valentina de unos chicharrines que, antes crujientes, esperaban ahora aguados a ser comidos entre caída y caída del Redentor de la Humanidad. 
Antes de sumarse al doloroso llanto de la Pecadora de Magdala, sin embargo, el chamaco ‘jijo’ hizo acopio de toda la compostura que le restaba luego de ocho dolorosísimas estaciones. 
Y aunque le era urgente purgar su desazón en una explosión de lágrimas, alzó primero su quebrada voz para expresar toda su rabia e indignación y para mostrar, dicho sea de paso, más piedad y solidaridad que el resto de los testigos, jerosolimitanos de ocasión, villamelones de la Pasión. 
El brazo del centurión romano se congeló en el aire, como compelido por una fuerza sobrenatural, divina, que le entró por los oídos, le invadió la mente y le heló el corazón, desvaneciéndole toda la voluntad para asestar el enésimo azote sobre la muy mortificada espalda del Hijo del Hombre. 
“¡Ya no le peguen a Diosito!”. 
Fue todo lo que gritó el chamaco antes de sumirse en un inconsolable llanto que, de haberlo escuchado, el mismísimo Buonarroti se habría empeñado en retratar al chamaco en mármol como tercer elemento imprescindible en La Piedad. 
La Cruz comenzó a venerarse siglos después de la muerte de Cristo y de momento no recuerdo quién fue el primero en observar que ello equivaldría a adorar la imagen de una silla eléctrica si el Mesías hubiese sido ejecutado en el siglo 20. 
Pero desde que se conformaron los elementos esenciales de la cristiandad moderna, lo cierto es que su tronco central, el catolicismo, ha hecho del Santo Suplicio una redituable iconografía y no me refiero por redituable a las estampitas que vende, sino a ese sentimiento de culpa con el que mantiene cautiva a su grey. 
“¡Cómo darle la espalda al Señor después de que sufrió lo indecible por lavar tus pecados!”. 
“¿En serio le vas a dar la espalda a Jesús? ¡De veras que tú no tienes jefa, cabrón!”. 
Perfectamente instalado en nuestro disco duro, ya de fábrica, el programa de la culpa no es precisamente un facilitador para desprendernos del pensamiento mágico como tampoco de esa sensación de deuda perpetua, si casi hasta nos dicen que Cristo murió por nuestra capirotada. 
Como verá o como sabrá, si es que ya tenemos tiempo de conocernos a través de este espacio, tengo serios problemas para aceptar como ciertos los hechos relatados en los evangelios. 
De cualquier manera, ello no es relevante para lo que hoy quería apuntar y es sólo un deseo de que dominemos mejor la culpa y tomemos un papel más activo en las cosas y los asuntos que nos atormentan. Así como el chiquillo que, en el punto álgido del Viacrucis, alzó la voz para que ya no le tundieran tan feo a Diosito. 
Luego lo malo es que a veces creemos que alzar la voz es “hociconear” con pésima ortografía por las redes sociales y eso en realidad sirve de muy poco. No voy a decir que no sirve en absoluto, pero la influencia -que no los alcances- de las redes, no suele ser la esperada, además de que entraña riesgos de que se cometan injusticias peores. 
Usted alce la voz de manera presencial donde quiera que se esté cometiendo una clara injusticia, pero sí pídale a Diosito tantita claridad para aprenderlas a reconocer (no vaya a salir como la whitexican que inició una orgullosa cruzada para que le respetaran el precio en euros de una prenda en la tienda Zara y pagar nomás 19 pesos).  
No. Allí donde estén maltratando a un animalito, o agrediendo a alguien que no se puede defender, dañando el entorno o lo poco de medio ambiente que nos queda, o ejerciendo alguna forma de bullying escolar o laboral en contra de quien sea, o donde estén despojando a alguien de sus derechos, justo allí es que le están pegando a Diosito y de fea manera. ¡No lo permita! 
No se quede callado y alce la voz. Grite también: ¡Ya no le peguen a Diosito! No le garantizo que habrá una gloriosa recompensa después de esta vida, pero sí una inmediata. Modesta, pero indudablemente real y perceptible que hará una verdadera diferencia. 

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NACIÓN PETATIUX
ENRIQUE ABASOLO