¡Y... otra vez, la Navidad!
Fotos: Luis Salcedo/Omar Saucedo/Jordi Sifuentes
Texto: Felipe Rodríguez
Uno de muchos síntomas que dan las primeras advertencias de que estamos alejándonos de la infancia y la adolescencia (sí, sí, que estamos envejeciendo, pues) es que el tiempo, cuya única obligación es pasar, conforme pasan los años, parece correr más rápido.
Cuando éramos niños y esperábamos el 25 de diciembre con irrefrenables ansias, esperando saltar de la cama la mañana de Navidad para buscar debajo del pino los regalos que Santa Claus nos regalaría por nuestro buen comportamiento, las manecillas del reloj y las hojas del calendario se movían con la lentitud de una comisión de diputados.
Ya adultos, con la responsabilidad de hacer rendir la quincena para cubrir los créditos hipotecarios, de automóviles, los servicios básicos y las tarjetas de crédito, que deben pagarse en fechas fatales, podríamos jurar que alguien adelantaba los relojes y arrancaba hojas del calendario de cinco en cinco, o por ahí. “El tiempo vuela”, decímos. Tic, tac, tic, tac...
Llega adelantada, o llega tarde, pero la Navidad siempre nos alcanza; ya no hay que esperar mucho