Washington: adicción a liquidez e inacción del gobierno

Usted está aquí

Washington: adicción a liquidez e inacción del gobierno

Nueva York.–Los bancos centrales de las principales economías desarrolladas (la Reserva Federal de Estados Unidos, el Banco de Japón y el Banco Central Europeo) se han convertido en los principales formuladores e implementadores de política macroeconómica en el mundo a raíz de la crisis económico financiera que inició en 2008. Esta enorme responsabilidad los ha puesto en el centro de atención, sus pasos y declaraciones son seguidos atentamente para avistar cualquier cambio de posición, pero implica asimismo un enorme riesgo sistémico para la política monetaria y su credibilidad. 

Hay un viejo dicho en el sentido de que cuando alguien tiene una deuda su futuro depende de la voluntad de banco, pero que cuando la deuda es demasiado grande es el futuro del banco el que está en línea. A los bancos centrales les pasa algo similar: se han vuelto dependientes de los mercados de capital, sus caprichos y adicción a la liquidez al tiempo que no hay una forma obvia de terminar con la dependencia enfermiza. Y esto sin el apoyo ni implementación de políticas públicas para el crecimiento de sus gobiernos. 

Se estima que los banqueros centrales se han quedado sin parque y se apela a otro tipo de armamento no convencional, desde tasas de interés negativas hasta dinero tirado desde helicópteros. Peor aún, se les presiona regularmente con base a las últimas cifras publicadas en materia de empleo, crecimiento, inflación, precios de materias primas, tasas de cambio en relación a la expectativa que se tenía sobre ellas como si la política monetaria tuviese la suficiente capacidad de modular las fluctuaciones de estas variables en tan corto plazo y sin rezago. En el camino se ha tirado por la borda la importante pregunta de si la política monetaria debe seguir reglas (con el fin de propiciar un entorno de estabilidad) o discreción (con el fin de suavizar el ciclo económico): el casi consenso es, hoy, que no hay alternativa a la discreción con independencia del daño que ella pudiere ocasionar a la credibilidad (su única divisa realmente) de los bancos centrales. 

La justificación para la activa política monetaria convencional y no convencional descansa en su papel sustitutivo de la débil demanda agregada. En este contexto, se argumenta que vale la pena no regresar a la política monetaria tradicional sin exceso de liquidez ya que hacerlo dejaría un vacío de demanda, que nadie llenaría, con consecuencias graves para la economía en su conjunto. Esto implica un entendimiento del funcionamiento de la economía que probablemente escape a las mentes más brillantes. 

Amén de los efectos de corto plazo, cabe preguntarse si la política monetaria y la fiscal han sido eficaces en los últimos años cuando todavía tenía parque. Es interesante descomponer el Producto Interno Bruto de Estados Unidos para observar el comportamiento de sus principales variables en los últimos años. Por una parte, el comportamiento de las exportaciones ha sido errático, pero mejor al que se podría esperar: una fuerte caída promedio de 18 por ciento entre el tercer trimestre de 2008 y el primero de 2009, dos trimestres negativos en 2015 por la fortaleza del dólar y el bajo precio de las materias primas. No obstante, en los últimos tres años han crecido 2.4 por ciento en promedio, similar al PIB. 

El gasto del gobierno, por otro lado, no ha contribuido a la expansión de la demanda agregada (a pesar de los supuestos programas contracíclicos): entre 2008 y 2015, el gasto público en cuentas nacionales ha experimentado contracciones en 18 de los 32 trimestres. En los últimos tres años, el gasto en defensa nacional ha caído 3.1 por ciento en promedio y el gasto público total, federal y local, en 0.4 por ciento en promedio. 

Aunque el consumo, la principal variable y a la que muchos atribuyen la debilidad de la demanda, tuvo cinco crecimientos negativos durante los momentos más álgidos de la crisis en 2008-09, desde el tercer trimestre de 2009 ha crecido constantemente. En los últimos tres años ha crecido 2.7 por ciento en promedio. 

Por su parte, entre 2008 y 2015, la inversión bruta doméstica privada (que incluye el cambio en inventarios) se ha contraído en la mitad de los 32 trimestres, sin embargo, la formación bruta de capital fijo privada (residencial y no residencial) en solo diez de los 32, el último de ellos el primer trimestre de 2011. De hecho, del último trimestre de 2012 al último de 2015, la formación bruta de capital fijo ha crecido 4.2 por ciento a una tasa superior a la del consumo. 

Dado que el PIB se ha expandido en 2.3 por ciento en promedio en los últimos tres años, la inversión, el consumo y hasta las exportaciones han crecido más que el promedio de la economía. Esto quiere decir que la “debilidad de la demanda”, incluida la contribución negativa de los precios de las materias primas en la inversión que perciben los mercados, responde a la reducción del gasto del gobierno y al comportamiento errático del cambio de inventarios. 

Quizá no deba sorprender que sea el gasto público el principal componente de la demanda agregada que ha perdido dinamismo en virtud de la clara ausencia de un gobierno eficaz resultado de las profundas divisiones políticas de Washington. No es una casualidad que la falta de funcionamiento de un gobierno (Ejecutivo y Congreso) que durante casi cinco años no pudo aprobar un presupuesto y que dedica la mayor parte de su tiempo a tácticas de operación política y menos a tener un gobierno eficaz. 

Si bien la adicción a la liquidez tiene denominación de origen de Nueva York, la acrimonia política la tiene en Washington. Es precisamente el perverso eje Nueva York – Washington el que explica el atractivo de Trump y Sanders. El votante promedio intuye que la adicción a la liquidez ha transferido una enorme cantidad de riqueza de Main Street a Wall Street, mientras que el rechazo a la clase política responde a la percepción de que la cultura política actual resulta en un gobierno ni funcional ni representativo. El regreso al ciclo económico “normal” requiere entonces no sólo de reformas económicas sino de que la clase política asuma su responsabilidad y no deje a la Reserva Federal con una tarea para la que no fue diseñada. 

Twitter: @eledece