¡Votemos!

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¡Votemos!

Sin temor a dramatizar: este 6 de junio, México se juega su futuro generacional. Nuestro país comprimirá en el instante de una jornada electoral: su pasado, presente y futuro.

México está en el ojo del huracán; mientras nosotros, estamos aturdidos por las voces chillantes de los partidos políticos que con máscara de merolicos de feria de pueblo, muestran una gran preocupación por redimirnos para salvarse a sí mismos.

Escuchamos esas voces que bombardean cada neurona de nuestro cerebro y cada sentimiento de nuestro corazón; mientras miramos girar alrededor nuestro la violencia criminal que acalambra nuestros huesos, el doble rostro de la corrupción e impunidad que aterroriza nuestros sentidos y la pobreza ancestral de la gran mayoría de mexicanos que parte nuestra alma en dos.

Tenemos miedo. Estamos asustados por la certeza de tantos para imprimir a fuerza de latigazos de acero el regreso a un pasado primitivo; pero también, estamos confundidos por la firmeza de muchos otros para regresar a fuerza de gritos histéricos a un pasado inmediato, pero también indeseable.

Desde nuestro desamparo binario, indefensos nos preguntamos: ¿dónde quedaron la razón y la emoción nutritivas para alimentar el futuro de nuestra patria desde una tercera alternativa?

¿Por qué somos incapaces de edificar puentes para mirarnos, escucharnos y estrecharnos e ir más allá del látigo de acero y del grito histérico que retuercen –en entrañable temor– nuestras vísceras?

¿Por qué no podemos construir una alternativa distinta, en la cual converja como nación, el reencuentro, la reconciliación y el perdón de todos y cada uno de los mexicanos?

Por ello, desde ese huracán de pasiones, estamos condenados a votar el 6 de junio con un miedo visceral adherido a nuestras entrañas; tanto para borrar el regreso a ese pasado primitivo o difuminar el retorno al pasado inmediato. Aunque ambos –de manera paradójica– congelen nuestra aspiración para alcanzar nuestra mejor versión como México y mexicanos. 

Por lo pronto, este 6 de junio: aunque votemos por el látigo de acero o los gritos histéricos, estamos obligados a esperanzarnos en edificar el México impensable más allá de esa fecha. Sí, y nada más: en el México que nos merecemos, que no estará integrado a la boleta electoral que cruzaremos este próximo domingo.

Pero, aún así: ¡Votemos!