¿Volveré a casa?

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¿Volveré a casa?

¿Qué se le dice a una persona que vive en una comunidad sumida en la continua desazón? ¿Olvídate de los delitos, los asesinatos, la injusticia y lee a Séneca? ¿Haz algo por ti y espera tranquilamente la muerte o el momento en el que serás vejado: ayúdate a esperar? No, en definitiva. Séneca ya no puede decirle casi nada al hombre de nuestra Edad Precipitada, al arenque en la red, al indefenso. En mi escaso tiempo libre leí hace días algunas epístolas de Séneca. Mi tiempo libre es aquel en que dejo de pensar en los otros y me sumerjo en una especie de ingravidez cínica y distante (sobra decir que una sensación así es cada vez más remota: mi tiempo libre ha sido tomado, cercado, ocupado por la zozobra). Leí, del moralista latino, su epístola XLIX acerca de la brevedad de la vida. "Soy un fraude; no puedo ya comprender; he decepcionado a los hombres sabios", me digo, pues quién va a poder comprender la brevedad de la vida por medio de epístolas y palabras cuando los cadáveres gritan, los asesinatos a periodistas y gente inocente abundan, las vías de comunicación y los espacios públicos van siendo intervenidos y ocupados por criminales y no se descubre una solución política y social posible en las próximas décadas. Leo: "Dime cuando me acueste en cama: Quizás no te levantarás jamás. Dime cuando me levante: Quizás no te acostarás nuevamente. Y cuando salga de casa: Quizás no regresarás." Hemos aprendido a vivir en el vértigo de la cornisa sin necesidad de escuchar o leer las sentencias de religión moral senequistas. Nos reímos de ellas. El "quizás jamás volveré a casa" no es, al menos en México, una ilusión literaria.

A finales de los años sesenta del siglo pasado en Estados Unidos el grupo y partido Pantera Negra, a través de Emory Douglas, su tenaz y efectivo dibujante y artista de la gráfica rebelde, dibujó a dos personas armadas enfrentándose al poder del fascismo que reprimía a la comunidad negra (hoy afroamericana). La consigna del partido, dibujada y plasmada en la imagen citada era: "Aprovecha el momento." ¿Qué querían decir con ello? Justo lo que ustedes se imaginan: libérate, toma las riendas de tu vida, pelea, grita y no permitas que otros te traten como basura (expresado de forma sencilla y, si se quiere, panfletaria). En aquel entonces una porción de la comunidad negra se unía para defenderse de la opresión y al mismo tiempo su movimiento era motivo de la atención nacional. La rebeldía significaba, también, divulgación de un ideal y educación para la libertad. Cada quien tendrá un ejemplo de liberación social e individual en mente, pues la historia ha sido generosa para refrendar que la lepra social no logra exterminarse con el progreso económico de unos pocos, sino que se concentra en ciertas regiones del planeta y crece. Los Pantera Negra llamaban "cerdos" a los policías que oprimían a su comunidad. Tal como yo llamaría "cerdos" a los criminales que valoran tan poco la vida humana y matan por encargo. Cualquiera que asesine a mansalva o esté dispuesto a cortar de tajo una vida es que no ha sido capaz de aquilatar la existencia humana en lo que tiene de profundidad, complejidad y milagro. Sin embargo —más allá de estas especies "humanas" nocivas y que merecen el peor vituperio, y más— la crítica política se degrada cuando contempla, para atraer la atención, el insulto y la descalificación no razonada, y cuando el rencor y la impotencia son las pasiones que marcan el reloj de las palabras a la hora de edificar estrategias para una evolución social. Como todo partido, los miembros de Pantera Negra terminaron escindiéndose, peleando entre sí y luego se convirtieron en mito. ¿Lograron algo? Que cada quien, según sus medios, ensaye una respuesta.

He escuchado a expertos y legos de toda clase afirmar que López Obrador será el próximo presidente en un país que no logra afirmar sus horizontes de justicia. A mí no me quita el sueño saber quién será el presidente, sino su programa; su honestidad y humildad en el ámbito económico; el equipo político y científico que lo rodea y su conocimiento del país en el que desea trabajar como presidente, es decir del "país" donde se convertirá en "empleado de los muchos"; saber si es alguien que une o alguien que separa. También valoro de un político la prudencia y la capacidad para acordar soluciones globales con quienes piensan de otra manera. Y, por supuesto, la determinación razonada y la conciencia de que la democracia debe beneficiar a las mayorías, pues de lo contrario no es democracia, sino retórica de la historia. Como he dicho al principio de esta columna no veo solución asequible en las próximas décadas, pero sería un buen comienzo que los candidatos independientes, asociaciones civiles, grupos artísticos, políticos miembros de un partido (no incondicionales), periodistas preocupados por la circunstancia civil; las minorías diversas y ciudadanos de a pie logren formar una comunidad de vasos comunicantes capaz de hacer frente a la miseria política, a la criminalidad y a la inequidad económica que agobia la vida diaria de una buena parte de quienes se consideran mexicanos. Si para ello deben ligarse a un candidato célebre o líder de un partido, no me parece absurdo, siempre y cuando tal persona ofrezca muestras de fortaleza moral e intelectual, de conocimiento, diálogo y de disposición a ser tolerante y a la vez perspicaz para reconocer a los enemigos (no a sus enemigos personales sino a los encargados de ejercer la rapiña pública). ¿Es López Obrador ese hombre? No lo sé. Como he escrito antes: en estos días la figura de un presidente es lo de menos, lo que importa es qué y quién lo acompaña.