‘Vivos’ y fantasmas
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‘Vivos’ y fantasmas
A lo largo de mi vida me he tratado de regir siempre por la razón. Con los años, he descartado —me atrevo a decir que por completo— toda explicación de la vida o del universo que no esté fundada en un pensamiento estructurado.
Y aunque reconozco que aún quedan muchas cosas en el mundo pendientes de explicación, es mejor dejar tales cosas en una lista reservada de asuntos por resolver, que endilgarles la primera explanación sobrenatural que las mentes calenturientas y supersticiosas sean capaces de concebir.
Aun desconocemos el origen y causa de la mayoría de los fenómenos de la naturaleza, pero las únicas pocas certezas de que puede presumir el hombre, se han alumbrado a la luz del método científico. El pensamiento mágico, en lo que llevamos de historia, no ha aclarado absoluta y reverendamente nada.
Comentábamos en cierta ocasión, con motivo de no me acuerdo qué, que el creer en espectros, fantasmas y espíritus chocarreros es una extensión de nuestro pensamiento optimista, de que trascendemos la muerte en forma de esencia y seguimos dando guerra por ahí aun después de colgar los Reebook.
Me encantan las películas de horror y de temas sobrenaturales, sobre todo las que consiguen crear una atmósfera originalmente escalofriante y defienden con todo su tesis sobre lo que pasa con nosotros luego de cruzar el último umbral. Dichas pelis me pueden dejar turbado, inquieto y nervioso para el resto de la noche. ¿Nervioso de qué? No lo sé. No es algo que la frialdad del pensamiento disipe tan fácilmente, porque son reminiscencias de miedos ancestrales que compartimos como especie y es herencia de nuestros antepasados cuaternarios (miedo a la oscuridad, a lo desconocido), operando en combinación con todo el folclore católico sobre apariciones y almas en pena. Así que quizás, sí, si suena el teléfono a las 3:00 am quizás pegue un brinco hasta el techo como el gato Silvestre.
Pero de ello a creer positivamente en fantasmas… hay una diferencia, digamos, poco más que considerable.
Aplica la reconsabida y sobadísima frase de viejo: “¡Cuídate de los vivos!”.
Ahora que lo pienso, “los vivos” puede tener un doble sentido, como aquellos que todavía respiran y comparten con nosotros este mundo matraca, único plano existencial del que podemos tener cierta certidumbre (falta todavía que no vivamos en la Mátrix).
Mas doblemente hemos de cuidarnos de “los vivos”, es decir, de los alevosos, de los taimados, de los logrones, de los inescrupulosos, de los pérfidos y chingaquedito: “Los vivos”, (got it?).
No sé si usted ya se dio cuenta, pues mucho depende de su posición en la cadena alimenticia (el plancton por ejemplo ni por aludido se da jamás), pero nos gobiernan, o dejamos que nos desgobiernen, los más vivos. La peor gente. ¡Qué digo gente! ¡La peor gentuza!
Resulta que estos “vivos” (vivillos, vivales) decidieron ponerse en contacto con el Más Allá para así garantizarse algunos millones de pesos y un retiro de lujo en el más acá.
Sin ayuda de espiritistas, “los vivos” tendieron un puente con el mundo de los muertos, estableciendo una provechosísima sociedad con un montón de empresas fantasma.
“Vivos” y fantasmas consiguieron enjuagar, según se dio a conocer ayer, algunos milloncillos de pesos (tantos como un chingo) y los dejaron limpios, relucientes (o casi) y listos para usarse.
A través de un puñado de empresas de muy dudosa existencia, el Gobierno Coahuilense ha facturado recientemente millones y millones por conceptos inverosímiles, aunque lo más relevante es que estos “proveedores” no existen en el padrón correspondiente de prestadores de bienes y servicios, ni en el Internet, ni mucho menos en el mundo real. Los domicilios de estas “empresas” corresponden a un puesto de gorditas, a un estanquillo, a la Vecindad del Chavo, a la Aldea Pitufa, a cualquier lado, excepto a las oficinas o sede de un negocio que pueda emitir facturas millonarias a un Gobierno estatal.
Aunque la noticia dada a conocer ayer por El Norte fue un bombazo que debió haber atragantado el desayuno a don Rubén Ignacio (y que esperamos no le deje disfrutar ningún otro desayuno en lo sucesivo), a mí muy poco me sorprendió en realidad.
Hace años es evidente que estamos regidos por un imperio de corrupción. Y que con su imaginación estas mentes malévolas son capaces de seguir sangrando a un Estado en la total ruina como Coahuila. Podrían materialmente sacar de una piedra uno o dos millones de pesos si encuentran el modo ilegal de hacerlo.
Sobre estas cuentas etéreas de empresas hechas de ectoplasma requerimos saber más y exigimos que el titular de este Gobierno se pronuncie ampliamente, porque lo único que lo diferencia ahorita de un Javier Duarte son los kilómetros que nos separan del estado de Veracruz.
Hay mucho que analizar, aunque haya que esperar a que salga toda la porquería de esta nueva cloaca (que ni siquiera está directamente relacionada con la monstruosa megadeuda). Una vez que brote toda la inmundicia ya podremos quizás intentar determinar lo que sucedió y decidir lo que procede.
Entre tanto seguiremos acumulando cinismo, indignación, enojo. Ya después veremos qué hacer con esas emociones.
Me gusta pensar que este régimen tiene sus días contados, pero en este País es difícil apostarle a los escenarios lógicos.
Regresaremos más adelante con más del mundo de los vivos; “vivos” que transan con empresas del Más Allá.