Vivir y sobrevivir
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Vivir y sobrevivir
Hace algunos años dentro de un ciclo de conferencias para ejecutivos, me hicieron el favor de invitarme a participar en una de ellas. Me dejaron en libertad para elegir el tema. Durante algunos días estuve pensando algunos que pudieran ser de interés práctico y de repente me asaltó una pregunta: ¿vivimos o sobrevivimos?
Aparentemente era una cuestión que no daba una respuesta práctica a las inquietudes de los oyentes. Sin embargo me arriesgué a reflexionar acerca de ella. Lo mismo me sucede el día de hoy. Desde mi octavo piso de la vida me impactan igual que a Ud., mi paciente lector, innumerables problemas muy importantes que nublan nuestro horizonte vital: la amenaza de los aranceles, la polarización creciente de la ciudadanía que percibe la economía con esperanza o en proceso de caída libre, la inseguridad de la calle y del futuro, la confusión de lo fundamental de la educación mezclada con lo trivial de los uniformes, por enumerar solamente algunos.
En este contexto social, político, económico y religioso, cuyas señales de cambio nos asaltan todos los días junto con su sombra de incertidumbre, vale la pena preguntarnos: ¿vivimos o sobrevivimos a la angustia, al miedo, al pesimismo latente?
Para responder a este dilema primero tenemos que preguntarnos ¿qué significa “vivir”?. La primera respuesta que se nos ocurre puede ser tan objetiva como la de un vegetal: nacer cada día, nutrirse, crecer, seguir así hasta convertirse en un leño seco y morir. Podemos añadir algunos ingredientes animales como reproducirse, amamantar, recordar, temer, construir el nido. Ciertamente estos son procesos vitales, pero el vivir humano incluye el ejercicio de otros procesos que son en su mayoría subjetivos, es decir, personales, que lo hacen esencialmente diferente, lo hacen humano.
“Sobrevivir” puede tener dos significados: de autoconmiseración por no tener lo que sueña o de enérgica esperanza. La primera nace de la concentración en el cuerpo y su fisiología, acompañados de una fantasía en conflicto con su realidad. La energía de la esperanza y de su esfuerzo nace de otra dimensión humana frecuentemente olvidada: el espíritu.
Olvidamos que todos nacemos no solamente con una fisiología orgánica, sino también con un espíritu vital que nos hace superar los límites de la ignorancia, del presente, de nuestra historia personal, de los problemas que nos agobian y obscurecen el horizonte personal, familiar y social, que nos empujan a buscar soluciones nuevas donde las aprendidas ya no funcionan, que si los liberamos de la cárcel del pesimismo nos fortalece con otras alternativas, con creencias que construyen confianza y sobre todo con un amor que va más allá de lo romántico. Un amor que es fruto del espíritu y un espíritu que es fruto del amor maduro, incondicional, autónomo, paciente y libre.
Es nuestro espíritu el que nos permite descubrir la belleza sencilla, la bondad silenciosa y la verdad invisible que nos circunda y que vive dentro de nosotros. Nuestro espíritu vive sobre los problemas y dificultades, nos hace vivir con pasión y esperanza en medio de la noche.
Viviremos y sobreviviremos cada presente día si atendemos a nuestro espíritu (alma, psique…) como atendemos al cuerpo.