Vivir en compañía para dejar de habitar en un mundo de extraños

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Vivir en compañía para dejar de habitar en un mundo de extraños

Ilustración: Vanguardia/Alejandro Medina
El uso inconsciente de las nuevas tecnologías inmersas en la forma de comunicarnos se ha vinculado a trastornos de conducta; en palabras de Umberto Eco, han dado el derecho de hablar a legiones de idiotas; nos han vuelto seres ‘desconversables’

Según la Asociación Mexicana de Internet actualmente en México existen 70 millones de internautas, es decir, alrededor de un 63% de la población, incluyendo niños desde de los seis años de edad.

Se estima que el 52% de los internautas permanecen conectados al internet todo el día. Los estudios también demuestran que los usuarios cuentan, en promedio,  con cinco redes sociales. Además, el 38% del tiempo de los internautas es invertido en redes sociales, siendo el Smartphone el dispositivo ideal para visitarlas, ocho de cada diez personas lo utilizan para ingresar a la “social media”.

Indudablemente, para muchas personas, el internet y las redes sociales se han vuelto una enfermiza adicción en la que los más jóvenes son los más vulnerables. De hecho, la Organización Mundial de Salud, señala que una de cada cuatro personas sufre trastornos de conducta vinculados con éstas tecnologías.

EFECTOS COLATERALES 

No estoy en contra de la tecnología pero hay que apuntar que la excesiva exposición a estos medios ha generado, irónicamente, personas más antisociales, por lo que es común que los usuarios extremos eviten la interacción personal o la afronten de manera incómoda. 

Comúnmente hay personas que se ponen ansiosas si pasan muchas horas alejadas de la computadora o presentan desvelo, fatiga y cansancio por su uso. Hoy, sin duda, las redes sociales han resultado ser un vínculo emocional fuerte para los usuarios y no sabemos, a ciencia cierta, los efectos que este fenómeno causa en las personas.

En Estados Unidos se ha encontrado evidencia de que uno de cada cinco divorcios está directamente relacionado con Facebook.

Me temo, ahora que con facilidad estamos en contacto con los que están lejos, ya no conversamos con las personas que se encuentran cerca.

DESCONVERSABLE

Con relación a lo anterior, leyendo a Martín Descalzo me he encontrado con una palabra que me llamó la atención por describir muy bien a muchos de nosotros, me refiero al término “desconversable”.

Martín dice que el adjetivo desconversable es precisamente el que mejor describe al hombre moderno. Y la verdad tiene razón, sobre todo cuando nos referimos “a la persona de familia”.

Para entender la palabra desconversable, primero hay que apuntar que conversar significa “vivir en compañía”, y que es mediante el diálogo como se vive precisamente  en compañía, lo que a su vez implica aprender a escuchar. 

Conversar, entonces, es la posibilidad que todos tenemos de abrirnos una ventana al mundo, de poder comprender el sentido del otro, de saber lo que el prójimo piensa y siente. También significa que tenemos la posibilidad de darnos a conocer, de desenvolver,  de revelar el alma propia para que otra persona la descubra.

Por otro lado, tenemos la extraña palabra “desconversar”, existente en la lengua española pero que, quizás por conveniencia, la hemos dejado guardada en el diccionario. 

Y esa palabra es la que describe muy bien al ser humano moderno atiborrado de internet y redes sociales pues significa  «de genio vivo; que huye de la conversación y trato de las gentes; que ama el retiro y la soledad», yo agregaría que ese retiro o soledad no es para estar justamente en diálogo consigo mismo, pues no refiere a un encuentro personal.

Desconversar es vivir en un soliloquio, hablar solos, sin compañía, sin dirigir a otra persona la palabra: auténtico manifiesto de lo que se piensa o siente.

Desconversar significa aislamiento, falta de entendimiento, ausencia de ganas de querer penetrar respetuosamente  en el mundo de otra persona, es también negar la autorización de que nos conozcan tal como somos. 

Desconversar, diría, es “desimportarnos” mucho los unos de los otros, es haber “levantado el puente levadizo que conduce a nuestras personalísimas almas”.

Desconversar es habitar en soledad en un mundo repleto de semejantes. Sin la comunicación que supuestamente caracteriza al ser humano. Es pensar sin comprender, es oír sin escuchar, es decir sin desear ser descubierto. 

Es evitar la intimidad. Es desafecto. Es desprotección. Es desamor. Es no darnos solos un abrazo.

Hay una palabra que describe muy bien al ser humano moderno atiborrado de internet y redes sociales: ‘desconversable’, existente en la lengua española, significa «de genio vivo; que huye de la conversación y trato de las gentes; que ama el retiro y la soledad», yo agregaría que ese retiro o soledad no es para estar justamente en diálogo consigo mismo, pues no refiere a un encuentro personal”.

CADA FIN DE SEMANA

Tal vez por las prisas, por las presiones económicas, o no sé por qué otros motivos pero la pura verdad es que los padres de familia hablamos mucho con nuestros hijos pero conversamos muy poco, más vemos la televisión, usamos el Internet,  más discutimos, más nos perdemos en pláticas sin sentido que en auténticos encuentros humanos. Ciertamente, no es el diálogo lo que suele caracterizar los  encuentros con los hijos, ni con la pareja, ni con el resto de los seres humanos. 

Martín Descalzo describe  a la perfección este fenómeno: “tengo entre mis manos –comenta el escritor– una encuesta realizada entre veinte mil niños alemanes en la que se les pregunta por sus relaciones con sus padres. 

La casi totalidad tienen una misma queja: sus padres no hablan con ellos, cada vez lo hacen menos.

–Veo a mi papá sólo el fin de semana –dice un pequeño –, pero entonces tiene que limpiar el coche, o se va al fútbol o se marcha no sé a dónde sin decir nada.

–Papá –cuenta otro – se pasa mucho tiempo leyendo el periódico y todo el domingo se lo pasa tumbado en el sofá. Cuando yo sea mayor no voy a hacerlo. Me quedaré en casa jugando con los niños y les ayudaré en sus tareas escolares.

–Antes de tener la televisión papá jugaba con nosotros, pero ahora siempre grita que nos estemos callados y no hace más que ver la televisión.

–Mi padre sería el hombre ideal si tuviese buen humor y nos dedicara más tiempo. Así podríamos ser todos felices y podríamos reírnos un poco todos los días.

Podría llenar páginas y páginas de citas. Todas gritan lo mismo: la terrible soledad interior de muchos niños que creemos son «locos pequeños» pero en realidad son hombres pequeñitos que tienen ya un alma con deseos de intercambiar con las de sus padres.

CASI SIEMPRE 

Me pregunto si esta realidad, ahora con la proliferación de las redes sociales,  no ha invadido ya la sociedad mexicana, y peor aún, al seno familiar.

Y díganme si no es cierto: ¿cuántas veces no preferimos ir con los amigos –andar de desconversables con ellos – en lugar de estar en la compañía de nuestros hijos, o los hijos con los padres? ¿Cuántas veces optamos por la televisión en lugar de echar a andar un juego de mesa? ¿Cuántas veces en verdad comemos y conversamos en familia? Más bien elegimos el ruido y el desencuentro.
 
RESPUESTA CREADORA

Tal vez, lo requerido para volver a conversar es comprender que es el amor humano el custodio y el respeto a la soledad de los demás y a su vez crea un espacio libre donde puede convertir esa terrible soledad en un estado que ayuda a las personas a convivir; a compartir. 

Deberíamos saber que el amor es la respuesta creadora requerida para encontrar ese diálogo perdido; el interés genuino por los demás representa un campo sagrado, fecundo, para volver a conversar, para dejar de habitar en un mundo de extraños dentro de nuestras propias familias; para dejar de ser desconversables.

MEDIOS, NO FINES 

Según Nouwen “los hijos son los huéspedes más importantes en nuestra casa, y ellos requieren  una cuidadosa atención. Los hijos son extraños a los que hay que conocer. Tienen su propio estilo, ritmo y capacidades propias. Y es en una casa hospitalaria en donde el padre, la madre y los hijos pueden revelar mutuamente sus talentos, hacerse siempre presentes los unos a los otros como miembros de la misma familia humana  y ayudarse  unos a otros  en sus esfuerzos comunes para vivir y hacer vivir.

Evidentemente para revelarnos, para descubrirnos en la familia y con los amigos, es indispensable transitar de la hostilidad a la hospitalidad, lo cual lo podríamos lograr si intentáramos recuperar el arte de conversar: es decir, si dejáramos de ser hombres y mujeres desconversables rehenes de la tecnología. Pero para eso primero hay que comprender que el Internet y las redes sociales son sólo un medio, nunca un fin.  

 

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